domingo, 17 de septiembre de 2006

Dando vueltas

Por estos días, me fui a dar unas cuantas vueltas por el sur del país. Algunos pueblos y ciudades del sur del Chubut y del norte de Santa Cruz. Cansador. No importa -como no importa el resultado-, porque de todas maneras uno ama esas tierras. Lo cierto es que confirmo una y otra vez que, a varios efectos, la ausencia de vida intelectual y, más aún, espiritual, es un vacío palpable y dañino. No importa demasiado la cantidad de instituciones o la cantidad de actividades o iniciativas. Es el sentido y la calidad de lo que se hace, porque de eso resulta un hombre determinado y un clima social.

Si repito ahora lo que digo cada vez que voy, tiene que parecer machacón y aburridor. Pero lo repito igual: faltan monasterios. O cualquier cosa que haga lo que alguna vez hicieron los monjes. Sé que no es lo mismo. Que no estamos en la época en la que una tarea así produjo determinados resultados. No estoy hablando de una panacea universal. Digo que la combinación de ciertos trabajos con cierto espíritu, de cierta concepción con cierta finalidad, puede producir determinados resultados, que no son suficientes, admito, pero que son necesarios. Y a eso llamo monasterios. Y si nunca habrá, no habrá. Las consecuencias de ello serán las que fueren. Pero, entonces, siempre será así la Patagonia: esa mezcla de paisajes que por una razón u otra son entrañables; sumadas gentes de un tipo que en sí mismo es admirable; pero sumado también ese vacío que hace de aquello una tierra vacía, y no porque la población sea escasa en enormes extensiones de territorio. Sino que será un vacío de gentes vacías de si mismas, no tanto tierras vacías de gentes.

Pero volver hay que volver, así que vuelvo a la ciudad después de casi una semana medio apartado de lo que es noticia en el gran mundo y me encuentro con el revuelo del viaje de Benedicto XVI a Alemania y los dimes y diretes de sus palabras. Y se me hace muy similar a lo que veo cuando voy a la Patagonia.

Pues bien, ahí -entre otras palabras que dijo- está el famoso discurso de la universidad de Ratisbona y sobre el que se habla en estas horas.

Después de leerlo una vez, creo entender que lo que está diciendo es bastante más denso e irritante que una referencia al Islam. Es al menos una referencia al Islam -nada trivial, porque es en muy buena medida parte del esqueleto de su discurso-, pero no es valiosa por la mera coyuntura en cualquier caso, me parece, sino que es también una reflexión acerca de la relación entre la verdad, la fe y la violencia. Al menos se refiere al Islam. Pero no principalmente, ni notablemente dirigida a calificar al Islam. Pero si en todo caso en ocasión del Islam se dice algo, no se está hablando del Islam tanto como del cristianismo.

Lo mismo me parece que dijo en Munich, según la misma línea de ideas y forma de razonar.

Ahora bien.

Pienso siempre que cuando alguien habla sabiendo que habla urbi et orbi y que no llegará a la ciudad y al mundo sino a través de los medios masivos, y cuando uno cree saber cuáles son las categorías según las cuales se piensa en y a través de los medios masivos y las categorías con las que se piensa en el mundo -con medios o sin ellos-, cuando uno tiene una noción clara de cuál es la tópica al uso para pensar y sentir la fe, la religión, la religiosidad, el origen y el destino del mundo, el hombre, su origen y finalidad, la libertad, la sociedad y la relación entre la fe, la ciencia, lo social, la política, la historia y cientos de etcéteras, creo yo que, repito, cuando uno sabe todo esto, calcula también el efecto de sus palabras, la recepción que pueda tener, el modo en que habrá de ser tratado y entendido.

Pese a todo, cuando hay que decir una cosa, hay que decirla y el mal entendimiento -salvadas todas las intenciones de una parte y otra y la honestidad y eficacia para decirlo de modo que un hombre de buena voluntad lo admita si quiere- correrá por cuenta del que malentiende y es en desmedro del que recibe.

No creo que un hombre como el papa no adviertiera lo que dijo, releyendo al emperador Manuel, y lo que significa lo que dijo o cómo puede entenderse, aquí y ahora.

Sin embargo, como ya he dicho en otras ocasiones, hay una especie de equívoco respecto de qué le molesta al mundo del cristianismo.

Una mirada que a esta altura me parece ya cansadamente ideológica y frívola, diría que lo que más molesta es la distancia entre los postulados y las acciones. Dicen una cosa y hacen otra. No hacen lo que dicen. Hacen peores cosas que las que censuran o sostienen. Proclaman una fe que o no tienen o que, en cualquier caso, no cumplen. Sus obras desmienten su fe. Son hipócritas. Y cosas así.

Una buena parte del Islam, entretanto, así como otros, tiene algo 'personal' con el cristianismo, fuera como hubiera sido la acción del cristiansimo. Podrán ser más o menos corteses las relaciones entre ellos. Pero no parece tratarse simplemente de una convivencia de cosas opuestas y hasta contradictorias, en una relación de indiferencia o aun de comprensión mutua.

Muy bien.

La carta de Santiago -de este domingo- desafiando a la fe con obras (y a la encarnación en obras de la fe) es uno de los primeros debates a propósito de esta relación siempre discutible entre la fe y las obras. Entre ortodoxias y ortopraxis. Ni fue el primero Santiago, ni fue el último. Y el tema ciertamente es importante. Pero así como no creo que toda la substancia del cristianismo -ni siquiera del ser cristiano se agote en este debate tenso y falso entre ortodoxia y ortopraxis-, mucho menos creo que ahora se trate de esta cuestión (aunque habrá quien diga que siempre se trata en parte de esa cuestión de alguna manera..., y tendrá razón...)

Pero, veamos.

Encuentro entre otros un comentario a las palabras del papa. Se trata de un columnista del llamado progresismo. Tiene títulos de filósofo y entonces no sorprende tanto que pase por encima de lo elemental y vaya un poco más allá.

No es el mejor ejemplo, aunque vale también como ejemplo de lo que hace el periodismo: hablar de lo que le interesa en ocasión de algo que o no entiende o no le interesa. Y no solamente el periodismo. Porque es cierto que hay algo en la naturaleza de nuestro modo de ver las cosas -todas las cosas, Dios inclusive- que es eminentemente periodístico. Un modo que no se limita a los periodistas sino a los creyentes o no creyentes, se tratare de teólogos o filósofos, científicos o profesores.

Se podría decir que este columnista apunta a la cuestión central, a una parte de ella, y que no está poniendo en juego principalmente la posible distancia entre la fe y las obras sino que se dirige a impugnar que se sostenga una fe determinada con determinados postulados. Incluso una impugnación directa a un Dios mudo, lo que es una figura.

También este resumen
es en alguna medida periodístico, aunque con alguna diferencia en la metodología de razonamiento, en la intencionalidad y en el marco teórico. En este caso se nota más claramente la línea de argumentación, el esquema y el sentido de lo que se dice respecto de la definición y el papel de la razón en la fe que profesa el cristianismo.

A través de estos dos ejemplos se podría ver la diferencia, acaso. Y se podría de paso entender por qué la opinión general se agita cuando oyen nombrar al Islam y no se ponen tan nerviosos cuando se les dicen cosas que no están en condiciones de entender completamente. Hasta que las entienden. Porque, de hecho, es más duro lo que se dice sobre la naturaleza del cristianismo que lo que se dice sobre la jihad islámica.

Está el pecado del titular, ya se sabe. Tal vez por ese pecado de buscar algo 'picante' para titular, parezca más dura e intolerable -e intolerante- la referencia al emperador bizantino medieval hablando del Islam, que la exégesis acerca de cuáles son las dificultades de la razón moderna -tal como se la entiende y se la utiliza- para aceptar la fe.

Claro que lo dicho por Benedicto XVI bien podría tener enemigos a la derecha, también. Tal vez se le impute su deseo ecuménico. O por ejemplo, por el hecho de que con los mismos argumentos del papa se pueden impugnar las Cruzadas, la conquista en América y otras ocasiones tópicas y típicas de la considerada intolerancia cristiana y del impulso cristiano para difundir la fe y sus prácticas.

Sin embargo.

Si el cristianismo insiste en considerarse la religión verdadera y si insiste en considerar a Cristo el Unigénito de Dios, Dios mismo y Redentor del hombre, no podrá no resultar violento e intolerante.

Creo que hay en nuestras tierras otro ejemplo de cómo resultan estas cuestiones. He visto que se ha vuelto a repetir el argumento de que cuando la Iglesia habla de cuestiones sociales -o trabaja en ese ámbito- es más bien aplaudida, mientras que si habla de la vida es abucheada. Está, en este caso, mejor fundada la relación entre una cosa y otra, que en el propio documento episcopal que la formuló días atrás. Pero, a mi juicio, no tanto mejor que no me parezca que los argumentos esquivan la cuestión fundamental. Porque hay una verdad atenuada o esquivada cuando se atenúa o se esquiva la naturaleza y el sentido de la historia según el cristianismo. No es una cuestión ética, al menos no es principalmente una cuestión ética la que está en juego.

Creo que precisamente en ese punto está la parte más dura de lo que dijo el papa en Alemania, y creo que a eso también se refería, precisamente a la impugnación de una visión dominantemente ética del cristianismo y a la insubordinación de la razón, puesta a entender la revelación.

Si el cristianismo no se traiciona a si mismo deberá decir que Cristo es Dios y que es el Redentor y que hay necesidad de Redención y que ella proviene de los méritos de la Encarnación, Pasión, Muerte y Resurrección del Hijo de Dios, Jesús. En sus obras -en sus 'buenas' obras- tendrá lo exigido por su propia fe, como en ellas tendrá un 'argumento' para que a los hombres les parezca creíble esta fe. Pero no necesariamente.

Siempre se le podrá decir -y cada vez más se le dirá- que el cristianismo -específicamente el catolicismo- se arroga el papel de ser la fe, la religión querida por Dios; fe y religión que sostienen una iglesia fundada por Él. Hasta, como en este caso, se le imputará sostener una definición, un sentido y una finalidad para la propia razón humana.

Y entonces se dirá que esto es violento en cuanto tal, no importa cuán amablemente se porte un cristiano, cuán solidariamente.