domingo, 22 de abril de 2007

Limbos, holocaustos y amores

En el previsible suplemento Countries del diario Clarín, hay unos bonitos mapas llenos de marquitas; en ordenadas listas alrededor de ellos dice ayer sábado que en las zonas norte y oeste del gran Buenos Aires hay
248 barrios cerrados
100 countries
29 clubes de chacras
7 megaemprendimientos
21 nuevos emprendimientos
y dice también que en la zona sur hay
33 barrios cerrados
33 countries
11 clubes de chacras
3 megaemprendimientos
7 nuevos emprendimientos
Yo les creo, más bien. Y no me voy a poner a contarlos uno por uno.

Digo esto -y estaba pensando en limbos- porque he visto -más bien, he oído- cómo se tironean si el limbo y el no limbo, a propósito del documento de la Comisión Teológica Internacional sobre el asunto, que, en general, quienes pontifican tanto no han leído, pues se publicará el 5 de mayo próximo.

Se me hace que buena parte de tales tironeos vienen quién sabe de qué arrugado rincón del alma, donde en un garito clandestino se apuesta a tener razón, o a ver cuándo Roma falla, esto es, cuando se equivoca. Y se equivoca, sobre todo en asuntos importantes, cuando no está de acuerdo conmigo, claro...

Me divierte un poco ver el equilibrio inestable del que tiene que enfrentarse al cable de equilibrista sin red con el latín en una mano y en la otra el limbo, por ejemplo. Y se pone a elegir cuál de las cosas que Roma dice son un acierto. Es decir, cuándo Roma acierta a estar de acuerdo con él. Y cuál de las dos lo hace tropezar. Y cómo hará para no tropezar. Supuesto claro que todo lo que dice que le importa con tanto ahínco, de veras le importara (cosa que es de buena educación suponer siempre, aunque uno suponga además que no siempre es verdad que le importa eso sino otra cosa, en beneficio de la cual usa eso de ariete...)

Y esto dicho por más que Roma no haya definido nada, sino más bien haya considerado el asunto en clave de esperanza congruente, cosa que sí se ha dicho ya.

Todo lo cual, por vías raras, me lo recordó también el fragmento del libro de los Hechos de los Apóstoles (5, 27-32, 40-41) que se lee hoy:
Los trajeron, pues, y los presentaron en el Sanedrín. El Sumo Sacerdote los interrogó
y les dijo: "Les prohibimos severamente enseñar en ese nombre, y sin embargo ustedes han llenado Jerusalén con su doctrina y quieren hacer recaer sobre nosotros la sangre de ese hombre."
Pedro y los apóstoles contestarón: "Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres.
El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús a quien ustedes dieron muerte colgándolo de un madero.
A éste lo ha exaltado Dios con su diestra como Jefe y Salvador, para conceder a Israel la conversión y el perdón de los pecados.
Nosotros somos testigos de estas cosas, y también el Espíritu Santo que ha dado Dios a los que lo obedecen."
Entonces llamaron a los apóstoles; y, después de haberlos azotado, les intimaron que no hablasen en nombre de Jesús. Y los dejaron libres.
Ellos marcharon de la presencia del Sanedrín contentos por haber sido considerados dignos de sufrir ultrajes por el Nombre.
He allí algunos puntos. Lea uno con detenimiento de qué se acusa a los apóstoles, qué y cómo contestan, cómo los tratan y qué hacen ellos finalmente y se verá, creo, sin cambiar mucho substancia y circuntancias, un catálogo de lo que un cristiano habrá de ver cuando los tiempos sean tales que una afirmación cristiana -y no a propósito del latín o del limbo, sino esa afirmación cristiana respecto de quién es Jesús- se cotice como allí se cotiza, cuando a un cristiano le toque en suerte mostrarse cristiano, si le toca, y más bien siempre le toca.

¿Y qué será eso? Pues no debe estar muy lejos de lo que dice para la propia liturgia de hoy el libro del Apocalipsis:
Y en la visión oí la voz de una multitud de Angeles alrededor del trono, de los Vivientes y de los Ancianos. Su número era miríadas de miríadas y millares de millares,
y decían con fuerte voz: "Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza."
Y toda criatura, del cielo, de la tierra, de debajo de la tierra y del mar, y todo lo que hay en ellos, oí que respondían: "Al que está sentado en el trono y al Cordero, alabanza, honor, gloria y potencia por los siglos de los siglos."
Y los cuatro Vivientes decían: "Amén"; y los Ancianos se postraron para adorar.
Por su parte, el pasaje del capítulo 21 del evangelio de san Juan (1-19), dice una cosa que no puede pasar inadvertida (además de muchas otras que allí hay):
Después de haber comido, dice Jesús a Simón Pedro: "Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?"
Eso es el versículo 15; poco antes ha dicho Juan que el discípulo a quien Jesús amaba, lo reconoce antes que todos y se lo dice a Pedro que se tira al agua, yendo hacia Él (probando de paso que tenía, como siempre, un amor impulsivo...)

Ahora bien.

Jesús en este pasaje le pregunta a Pedro si lo ama más que éstos (entre los que está Juan, incluso, el amado, y el único en quien no se cumplió lo que dice al final del pasaje acerca de la clase de muerte con la que habría de morir Pedro primero y los demás apóstoles después...) Y a cada pregunta de amor, el mandato de apacentar a corderos y ovejas, como fruto y obra de ese amor. Y está claro que Jesús en este pasaje usa dos veces la expresión corderos y al final ovejas. De todo ello dicen cosas muy penetrantes los Padres en la Catena Aurea.

Pero el 'más que éstos' es un asunto.

Y estoy seguro de que esta pregunta de amor está relacionada, por ejemplo, con el limbo tanto como con el holocausto terrestre del Cordero, la glorificación celeste del Cordero inmolado y el cuidado de los corderos y de las ovejas.

Como tampoco es improbable que lo que se dice a propósito de Pedro, cabeza de la Iglesia, esté dicho también a propósito de la Iglesia misma, por ejemplo.

Incluso respecto de ella podría leerse el pasaje final
"En verdad, en verdad te digo: cuando eras joven, tú mismo te ceñías, e ibas adonde querías; pero cuando llegues a viejo, extenderás tus manos y otro te ceñirá y te llevará adonde tú no quieras."
Con esto indicaba la clase de muerte con que iba a glorificar a Dios. Dicho esto, añadió: "Sígueme."