martes, 6 de febrero de 2007

Indec











No es muy ingenioso que digamos.

Pero tal vez tenga la virtud de 'graficar' bastante bien lo que pasa con muchas cosas en este valle de lágrimas.

Por ejemplo.

Supongamos que lo que en el dibujo es el cielo fuera el símbolo de algo, incluso algún ámbito o actividad. Y lo mismo con lo que en el dibujo es el mar (o el agua): otro símbolo de un ámbito distinto, de otra actividad.

La luna, entretanto, es -en principio- la misma cosa. Y significa algo que al verse en un ámbito u otro, en una actividad u otra, se ve distinto. ¿Será algo distinto? ¿Será algo, siquiera?

Podrían considerarse algunas otras cosas también, siguiendo la lógica del dibujo, si es que algo así existe aquí, y el dibujo es más que un simple juego.

Buena parte del argumento del mito de la caverna está en las vértebras de este dibujo, incluso con el propio argumento invertido y algo desquiciado.

Sigamos por un momento el dibujo. Y a Platón.

Supongamos que lo celeste es arquetípico y lo marítimo sublunar y mundano (después de todo, hay una larga tradición detrás de esta simbología, de modo que como dijo aquella 'monjita': "pueden creerme porque no la inventé yo...")

No hace falta forzar mucho las cosas para seguirle el juego a Platón: hay que admitir simplemente que detrás de lo visible hay algo invisible.

Volvamos a la combinación dibujo-Platón.

¿Cuál es la realidad? ¿Qué pasa con la realidad de este mundo (mar) cuando se la vuelve arquetipo (celeste)? ¿Qué pasa con el arquetipo (celeste) cuando se lo vuelve una cosa de este mundo (mar), opuesta al arquetipo? ¿Es solamente un juego de oposiciones? ¿Es solamente un juego donde ni siquiera hay oposiciones porque no hay realidad? ¿Nomina nuda tenemus...?

Sí. Es bastante platónico todo esto.

Y a la vez paródico. Muy. Tal vez más paródico que platónico.

Y en eso mismo se parece al 'discurso' político. A la constitución del mundo que la política intenta una y otra vez. Y con alguna frecuencia -alguna creciente frecuencia- logra.

Al menos, Platón creía inamovible lo invisible celeste.

El discurso, entendido como ultima ratio, tiene que crear la referencia en el marco del mismo discurso. La referencia es el mismo discurso, en cuanto discurso mismo, no en cuanto que une partes con referencia fuera del discurso. Porque no hay nada, ningún ser real que sea la referencia, fuera del discurso.

No importa lo chueco que se vuelva el mundo así constituido en arquetipo provisional -hasta que lo cambie por otra verdad oportuna- a fuerza de discurso.

Como si uno dijera, entre otros millones de arquetipos fuertes a fuerza de discurso: "el aborto es un derecho (*)" o "el índice de inflación de enero fue del 1,1%".

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(*) Creo que, bien mirado, un progresista concienzudo y serio debería impugnar la connotación positiva de la palabra 'derecho', allí donde apareciere. Y no por 'la derecha', que eso sería vuelo bajo...