miércoles, 1 de noviembre de 2006

Día de Muertos


Apenas por unas horas no estuve en la imponente celebración del Día de Muertos en México. Pero estuve en la no menos imponente omnipresencia de las vísperas.

Así vi preparar por todas partes los altares de tres pisos (tierra, purgatorio y cielo, casi como nuestra rayuela...), vi vestir a La Catrina, esa impresionante Dama de la Muerte, una huesuda que allí hasta bonita resulta; como vi adornar las casas (con la ventana con guirnaldas y flores, a través de la cual se verá el altar al muerto o los muertos que habrán de honrarse...)

Seguí los rituales en Guadalajara, Jalisco. Recorrí la feria del Día de Muertos en la Vieja Alameda, comí el Pan de Muertos con sus formas de huesos y calaveras. Comí las propias calaveras de dulce y mazapán.

En una comida familiar, hasta ayudé a los chicos de la casa a decorar un trabajo práctico escolar, porque me conminaron: ¿de qué vestimos este esqueleto para recortar y colorear y adornar?

Nunca había estado por aquellos lares para estas épocas y por lo mismo es la primera vez que me topo con el festejo.

Tal vez, esa misma palabra 'festejo' nos resulte agridulce a los que no estamos acostumbrados a esa presencia social, callejera, de la muerte y de la Muerte, con mayúsculas de personaje familiar y -por raro que suene- esperado. La espera es tanto la del día de su conmemoración, como la de la cosa misma. Los chicos juegan juegos por estos días que tienen a la muerte como protagonista, hay incluso ristras de versos en los puestos y tiendas que mentan a la muerte en todos los tonos (desde la amonestación hasta la broma) y su acompañamiento en todo asunto (desde la educación hasta el amor) y que se compran por unos pocos pesos.

Cuando veo algunas de aquellas cosas que hay en América, me pregunto si no estamos como a medio terminar los argentinos (supuesto que estuviéramos hechos en algún sentido...)

Por aquellos lados -y por más que en tantas ocasiones las cosas sean sincréticas y hasta malversadas ideológicamente-, es tan fuerte la presencia de una cultura cuando uno la ve, es tan intrincado el tejido de ritos y son tantas las capas de siglos y costumbres, que me pregunto, cada vez que los visito, si acaso no somos tan próximos en el espacio como lejanos en los tiempos y la pertenencia. Incluso, aun cuando ellos miran a la Argentina y ven que viven aquí hombres y mujeres de esa raza de semidioses petulantes, tan versátiles y hábiles en las cosas del cielo y de la tierra, de las manos y de la cabeza... Aun cuando resultamos advenedizos y groseros, tanto como dúctiles y capaces...

Me pregunto si los argentinos -y especialísimamente los del puerto de Santa María- tenemos alguna noción de lo que significa América.

Tal vez, pienso ahora, signifique algo que incluye esta nota disonante que somos.

Tal vez.