sábado, 14 de abril de 2007

Don Cayetano

Hace unos cuantos picos de años quise embarcarme y dar la vuelta al mundo.

¿Quise? No sé. Tal vez quise querer...

Mi abuelo hizo eso cuando tenía unos 20 y tantos años. Un desengaño amoroso, creo, le hizo angosto el mundo de la pianura padana. Armó su baúl y se embarcó. Y aquí estoy yo.

Y allí estaba yo probándome las pilchas de marinero, cruzando a las corridas la avenida Corrientes, de naviera en naviera, viendo quién sería el afortunado irresponsable que se quedaría con mis servicios de ayuda de cocina. Y allí me entusiasmaba en el pasillo oscuro de un piso oscuro en un edificio oscuro de la Diagonal Norte, en fila detrás de unos marineros de verdad, todos griegos, susurrando en griego, para buscar no me acuerdo bien qué papeleta en el consulado del Pireo...

En uno de esos ajetreos, perdí a las corridas de Corrientes a Diagonal una magnífica pipa checoeslovaca (existía en ese entonces...) de raíz. Y al cabo perdí también la ilusión cuando entre tejes y manejes me quedé sin plaza en un buque de bandera griega y de quién sabe qué inconfesable procedencia que administraba una naviera heleno-argentina que decían era de Onassis y un socio...

Y me acordé de todo aquello -que nunca olvido y siempre añoro con nostalgia de lo que no hice- porque me hablaban hoy del incendio del Irízar en alta mar. Y a propósito del comandante del rompehielos, solo en su barco en llamas, me hacían recordar historias de principios de la guerra que mi padre me contaba sobre el Graf Spee -otro almirante- y su comandante Hans Langsdorf, batallando contra la Royal Navy, aquicito nomás, en la batalla de Montevideo y su soledad frente al muelle del Puerto de Buenos Aires, destruido su acorazado para que no cayera en manos inglesas.

Pero está el Don Cayetano, vean...

Si no hablé ya alguna vez de Mar del Plata en estas páginas, que sí hablé y mal, ahora digo que el Don Cayetano es barco pesquero marplatense que esta mañana fue recibido con aires de gloria al tocar puerto en Mar del Plata. Había rescatado a casi un tercio de los tripulantes del Almirante Irízar y de allí la banda y los vítores de los nativos y las bocinas de los barcos cuando entraba a puerto.

De pronto se me vinieron al humo todas las historias juntas de todos los mares del mundo que anduve desde chico. Y cómo me gustaba leerlos y verlos en dibujos.

De dónde me vienen esas nostalgias marineras no sé. Pero ahí están.

Navegar lo que se dice navegar, navegué mucho menos que lo que me pedían las tabas, siempre medio inquietas. De hecho, me embarqué cuatro veces.

Inolvidable navegación fue una por los fiordos del sur de Chile, en un barquito pesquero, casualmente aquel mismo año en que perdí la pipa y el mundo visto desde la cubierta. Pero, soy un poco malo para el mar, y lo supe cuando navegué en los buques grandes. De esas navegaciones -ya no librescas- me quedan los recuerdos de memorables 'fondeos', como llaman los marineros al 'mal de mar'. Me consolaban, una vez, diciéndome que el Almirante Nelson sufría peor que yo en el mar. Y era Nelson. No me consuela para nada ser igual a Nelson, qué quiere que le diga.

Pero ahí están los marineros. Ahí está el Don Cayetano, pesquero marplatense. Y ahí las decenas de imágenes marineras que aparecen de pronto como venidas de otro tiempo. O de un tiempo paralelo.

Como una irrupción de tormenta épica en una vida cotidiana e insulsa, amasada en trivialidades de Gran Hermano, boberías de los cotorreos políticos de entrecasa, declaraciones de directores técnicos...

De pronto aparecen fuegos en el mar, y capitanes solitarios, y abordajes y marineros, y pipas humeantes y barbas, y caballeros del mar y quijotes de timón, y náufragos y rescates, olas y vientos y fríos.

Y el pesquero marplatense, por supuesto.