jueves, 13 de julio de 2006

La cólera del Pelida

Tienen bastante razón en casa cuando dicen que no debo manejar -menos si voy solo-, porque me distraigo.

Los miércoles a la nochecita me las amaño para ir a dar clases suburbanas en auto, con todo y eso. Pongo la radio, cargo gas, compro cigarrillos (más o menos en ese orden) y me lanzo a la ruta, cruzo bosques y soledades, nieblas y rancherías y llego al poblete. Solo, claro. ¡Ja!

En el medio del viaje cavernoso, me hundo en el asiento del conductor (habitualmente somos la misma persona) y me dejo llevar y que el auto me lleve, como caballo a la querencia. De ida y vuelta. A veces compongo versos. Otras veces repaso clases. Otras canto, como si en la ducha, acompañando a James Blunt, a Roberto Goyeneche o a María Callas, tanto da.

Hoy, para el caso, se me agolpaban dos o tres tópicos, impacientes y saltarines.

Por ejemplo, cruzando los arcos del Campo de Marte, iba coligiendo que si el Círculo de Viena pusiera el pan y la Escuela de Frankfurt donara las salchichas, los neopositivistas lógicos y los neomarxistas podrían -en vez de estar de 'Adorno'- darle de comer a algunos, algo más 'práctico' y 'solidario', digo. Siquiera unos 'Carnapés' o, mejor todavía, unos hotdogs...

La broma me pareció demasiado alambicada y no llegó a hacerme reír del todo. Lo que es más: no me distrajo lo bastante. De hecho, se disolvió sola y sin ruido, entre la niebla del campo bajo cerca del río.

Y apareció allí mismo sobre el puente la figura de Platón junto a la de Cervantes. Pensaba entonces que desde que uno había escrito la Carta VII para quejarse de la escritura y el otro había compuesto su Prólogo para exponer sus quejas contra los prólogos, casi todo estaba permitido en esa materia. Repasé moroso, en la recta de pinos oscuros con una sola curva, cantidad de lugares a este propósito:

Hablar horas de las ventajas del silencio;
Denuncias contra los denunciantes;
Opinar que no hay que opinar;
Pontificar contra los que pontifican;
Bromas sobre la falta de seriedad;
Discursos contra los que discursean;
Advertencias apocalíticas contra los que advierten el 'apocalipsis';
Argumentaciones minuciosas e inflamadas contra los que prefieren la argumentación minuciosa antes que el amor al prójimo;
Debates infinitos y ahitos de verba acerca de los que debaten miríadas de quisicosas sobre el sexo angélico, en vez de ir a por las cosas;

et ainsi de suite...

Traqueteaba ya la catramina entrando en zonas ásperas, y esquivaba yo con más fortuna que pericia -y por default- números innúmeros de omnibuses, mientras se me cruzaban una y otra vez 'las cóncavas naves', que no son los extrañísimos vehículos que reptan por el suburbano, sino las veras-veras cóncavas naves, las homéricas cóncavas naves.

Porque vi de pronto las escenas de la Ilíada, que no resumiré aquí, acoquinado ante el cultísimo lector.

Se recordará que hay allí algo que llama la atención a nuestros ojos enfermos de cinematografía: los aqueos y los troyanos guerrean tanto como discursean.

¡Y hasta discursean 'mientras' guerrean! ¡Y no sólo entre ellos, sino entre hombres y divinidades parleras!

¡Por Tutatis!: qué laringes...
Y cielos santos: qué manera de darse crueles mamporros que parten a un gigantón al medio, de lado a lado o de arriba hasta abajo, con armadura y todo...

Qué arteras artes para buscar a los capitanes entre las filas enemigas para mandarlos a la morada de Mandos con saña y furia incontenibles...

Si hasta tiempo se hacen para retarse a combates singulares, cuando terminan de pelear o mientras pelean. ¡Encima!

Discursos mediante, claro que sí, porque eso no debe faltar. Pero cuando matan, matan y cuando hablan, hablan.

Y me puse inmediatamente de parte de Homero.

Discursos y trompadas. Eso es. Así se hace, pensé. Es el modo más leal que imaginarse uno pueda.

Al final: 'te espero en la esquina' (dicho en dórico, jonio o eólico, tanto me da...) saludable, rotundo. A trompada limpia, qué tanta vuelta...

Memorables discursos. Memorables trancazos.

Nada de esa 'caritativa' y melíflua y falluta exposición 'civilizada' de motivos y principios, con palabras que salen como flechas envenenadas y que llevan rumbo de trucidar al enemigo (llamado púdicamente contertulio dialogante, eso sí...), y que terminan a las puteadas civilizadas o no...

Nada de eso.

No, señor: "...Ahora te espero cabe las cóncavas naves y ahí vamos a ver cuántos rosados dedos tiene la aurora..., grieguito de morondanga..., troyanito de porquería..."

Más leal, cómo no. Más verdad. Más sano.

Y redondeando la cuestión de las frontalidades y las deslealtades, de allí salté -digamos que mi cabeza se fue...- al 'affaire Zidane'.

Pero, no: ya me voy yendo largo, creo... Otra vez, será. No hay apuro, se me hace que tenemos Zidane para unos días todavía...

En la facultad, un entusiasta ex alumno y generoso me esperaba con un curioso regalo: "Cantigas de Castilla y León", grabadas por el Grupo de Música Antigua con el patrocinio de la Junta de Castilla y León. Porque sí, nomás. ¡Mira tú!

¿Si llegué finalmente a puerto? Claro, ¡cómo que no...! ¡Si hasta volví, sano y salvo, y con la mente en blanco...! Las Penélopes y los Telémacos de casa, todos en su sitio...

¿Tema de la clase?: Las partes del discurso. Pero derivó -porque a esta altura, aprendí: me distraigo solamente cuando manejo...- en el discurso de Príamo y el Canto XXIV de la Ilíada.

Por supuesto.