martes, 15 de agosto de 2006

Sobre el 'hijo' remolón

El año pasado, hablé de Santo Tomás apóstol y referí un episodio que trae Ana Catalina Emmerich: la segunda llegada tarde de Tomás, esta vez para el día de la Asunción de la Virgen.

Precisamente hoy es cuando tengo que hacerle justicia al apóstol.

Además de lo ya sabido y siempre citado, hay dos momentos que están relatados en el evangelio de san Juan.

Uno es cuando Jesús -ya perseguido a muerte por los fariseos- decide volver a Judea ante la noticia de que su amigo Lázaro había muerto. Los apóstoles se resisten a volver: le temen a los judíos.
Entonces Tomás, llamado el Mellizo, dijo a los otros discípulos: "Vayamos también nosotros a morir con él." (Jn. 11, 16)
Un poco más adelante, Jesús habla con sus discípulos y les anuncia que pronto se irá, en lo que suelen llamar 'las despedidas de Jesús'. Es el pasaje en que Pedro, inflamado, quiere saber adónde irá y por qué no puede ir con Él, y le asegura que irá igual y no lo abandonará y morirá por Él. Jesús le contesta con la profecía de las negaciones y el canto del gallo.

Pero Jesús retoma su anuncio de la partida:
Y dijo a sus discípulos: "No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas mansiones. Si no, os lo hubiera dicho; porque voy a prepararos un lugar. Y cuando haya ido y os haya preparado un lugar, volveré y os tomaré conmigo; para que en donde esté yo, estéis también vosotros. Y adonde yo voy sabéis el camino."
Es allí que vuelve a hablar Tomás y es él quien le da ocasión a Jesús para anunciar una verdad difícil y consoladora:
Le dice Tomás: "Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?"
Le dice Jesús: "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí." (Jn. 14, 5-6)
En la Catena Aurea, los Padres comentan ambos episodios.

Dice san Juan Crisóstomo respecto del entusiasmo de Tomás:
Todos los discípulos temían a los judíos, principalmente Tomás: "Tomás, pues, llamado Dídymo, dijo entonces a los otros condiscípulos: vamos también nosotros y muramos con Él". Él era el más débil de todos y el menos firme en la fe. Más tarde llegó a ser el más fuerte y el más heroico, porque él solo recorrió todo el orbe, llevándolo su celo en medio de pueblos que querían su muerte.
Y san Beda:
(...) O bien los discípulos reprendidos con las anteriores palabras del Señor no se atrevieron a replicar más. Pero Tomás, sobre todos, exhortó a sus compañeros a ir a morir con Él, en lo cual se deja ver su gran constancia, pues hablaba como si fuera él capaz de hacer lo que a los otros exhortaba, olvidándose de su fragilidad como Pedro.
Mientras tanto, dos textos de san Agustín hablan del camino, la verdad y la vida:
Como diciendo: ¿Por dónde quieres ir? Yo soy el camino. ¿A dónde quieres ir? Yo soy la verdad. ¿En dónde quieres permanecer? Yo soy la vida. Todo hombre comprende la verdad y la vida, pero no todos encuentran el camino. Hasta los mismos filósofos del mundo vieron que Dios es la vida eterna, y que es la verdad digna de saberse. Mas el Verbo de Dios, que con el Padre es verdad y vida, se hizo el camino tomando la humanidad. Camina por esta humanidad para llegar a Dios, porque preferible es tropezar en este camino, a marchar fuera de la vía recta.
Más adelante, el obispo dice esto mismo de modo más extenso, más claro (y más difícil):
Sabían el camino, porque conocían al mismo que es el camino. ¿Para qué, pues, añadir lo de verdad y vida sino porque sabido ya por dónde se debía marchar, convenía también saber a dónde se había de marchar? ¿Quiso decir que iba a la verdad y a la vida? Iba a sí mismo por medio de sí mismo. Pero ¿acaso, Señor, para venir a nosotros te habías separado de ti mismo? Porque yo sé que recibiste la forma de siervo y viniste en carne mortal, permaneciendo donde estabas, y a este lugar tornaste sin dejar tampoco aquél al que habías venido. Luego si por esta vía volviste y por ella tornaste, fuiste camino, no sólo para que nosotros fuéramos a ti, sino también para tu venida y tu vuelta. Cuando, pues, te dirigiste a la vida, que eres tú mismo, llevaste tu propia carne de la muerte a la vida. Y así, en tanto que la carne pasa de la muerte a la vida, Cristo viene a la vida. Mas como el Verbo es la vida, Cristo vino a sí mismo. Porque Cristo es una y otra cosa, a saber: el Verbo es carne en la unidad de la persona. Dios había venido a los hombres por medio de la carne; la verdad había venido a los mentirosos. Porque Dios es la verdad, y todo hombre mentiroso. Al separarse, pues, de los hombres para irse allí donde nadie miente, levantando su carne, Él mismo se dirigió, en cuanto el Verbo se hizo carne (Jn. 1,14), por sí mismo, esto es, por su carne, a la verdad que es Él mismo. Verdad que logró mantener intacta aún después de su muerte entre los mentirosos. Ved cómo, al hablaros cosas que entendéis, me dirijo a vosotros en cierto modo, sin dejarme a mí mismo. Cuando dejo de hablar, vuelvo a mí en cierta manera, y permanezco con vosotros si conserváis los preceptos que habéis escuchado. Si esto puede la imagen que Dios hizo, ¿qué no podrá la imagen nacida del mismo Dios? De aquí que Cristo va a sí por sí mismo, y por sí mismo al Padre, y nosotros por Él vamos a Él y vamos al Padre.
Todo lo cual hemos de agradecerle al bueno de santo Tomás.

Y se alegrará la Virgen si precisamente hoy se lo reconocemos a su 'hijo' remolón.