domingo, 11 de marzo de 2007

La vida es (peligrosamente) bella

Hace algunos años, en un vuelo por el interior de México, tuve una de esas conversaciones más o menos formularias, con una vecina de asiento. Muchacha de unos 24 ó 25 años, iba a Tijuana a visitar por unos 15 días a su novio trasladado a esa ciudad por el banco en el que trabajaba.

De formularia más o menos -y como el vuelo era larguito-, la conversación pasó a perspectivas algo menos ocasionales, como sin querer. Al intercambiar los legajos personales más o menos públicos, fue inevitable que surgiera la cuestión de los hijos. No solamente la cantidad, que ya para ella era un motivo de inquietante sorpresa, sino el hecho de tenerlos o no. Antes, aun, el tema del matrimonio y la familia, como proyecto, como plan, como misión o vocación. O como mero gusto personal.












Por cierto que la niña desarrolló con gracia su punto y me regaló un discurso más o menos tópico, pero muy bien trabado, cuyo eje era básicamente un planto por la horrenda realidad del mundo, al tiempo que una proclama de responsabilidad planetaria y cívica, un verdadero acto de amor humano, que le impedía traer a un niño a sufrir a este mundo tal y como estaba, tal y lo que era.

Catástrofes, injusticias, atropellos, desempleo, contaminación, violencia, insania... No, un niño no merece que uno lo traiga a este valle de tales lágrimas... Sería un acto de egoísmo irresponsable.

Llegados a este punto, me pareció que poco había para decir sobre el núcleo duro del asunto.

La conversación rumbeó entonces para otros lares. No tanto, sin embargo, que no tuviera ocasión de preguntarle -tal como suelen ser esas conversaciones 'sociales', tan salpicadas y algo saltarinas- si estaba contenta con su viaje a Tijuana, si le gustaba su país, si era feliz con su familia, si le gustaban cosas y cuáles y por qué, qué había estudiado, qué zona de México le gustaba más, en qué parte del mundo le gustaría vivir y por qué, qué tipo de comida mexicana le gustaba más de entre la variadísima mezcla de sabores que se usa por allí.

Y así.

De veras se la veía conmocionada y feliz con la existencia entera. El encuentro con su novio después de un par de meses, más o menos, la tenía en vilo y probablemente estaría en disposición de admitir que la vida era maravillosa y bella, la miraren por donde quisieren. Pero, a la vez, parecía una persona básicamente sana, afectiva y psicológicamente, de modo que su felicidad no necesariamente tenía origen en la feniletilamina.

Su discurso tópico sobre la responsabilidad humana de no traer a sufir a un niño a este mundo que está tan 'canijo' y malvado, parecía desmentida por completo por su radiante alegría, por su celebración de la animada existencia de todas las cosas. Era una muchacha vivaz, agradable. Aquellas palabras de pancarta de marcha "pro choice", esos argumentos ideológicos acerca de que no podía cometerse el crimen de traer un niño a este mundo (en el que resultaba que ella era tan feliz y del que ella tomaba tantos motivos de complacencia y en el que se sentía tan cómoda), sonaron de un modo algo extravagante que, si no me equivoco, ella misma me parece terminó por advertir.

Espero.

Claro que es verdad lo que dice el humorista: hay una cuota de valentía necesaria para enfrentarse al riesgo de la existencia.

No sé si lo diría él por las misma razones que yo u otros. Pero es verdad: lo que está en juego en la existencia es tan pero tan grave y riesgoso que sí se necesita valor para enfrentarlo.

Como, por ejemplo, que una de las cosas que se juega uno al existir es la vida. O la muerte.