domingo, 13 de agosto de 2006

Con el número Dos nace la pena

En los Sonetos a Sophia, publicados en 1940, Leopoldo Marechal incluye el soneto Del Amor Navegante.
Porque no está el Amado en el Amante
ni el Amante reposa en el Amado,
tiende Amor su velamen castigado
y afronta el ceño de la mar tonante.

Llora el Amor en su navío errante
y a la tormenta libra su cuidado,
porque son dos: Amante desterrado
y Amado con perfil de navegante.

Si fuesen uno, Amor, no existiría
ni llanto ni bajel ni lejanía,
sino la beatitud de la azucena.

¡Oh amor sin remo, en la Unidad gozosa!
¡Oh círculo apretado de la rosa!
Con el número Dos nace la pena.

Es una joya rara, exquisita. Ideas similares, aunque más extensamente dichas hay en la Érotica de su Heptamerón, por ejemplo. Es cierto que esta meditación amatoria, en varios niveles, es una de las claves de toda su obra y una clave de las claves que sembró Marechal en ella.

El verso final -con ese remate inconmensurable, misteriosamente abrupto y sentencioso- me acompaña casi como una jaculatoria lírica -y no sólo- desde hace muchos años.

Un memento de lo que es. Y de lo que no debe ser. Y de lo que debe ser y no es, al mismo tiempo.

Una especie de trazo de la existencia humana, en clave de amor. Y también de Amor, como que lo menos es lo menos de lo que es más. De allí incluso que importe que, pudiendo elegir géneros distintos para Amante y Amado, no lo hace; con lo cual -siguiendo una tradición, también- enhebra lo humano con lo divino, casi límpidamente, que no quiere decir fácil de entender.

Pero, además, está la destreza de haber dicho Amante desterrado y Amado navegante.

Podrá parecer una tontería libresca, pero que al sustantivo en participio activo le caiga el adjetivo en participio pasivo y al pasivo en activo, creo que es ya un hallazgo de visión, voluntaria o no, pero poderosa.

Tanto más si no son solamente participios en un verso sino personas en la vida, y así es que el Amante padece y el Amado actúa, cuando que suele ser a la inversa, no sólo en las cosas humanas.

Allí, entonces, se abren honduras que -como dije- me parece que no son simples artilugios líricos.