jueves, 1 de febrero de 2007

Algebritmos logaraicos

Vengo estos días viajando mucho en tren.

Con la cabeza en las nubes.

Mitad por la vida (así es la vida...), mitad por las insípidas cuestiones urgentes (es cierto que a las nubes no llegan...), mitad por mis esfuerzos filoastrofílicos algo desastrados, pero pertinances.

Y harto de mis fracasos (en varios de aquellos órdenes) fue que derivé así por mis pobres conocimientos matemáticos, mermados físicos, nulos químicos (puedo aburrir exasperantemente con mis ignorancias en estos rubros...)

En las nubes, sin embargo, las cosas se ven de otro modo.

Por suerte, me digo pobremente consolado. Fue mi procedencia anumérica -ayuntada a una naturaleza algo despreciativa y menoscabadora- la que me enfrentó con juegos de palabras y desafíos matemáticos. Una especie de inquina justiciera, concedo.

Por ejemplo.

Supongamos.

Si uno dijera:
Sólo sé que nada sé.
Todo es nada.
Nada sé, entonces lo sé todo.
Vivo sin vivir en mí.
Muero porque no muero.
Amo y así sé que no amo.
Amo y así sé que odio.
Siempre es nunca todavía.
El tiempo nos hace eternos.
Soy libre de ser tu esclavo.
Todo me falta, entonces todo tengo.
Es esta enfermedad la que me cura.
Este remedio es el que me mata.

Y bandadas de frases de este tipo...
Entonces.

Supongamos que tradujéramos a números o valores equivalentes (no tengo idea de cómo lo haría ni tiempo para inventarlo) y con ellos postuláramos ecuaciones cuyo signo igual sería la cópula (reducidas todas las expresiones anteriores, como corresponde, a términos unidos por la cópula).

(Tal vez alguien ya lo haya hecho. Muy 'seriamente', quiero decir. En general, digo, porque no hay que generalizar. Alguien que no fueran los lógicos matemáticos, los positivistas lógicos y los neo, los dialécticos-matemáticos cuasi neopositivistas, y sus vericuetos de tautologías, sinsentidos, tablas y galimatías de verificaciones formales y sentimemas semialogísticos...)

Bien.

En algún lugar (y estoy dispuestísimo a admitir que en algún lugar ignoto de este muy posible dislate), las cosas se pondrían de tal suerte que podría resultar que estuviéramos diciendo matemáticamente (no digo que exactamente): 0 es igual a 1.

No.

No trato de hacerme el gracioso ni el ingenioso.

Me parece estar oyendo tambores algebraicos de guerra batirse en algún lugar del éter, pero aun así digo que por esta vía (a la del tren me refiero también pero no exclusivamente), y andando uno en las nubes, se llega a la conclusión renga de que la matemática no alcanza a solventar los desafíos poéticos que presenta, no la poesía, sino la realidad.

Porque cuando la poesía (y la realidad, claro) dice lo que dice -no importa cómo se tradujere eso en una ecuación o tabla-, dice siempre que cero es igual a cero y uno es igual a uno.

Y fue caminando hoy hasta casa por la avenida de los franceses (escoltado por incontinentes aeróbicos nocturnales) que advertí como por iluminación que este pseudodescubrimiento tardío e inútil, era bellísimamente aplicable también a la política, para empezar.


Tengo algunos viajes más en tren por estos días. Y me esperan insipideces todavía, algunas. Y sigo en las nubes.

El año tarda en empezar.

Perdón.