martes, 28 de noviembre de 2006

A esta misma hora, en este mismo lugar

Las virtudes están tramadas de rutinas. Y los vicios, claro, que son la contraparte.

Hábitos, rutinas, costumbres.

Cosas que se hacen a horarios fijos. Cosas fijas a horarios fijos. Como los gestos repetidos, hasta palabras repetidas. Sonrisas, movimientos, ademanes, muecas, enojos. Y pensamientos, también. Y afectos, emociones, sentimientos. Caminar a un lugar, hacer lo mismo al llegar. No ir. Siempre evitar.

Rutinas. Que en general dejan de ser rutinas cuando dejan de ser cosas repetidas y son la cosa misma que se hace y se dice y se piensa y se siente. Cuando ya el valor de repetición, el andamiaje, no es necesario. Dichosas algunas, hasta en lo que tienen de rutinarias y por lo que tienen de rutinarias. Como débiles otras, porque su rodar suena más estridente que lo que rueda.

No siempre nos damos cuenta, creo, de lo mucho que hace con nosotros -y de nosotros- esa moliente rutina. Nos hace. Y tanto.

Tal vez, solamente cuando hay que desarraigar un gesto, cualquier cosa, aquello macerado en giros y giros repetidos, es cuando advertimos cuánto estamos hechos de vueltas y vueltas de lo mismo y por lo mismo.

Hay quienes sueñan con una especie de bendición de lo irrepetible, de lo nunca hecho, visto, dicho. De lo nunca pensado, sentido. Que hay quienes sueñan con lo inédito siempre, donde la rutina es que cada cosa tenga que ser distinta. Quieren el resultado, sin el procedimiento.

Y al revés.

Hay quienes se refugian en el procedimiento. Y esa ansiedad del refugio tibio de lo consabido, cuando refugio, tibio y consabido no son más que sinónimos bonitos de una penosa ansiedad.

Como hay el gozo de lo conocido, donde también una cosa es sinónimo de la otra, a Dios gracias.

¿Y esto a qué viene? ¿Por qué lo digo? Pues, por cuatro cosas. Que se alinearon en mi cabeza, de pronto, como pasa a veces que de las cuatro puntas de la vida aparecen cosas distintas en un mismo punto, y al mismo tiempo.

En realidad, dos no tienen gracia (habría que hacer muy cortos dos cuentos muy largos); y las otras dos... no tienen importancia.

Vale lo mismo.