viernes, 25 de agosto de 2006

Lo uno y lo otro

Repaso el Diario de S. Kierkegaard. Y, a medida que voy leyendo, se me aparecen otras lecturas que creo que tienen en los fragmentos del danés un correlato que se me hace bastante afín.

El ejercicio es complejo, en buena medida porque los textos de SK son difícilmente aplicables. Y el que sean fragmentarios no quiere decir que no sean parte de una línea de pensamiento. Por esa razón, muchas veces, hay que o ver cómo sigue más adelante o decidirse a desgajar algunos párrafos, tomándolos aparte, con el riesgo de hacer flaca justicia al autor.

Por ejemplo.

Hace unos días transcribí un soneto de Leopoldo Marechal, aquel Del Amor Navegante. Creo que están relacionados con este fragmento del período 1842-1844:
Solamente es posible dar al principio de identidad un significado de anulación del principio de contradicción, como Pitágoras lo hizo, pues para él lo Uno no era un número; el Uno precede a la separación y sólo con la separación comienza el número. La unidad precede a la contradicción y únicamente con la contradicción comienza la existencia.
El texto de K. -la última oración- podría complicar en algo los corolarios del soneto (aunque los sonetos no tienen tal cosa...) Pero la complicación podría ser fructífera, en este caso. Veremos.

Por su lado, algo central de 'Hoja', de Niggle de John R. R. Tolkien -e incluso de El gran divorcio de C. S. Lewis-, creo que aparece en estos textos:
Mi desdicha estriba en que tengo una cabeza demasiado buena para no sentir los dolores del conocimiento y demasiado mala para experimentar su beatitud. El conocimiento que conduce a la beatitud, así como la beatitud que conduce al conocimiento de la verdad, hasta ahora son un misterio para mí. (1840)

En general la imperfección de toda cosa humana estriba en que el deseo jamás alcanza su objeto sino a través del contraste. No me detendré en la variedad de informaciones que podrían dar los psicólogos (el melancólico es el que está mejor dotado de un sentido cómico; el voluptuoso, a menudo posee un sentido idílico; el libertino, sentido moral; el que duda, sentido religioso), pero sólo a través del pecado se descubre la beatitud. Por lo tanto, la imperfección no depende tanto del contraste como de nuestra incapacidad para considerarlos contemporáneamente: para ver al mismo tiempo el contraste y lo demás. (1841-1842)
E incluso esta otra entrada, pese a su sabor conocido (y aplicable a millones de cosas, empezando por esta mismísima bitácora, sí...)
Me impresiona cuán extrañamente un lejano recuerdo puede surgir de improviso en la conciencia; por ejemplo, el recuerdo de una falta de la cual casi no tuvimos conciencia en el momento de la acción; relámpagos precursores de un fuerte huracán. No se trata de comparecer simplemente, sino de un irrumpir que oprime con inmensa fuerza y que exige que se le escuche. En tal sentido, más o menos, ha de entenderse el texto del Evangelio que dice que, en el Juicio Final, el hombre deberá rendir cuentas de todas las palabras indebidas que haya pronunciado. (Mt. 12, 37.) (8 de octubre de 1836)