lunes, 27 de noviembre de 2006

Rex

El curita trató de explicar la realeza de Cristo. Nos dijo que Jesús se presentó a los suyos en su tiempo hablando de figuras -y en figuras- para todos reconocibles. El buen pastor le habla a los pastores; como a los pescadores les habla de pescas y barcas.

Así, a los que viven bajo reyes les habla del reino y de su realeza.

A nosotros, decía, esta figura no nos dice nada, pero en aquellos tiempos no había democracia. Con todo, como al pasar y sin darnos cuenta -dijo, y sin poder resolver la evidente aporía- en el Padre Nuestro volvemos a toparnos con imágenes regias: 'venga a nosotros tu Reino'.

Total que el curita se metió en un matete, no mal fraseado, políticamente correcto (porque así tiene que ser), pero completamente inconsistente. En parte porque para poder decir lo que él quería decir tenía forzosamente que decapitar -además del Reino y el Rey- el texto. Y el Libro entero, si vamos al caso.

Para que fuera enteramente sólida su mirada sobre el sentido de las cosas, no solamente tendría que redefinir, reemplazar o explicar cada referencia regia en las escrituras. Eso no sería nada. El asunto es que expresiones como 'el palacio de la papa frita', 'el imperio del calzado', 'el rey de la goma' deberían dejar paso a otras más acorde con la 'construcción democrática' en el imaginario colectivo.

Y no. No hay caso. No se logra reemplazar la figuras y las metáforas regias con otras más horizontales.

Será que la monarquía, además de ser lo que es, es signo y cifra de algo de lo que no puede ser signo y cifra la democracia, tal vez por ser lo que es.

Hay una carnalidad monárquica que seguramente celebrará el que no se pueda. Y en cuanto carnalidad y autocomplacencia carnal, me parece patética. También los judíos esperaban un rey y no tenían mucha idea del sentido de su monarquía.

Como hay una carnalidad popular que se resentirá no de la carnalidad monárquica -que puede hacer resentir incluso a un monárquico no meramente carnal-, sino del sentido mismo de la monarquía.

Puede ser. Y más bien, es.

Pero eso no tiene nada que ver, en realidad.

Si no lo dije ya (que ya lo dije), lo digo ahora: los símbolos bajan, no suben.

Nuestra inventiva, nuestra creatividad simbólica no es ni mayor ni mejor que la divina.