lunes, 30 de abril de 2007

Éowyn revisitada

A propósito del asunto, por una vía extraña, aunque no fortuita, hubo ocasión de desempolvar algo que había olvidado por completo, escrito hace algunos años en ocasión de idas y vueltas alrededor de las figuras de la obra de Tolkien y sus cualidades emblemáticas.

Un fragmento de aquello viene a cuento. Así que, aquí viene...
...En lo que hace a Éowyn, no está de más repasar la verdad de la historia, tal como el propio JRRT la concibió. Al fin de cuentas, es la única verdad sobre Éowyn que hay a mano, si es que uno quiere fijarse en ella. Siquiera para usarla como metáfora de algo. O simplemente para entender.

Las palabras que se refieren a esa historia, en parte desdichada aunque como tantas otras en la obra es eucatastrófica, están en la novela bastante claras. JRRT, por otra parte, habló de ella en sus cartas, aunque mirándolo bien admite en una de ellas (la imprescindible Carta 131, en la cuenta de la edición de Carpenter-Tolkien), puntos que son los lindes de la importancia que tiene el amor:

Puesto que ahora intentamos tratar la “vida corriente” que mana siempre inextinguible bajo el pisoteo de los acontecimientos y la política mundiales, intervienen historias de amor, o el amor de modos diversos, del todo ausentes en El Hobbit. Pero con respecto a la más alta de las historias de amor, la de Aragorn y Arwen, hija de Elrond, sólo se alude a ella como a algo conocido. Se la cuenta en otro sitio en un cuento corto, De Aragorn y Arwen Undómiel. Creo que el simple amor “rústico” de Sam y su Rosie (no elaborado en sitio alguno) es absolutamente esencial para el estudio de este personaje (el del héroe principal), y para el tema de la relación entre la vida ordinaria (respirar, comer, trabajar, engendrar), las misiones, el sacrificio, las causas y el “anhelo de los Elfos” y la mera belleza. Pero no diré más ni defenderé el tema del amor equivocado percibido en Éowyn y su primer amor por Aragorn. No creo ahora que se pueda hacer mucho por enmendar las faltas de este largo cuento que abarca tanto, o volverlo “publicable” si no lo es ya ahora....

Una joven noble, de la estirpe de reyes de Rohan, jinetes y guerreros, hambrientos de gloria y hazañas. Hombres éticos, que diría Kierkegaard, no hombres religiosos, guerreros. Sensibles por lo tanto a las luces de estadios diferentes de los suyos.

De Éowyn se dicen varias cosas:

Estaba sujeta a Théoden, destinada y como condenada a cuidar a un hombre grande y viejo, en decadencia, que chocheaba y se obnubilaba con las palabras pérfidas de Grima Wormtongue.

Estaba, por su deseo de honrar su estirpe más que a su propia naturaleza femenina, deseosa de acometer las hazañas que sí podían los hombres de Rohan. Se diría un rasgo de masculinidad en su personalidad que empalidece su naturaleza femenina y confunde sus apetitos, sus pasiones y los motivos de sus acciones, aunque Gandalf entiende que en un cuerpo de doncella haya un espíritu magnificente no menor al de un rey. Esa es la razón que dan los sabios cuando explican por qué miraba como miraba a Aragorn, para ella el emblema de las hazañas, superior a los jinetes de Rohan.

Aragorn ciertamente ve su nobleza, su belleza, y los dones de su naturaleza más que los de su estirpe, aunque se da cuenta de la valía de aquella mujer semejante a un varón, por así decir, en su fiereza y orgullo; pero también percibe desde el comienzo la obscuridad en su corazón, cuando al darle una copa su mano roza la de ella que tiembla en su presencia. No bien ve esto, ya nunca más le sonríe hasta que ella no esté al fin curada. Y hace bien. Aunque, en esa distancia que él le impone, Éowyn vea al fin un motivo más de desesperanza.

Parece claro, y así se dice, que en su corazón ya había una semilla de oscuridad anterior al encuentro de ambos.

De ella se dice que sufre varios males. Uno de ellos, el último en el tiempo, es haberse enamorado de Aragorn. Pero lo principal no es esto, según explica bien Gandalf. Muy adentro de su corazón entraron también las palabras de Wormtongue, siervo del Saruman corrompido, siervo de Sauron, y esas palabras hicieron mella y huella. Su falta de esperanza y hasta su propio deseo decepcionado y frustrado de glorias guerreras, confundido con su enamoramiento.

"...En sus amargas vigilias de la noche, cuando sentía que la vida se le empequeñecía, cuando sentía que las paredes de la alcoba parecían cerrarse alrededor de ella, como para retener a alguna bestia salvaje...". Y fue allí que frustrada alimentó esa oscuridad, muy anterior al encuentro con Aragorn.

Ella lo llama finalmente su señor y curador, pero no fue Aragorn quien la curó de aquello más grave, de la sombra y de los efluvios de la sombra, del daño que mostraba aquel brazo que sostiene la espada y que era el que estaba lleno de tristeza y sin vida. Sí la curó de lo menos grave: su brazo roto, el brazo que sostenía el escudo en la batalla con el Nazgûl en los Campos del Pelennor y a la que ella fue con el deseo de morir, amargada por tantas decepciones y desesperanzas mezcladas.

"...Pocos dolores entre los infortunios de este mundo amargan y avergüenzan tanto a un hombre como ver el amor de una dama tan hermosa y valiente y no poder corresponderle

... Éomer, puedo decirte que a ti te ama con un amor más verdadero que a mí: porque a ti te ama y te conoce; pero de mí sólo ama una sombra y una idea: una esperanza de gloria y de grandes hazañas... Tal vez yo tenga el poder de curarle el cuerpo, y de traerla del valle de las sombras. Pero si habrá de despertar a la esperanza, al olvido o a la desesperación, no lo sé. Y si despierta a la desesperación, entonces morirá, a menos que aparezca otra cura que yo no conozco...", le dice lúcidamente Aragorn a Éomer.

Efectivamente, otra cura aparece para ella de su trato con Faramir, quien se enamora de Éowyn y quien le explica cuál es, a su modo de verlo, uno de sus males, el que parece el mayor y que en su versión se mezcla en realidad con el dolor de la doncella por Aragorn.

En las palabras y en el amor de Faramir es donde ella encuentra la cura: "¡Ya nunca más volveré a ser una doncella guerrera, ni rivalizaré con los grandes caballeros, ni gozaré tan sólo con cantos de matanzas! Seré una Curadora, y amaré todo cuanto crece, todo lo que no es árido. –Y miró de nuevo a Faramir.– Ya no deseo ser una reina..."

Mejor, dirá él porque no quiere tampoco ser rey. Faramir es un hombre de Gondor, del mismo reino que Aragorn, aunque no es un rey ni un numenoreano. Es un hombre excepcional, sin duda, de la misma laya que Aragorn y merece por ello servirlo. Pero es un hombre a la medida de Éowyn y de lo que ella en realidad es. Su plan es vivir en los prados de Ithilien, junto a la Dama Blanca, por debajo de los altos asuntos de quienes pertenecen a un estadio distinto del de ambos, tal como bien lo entiende él.

Parece claro que Éowyn no sabe exactamente cuál es y cuál ha sido su mal. Ni siquiera una vez que ha sido librada de él. Su modo de mirar, en cierto sentido bidimensional como corresponde a su estadio, hace sí que perciba claramente su liberación y se alegre por ello. A la vera de su cama en las Casas de Curación, los hombres más sabios, Gandalf, Aragorn, y algo menos Éomer, deliberan y exorcizan la sombra que la inunda y la cubre. Ella, mientras tanto, duerme, lejos, ajena.

Una lectura rápida, y en parte podría parecer también culpa del mismo texto, hace la impresión de que su amor por Aragorn es el eje de sus tristezas y desesperanzas.

Sin embargo, visto con más detalle, Éowyn es simétrica con Boromir, dos caracteres épicos y éticos; de modo que, en cierta analogía, el anillo es a Boromir lo que la gloria y magnificencia que trasunta Aragorn es a Éowyn.

Del fondo de su corazón, esencialmente noble, Boromir saca el resto que le otorga una muerte digna. Así, Éowyn tendrá que recurrir a la femineidad y a la sencillez de su naturaleza para abandonar sus sueños de gloria y de consecuente asociación a la gloria de Aragorn.

"Ya no quiero ser una reina", es la frase que indica que su amor era finalmente una mezcla y mezcla impura y que su origen y motivo están más bien dentro de la propia doncella que afuera.

La historia es más que el ejemplo de un amor frustrado y no correspondido.

Es también, y sobre todo, una mirada sobre la naturaleza femenina en particular y sobre el corazón humano, en general, enfrentado a si mismo, a sus deseos, a lo que se propone más allá de lo que es.

Podrá ser más -digamos así- romántico, y eventualmente oportuno o rentable para otros fines (como, por ejemplo, los cinematográficos), considerarlo solamente una historia de amor y aun de amor cortés y nimbado de motivos épicos, y esto es posible porque en un gran relato siempre hay capas y capas de sentido. Pero no parece que sea la historia que pensó JRRT. Y tanto no lo es que el propio autor lo dice.

De modo que al mirar la figura de Éowyn habría que verla en relación con el asunto principal, con el más alto, antes que como una novela intercalada de asunto propio.

Las razones por las cuales Aragorn se entristece en presencia de la doncella, tienen solamente en parte origen en el hecho de que él vea que ella cree amarlo y en que él sepa que no va a corresponderle. La ventura que Aragorn le desea desde que la ve, no se refiere solamente al destino final de lo que Éowyn cree sentir por él. Y así lo dice él mismo. Y esto dicho no tanto en relación con él, sino respecto de ella y de aquello que Aragorn ve en ella, aquello que él desearía que fuera su felicidad, según ve Aragorn la distancia entre lo que ella cree y lo que ella es.

La novela no es una telenovela. Y, a cualquier efecto, siempre conviene mirar con atención los asuntos delicados que JRRT ve con mirada penetrante.

Bien mirado, a su vez, hay algo similar en "Brideshead Revisited", la mejor novela de Evelyn Waugh. Hacia el final de la obra, Julia Flyte vive en adulterio con el narrador Charles Ryder, cuando se reencuentran después de años. La historia romántica terminará por disolverse. Ninguno de los dos volverá sin embargo a sus respectivos matrimonios mal hechos primero, y deshechos después.

Julia, católica durante mucho tiempo alejada de la práctica religiosa, volverá a su fe, precisamente enfrentada a la posibilidad de unirse a él. Charles, anglicano de origen y escéptico en sus prácticas, se convertirá al catolicismo.

Los amores personales no solamente dejan paso a cuestiones más altas y graves, a amores más graves y altos. Son en realidad esos amores más altos y graves la cuestión importante.

Y eso mismo es, al fin de cuentas, lo que pone a prueba a los lectores, porque todo lo que se recibe, se recibe al modo del recipiente.

Y porque no solamente la inteligencia juzga de las cosas. También las cosas juzgan a la inteligencia.
En esto pensaba cuando decía que Peter Jackson, a mi gusto, había trivializado tanto los caracteres como la misma relación de Aragorn y Éowyn.

domingo, 29 de abril de 2007

Dimi, cumpagna: Do you not know?

Alguna que otra vez apareció Éowyn por estas páginas. Y ahora aparece otra vez. Por tres razones. Y una razón es que la Serenatella de la entrada anterior me la trajo a la memoria. La otra razón es que en esta semana conversaba con una lectora de Tolkien precisamente sobre un episodio de la tercera parte -de la película, porque no está en la novela por cierto-, y es precisamente ése el punto que trae a la Dama de Rohan, otra vez por aquí.

Allá por el capítulo 6 (El rey del castillo de oro) del libro tercero, en la segunda parte, Las dos torres, Gandalf estaba en Meduseld de Rohan curando a Théoden de los persistentes maleficios de Saruman. Éowyn, sobrina de Théoden y hermana de Éomer, ve allí por primera vez a Aragorn.

Éowyn se reencuentra con Aragorn cuando éste se dispone a cruzar los Senderos de los Muertos, lo que está narrado en el capítulo segundo (El paso de la Compañía Gris) del libro quinto de la tercera parte, El regreso del Rey.

En el capítulo tercero (El acantonamiento de Rohan) del libro quinto, parte tercera, Aragorn ha desaprecido ya rumbo a los Senderos y Théoden reúne a sus guerreros en el Baluarte. Marcha precipitadamente a la guerra y Merry Brandigamo -que quiere combatir y acompañar al rey- debe quedarse allí con Éowyn, a regañadientes ambos. Ella, consolándolo, le da armas y armadura y, más tarde, cuando el ejército salió ya hacia la batalla, un misterioso jinete retrasado, que ya había llamado la atención de Meriadoc por la mañana, recoge al acongojado hobbit y lo sube a la cruz de su caballo, lo cubre con su manto y lo lleva al frente de batalla en Hoja de Viento, su caballo.
¡Gracias, gracias de veras! -dijo Merry-. Os agradezco, señor, aunque no sé vuestro nombre.

¿No lo sabes? -dijo en voz baja el Jinete-. Entonces llámame Dernhelm.
La próxima vez que Merry verá a Éowyn será cuando ella se enfrente al Capitán Negro de Angmar, que se lanza carroñero sobre el cuerpo muerto de Théoden. Y el hobbit verá que Dernhelm es en realidad Éowyn.

En la novela, tanto como en la película, Éowyn trata de persuadir a Aragorn de que no vaya por los Senderos de los Muertos, y, alternativamente -si ha de ir de todos modos-, trata de que la deje acompañarlo. El pasaje de Tolkien es tenso y la desesperación de Éowyn hace por momentos más transparentes sus afectos. Peter Jackson trató este asunto de una manera distinta y concedió algunas trivialidades innecesarias. Transformó en una simple historia de amor, casi bordeando el triángulo, lo que creo que tiene un sentido bastante más complejo.

(Dicho sea de paso: revisando cronologías a las que son tan afectos algunos, veo que Éowyn y Aragorn se encuentran por primera vez el 2 de marzo del 3018 de la Tercera Edad y que su reencuentro se produce entre el 7 y el 8 de ese mismo mes en el Baluarte. La tercera vez que se encuentren, será en las Casas de Curación, a partir del 15 de marzo, día de la Batalla de los Campos de Pelennor. Éowyn, tras la batalla y su estadía en las Casas, se encontrará con Faramir -también herido como ella, pero distinto- el 20 de marzo. Éomer, su hermano, después de los funerales de Théoden en Edoras, el 20 de agosto de ese año, anuncia el matrimonio entre su hermana Éowyn y Faramir, lo que ocurre efectivamente en el 3020, meses antes del final de Tercera Edad -final de esa edad que ocurre el 25 de marzo de 3021, tres años después de la caída de Sauron, o, como algunos consideran, en septiembre de ese año, tras el paso de los Anillos y varios héroes, más allá del mar-. Se da el año 82 de la Cuarta Edad como la fecha de la muerte de Faramir, quien había nacido en el 2983 de la Tercera Edad, por lo que tenía 35 años al conocer a Éowyn. Éowyn, entretanto, había nacido en el 2995 y no se conoce la fecha de su muerte. De este modo, para cuando conoció a Aragorn, la Dama de Rohan tenía 23 años. Él había nacido en 2931, de modo que por entonces tenía 87 años, pero hay que tener en cuenta que murió en el 120 de la Cuarta Edad, a los 189 años...)

Sin embargo.

Do you not know?

Veamos.

En la película, Jackson a veces mezcla palabras y diálogos e inventa otros. En el episodio cinematográfico de la partida de Aragorn hacia los Senderos de los Muertos, se dicen:
Éowyn: Why are you doing this? The war lies to the East. You cannot leave on the eve of battle.
[pausa]
Éowyn: You cannot abandon the men.
Aragorn: Éowyn...
Éowyn: We need you here.
Aragorn: Why have you come?
Éowyn: Do you not know?
Aragorn: It is but a shadow and a thought that you love. I cannot give you what you seek.
La primera oración de esta última respuesta de Aragorn pertenece en realidad a un pasaje del capítulo 8 del libro quinto de la tercera parte, Las Casas de Curación, ocasión en que vuelve a ver a Éowyn. Y son más o menos las mismas palabras que él dice, no a ella sino a su hermano, en una conversación con Éomer y Gandalf, junto al lecho de Éowyn, en el que yace, inconsciente y exangüe, herida por el señor oscuro de Angmar -y por otras heridas-; todo lo cual, tanto Gandalf como Aragorn, ven con claridad. Claridad sabia la del Istari; claridad humana, la del rey.

Y allí está incluso más o menos la misma expresión -Do you not know?- que Peter Jackson mezcla con otras palabras de Tolkien, en beneficio de su necesidad argumental, su leve sesgo cinematográfico, necesidad y sesgo que a mí se me hace que trivializan la cuestión.

Todo este asunto está lleno de claroscuros, por cierto, y perder de vista los matices que lo adornan es peligroso. Probablemente, supongo, Jackson pasó por alto los matices, y volvió casi ramplonamente romántico, lo que era épico o lírico. Y hasta trágico, en el sentido corriente y en el otro.

En las Cartas publicadas de Tolkien, hay solamente dos menciones a Éowyn, pero que conviene repasar con detenimiento. Una, es la de la Carta 131 -anterior a la aparición del libro, pues parece fechada alrededor de 1951-; la otra, más específica, es la Carta 244, un borrador de respuesta a una carta en la que se criticaba aparentemente la relación entre Faramir y Éowyn y el hecho de que ella amara a su vez a Aragorn...

Para quienes tengan interés, allí están, pues, los lugares de esta cuestión. Baste decir que -además de lo que dejó escrito sobre esto en la novela- las propias opiniones de Tolkien sobre el asunto darían para otra conversación.

Ahora bien.

El hilo tenue que une esto en mi cabeza con la Serenatella que canta Roberto Murolo, es aquella expresión que, el memorioso desmemoriado protagonista de la canción, supone que su compañerita de banco olvidada le diría, echándole en cara que él no entendiera ni supiera entonces -Do you not know?- que ella lo amaba en silencio:
Comm'è che allora nun capiste niente?!
Io te vulevo tantu bene, cride a me!...
A diferencia de Aragorn -desliz que se permite Jackson y que Tolkien no creo que admitiría, porque no lo admitió-, el desmemoriado memorioso de la canción, que ni siquiera recuerda el nombre de aquella compañerita de banco, puede decir que tal vez también él le respondería que la amaba en silencio, contestándole un posible Do you not know? napolitano:
E i' pure - lle risponno - te vulevo bene a te,
pecché nun ce capèttemo pecché?!
En fin.

El caso es que esta semana estuvo gobernada por esta no muy probable Éowyn de Nápoles. O -menos probable- por aquella compañerita de banco de Aragorn.

¿Qué?

¿Dije que había tres razones y solamente hablé de dos?

Puede ser.

Pero.

Ya se me hizo tarde.

Y en la cueva -como en las llanuras de Rohan o al pie del Vesubio- hace felizmente frío.

sábado, 28 de abril de 2007

Napule

Siempre se puede exagerar, claro.

Pero sumando y restando, tal vez lo mejor de estos días fue reencontrarme con Roberto Murolo. Me regalaron doce discos de todo Napule. Y hacía más de 20 años que esperaba.

Esa sonoridad del dialecto, esa connaturalidad para la música que tiene Italia...

Todos los 12 son una maravilla, pero la selección de uno de ellos me pareció inmejorable.

Dimme addò'staie; Ciccio Formaggio; Simme 'e Napule, paisà; Tamuriata nera; Vint'anne; Dove sta Zazà; Vierno; Munasterio 'e Santa Chiara; Serenatella a 'na cumpagna 'e scola; O vascio; Scalinatella; Me so' 'mbriacato 'e sole; Desiderio; Surriento d'e 'nnamurate.

Y entre varios, esa viñeta del recuerdo de una compañera de banco en la escuela, cuyo nombre se borró, pero no aquel temblor de verla cada vez que la veía... Y ese amor callado y secreto que ella gritaba silenciosamente y que -diría Chesterton, por un prodigio de imbecilidad no hemos oído...- 'ahora' viene a gritarnos melancólicamente, cuando es irremediable...
Serenatella a 'na cumpagna 'e scola,
ca se chiammava...'o nomme no, nun mm''o ricordo...
Tropp'anne só' passate, 'o tiempo vola...
e mo só' tante ca mme stanco d''e ccuntá!
Ma, comme fosse ajere, a me mme pare d''a vedé
a 'o stesso banco, proprio a fianco a me...

Cchiù tiempo passa e cchiù mme vène a mente
e, cchiù 'e na vota, sento 'a voce ca mme dice:
"Comm'è che allora nun capiste niente?!
Io te vulevo tantu bene, cride a me!..."
"E i' pure - lle risponno - te vulevo bene a te,
pecché nun ce capèttemo pecché?!"

Cchiù tiempo passa e cchiù mme vène a mente...
ma 'o nomme...niente, nun mm''o pòzzo arricurdá!

Algunos me dicen que el tango puede hacer cosas así.

Las habría hecho, pienso yo. Y no las hizo. Pero toda comparación es odiosa...

domingo, 22 de abril de 2007

Limbos, holocaustos y amores

En el previsible suplemento Countries del diario Clarín, hay unos bonitos mapas llenos de marquitas; en ordenadas listas alrededor de ellos dice ayer sábado que en las zonas norte y oeste del gran Buenos Aires hay
248 barrios cerrados
100 countries
29 clubes de chacras
7 megaemprendimientos
21 nuevos emprendimientos
y dice también que en la zona sur hay
33 barrios cerrados
33 countries
11 clubes de chacras
3 megaemprendimientos
7 nuevos emprendimientos
Yo les creo, más bien. Y no me voy a poner a contarlos uno por uno.

Digo esto -y estaba pensando en limbos- porque he visto -más bien, he oído- cómo se tironean si el limbo y el no limbo, a propósito del documento de la Comisión Teológica Internacional sobre el asunto, que, en general, quienes pontifican tanto no han leído, pues se publicará el 5 de mayo próximo.

Se me hace que buena parte de tales tironeos vienen quién sabe de qué arrugado rincón del alma, donde en un garito clandestino se apuesta a tener razón, o a ver cuándo Roma falla, esto es, cuando se equivoca. Y se equivoca, sobre todo en asuntos importantes, cuando no está de acuerdo conmigo, claro...

Me divierte un poco ver el equilibrio inestable del que tiene que enfrentarse al cable de equilibrista sin red con el latín en una mano y en la otra el limbo, por ejemplo. Y se pone a elegir cuál de las cosas que Roma dice son un acierto. Es decir, cuándo Roma acierta a estar de acuerdo con él. Y cuál de las dos lo hace tropezar. Y cómo hará para no tropezar. Supuesto claro que todo lo que dice que le importa con tanto ahínco, de veras le importara (cosa que es de buena educación suponer siempre, aunque uno suponga además que no siempre es verdad que le importa eso sino otra cosa, en beneficio de la cual usa eso de ariete...)

Y esto dicho por más que Roma no haya definido nada, sino más bien haya considerado el asunto en clave de esperanza congruente, cosa que sí se ha dicho ya.

Todo lo cual, por vías raras, me lo recordó también el fragmento del libro de los Hechos de los Apóstoles (5, 27-32, 40-41) que se lee hoy:
Los trajeron, pues, y los presentaron en el Sanedrín. El Sumo Sacerdote los interrogó
y les dijo: "Les prohibimos severamente enseñar en ese nombre, y sin embargo ustedes han llenado Jerusalén con su doctrina y quieren hacer recaer sobre nosotros la sangre de ese hombre."
Pedro y los apóstoles contestarón: "Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres.
El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús a quien ustedes dieron muerte colgándolo de un madero.
A éste lo ha exaltado Dios con su diestra como Jefe y Salvador, para conceder a Israel la conversión y el perdón de los pecados.
Nosotros somos testigos de estas cosas, y también el Espíritu Santo que ha dado Dios a los que lo obedecen."
Entonces llamaron a los apóstoles; y, después de haberlos azotado, les intimaron que no hablasen en nombre de Jesús. Y los dejaron libres.
Ellos marcharon de la presencia del Sanedrín contentos por haber sido considerados dignos de sufrir ultrajes por el Nombre.
He allí algunos puntos. Lea uno con detenimiento de qué se acusa a los apóstoles, qué y cómo contestan, cómo los tratan y qué hacen ellos finalmente y se verá, creo, sin cambiar mucho substancia y circuntancias, un catálogo de lo que un cristiano habrá de ver cuando los tiempos sean tales que una afirmación cristiana -y no a propósito del latín o del limbo, sino esa afirmación cristiana respecto de quién es Jesús- se cotice como allí se cotiza, cuando a un cristiano le toque en suerte mostrarse cristiano, si le toca, y más bien siempre le toca.

¿Y qué será eso? Pues no debe estar muy lejos de lo que dice para la propia liturgia de hoy el libro del Apocalipsis:
Y en la visión oí la voz de una multitud de Angeles alrededor del trono, de los Vivientes y de los Ancianos. Su número era miríadas de miríadas y millares de millares,
y decían con fuerte voz: "Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza."
Y toda criatura, del cielo, de la tierra, de debajo de la tierra y del mar, y todo lo que hay en ellos, oí que respondían: "Al que está sentado en el trono y al Cordero, alabanza, honor, gloria y potencia por los siglos de los siglos."
Y los cuatro Vivientes decían: "Amén"; y los Ancianos se postraron para adorar.
Por su parte, el pasaje del capítulo 21 del evangelio de san Juan (1-19), dice una cosa que no puede pasar inadvertida (además de muchas otras que allí hay):
Después de haber comido, dice Jesús a Simón Pedro: "Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?"
Eso es el versículo 15; poco antes ha dicho Juan que el discípulo a quien Jesús amaba, lo reconoce antes que todos y se lo dice a Pedro que se tira al agua, yendo hacia Él (probando de paso que tenía, como siempre, un amor impulsivo...)

Ahora bien.

Jesús en este pasaje le pregunta a Pedro si lo ama más que éstos (entre los que está Juan, incluso, el amado, y el único en quien no se cumplió lo que dice al final del pasaje acerca de la clase de muerte con la que habría de morir Pedro primero y los demás apóstoles después...) Y a cada pregunta de amor, el mandato de apacentar a corderos y ovejas, como fruto y obra de ese amor. Y está claro que Jesús en este pasaje usa dos veces la expresión corderos y al final ovejas. De todo ello dicen cosas muy penetrantes los Padres en la Catena Aurea.

Pero el 'más que éstos' es un asunto.

Y estoy seguro de que esta pregunta de amor está relacionada, por ejemplo, con el limbo tanto como con el holocausto terrestre del Cordero, la glorificación celeste del Cordero inmolado y el cuidado de los corderos y de las ovejas.

Como tampoco es improbable que lo que se dice a propósito de Pedro, cabeza de la Iglesia, esté dicho también a propósito de la Iglesia misma, por ejemplo.

Incluso respecto de ella podría leerse el pasaje final
"En verdad, en verdad te digo: cuando eras joven, tú mismo te ceñías, e ibas adonde querías; pero cuando llegues a viejo, extenderás tus manos y otro te ceñirá y te llevará adonde tú no quieras."
Con esto indicaba la clase de muerte con que iba a glorificar a Dios. Dicho esto, añadió: "Sígueme."

jueves, 19 de abril de 2007

Macedonio, el optimista


El discurso crítico propone la noción de umbral para leer el sentido fundante del legado macedoniano y desplegar la infinita riqueza de su escritura; la estructuración de la lectura en catálogos permitirá diversos abordajes al museo de la semiosfera macedoniana.

Esto es parte de una reseña bastante típica. Se refiere a un tomazo sobre la obra de Macedonio Fernández, que me gustaría leer, aunque imagino que -con este aperitivo a la vista- me tendré que tragar la jerigonzUBA de la semiótica. Pero si del otro lado de esa barrera insípida de pura iniciación a la nada, como es ese lenguaje estúpido de los profesionales de la literatura y la filología y la lingüística, si del otro lado, digo, hubiera siquiera algo, tal vez la pena valdría.

El caso es que llegué allí viniendo de otra parte en la que mentaban unos versos precisamente de Macedonio.
Creía Yo

No a todo alcanza Amor, pues que no puede
romper el gajo con que Muerte toca.
Mas poco Muerte puede
si en corazón de Amor su miedo muere.
Mas poco Muerte puede, pues no puede
entrar su miedo en pecho donde Amor.
Que Muerte rige a Vida; Amor a Muerte.
Al terminar la cita de los versos, el "autor" concluye que todo esto es demasiado optimista.

Creo que hay que darle la razón. Por supuesto que un ejercicio casi obligado es tratar de ver cuál es la parte optimista del asunto, y visto 'desde dónde' lo sería.

Puede que Macedonio haya enmascarado de metafísica barroco-quevediana, en clave de conceptismo recreado, cierto esoterismo romántico, y hasta romanticón. Por esas huellas, en parte, anduvieron tanto Borges como Marechal, cada quien a su aire, claro. Aunque mamando ambos de idéntica teta, por lo que aquí se vislumbra.

Pero la cuestión ahora es el optimismo demasiado.

¿Qué optimismo?

¿Que Amor no alcanza a lo que Muerte toca? ¿Que Muerte no puede con Amor? ¿Que Muerte rige Vida? ¿Que Amor, Muerte?

Habrá que ver, si hay para ver. Y con qué.

martes, 17 de abril de 2007

Soy lo que soy




Lo que me pregunto es, para empezar, por qué no hay un solo 'error' en el catálogo.

La suma de todas sus preferencias, opciones, gustos y militancias dan un número redondo. Ni una sola incoherencia, nada inexplicable. Todo previsible. Como si fuera parte de un credo, como si fuera un dogma y una liturgia. Lo que hay que creer, decir, hacer. La retahila parece una confesión de catecismo, pero al revés. ¿Lo hace porque quiere? ¿Es lo que prefiere? ¿Lo hace, lo dice, lo piensa por su sola y autónoma voluntad o solamente con su voluntad que asiente como quien asiente a los postulados, dogmas y liturgias de una iglesia?

¿De qué se queja, entonces? ¿Se queja o se ríe? ¿O se dio cuenta?

¿Cualquiera podría hacer su propia lista -'incorrecta', se entiende, de lo primero a lo último- y exhibirla en la portada del diario?

No, dirán. No al menos en 'este' diario. Para eso están 'los otros', los diarios que se glorían de sus opciones políticamente incorrectas, como éste pone en la fachada de su portada su escudo de armas. Y las publican en tapa.

Pues, digo yo, allá ellos.

En todo caso, igual interesa saber de qué son esclavos los que blasonan de libres.

Porque 'los otros' parecería que blasonan de que su esclavitud es verdadera libertad.

Mientras que ahora pregunto por aquellos que pontifican sobre su libertad libre de toda esclavitud, incluso de las esclavitudes que podrían ser el signo de una libertad.

Tal vez, solamente bastaría con admitir que practican una religión. Tal vez no puedan, claro.

Y no es tampoco que 'los otros' puedan decir con verdad que lo que practican es exactamente la religión que suponen. Pero al menos se los puede acusar de fariseos si se apropian de la religión que dicen practicar y la tergiversan, aun con las mejores intenciones. Y no es poca cosa vigilar (vigilarse...) esa apropiación y tergiversación, que tantas veces dice Castellani, por ejemplo, fue la batalla que Jesús se reservó para sí, de entre todas las que libró.

Pero.

En la medida en que haya quienes enumeren su credo para hacer saber que no son 'los otros' -o una caricatura de una caricatura de 'los otros', también...-, en la medida en que se blasone de no tener una religión y un credo, enumerando todas sus creencias y liturgias, creo que corresponde llamar libremente a las cosas por su nombre. Incluso para agregar una libertad más a la retahila de libertades.

Lo que es religioso, es religioso.

lunes, 16 de abril de 2007

What's Wrong With the World (IX)

En una de las conversaciones que susucitó esta serie, apareció la naturaleza política del hombre. Porque aunque se hable aquí de política en un sentido que podría parecer bastante peculiar, se está hablando de política al fin de cuentas.

La cuestión venía planteada en términos de cordial observación, pero creo que era una queja suave, también.

Y detrás de la observación, queja o pregunta, el punto era claro: ¿no hay nada que hacer en el orden histórico, en el orden político, en el orden natural? ¿Hay sólo que esperar el fin al final, el fin sobrenatural, y en el medio no hay nada que hacer?

La observación -que apunta y destaca la naturaleza política del hombre- quiere subrayar un apetito natural: vivir en sociedad. Pero no menos subraya sus secuelas también políticas, esto dicho en términos menos originales y más inmediatos.

Los hombres vivimos políticamente, porque la vis politica nos es connatural. Pero tenemos, además -y este punto es central-, cierta esperanza puesta en que de las acciones políticas venga algún beneficio plural. E incluso algún efecto histórico y hasta metahistórico, en algún y determinadísimo sentido, que es como decir de otro modo que lo político es necesario.

Y es muy verdad.

No hay que caminar mucho por allí para darnos cuenta de que hay que situar las palabras en su quicio y las cosas aína. Porque hay unos ejempluchos de política que harían cambiar rápidamente de tema. Siempre hay entonces un prolegómeno necesario: definir, decir qué significan las palabras que usamos. Y es más y más frecuente que las palabras nos lleven en direcciones extrañas, tantas veces contradictorias con las cosas que pretendemos mencionar. Política, necesariedad de la política, relación de lo político con lo sobrenatural. Peliagudas distinciones y precisiones le esperan al que se meta en ese jardín.

Con todo y eso, por nada de todo esto el hombre resigna su naturaleza política.

Lo que es muy cierto sí es que cambiando las cosas hay substitución y que en lugar de algo aparece otra cosa, que no sólo no es lo mismo sino que no siempre es real, además.

Ocurre también que, en lo que respecta a esa misma necesidad social y política, cualquier substitución impropia de lo que ordena esa necesidad o cualquier substitución de aquello que la plasma, se vuelve, por lo menos, tan infeliz como la absoluta ausencia.

Hacer mal la política a la que estamos vocados -en el grado y el modo que la hiciéremos-, y aun llamar política a cosas que pueden tener el nombre de cualquier otra cosa o vicio, pero no ése, es por lo menos tan insatisfactorio y frustrante como que se nos negara cualquier actividad social y política. Y a veces más. Porque -pongamos por caso y extremosamente- podríamos entender que no tuviéramos ocasión ninguna, que fuera imposible en toda forma ejercer los actos políticos y sociales, por coherción u otra causa. No moriría por eso el anhelo y tal vez se mantendría vivo y anhelante en tanto insatisfecho. Sin embargo, pretender que hemos satisfecho nuestro apetito natural con un substituto es tan peligrosamente engañoso como pretender que ya no tenemos hambre porque imaginamos haber comido, o aun peor, porque hemos hecho la mímica de ingerir y masticar, la de tragar, porque hemos obligado a los jugos gástricos a procesar ficticiamente ningún alimento et ainsi de suite...

Ahora bien.

ver
La oportunidad signa el arte de ocuparse de las cosas de todos, ya se sabe. Oportunitas, la modulación misma de la prudencia que es una virtud correspondiente con el mundo social y político, el mundo de los actos humanos respecto de los demás, juntamente con la justicia y la fortaleza, claro, pero antes en principalidad.

Saber la oportunidad significa exactamente saber varias cosas distintas: qué hacer, quién lo hace, cómo, cuándo, para qué. Y todas más o menos a la vez. Además de saberse esa arquitectura que permite ver la relación de nuestros actos con otras cosas, propias y distintas de nosotros, lo que está en nuestro poder poner por obra y aquellas cosas que no podemos violentar, si las queremos genuinas, claro.

Me parece que hay un planteo que anda por debajo de este asunto. Porque cierta ansiedad política ha campeado siempre en algunos. Ansiedad que a veces tiene el color de la vocación práctica, y de la específica vocación al gobierno de hombres. Y color, digo, porque me parece accidental. E incluso porque no creo que sea lo que parece ser. No por mala voluntad. Pero sí creo que es una especie de faude y produce una consecuente frustración.

La pregunta "quién dirá y hará lo que hay que hacer cuando no se sabe qué hacer y no hay quién lo haga", es un tópico muy a propósito de esta frustración. Y de este fraude.

Lo que creo más bien es que -en términos políticos, pero también en otros- son pocos los que hacen lo que no quieren y los que no hacen lo que quieren. Pocos. Algunos hay. Pero ni con muchos son los más.

No estoy hablando de las posibilidades indefinidas: yo podría fundar una dinastía de guerreros si las circunstancias me ayudaran y no tuviera que trabajar en el Banco de sangre de la Fundación Pérez; yo podría ser el zar de Mongolia si no hubiera nacido en La Paternal; yo debería haber sido el ministro de economía de Carlos Pellegrini o el ministro de Minería de Benito Juárez, si no fuera que nací unos ciento y pico de años tarde.

No. Es obvio que es ridículo.

Parece que hay que ver la cuestión de otro modo.

Aunque suene mal, cada quien se parece más bien y de algún modo a lo que hace. Porque cada quien hace más bien según es. No hay mucho misterio en esto.

Y por cierto que uno hace lo que puede también. Nada es tan implacablemente mecánico que a tales disposiciones tales implacablemente correspondientes acciones. Yo y mis circunstancias, claro. Pero ni tan peludo, ni tan pelado.

Porque más bien en la línea de lo que es cada quien, hace lo que puede según las circunstancias. Y finalmente es eso y no otra cosa lo que pasa en la vida de cada uno.

Ningún fatalismo en eso. Porque negar eso sería como postular nuestra más absoluta indeterminación, casi sin forma alguna, pura disponibilidad, sin finalidad ninguna además.

Tampoco tener varias disposiciones distintas significa que uno las actúe todas. Elige, más bien. Incluso cuando puede elegir. Lo cierto es que sin ninguna disposición es difícil actuar en un ámbito determinado, y en un sentido determinado.

Llaman a Cincinato y deja el arado, un rato cónsul y al otro general. Llaman a Alfredo y deja el monasterio para ponerse la corona anglia, llaman al anacoreta y lo hacen hombre del gobierno eclesiástico, papa, obispo, llaman al pacífco y rutinario obrero que será el líder sindical. Y sacan del retiro silencioso al profesor y lo hacen presidente...

Todos empujados por las circunstancias. ¿Empujados por las circunstancias? ¿Y lo hacen bien? ¿Y entran a los libros de historia como emblemas y capítulos, siquiera con mediana buena fama bien fundada y no simplemente con propaganda?

Pues, digo esto: eso es así porque nadie da lo que no tiene. Salvo que finja tenerlo. Pero no se puede. No se pudo. Nadie engaña a todos todo el tiempo. Si acaso algún tiempo.

De modo que, resumiendo, hay que tener algo para dar. Y querer darlo, claro.

Pero.

La cuestión aquí es doble.

Por una parte, habrá quien quiera dar algo -políticamente, digo- y puede confundirse fieramente y creer que tiene para dar aquello que querría dar. Y acaso no lo tenga. Y no por ello dejará de querer generosamente que las cosas, políticamente, pasen y se hagan.

Esta substitución es harto vista. Me basta -a mis ojos, claro- el simple ejemplo de muchos conocidos y amigos que suponen una vocación política, surgida de su interés y aun curiosidad por los asuntos del mundo, y del específico mundo de la política; una supuesta vocación surgida de su propia voluntad afectiva de querer hacer el bien a otros o dolerse de los males que a otros aquejan en cualquiera de las parcelas del específico territorio de la política, aunque no se las imaginan bajo la formalidad de actuar sobre ellas con acción que corrientemente llamamos política, necesariamente.

Y creo que muchos de ellos, tal vez la mayoría, se engañan en dos asuntos. Su preocupación es noble, su inteligencia es perspicaz, su juicio es recto y su voluntad bien intencionada, pero no son hombres de gobierno, lo que no quiere decir que en términos generales no sepan conducirse. Por otra parte, tal vez restringen en exceso el alcance de ciertas acciones en materia política e incluso del sentido mismo de la expresión 'hacer política'.

Hay política, Horacio, en más cosas que las que sueña tu voluntad política.

Por cada Cincinato, por cada Alfredo, por cada Bonifacio, arrancado de su vida y expuesto a la luz pública y a la acción política, hay innúmeras gentes que traman políticamente, no de cualquier otro modo sino políticamente, la historia política de una sociedad de hombres, aunque pareciera que nada hacen en ese sentido.

Pero, por otra parte, habrá quien quiera que algunas cosas se hagan en materia política y social, pensando que sin ello no habrá vida política y social posible, no habrá vida buena en la polis. Y puede estar en un error también él. Porque podría ser que acaso la vida buena social tenga un límite, digamos así; podría pasar que solamente sea posible algo de todo lo que se desea. Y podría pasar que no pudiera hacerse lo que es bueno hacer. Y hasta podría pasar que en un sentido no sea deseable pretender cierta concreción del bien social, y menos pretendido de cierto modo.

Supongamos in extremis la pobreza, o la enfermedad, o la misma guerra, o el hambre. Por no mencionar otras realidades humanas tan sociales como éstas -en virtud de la propia naturaleza social del hombre que rebota en otros- aunque menos visibles en un programa de gobierno. Pongamos por caso el dolor. O el amor, ¿por qué no?

Siempre habrá un escándalo, un tropiezo de los ojos, del corazón, una rebelión de nuestras certezas y complaciencias, ante el mal histórico, ante la visión del sufrimiento, de los desajustes, de lo que no está bien. Como podría haber, de otra parte, una especie de apetito siempre renovado de traspasar el límite de la felicidad posible en este mundo sublunar, de la riqueza, del bienestar. E incluso de lo mínimo o bastante para una vida digna.

Sí.

Con todo y eso, ¿cuánto de todo lo malo es evitable efectivamente? ¿Cuánto de todo lo bueno es deseable tener? Y me refiero al mundo en el cual la política reina, al mundo en el cual la política versa sobre estas cosas y se propone evitar las malas o conseguir las buenas, para todos, además, para la totalidad de todos.

¿Significa esto ninguna acción? ¿Por qué? Al contrario, significa alguna acción, algunas acciones, y aun muchas acciones. Y voluntad de servir a otros y a todos los otros, también en el arte de gobernar las cosas de este mundo.

Pero lo que, por lo pronto, seguro no significa es substituir esa plenitud celeste con terrestres ministerios omnipotentes. Ni siquiera con una expectativa inarrugable puesta en las cosas políticas y en lo que se supone que la política entendida corrientemente puede o debe hacer.

Por raro que parezca, tal vez hayan pasado los tiempos en los que podía discutirse sobre el maurrasiano politique d'abord. Ya se hizo, además. Ya se explicó durante años la supremacía absoluta de la contemplación y la necesidad circunstancial de la acción, según y conforme.

Y, para el caso y ya que estamos, el propio Maurras dijo lo que dijo:
Quand nous disons politique d'abord, nous disons la politique la première dans l'ordre du temps, nullement dans l'ordre de la dignité. Autant dire que la route doit être prise avant que d'arriver à son point terminus ; la flèche et l'arc seront saisie avant de toucher la cible, le moyen d'action précédera le centre de destination. Il s'agit donc d'une simple priorité chronologique dictée par le bon sens et non d'une primauté des valeurs. Au point de vue de l'importance, le n°1 appartient évidemment aux questions religieuses et morales, le n°2 aux questions sociales, le n°3 aux questions politiques. Mais, au point de vue de la marche et du moment, de l'ordre dans lequel le problème peut se traiter en fait dans les conditions de la France d'aujourd'hui, c'est le numérotage inverse qui s'impose le n°1 la politique, le n°2 social, le n°3 moral et religieux. Etant donné l'omnipotence de l'Etat centralisateur de qui tout dépend, il faut commencer par mettre dans l'impossibilité de nuire cet état antisociale, antireligieux et antimoral. Il faut ensuite, avec le concours de cet Etat redressé, introduire de sages réformes sociales enfin à la faveur d'une atmosphère sociale épurée et renouvelée, favoriser les entreprises de réforme religieuse et morale, ou plutôt assurer à leur expansion un champ de liberté plénière. L'Action Française fit de bonne heure cette distinction de sens commun : dans l'oeuvre de labour, la charrue importe bien plus que les boeufs qui la traîne, cependant, la charrue n'est point placée avant les boeufs, hormis chez les gribouilles conservateurs qui, naturellement, en sont toujours punis. (Mes idées politiques)
Tal vez Maurras vivió en un tiempo que le permitía tener esa expectativa respecto de lo que se podía hacer con el estado, más allá de que se podría discutir el sentido de la jerarquía maurrasiana y cierta confianza en lo que el estado podría hacer. Pero, como digo, tal vez ya no sean tiempos para discutir el asunto en términos tales. Tal vez sea otro el tiempo que nos toca. Y aunque la jerarquía de bienes sociales en sí no cambia, como la aspiración al bien de todos en la sociedad de los hombres no cambia, como no cambia la vocación y la necesidad social, puede pasar que mude el modo en que se plasme todo ello. Y que haya que hacer política de otro modo y respecto de otras cosas. Sin resignarlo por derecho, pero debiendo adecuarlo de hecho, para aplicar esa fuerza al punto que haga de palanca, tal y como el hombre por el que nos dolemos veramente lo necesita.

Así es como resulta un fraude decir que se hace política en un sentido, cuando lo que se hace es política en otro, aun pretendiendo que no se hace nada útil políticamente, ni siquiera algo político. Y eso traerá una frustración. Como es un fraude decir que se barrerá con todos los males de este mundo con la acción política como escoba. Solamente decir, en un sentido que se pretende exacto, que se acabará con la pobreza, más que una muestra de corazón generoso es una muestra de impiedad. Para con los que habrán de quedar pobres, para empezar. Y eso traerá otra frustración.

Hay más política y formas de acción política que las que se supone.

No deberíamos lamentarnos tanto de que la gente no lea ya lo que debería leer, y antes leía con provecho, si lo que pasa en realidad es que son analfabetos.

Dos ejemplos que se me hacen para nada inapropiados de esto mismo que postulo aquí no son otros sino los de Chesterton y Castellani, precisamente, de los que me atrevo a decir sin la más mínima duda que fueron hombres de la política, que fueron hombres políticos incluso y no solamente preocupados por las cosas políticas que se hacen, sino que algunas las hicieron ellos mismos. Como hizo política Aristóteles siendo el preceptor de Alejandro Magno, por ejemplo.

Entiendo, claro, que para aceptar estos ejemplos como pertinentes al asunto político, hay que hablar de política en un sentido que no es el corriente.

Pero, por lo pronto, es precisamente de la deformación que tantas veces se muestra en el sentido corriente de la palabra política, tanto como de la acción política, así como de las expectivas, fraudes y frustraciones que en ese caldo se cultivan, de donde creo que viene una buena parte de lo que está mal en el mundo. Hoy, al menos. Y de allí vendrán cosas peores, me imagino.

Y si siempre será verdad que hay que hacerlo todo y tratar de que salga bien, aunque eso no lo tenga que hacer uno solo, no es menos verdad que la prudencia es virtud con una pata en la intelección y otra en la acción.

Porque cada tiempo de la historia es también de algún modo el límite y el molde de lo que políticamente se puede hacer, el aviso acerca de en qué se debe trabajar políticamente y hasta de lo que se debe hacer y esperar aquí.

domingo, 15 de abril de 2007

Yo tengo fe en que todo va a cambiar


No me harán decir que es interesante.

Ni diré que "...es lo que hay..."

No, señor.

Pero, es lo que hay y es interesante.

Tal vez no podrían pensarlo en estos términos, porque tal vez para pensarlo en estos términos habría que concebir alguna finalidad y el fin de todas las cosas, de alguna manera. Pero esto de tratar de morderse la cola, girando en círculos, son como aprontes y prolegómenos. Como si se prepararan para un viaje y estuvieran viendo qué llevar, qué dejar.

Pensarán o sentirán tal vez que cada minuto es una cosa distinta y única. Que avanzan. Que si bien nada es para siempre, tiempo hay. Tienen tiempo.

Pero, no.

Buscan por allí y por acá. Será la guerra o la economía, será la cultura, la religión o la política.

Aun en círculos, se acercan a lo que buscan: formular un credo nuevo.

El cielo es el infierno.

sábado, 14 de abril de 2007

Don Cayetano

Hace unos cuantos picos de años quise embarcarme y dar la vuelta al mundo.

¿Quise? No sé. Tal vez quise querer...

Mi abuelo hizo eso cuando tenía unos 20 y tantos años. Un desengaño amoroso, creo, le hizo angosto el mundo de la pianura padana. Armó su baúl y se embarcó. Y aquí estoy yo.

Y allí estaba yo probándome las pilchas de marinero, cruzando a las corridas la avenida Corrientes, de naviera en naviera, viendo quién sería el afortunado irresponsable que se quedaría con mis servicios de ayuda de cocina. Y allí me entusiasmaba en el pasillo oscuro de un piso oscuro en un edificio oscuro de la Diagonal Norte, en fila detrás de unos marineros de verdad, todos griegos, susurrando en griego, para buscar no me acuerdo bien qué papeleta en el consulado del Pireo...

En uno de esos ajetreos, perdí a las corridas de Corrientes a Diagonal una magnífica pipa checoeslovaca (existía en ese entonces...) de raíz. Y al cabo perdí también la ilusión cuando entre tejes y manejes me quedé sin plaza en un buque de bandera griega y de quién sabe qué inconfesable procedencia que administraba una naviera heleno-argentina que decían era de Onassis y un socio...

Y me acordé de todo aquello -que nunca olvido y siempre añoro con nostalgia de lo que no hice- porque me hablaban hoy del incendio del Irízar en alta mar. Y a propósito del comandante del rompehielos, solo en su barco en llamas, me hacían recordar historias de principios de la guerra que mi padre me contaba sobre el Graf Spee -otro almirante- y su comandante Hans Langsdorf, batallando contra la Royal Navy, aquicito nomás, en la batalla de Montevideo y su soledad frente al muelle del Puerto de Buenos Aires, destruido su acorazado para que no cayera en manos inglesas.

Pero está el Don Cayetano, vean...

Si no hablé ya alguna vez de Mar del Plata en estas páginas, que sí hablé y mal, ahora digo que el Don Cayetano es barco pesquero marplatense que esta mañana fue recibido con aires de gloria al tocar puerto en Mar del Plata. Había rescatado a casi un tercio de los tripulantes del Almirante Irízar y de allí la banda y los vítores de los nativos y las bocinas de los barcos cuando entraba a puerto.

De pronto se me vinieron al humo todas las historias juntas de todos los mares del mundo que anduve desde chico. Y cómo me gustaba leerlos y verlos en dibujos.

De dónde me vienen esas nostalgias marineras no sé. Pero ahí están.

Navegar lo que se dice navegar, navegué mucho menos que lo que me pedían las tabas, siempre medio inquietas. De hecho, me embarqué cuatro veces.

Inolvidable navegación fue una por los fiordos del sur de Chile, en un barquito pesquero, casualmente aquel mismo año en que perdí la pipa y el mundo visto desde la cubierta. Pero, soy un poco malo para el mar, y lo supe cuando navegué en los buques grandes. De esas navegaciones -ya no librescas- me quedan los recuerdos de memorables 'fondeos', como llaman los marineros al 'mal de mar'. Me consolaban, una vez, diciéndome que el Almirante Nelson sufría peor que yo en el mar. Y era Nelson. No me consuela para nada ser igual a Nelson, qué quiere que le diga.

Pero ahí están los marineros. Ahí está el Don Cayetano, pesquero marplatense. Y ahí las decenas de imágenes marineras que aparecen de pronto como venidas de otro tiempo. O de un tiempo paralelo.

Como una irrupción de tormenta épica en una vida cotidiana e insulsa, amasada en trivialidades de Gran Hermano, boberías de los cotorreos políticos de entrecasa, declaraciones de directores técnicos...

De pronto aparecen fuegos en el mar, y capitanes solitarios, y abordajes y marineros, y pipas humeantes y barbas, y caballeros del mar y quijotes de timón, y náufragos y rescates, olas y vientos y fríos.

Y el pesquero marplatense, por supuesto.

jueves, 12 de abril de 2007

Chaucito



Dale, quedamos así..., ¿sí? Cuidáte...
Y eso fue nada más que una parte del final. Porque hay que ver lo que son los finales de las conversaciones callejeras. Llenas de morisquetas y modismos y llenavacíos insoportables y formularios, asqueantes de tan 'espontáneos'.

Qué puedo decir.

Me quedé pensando en la última palabra: Cuidáte.

Hubo un tiempo -...long, long, long time ago...-, en que al final iba un Ve con Dios.

Y, si lo pienso apenas, diría una obviedad que no hay cómo no suene ñoña y pietista.

Porque entre una 'compañía' y la otra, entre un cuidado y el otro -no sé que dirán otros, pero lo que es yo, hoy por hoy...- hay uno en el que no confío para nada.

lunes, 9 de abril de 2007

El paso

"Los días pasan", pensaba hoy a la mañana.

Y estos días pasados, pasaron.

Tendría que confesar que no tuve un intinerario del todo ordenado -como hubiera querido- para pasar estos días. Sí fue un dominante el paso, lo que pasa, el pasar. Recién hoy advertí -con esa sorpresa avergonzada de lo obvio- que en realidad pensé en la Pascua, aunque en cierta clave que supongo que viene junto con el almanaque, que también pasa.

Tal vez algo de todo eso vino en parte de una conversación del jueves. Alguno expuso cuestiones acerca de líneas y ciclos de la historia. Una cierta como desazón de ver repeticiones. Cosas únicas, inéditas y a la vez repeticiones de algún modo de otras cosas únicas e inéditas. Aquello que pasa y no vuelve, aunque de algún modo se repite, en algún sentido, con valor significativo o tipológico.

Hasta que lo que se ha sucedido -lo mismo no idéntico, y a la vez distinto- ya no se suceda. Y ya no haya más tipos y figuras.

Es lo que creo, al menos. Es lo que dije, además.

El viernes -ejemplo de lo mismo, creo- pasé el día con el recuerdo de siempre de todas las semanas santas de las que tengo que memoria. Una especie como de orfandad, de vacío. Sé que eso lo pienso y lo siento cada viernes santo. Y, por raro que suene, sé por qué: porque ese día no hay misa.

Son muchos los días que parece que uno puede pasar sin misa. Días comunes, digamos así. Pero esos días tienen misa. Al fin, uno sabe sin pensarlo siquiera que en esos días hay misa. Y el viernes santo, no. Y la falta, el saber que no hay, que ese día no habrá, parece que suspende todo, me lo deja en silencio. Un silencio que tiene tanta angustia como tiene consuelo, y pienso que así es también de alguna manera la fe que profesamos mientras estamos en este mundo, así es la esperanza que llevamos.

Cosas que vemos sin verlas, cosas que están pasando sin que las veamos. Como ese día del viernes sin misa, que es el día de la misa mayor, el arquetipo del sacrificio, de la ofrenda.

Esa noche, tarde, vi otra vez La Pasión, fragmentos.

No me había fijado antes, creo. En su camino a la crucifixión, Jesús cae. Está completamente deformado, sangrante, desfigurado. La Virgen le ha pedido a Juan que la conduzca por las callejas de Jerusalén para encontrarse con su hijo, sorteando a la multitud. Y, al fin, lo encuentra. En un cruce de calles lo ve caer y recuerda haberlo visto caer de pequeño. Aquí estoy, le dice entonces aquella vez, y lo mismo le repite ahora corriendo hacia Él.

Pero me llamaron la atención esta vez las palabras con las que Jesús le contesta, palabras que apenas puede pronunciar: Ves que hago nuevas todas las cosas...

No sé de dónde habrán sacado materia para la recreación de ese episodio. En el relato de la segunda caída en Ana Catalina Emmerich, por ejemplo, no está así exactamente. Jesús dice en esa parte de la película palabras que están en el capítulo 21 del Apocalipsis, como en el 43 de Isaías o en el capítulo 5 de la segunda carta a los de Corinto.

No lo sé, será un anacronismo y una mezcla, pero creo que es un hallazgo. En la profundidad del desierto alguien hace surgir una fuente de aguas, como dice Isaías. Detrás del dolor peor, alguien está haciendo nuevas todas las cosas.

El contraste de aquella cara magullada y de aquellas palabras radiantes dominaron el sábado. Tan silencioso casi como el viernes. Aunque distinto. Porque la tensión y el silencio del viernes son únicos en su género.

Otra vez volví a pensar en las cosas que pasan. La película también tenía el mismo talante de esas cosas que pasan y vuelven a pasar pero distintas, haciéndose nuevas. La mirada de Juan, por ejemplo, que va siguiendo la Pasión y la Crucifixión, y la mirada que enlaza la Cena con el Gólgota, y el Gólgota con la Cena, finalmente.

Hasta que se hacen nuevas todas las cosas. Que es mucho decir: hago nuevas todas las cosas son palabras que nadie podría decir literalmente. Sólo un Dios.

Ves: hago nuevas todas las cosas.

Pero si es imposible para un hombre decir eso, es bien difícil siquiera para un hombre verlo.

Nos lo tiene que decir, nos lo tiene que recordar. Y aun así. Y cuando lo dice una cara magullada y doliente, vencida a nuestros ojos, un gusano, más difícil aún.

En nuestros pasos, de una cosa a otra, en nuestras 'pascuas', en nuestros éxodos, en nuestras sucesiones de desiertos y de temores y sequedades de desierto, nos es bien difícil advertir que, mientras pasamos, hay Quien hace nuevas todas las cosas. Y aunque nos lo dice, nos es bien difícil verlo y entenderlo.

De una parte está el misterio, de la otra nuestro corazón.

Juan, el amado, por ejemplo, lo vio y lo entendió. Se le mostró, le fue dicho y mostrado, se le apareció ante los ojos. Y en él, que estaba allí, se le mostró a todos sus hermanos. Y él con el corazón lo entendió. Y lo creyó. Entendió lo viejo y lo nuevo, diría san Pablo. Y vio el paso de lo viejo a lo nuevo, de algún modo. Y entendió con el corazón la vejez de lo viejo y la novedad de lo nuevo. Lo vio.

Vio el paso, vio la Pascua.

Feliz Paso. Feliz Pascua.

"Ves, hago nuevas todas las cosas".

Feliz mirada.

miércoles, 4 de abril de 2007

Yo digo que las estrellas















Dice que le gustan las estrellas porque allí no parece haber feudalismo, que están buenas porque no parece haber burguesía ni clase media, ni mita ni yanaconazgo, ni inundaciones ni asistencialismo..., dice, o por lo menos desde acá así parece..., qué sé yo...dice.

No sé.

Yo digo que uno (y uno no soy yo, exclusivamente...) agradece que el cielo sea un lugar tan poderoso y tranquilo, al fin de cuentas. Quietecito, así, lleno de fulgores espeluznantes y estallidos fantasmagóricos. Pero más bien lejos, digamos. Y así, tan repleto de un orden que desde 'allí' (allí es desde donde el dibujador no ve feudalismo ni clase media...) tiene que verse burgués y feudal, de una severidad pasmosa y totalitaria.

Insisto: uno agradece -temblando por las dudas- que las estrellas no se hagan las locas, que sus revoluciones sean acordes y concordes, de una duración que parece estabilidad y fijeza, de un compás que parece un ballet en cámara lenta. Que no cambie sino en tiempos de medidas infinitas.

Porque cada vez que el eje de la tierra amenaza moverse medio grado, hay quienes se ponen a hacer congresos y seminarios sobre el calentamiento global, o a hacer denuncias contra el capitalismo o contra el aborto, o a saltar para volverlo a su lugar. Y cada vez que pasa un cometa, asteroide o polvo de estrellas a millones de cuadras de la casa común, hasta los veteranos cubanos de la independencia de Angola se ponen a rezar el rosario con maíz en las rodillas, para que el meteoro no les vaya a caer justo en el vaso de ron, así como a los hollywoodenses se les da por predicar el apocalipsis y hacer películas en las que le tiran al pedazo de cielo con todo lo que tienen.

Sí, es fácil proyectar en la pantalla oscura del cielo todo el catecismo revolú y la épica tecno.

Con una sola condición: que sean palabras, vi prego, solamente palabras, nada de tomarse las cosas muy en serio.

Que el cielo de las estrellas siga siendo feudal y burgués, quieto y retardatario sobre nuestras cabezas, que siga ateniéndose a leyes en lo posible además inmutables, que no se le vaya a dar por tomar el palacio de invierno del pequeño planeta azul, que ni se le ocurra rebelarse, ni invadir la atmósfera. Si acaso lo toquetearemos nosotros, si acaso le dictaremos nosotros alguna que otra leyecita de nada.

Pero a la inversa, nones...

Esto es, resumiendo en vulgar: que no se choquen los planetas. Ni nada allá arriba que afecte acá abajo.

Yo qué sé: Quietecito, le dirán al cielo, que siga tan reaccionario e inmovilista como se le antoje.

martes, 3 de abril de 2007

Uvas e higos

El asunto más espectacular -y bien difícil de entender- es la maldición de la higuera, que ocurrió un lunes santo, yendo en estos días Jesús de un lado a otro, ida y vuelta de Jerusalén a Betania, donde pasaba la noche para ir a la ciudad a predicar cada día siguiente.

Pero me parece que estos últimos meses y días de Jesús están llenos de higueras (estériles, secas, rebrotadas), dichas en parábola, en gestos, aludidas, nombradas, hechas.

Así como estos tiempos 'finales' están llenos de viñas y viñadores.

Siempre asociadas, las higueras y las viñas, a cosechas. Y a finales. Y como signos de finales y cosechas.

Una insistencia frutal la de Jesús, una obsesión frutal. El fruto, lo que da fruto, el fruto esperado.

Sobre el final, frutal.

Para nosotros, al menos, es decir en lengua latina, fructus es parte del verbo frui, que quiere decir gozar.

Se entiende la insistencia y la obsesión.