lunes, 11 de septiembre de 2006

Diego Navarro

No encontré demasiado del poeta. Nada definitivo, al menos. Y está bien. Menos distrae el sabor de la poesía, a veces, no saber exactamente de dónde viene y qué puntos calza el hombre...

(Salvo, claro, que di con una referencia a un homónimo grancanario, interdicto líricamente por juzgarse más tarde que había sido políticamente incorrecto en sus afinidades políticas en la década de 1940, con la que se lo identifica. Vi que hay canarios que reivindican ahora al tal Navarro y a otros de su generación. De donde colijo que ha de ser, poco más o menos, porque la revista en la que lo encuentro -Escorial, diciembre de 1942-, cierra su contratapa con las "flechas de su haz..." Salvada también mi ignorancia y en parte justificada por el tal apartamiento en que dizque se lo ha venido teniendo. A quien quiera saberlo, el número de la revista costaba pesetas siete...)

Entonces.

En homenaje al bueno de Juan Martín, que está cumpliendo años hoy día y que certeramente eligió a Navarro de la ristra de poetas, sin hesitar, vaya para él parte de lo que no publiqué de sus versos y que hay en ese número de la revista.
A los jardines en que jugué de niño

¿Cómo pude vivir sin recordaros,
ríos de sol, jardines, fuentes mías,
en qué telar amor teje mis días
que no soñó con vuestros vientos claros?
Caminos de niñez, parques avaros
de vuestras rosas y canelas frías,
¿qué me decís ahora, en las vacías
horas que vuelvo mi palabra a daros?
Decidme el verso de la arena fina,
el gozo de los aros corredores
o la melancolía de esos bancos.
Una estatua de piedra en cada esquina
me va volviendo viejos los amores:
¿por qué, jardín de ruiseñores blancos?

Epitafio a una belleza y a un amor ya muertos

Tanto cielo murió de poco olvido
que poca tierra basta a su estatura;
de tal modo la muerte se asegura
en lo que, poco o mucho, amor ha sido.
Perdió el carmín la rosa, está perdido
cuanto aspiró a ser flor y fue dulzura;
y así busca refugio en piedra dura
para que dure el rastro consumido.
Nada sobrepasó la grave puerta
del frío del olvido y de la muerte;
del sueño en el que nunca se despierta.
Mas todo ha sido sueño; sueño verte
viva y hermosa, sueño verte muerta,
y sueño de mi sangre conocerte.

Atardecer por dentro y fuera

Ese color de tarde, esa hermosura
que a sombra va y a noche decidida,
norma dan al sosiego de mi vida
que en sombra muere apenas ya madura.
Esta sombra de raso, esta clausura
que encerrará la luz encanecida,
tranquilidad ofrecen a la huída
que el corazón presagia sepultura.
La tarde es sosegar. El día acaba
dando un ejemplo de serena muerte
que con los ojos de mi carne veo.
Ahora tranquilidad, ahora que cava
cada minuto sepultura inerte
a la fuerza del día y del deseo.

Y una décima, bajo un epígrafe del inspirado y extravagante romántico inglés, Percy B. Shelley: Let thy love in kisses rain.
Porque el amor no se atreve
a tenerte por pastora,
rebaño de besos mora
en tu piel, casi en tu nieve.
Pero es, doncella, tan leve
y tan liviana malicia
recrearse en la delicia
de tu sosegado amor
que todo el viento es temblor
de tu boca y tu caricia.

Le van a venir bien esos poemas al amigo, en su fiesta.

Pero, lo mejor, ahora que veo, es que me quedan más versos de Navarro para 'regalar'.

Qué otra cosa se podría hacer con la poesía.