miércoles, 4 de abril de 2007

Yo digo que las estrellas















Dice que le gustan las estrellas porque allí no parece haber feudalismo, que están buenas porque no parece haber burguesía ni clase media, ni mita ni yanaconazgo, ni inundaciones ni asistencialismo..., dice, o por lo menos desde acá así parece..., qué sé yo...dice.

No sé.

Yo digo que uno (y uno no soy yo, exclusivamente...) agradece que el cielo sea un lugar tan poderoso y tranquilo, al fin de cuentas. Quietecito, así, lleno de fulgores espeluznantes y estallidos fantasmagóricos. Pero más bien lejos, digamos. Y así, tan repleto de un orden que desde 'allí' (allí es desde donde el dibujador no ve feudalismo ni clase media...) tiene que verse burgués y feudal, de una severidad pasmosa y totalitaria.

Insisto: uno agradece -temblando por las dudas- que las estrellas no se hagan las locas, que sus revoluciones sean acordes y concordes, de una duración que parece estabilidad y fijeza, de un compás que parece un ballet en cámara lenta. Que no cambie sino en tiempos de medidas infinitas.

Porque cada vez que el eje de la tierra amenaza moverse medio grado, hay quienes se ponen a hacer congresos y seminarios sobre el calentamiento global, o a hacer denuncias contra el capitalismo o contra el aborto, o a saltar para volverlo a su lugar. Y cada vez que pasa un cometa, asteroide o polvo de estrellas a millones de cuadras de la casa común, hasta los veteranos cubanos de la independencia de Angola se ponen a rezar el rosario con maíz en las rodillas, para que el meteoro no les vaya a caer justo en el vaso de ron, así como a los hollywoodenses se les da por predicar el apocalipsis y hacer películas en las que le tiran al pedazo de cielo con todo lo que tienen.

Sí, es fácil proyectar en la pantalla oscura del cielo todo el catecismo revolú y la épica tecno.

Con una sola condición: que sean palabras, vi prego, solamente palabras, nada de tomarse las cosas muy en serio.

Que el cielo de las estrellas siga siendo feudal y burgués, quieto y retardatario sobre nuestras cabezas, que siga ateniéndose a leyes en lo posible además inmutables, que no se le vaya a dar por tomar el palacio de invierno del pequeño planeta azul, que ni se le ocurra rebelarse, ni invadir la atmósfera. Si acaso lo toquetearemos nosotros, si acaso le dictaremos nosotros alguna que otra leyecita de nada.

Pero a la inversa, nones...

Esto es, resumiendo en vulgar: que no se choquen los planetas. Ni nada allá arriba que afecte acá abajo.

Yo qué sé: Quietecito, le dirán al cielo, que siga tan reaccionario e inmovilista como se le antoje.