lunes, 16 de abril de 2007

What's Wrong With the World (IX)

En una de las conversaciones que susucitó esta serie, apareció la naturaleza política del hombre. Porque aunque se hable aquí de política en un sentido que podría parecer bastante peculiar, se está hablando de política al fin de cuentas.

La cuestión venía planteada en términos de cordial observación, pero creo que era una queja suave, también.

Y detrás de la observación, queja o pregunta, el punto era claro: ¿no hay nada que hacer en el orden histórico, en el orden político, en el orden natural? ¿Hay sólo que esperar el fin al final, el fin sobrenatural, y en el medio no hay nada que hacer?

La observación -que apunta y destaca la naturaleza política del hombre- quiere subrayar un apetito natural: vivir en sociedad. Pero no menos subraya sus secuelas también políticas, esto dicho en términos menos originales y más inmediatos.

Los hombres vivimos políticamente, porque la vis politica nos es connatural. Pero tenemos, además -y este punto es central-, cierta esperanza puesta en que de las acciones políticas venga algún beneficio plural. E incluso algún efecto histórico y hasta metahistórico, en algún y determinadísimo sentido, que es como decir de otro modo que lo político es necesario.

Y es muy verdad.

No hay que caminar mucho por allí para darnos cuenta de que hay que situar las palabras en su quicio y las cosas aína. Porque hay unos ejempluchos de política que harían cambiar rápidamente de tema. Siempre hay entonces un prolegómeno necesario: definir, decir qué significan las palabras que usamos. Y es más y más frecuente que las palabras nos lleven en direcciones extrañas, tantas veces contradictorias con las cosas que pretendemos mencionar. Política, necesariedad de la política, relación de lo político con lo sobrenatural. Peliagudas distinciones y precisiones le esperan al que se meta en ese jardín.

Con todo y eso, por nada de todo esto el hombre resigna su naturaleza política.

Lo que es muy cierto sí es que cambiando las cosas hay substitución y que en lugar de algo aparece otra cosa, que no sólo no es lo mismo sino que no siempre es real, además.

Ocurre también que, en lo que respecta a esa misma necesidad social y política, cualquier substitución impropia de lo que ordena esa necesidad o cualquier substitución de aquello que la plasma, se vuelve, por lo menos, tan infeliz como la absoluta ausencia.

Hacer mal la política a la que estamos vocados -en el grado y el modo que la hiciéremos-, y aun llamar política a cosas que pueden tener el nombre de cualquier otra cosa o vicio, pero no ése, es por lo menos tan insatisfactorio y frustrante como que se nos negara cualquier actividad social y política. Y a veces más. Porque -pongamos por caso y extremosamente- podríamos entender que no tuviéramos ocasión ninguna, que fuera imposible en toda forma ejercer los actos políticos y sociales, por coherción u otra causa. No moriría por eso el anhelo y tal vez se mantendría vivo y anhelante en tanto insatisfecho. Sin embargo, pretender que hemos satisfecho nuestro apetito natural con un substituto es tan peligrosamente engañoso como pretender que ya no tenemos hambre porque imaginamos haber comido, o aun peor, porque hemos hecho la mímica de ingerir y masticar, la de tragar, porque hemos obligado a los jugos gástricos a procesar ficticiamente ningún alimento et ainsi de suite...

Ahora bien.

ver
La oportunidad signa el arte de ocuparse de las cosas de todos, ya se sabe. Oportunitas, la modulación misma de la prudencia que es una virtud correspondiente con el mundo social y político, el mundo de los actos humanos respecto de los demás, juntamente con la justicia y la fortaleza, claro, pero antes en principalidad.

Saber la oportunidad significa exactamente saber varias cosas distintas: qué hacer, quién lo hace, cómo, cuándo, para qué. Y todas más o menos a la vez. Además de saberse esa arquitectura que permite ver la relación de nuestros actos con otras cosas, propias y distintas de nosotros, lo que está en nuestro poder poner por obra y aquellas cosas que no podemos violentar, si las queremos genuinas, claro.

Me parece que hay un planteo que anda por debajo de este asunto. Porque cierta ansiedad política ha campeado siempre en algunos. Ansiedad que a veces tiene el color de la vocación práctica, y de la específica vocación al gobierno de hombres. Y color, digo, porque me parece accidental. E incluso porque no creo que sea lo que parece ser. No por mala voluntad. Pero sí creo que es una especie de faude y produce una consecuente frustración.

La pregunta "quién dirá y hará lo que hay que hacer cuando no se sabe qué hacer y no hay quién lo haga", es un tópico muy a propósito de esta frustración. Y de este fraude.

Lo que creo más bien es que -en términos políticos, pero también en otros- son pocos los que hacen lo que no quieren y los que no hacen lo que quieren. Pocos. Algunos hay. Pero ni con muchos son los más.

No estoy hablando de las posibilidades indefinidas: yo podría fundar una dinastía de guerreros si las circunstancias me ayudaran y no tuviera que trabajar en el Banco de sangre de la Fundación Pérez; yo podría ser el zar de Mongolia si no hubiera nacido en La Paternal; yo debería haber sido el ministro de economía de Carlos Pellegrini o el ministro de Minería de Benito Juárez, si no fuera que nací unos ciento y pico de años tarde.

No. Es obvio que es ridículo.

Parece que hay que ver la cuestión de otro modo.

Aunque suene mal, cada quien se parece más bien y de algún modo a lo que hace. Porque cada quien hace más bien según es. No hay mucho misterio en esto.

Y por cierto que uno hace lo que puede también. Nada es tan implacablemente mecánico que a tales disposiciones tales implacablemente correspondientes acciones. Yo y mis circunstancias, claro. Pero ni tan peludo, ni tan pelado.

Porque más bien en la línea de lo que es cada quien, hace lo que puede según las circunstancias. Y finalmente es eso y no otra cosa lo que pasa en la vida de cada uno.

Ningún fatalismo en eso. Porque negar eso sería como postular nuestra más absoluta indeterminación, casi sin forma alguna, pura disponibilidad, sin finalidad ninguna además.

Tampoco tener varias disposiciones distintas significa que uno las actúe todas. Elige, más bien. Incluso cuando puede elegir. Lo cierto es que sin ninguna disposición es difícil actuar en un ámbito determinado, y en un sentido determinado.

Llaman a Cincinato y deja el arado, un rato cónsul y al otro general. Llaman a Alfredo y deja el monasterio para ponerse la corona anglia, llaman al anacoreta y lo hacen hombre del gobierno eclesiástico, papa, obispo, llaman al pacífco y rutinario obrero que será el líder sindical. Y sacan del retiro silencioso al profesor y lo hacen presidente...

Todos empujados por las circunstancias. ¿Empujados por las circunstancias? ¿Y lo hacen bien? ¿Y entran a los libros de historia como emblemas y capítulos, siquiera con mediana buena fama bien fundada y no simplemente con propaganda?

Pues, digo esto: eso es así porque nadie da lo que no tiene. Salvo que finja tenerlo. Pero no se puede. No se pudo. Nadie engaña a todos todo el tiempo. Si acaso algún tiempo.

De modo que, resumiendo, hay que tener algo para dar. Y querer darlo, claro.

Pero.

La cuestión aquí es doble.

Por una parte, habrá quien quiera dar algo -políticamente, digo- y puede confundirse fieramente y creer que tiene para dar aquello que querría dar. Y acaso no lo tenga. Y no por ello dejará de querer generosamente que las cosas, políticamente, pasen y se hagan.

Esta substitución es harto vista. Me basta -a mis ojos, claro- el simple ejemplo de muchos conocidos y amigos que suponen una vocación política, surgida de su interés y aun curiosidad por los asuntos del mundo, y del específico mundo de la política; una supuesta vocación surgida de su propia voluntad afectiva de querer hacer el bien a otros o dolerse de los males que a otros aquejan en cualquiera de las parcelas del específico territorio de la política, aunque no se las imaginan bajo la formalidad de actuar sobre ellas con acción que corrientemente llamamos política, necesariamente.

Y creo que muchos de ellos, tal vez la mayoría, se engañan en dos asuntos. Su preocupación es noble, su inteligencia es perspicaz, su juicio es recto y su voluntad bien intencionada, pero no son hombres de gobierno, lo que no quiere decir que en términos generales no sepan conducirse. Por otra parte, tal vez restringen en exceso el alcance de ciertas acciones en materia política e incluso del sentido mismo de la expresión 'hacer política'.

Hay política, Horacio, en más cosas que las que sueña tu voluntad política.

Por cada Cincinato, por cada Alfredo, por cada Bonifacio, arrancado de su vida y expuesto a la luz pública y a la acción política, hay innúmeras gentes que traman políticamente, no de cualquier otro modo sino políticamente, la historia política de una sociedad de hombres, aunque pareciera que nada hacen en ese sentido.

Pero, por otra parte, habrá quien quiera que algunas cosas se hagan en materia política y social, pensando que sin ello no habrá vida política y social posible, no habrá vida buena en la polis. Y puede estar en un error también él. Porque podría ser que acaso la vida buena social tenga un límite, digamos así; podría pasar que solamente sea posible algo de todo lo que se desea. Y podría pasar que no pudiera hacerse lo que es bueno hacer. Y hasta podría pasar que en un sentido no sea deseable pretender cierta concreción del bien social, y menos pretendido de cierto modo.

Supongamos in extremis la pobreza, o la enfermedad, o la misma guerra, o el hambre. Por no mencionar otras realidades humanas tan sociales como éstas -en virtud de la propia naturaleza social del hombre que rebota en otros- aunque menos visibles en un programa de gobierno. Pongamos por caso el dolor. O el amor, ¿por qué no?

Siempre habrá un escándalo, un tropiezo de los ojos, del corazón, una rebelión de nuestras certezas y complaciencias, ante el mal histórico, ante la visión del sufrimiento, de los desajustes, de lo que no está bien. Como podría haber, de otra parte, una especie de apetito siempre renovado de traspasar el límite de la felicidad posible en este mundo sublunar, de la riqueza, del bienestar. E incluso de lo mínimo o bastante para una vida digna.

Sí.

Con todo y eso, ¿cuánto de todo lo malo es evitable efectivamente? ¿Cuánto de todo lo bueno es deseable tener? Y me refiero al mundo en el cual la política reina, al mundo en el cual la política versa sobre estas cosas y se propone evitar las malas o conseguir las buenas, para todos, además, para la totalidad de todos.

¿Significa esto ninguna acción? ¿Por qué? Al contrario, significa alguna acción, algunas acciones, y aun muchas acciones. Y voluntad de servir a otros y a todos los otros, también en el arte de gobernar las cosas de este mundo.

Pero lo que, por lo pronto, seguro no significa es substituir esa plenitud celeste con terrestres ministerios omnipotentes. Ni siquiera con una expectativa inarrugable puesta en las cosas políticas y en lo que se supone que la política entendida corrientemente puede o debe hacer.

Por raro que parezca, tal vez hayan pasado los tiempos en los que podía discutirse sobre el maurrasiano politique d'abord. Ya se hizo, además. Ya se explicó durante años la supremacía absoluta de la contemplación y la necesidad circunstancial de la acción, según y conforme.

Y, para el caso y ya que estamos, el propio Maurras dijo lo que dijo:
Quand nous disons politique d'abord, nous disons la politique la première dans l'ordre du temps, nullement dans l'ordre de la dignité. Autant dire que la route doit être prise avant que d'arriver à son point terminus ; la flèche et l'arc seront saisie avant de toucher la cible, le moyen d'action précédera le centre de destination. Il s'agit donc d'une simple priorité chronologique dictée par le bon sens et non d'une primauté des valeurs. Au point de vue de l'importance, le n°1 appartient évidemment aux questions religieuses et morales, le n°2 aux questions sociales, le n°3 aux questions politiques. Mais, au point de vue de la marche et du moment, de l'ordre dans lequel le problème peut se traiter en fait dans les conditions de la France d'aujourd'hui, c'est le numérotage inverse qui s'impose le n°1 la politique, le n°2 social, le n°3 moral et religieux. Etant donné l'omnipotence de l'Etat centralisateur de qui tout dépend, il faut commencer par mettre dans l'impossibilité de nuire cet état antisociale, antireligieux et antimoral. Il faut ensuite, avec le concours de cet Etat redressé, introduire de sages réformes sociales enfin à la faveur d'une atmosphère sociale épurée et renouvelée, favoriser les entreprises de réforme religieuse et morale, ou plutôt assurer à leur expansion un champ de liberté plénière. L'Action Française fit de bonne heure cette distinction de sens commun : dans l'oeuvre de labour, la charrue importe bien plus que les boeufs qui la traîne, cependant, la charrue n'est point placée avant les boeufs, hormis chez les gribouilles conservateurs qui, naturellement, en sont toujours punis. (Mes idées politiques)
Tal vez Maurras vivió en un tiempo que le permitía tener esa expectativa respecto de lo que se podía hacer con el estado, más allá de que se podría discutir el sentido de la jerarquía maurrasiana y cierta confianza en lo que el estado podría hacer. Pero, como digo, tal vez ya no sean tiempos para discutir el asunto en términos tales. Tal vez sea otro el tiempo que nos toca. Y aunque la jerarquía de bienes sociales en sí no cambia, como la aspiración al bien de todos en la sociedad de los hombres no cambia, como no cambia la vocación y la necesidad social, puede pasar que mude el modo en que se plasme todo ello. Y que haya que hacer política de otro modo y respecto de otras cosas. Sin resignarlo por derecho, pero debiendo adecuarlo de hecho, para aplicar esa fuerza al punto que haga de palanca, tal y como el hombre por el que nos dolemos veramente lo necesita.

Así es como resulta un fraude decir que se hace política en un sentido, cuando lo que se hace es política en otro, aun pretendiendo que no se hace nada útil políticamente, ni siquiera algo político. Y eso traerá una frustración. Como es un fraude decir que se barrerá con todos los males de este mundo con la acción política como escoba. Solamente decir, en un sentido que se pretende exacto, que se acabará con la pobreza, más que una muestra de corazón generoso es una muestra de impiedad. Para con los que habrán de quedar pobres, para empezar. Y eso traerá otra frustración.

Hay más política y formas de acción política que las que se supone.

No deberíamos lamentarnos tanto de que la gente no lea ya lo que debería leer, y antes leía con provecho, si lo que pasa en realidad es que son analfabetos.

Dos ejemplos que se me hacen para nada inapropiados de esto mismo que postulo aquí no son otros sino los de Chesterton y Castellani, precisamente, de los que me atrevo a decir sin la más mínima duda que fueron hombres de la política, que fueron hombres políticos incluso y no solamente preocupados por las cosas políticas que se hacen, sino que algunas las hicieron ellos mismos. Como hizo política Aristóteles siendo el preceptor de Alejandro Magno, por ejemplo.

Entiendo, claro, que para aceptar estos ejemplos como pertinentes al asunto político, hay que hablar de política en un sentido que no es el corriente.

Pero, por lo pronto, es precisamente de la deformación que tantas veces se muestra en el sentido corriente de la palabra política, tanto como de la acción política, así como de las expectivas, fraudes y frustraciones que en ese caldo se cultivan, de donde creo que viene una buena parte de lo que está mal en el mundo. Hoy, al menos. Y de allí vendrán cosas peores, me imagino.

Y si siempre será verdad que hay que hacerlo todo y tratar de que salga bien, aunque eso no lo tenga que hacer uno solo, no es menos verdad que la prudencia es virtud con una pata en la intelección y otra en la acción.

Porque cada tiempo de la historia es también de algún modo el límite y el molde de lo que políticamente se puede hacer, el aviso acerca de en qué se debe trabajar políticamente y hasta de lo que se debe hacer y esperar aquí.