sábado, 30 de junio de 2007

Omnia vincit Amor

Curiosa expresión.

Hay que verla recorrer milenios, desde su primera formulación en la Égloga (X, 69), hasta Benedicto XVI, pasando por Cicerón, san Agustín, Caravaggio o Deep Purple. Y tantos otros, en la literatura, la teología, la música, la pintura.

Por cierto que, ahora, otra vez, de alguna manera, está Venus en el medio.

Y si cuando Marte y Venus jugaban en el cielo de octubre hace casi dos años, podría haber citado el libro IV de la Geórgicas (333 y siguientes, para los entusiastas), ahora le toca el turno a las Bucólicas y la historia de Galo, poeta amigo de Virgilio, y su amor desesperado, contrariado y terrible por una actriz que lo abandonó y se fue a pasar hambre y frío a las riberas del Rhin, de la mano de un oficial de Agripa. El triste Galo, llora a orillas del Ménalo y gime y sueña con la felicidad perdida, rodeado de 'pastores', amigos y ninfas que, al fin, nada pueden hacer. A esto dedica Virgilio la Égloga X, como una especie de consuelo amical.

Rendido, y sabiendo que contra Amor nada podrá, Galo sentencia: omnia vincit Amor, et nos cedamus Amori.

Pues bien.

Estoy escribiendo esto a la hora en que comienza a verse en el cielo a Venus terriblemente brillante junto y casi superpuesto a Saturno. Me dicen que estarán a unos 30º sobre el horizonte, que estarán a 0,7º de distancia. Que Venus brillará 100 veces más que Saturno.

Yo veo otra cosa.

Venus triunfando de Saturno. Venciendo a Saturno, diríamos hoy.

Saturno, el terrible Cronos, el que comía a sus hijos. Como el tiempo. Como el Tiempo. El dios más terrible para los hombres. El que no podemos gobernar y quisiéramos, y tanto. Por eso Cronos se come a sus hijos. Y por eso a Saturno le pusieron Saturno: lento, mucho más lento que todos, circunda el cielo. Lento pero implacable, dirán. Como el tiempo. Como el Cronos.

Y allí está ahora: vencido por Venus en esta tarde de invierno austral.

Omnia vincit Amor.

¿Qué me dirán? ¿Qué esta Venus hecha planeta no es exactamente ese Amor de Galo y mucho menos Aquel Amor? ¿Que uno es el dios Amor, la diosa Venus? ¿Que otro y muy otro Aquel: Ὁ Θεòς ἀγάπη ἐστι? ¿El Dios que es Amor, de san Juan?

Omnia vincit Amor, dice Virgilio que sentenció el poeta-pastor Galo. Y yo le creo al Padre de Occidente. Y no solamente le creo.

En esta tarde gélida y casi húmeda, invernal y austral, estoy viendo en el cielo que dice bien.

No es la única vez que Virgilio 'profetiza'. Y sabrá quien sepa cuántas y cuáles cosas significa lo que estoy viendo en el cielo, que yo no soy profeta.

Veo que Venus triunfa de Saturno. Que el amor vence al Tiempo.

Y veo, sobre todo, que el Amor vence al tiempo.

Y a toda creatura intrépida y valiente que se le acerque lo suficiente.

Y que quiera triunfar cuando es vencida.

jueves, 28 de junio de 2007

El Huracán de Notting Hill

Podría empezar diciendo que a mi madre le gustaba ver a Ringo Bonavena.

Verlo pelear o fanfarronear. Ahora que lo pienso, tal vez le despertaría ternura. Ternura de madre, tan grandote y tan desprotegido. O sería viendo lo mucho que el tipo quería a su madre y la requebraba, ese oso, que siempre parecía el gordo de la pandilla que venía de hacer una trastada en el barrio. Un personaje...

Pero, no.

La verdad, por otra parte, es ésta: me pongo a pensar y no recuerdo a nadie a mi alrededor que fuera de Huracán (salvo a Ringo...), y que me perdonen los hinchas del Globo.

Podría empezar diciendo también que cuando era chico juntaba figuritas. El álbum de fútbol, había que tenerlo. Y jugar a las figus en el recreo, en el cole, había que, también. Eran redondas, duras, de cartón. No mal impresas. Los colores y las insignias eran oriflamas fantásticas a mis ojos. Me parecía que salían de países o reinos de epopeya, los veía como habitantes de países. Todavía ahora, cuando veo los colores y las insignias en los partidos, se me hace que en cualquier momento voy a encontrar el álbum...

Era una felicidad.

Porque, además, rengo como soy desde bastante chico, jugar al fútbol me era casi como ver pasar a la chica más linda del pueblo, que me mirara, que me sonriera y que... siguiera de largo.

Pero, tampoco fue eso.

Pasó sí que esta mañana, temprano, llegué a Retiro. Tomé el colectivo y antes de doblar en Libertador, vi un cartel, un afiche en uno de esos bastidores que se llaman 'estática' en la jerga. Lo habían hecho los de Huracán, festejando el ascenso.

Con un orgullo enorme, y con una sintaxis visual impecable, los tipos habían puesto la 'historia en su lugar', como decían. Sobre un despojado fondo blanco, arriba, un escudo de Boca y otro de River. Claro: opuestos. Más abajo, Independiente y Racing. Y al final uno de San Lorenzo con "El Globo", al lado.

Me llenaron el día, los tontos. Como si hubiera sacado la última lata de la pila, se me vinieron a la cabeza millones de imágenes e ideas felices y terribles.

Claro, pensaba, Huracán y el Ciclón.

Reíte de la postmodernidad, il pensiero debole...

Clásico cósmico, meteorológico. Barrial, claro. Histórico. Pero mirá que venir a llamarse (y de casualidad...) Huracán, y nombrar Ciclón al otro. Y chocar como aquellos barrios de Londres en el reino del 'napoleón' Auberon Quinn.

Como si chocaran en el aire lluvias y vientos y relámpagos. Como si chocaran un huracán y un ciclón. Y los tipos, con un huracán en la garganta, esperando y esperando, mirando el cielo y viendo cómo el ciclón se hincha en el aire. Y ellos, nada...

Hasta que.

Como pasa en Avellaneda. Como pasa con los irreconciliables de la Ribera del río. Como los del sur y los del oeste. Y así. En cada parte.

Banderas y escudos, colores y huestes.

Y no me vengan con las verdades de manual de los substitutos plebeyos de la épica, no me vengan con pavadas. Será. Pero no por ahora.

Ahora son lo más parecido a una nación que va quedando. Mientras desaparecen las naciones de vacías, de aburridas y flojonas, queda esto. No me parece que eso haya matado a la nación. Al revés, fíjese lo que le digo. Mal que pese, es uno de los pocos lugares en los que queda. El día que los liberales y los progresistas se aviven, lo cambian por el juego de la oca... o por una sesión de autocrítica. Mientras no se den cuenta, o no puedan borrarlo del mapa, lo corromperán, lo harán vil, lo usarán, si pueden. Y se puede. Claro. Y tanto.

Cada bandera, cada color, cada himno, podría poner todo lo que tienen al servicio de quién sabe qué gesta. Será. No sé.

Pero -además de las lacras de catálogo-, todavía siquiera tienen algo: himnos y banderas y colores. Y le pagan tributo -vil, plebeyo, lo que quieran- a la gloria. Tan vieja como la gloria que resentía al pelida Aquiles, como la que animaba el guerrero espartano, como la que mentaba Cicerón en sus oraciones forenses, como la de los héroes del Mabinogion, o la de las sagas nórdicas, y más y más.
Sopla un viento de triunfos y gloria,
corazones que vibran de fe.
Ya desfilan los grandes campeones
y el concurso aplaude de pie.
En sus pechos diviso la insignia
confundida con el corazón.
Es un Globo de fuego que vuela
rumbo al cielo de su inspiración.

Se oye un grito que se expande
por los aires con afán.
Son millares de gargantas
las que nombran: ¡Huracán!
Club glorioso de campeones
con empuje de titán.
Arrogantes corazones:
¡Huracán!¡Huracán!¡Huracán!

Ya termina el desfile armonioso.
Deportistas de gracia ideal.
Y al espacio se elevan los hurras
junto al Globo que vuela triunfal.
Ya se marchan los bravos campeones
y la hinchada que alienta a la par.
El estadio dormita en silencio.
¡Huracán!¡Huracán!¡Huracán!
Hagan de cuenta que es una caricatura de cosas de veras nobles y grandes.

Pero, con un poco de buena leche, hacen que -aunque más no sea por la mímica- no se olvide uno de que hay cosas nobles y grandes.

miércoles, 27 de junio de 2007

Ainsi, dèjá, tu vas entrer dans mon passé

Los que ya lo saben, ya lo saben.

Pero me quedé pensando en una cosa que oí: presente, futuro y pasado, mencionados en un verso de tango, en una sola frase: Hoy vas a entrar en mi pasado...

Pero hay que prestar atención. No es enteramente original. Pasa que unas palabras del tango Los mareados, de Enrique Cadícamo y Juan Carlos Cobian, le deben algo a unos versos que se llama Finale, para otros Adiós, para otros Despedida de Paul Géraldy (1885-1983). Y no sólo eso.

Ya sé lo que van a decir los paladares negros. Pero, bajo la protección académica, bien puedo exhibir la -aquí melosa- fuente.

No es que los versos de Géraldy sean impresionantes: dije 'fuente', nada más. Porque estoy de acuerdo con eso de que los de Cadícamo parecen mejores. Y porque los versos de Géraldy se me hacen más parecidos a ¿Y cómo es él...?, de José Luis Perales; y los de Cadícamo, no. Sin que esto signifique nada, claro.

Hay quienes le han dedicado al asunto minuciosos estudios.

Me parece bien. Después de todo, si a uno le gusta el tango, le gusta el tango.

lunes, 25 de junio de 2007

Las soledades de Frodo (III)

En el capítulo final de El Señor de los Anillos, Los Puertos Grises, hay pasajes que me parecen interesantes.

Especialmente, las referencias a los últimos días de Frodo en la Comarca. El entendimiento comprensiblemente limitado de Sam Gamyi sobre la soledad y el dolor de Frodo (como es limitado el conocimiento que los mortales del común tenemos sobre la soledad de los singulares), tanto como la tristeza del propio Sam al ver que a Frodo apenas se lo considera en la Comarca, mientras las miradas siguen los brillos de las bien ganadas cotas de malla de Merry y Pippin. De igual modo, la última conversación de Frodo y Sam, y las reflexiones del Portador del Anillo, acerca del sentido de sus acciones.

Por cierto que, releyendo el capítulo, veo que hay más cosas, además de y relacionadas con la soledad de Frodo. Me interesaron particularmente los apuntes que creo hace Tolkien allí acerca de la vida comunitaria, de las jeraquías reales y aparentes, la vida política en cuanto a su naturaleza y su limitación, la conducción de hombres.

En cualquier caso, la ya muy famosa e importante Carta de Tolkien (la número 246 en la cuenta de HC&CT), siempre será fundamental para esta cuestión que estoy repasando. La había mencionado aquí varias veces, por eso mismo, creo. En una entrada sobre las despedidas, que también trae pasajes del capítulo final que ahora menciono, está aludida. También en una nota sobre la Eucatástrofe, en otra sobre la herida de Frodo y en una anterior sobre Gandalf como posible poseedor del Anillo. La insistencia se me justifica porque es evidente que hay allí materia abundante para varios asuntos. No sólo para entender el sentido de la obra. Sino también para pensar cuestiones culturales, políticas, teológicas, espirituales.

domingo, 24 de junio de 2007

Jerry Fletcher es un taxista solitario

Si en el rectángulo superior (a la izquierda de su pantalla, señora, señor...), donde dice 'buscar blog', usted pone "química del amor" y pulsa la tecla 'intro' o 'enter' (tal vez sea sólo el ícono de una flecha), verá que como resultado de ello aparecen en la página al menos tres entradas de esta bitácora en las que se trata el mismo tema.

Ahora bien.

Si no le es molestia, 'pique' este enlace (que es de distinto color porque es un enlace, claro...)

(Estas penosas indicaciones son exclusivamente para ayudar a aquellos que no están familiarizados con la búsqueda de información por este medio y se lamentan de crónica inhabilidad digital...)

Ejerza ahora la mortificada paciencia visual o imprima el resultado en una hoja de papel, a su gusto. En el artículo que verá en la pantalla, se habla, en apariencia, de útiles conocimientos aplicados y juzgará usted el valor que pudieren tener las tres palabras en cuestión: útiles, conocimientos, aplicados. Como se supone que juzgará la finalidad de la aplicación de esos conocimientos.

Ahora viene un

Breve excursus.


En aquella película, vista, cinta o filme, que protagonizaba Mel Gibson y que se llamó Conspiracy Theory (El Complot, en castellano), pasaba algo parecido a lo que dice la sinopsis que sigue.
ver

El Complot Estados Unidos, 1997
Dirigida por Richard Donner, con Mel Gibson, Julia Roberts, Patrick Stewart, Stephen Kahan, Terry Alexander.

Mel Gibson volvió a reunirse con su viejo amigo, el director Richard Donner (quien lo condujo en las tres Arma mortal y en Maverick), para una ambiciosa superproducción que arranca bastante bien. Las primeras imágenes de El complot ponen a Gibson en la piel de un taxista de Nueva York, Jerry Fletcher, que aúna la paranoia de su colega más célebre –el que compuso Robert De Niro para Taxi Driver– con la idiosincrasia típica de tantos taxistas de Buenos Aires, y seguramente de cualquier gran ciudad. No hay una sola cuestión de Estado, magnicidio sin resolver o intimidad de los servicios secretos que Jerry no domine a la perfección, cosa que se encarga de hacerles saber a sus pasajeros mediante una verborragia tan desbocada como la que dio la vuelta al mundo de la mano del sargento Riggs (Arma mortal). Sugestiva dirección de fotografía mediante, Manhattan se insinúa detrás a partir de unas pocas luces desenfocadas, sumadas a la voz de mando de algún pasajero que pide ser conducido a la Séptima avenida.

Con el correr de los minutos se notará que las pistas que acumula Jerry en su cerebro no son todas falsas. Y una encumbrada funcionaria del Departamento de Justicia, Alice Sutton (Julia Roberts), le presta el oído para escuchar que una novedosa, peligrosísima arma sísmica en poder de la CIA o de la NASA –de eso no está seguro ni el taxista– amenaza la vida del Presidente. Poco después, un variopinto ejército de superagents encabezado por el Dr. Jonas (Patrick Stewart, ex capitán de Star Trek, aquí como falso médico) se empeñará en liquidarlos a ambos. En este punto, una catarata de datos nuevos empieza a engordar la trama: la posible locura de Jerry, su pasado como conejito de indias de la CIA, su presunta participación en el asesinato del padre de Alice... Son tantos los cabos y tan velozmente los ata Donner, que la madeja del relato se desdibuja y todo comienza a perder solidez.

El humor, inseparable compañero de ruta del taxista durante el primer tramo, lo abandona a partir de aquí en favor de un esquema saturado de clisés. La torpeza de los servicios crece ilimitadamente, al compás de escaramuzas hiperproducidas –persecuciones en helicóptero, rastreos con radiofaros, dispositivos propios de videogames– de las cuales los protagonistas escapan milagrosamente, dejando al espectador tanto o más impaciente que a los perseguidores. Los recursos se han agotado pero todavía falta una hora larga para el final. El complot se encargará de ocuparla con más de lo mismo, incluidas varias intentonas por exprimir jugo romántico a la dupla Gibson/Roberts, que nuncan llegan a prosperar.

(Esta inclusión, algo estúpida -la inclusión, por lo pronto; la estupidez del contenido queda a su dictamen-, es sólo para alimentar la impostergable necesidad de los ávidos de detalles y de pequeños grandes datos, valiosamente inútiles... Uno nunca sabe...)

En un momento del guión, mostrándole un archivo obseso y minucioso, el protagonista le dice a la Roberts algo así como que el gran secreto es que no hay secretos: todo está publicado de un modo u otro, cosa que prueba, si no recuerdo mal, mostrándole recortes de diarios y revistas con 'secretísmas' infamias y conspiraciones o cosas 'ocultas'. La peli tiene 10 años ya; hoy, eso mismo podría hacerse con un buscador...

Finaliza aquí el breve excursus.

Creo que lo dicho recién es caso análogo al de estos buenos muchachos, consultores de marketing, que han visto cómo aprovechar los resultados de las neurociencias.

Y lo cuentan. Nos dicen con gesto inocente lo que hacen. Y no se les mueve un pelo.

De estas cosas, aplicando el mencionado método del buscador (nada más que para ahorrar espacio en la mesa y en las paredes, digo), hay miles de publicaciones, datos, estadísticas, recetas y, por supuesto, denuncias y admoniciones. Y la cifra crece por minutos. Intérnese -amigo, amiga- en este mundo fascinante y verá cómo se pone a pensar al rato en contar cuántas de sus personalísimas decisiones y convicciones -no importa de qué calado- podrían ser el resultado de un siniestro condicionamiento.

Publicadas estas cosas o no, igual se hacen. Sin ninguna sutileza ni secreto se aplican sutiles y secretas técnicas. Y se dice cuáles son y cómo son. Ahora se le endilga a las neurociencias. Y es verdad que algo aportan.

Tampoco crea usted que hay demasiada novedad en esto. Cualquiera que se tome el trabajo de rastrear las metodologías racionales, se encontrará con la sorpresa de la antigüedad. Y verá cómo están estudiados, analizados, discutidos y fijados los métodos y lo que tienen de honestidad y deshonestidad, desde hace... milenios.

Tal vez tomarse ese trabajo un poco seco, concedamos, no tenga el glamour y el cosquilleo que tiene el horadar los públicos secretos inconfesados, eso sí. Pero que está dicho, está dicho.

Sin embargo.

Algunas de las cosas ventiladas en ese 'revelador reporte' (que tiene algo bastante de 'chivo' publicitario, déjeme que lo desilusione...(*)), se aplican sin violencia a otras cuestiones que no tienen nada que ver con Pepsi o Coca. En fin, nada lo que se dice nada, no. Algo tienen que ver.

Ya parece grave cuando se trata de fruslerías, aunque sean pomposas fruslerías. Pero cuando las mejores cosas se 'venden' como Pepsi o Coca, se hace lo mismo. Cuando lo que se busca es 'construir' una idea o una posición en la cabeza -y en la mente, el alma y el corazón- de alguno o algunos, tal como se 'construye' una marca en un consumidor, se le paga tributo al marketing. Por lo menos al marketing.

Todo lo noble y alta que sea la empresa, la idea, la cruzada. Sí, sí... Todo lo que quiera. Si se trata de fidelizar consumidores, se trata de fidelizar consumidores.

No me jodan.

Pero es otro tema.

Algún día habrá que hablar de los métodos marketineros de los antimarketineros. De las simetrías manipuladoras de los antimanipuladores.

Otro día.

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(*) Je, je...: "Habrá que creerle, Braidot es de los que aplican su propia prédica. En las oficinas de Palermo Viejo donde funciona su consultora, un instituto de capacitación y el 'Brain Decision Center', dedicado a la investigación, el ambiente está aromatizado y sólo se escucha música clásica."

Solve polluti labii reatum

Hace un par de años, hablé de él y de unos recuerdos de infancia y adolescencia.

Puede que haya quienes sepan o recuerden que del antiguo himno a San Juan Bautista se tomaron notaciones musicales:
UT queant laxis REsonare fibris
MIra gestorum FAmuli tuorum,
SOLve polluti LAbii reatum,
Sancte Ioannes.
Texto que Bernárdez vuelca así:
Con el objeto de que nuestras voces
puedan cantar tus grandes maravillas,
desata nuestros labios mancillados,
Oh, San Juan el Bautista.
Pues, esto mismo digo ahora que voy a hablar sobre él, otra vez.

Y a ver si puedo seguir su música.

Oía esta mañana al sacerdote predicar acerca de Juan el Precursor, en su fiesta. Y recordó al pasar lo que Jesús dijo de él:
En verdad os digo que no ha surgido entre los nacidos de mujer uno mayor que él.
Me fui a ver, entonces, el contorno de semejante cosa, que es mucho decir.

Está en el capítulo 11 del Evangelio de san Mateo.
ver
Juan, que en la cárcel había oído hablar de las obras de Cristo, envió a sus discípulos a decirle:
"¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro?"
Jesús les respondió: "Id y contad a Juan lo que oís y veis:
los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la Buena Nueva;
¡y dichoso aquel que no halle escándalo en mí!"
Cuando éstos se marchaban, se puso Jesús a hablar de Juan a la gente: "¿Qué salisteis a ver en el desierto? ¿Una caña agitada por el viento?
¿Qué salisteis a ver, si no? ¿Un hombre elegantemente vestido? ¡No! Los que visten con elegancia están en los palacios de los reyes.
Entonces ¿a qué salisteis? ¿A ver un profeta? Sí, os digo, y más que un profeta.
Este es de quien está escrito: 'He aquí que yo envío mi mensajero delante de ti, que preparará por delante tu camino'."
"En verdad os digo que no ha surgido entre los nacidos de mujer uno mayor que Juan el Bautista; sin embargo, el más pequeño en el Reino de los Cielos es mayor que él.
Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el Reino de los Cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan.
Pues todos los profetas, lo mismo que la Ley, hasta Juan profetizaron.
Y, si queréis admitirlo, él es Elías, el que iba a venir.
El que tenga oídos, que oiga."
"¿Pero, con quién compararé a esta generación? Se parece a los chiquillos que, sentados en las plazas, se gritan unos a otros diciendo:
'Os hemos tocado la flauta, y no habéis bailado, os hemos entonado endechas, y no os habéis lamentado'.
Porque vino Juan, que ni comía ni bebía, y dicen: 'Demonio tiene'.
Vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: 'Ahí tenéis un comilón y un borracho, amigo de publicanos y pecadores'. Y la Sabiduría se ha acreditado por sus obras."

Con pocas variaciones, el episodio está en el capítulo 7 de san Lucas.
ver

Sus discípulos llevaron a Juan todas estas noticias. Entonces él, llamando a dos de ellos,
los envió a decir al Señor: "¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro?"
Llegando donde él aquellos hombres, dijeron: "Juan el Bautista nos ha enviado a decirte: ¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?"
En aquel momento curó a muchos de sus enfermedades y dolencias, y de malos espíritus, y dio vista a muchos ciegos.
Y les respondió: "Id y contad a Juan lo que habéis visto y oído: Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, se anuncia a los pobres la Buena Nueva;
¡y dichoso aquel que no halle escándalo en mí!"
Cuando los mensajeros de Juan se alejaron, se puso a hablar de Juan a la gente: "¿Qué salisteis a ver en el desierto? ¿Una caña agitada por el viento?
¿Qué salisteis a ver, si no? ¿Un hombre elegantemente vestido? ¡No! Los que visten magníficamente y viven con molicie están en los palacios.
Entonces, ¿qué salisteis a ver? ¿Un profeta? Sí, os digo, y más que un profeta.
Éste es de quien está escrito: 'He aquí que envío mi mensajero delante de ti, que preparará por delante tu camino'."
"Os digo: Entre los nacidos de mujer no hay ninguno mayor que Juan; sin embargo el más pequeño en el Reino de Dios es mayor que él."
Todo el pueblo que le escuchó, incluso los publicanos, reconocieron la justicia de Dios, haciéndose bautizar con el bautismo de Juan.
Pero los fariseos y los legistas, al no aceptar el bautismo de él, frustraron el plan de Dios sobre ellos.
"¿Con quién, pues, compararé a los hombres de esta generación? Y ¿a quién se parecen?
Se parecen a los chiquillos que están sentados en la plaza y se gritan unos a otros diciendo: 'Os hemos tocado la flauta, y no habéis bailado, os hemos entonando endechas, y no habéis llorado'."
Porque ha venido Juan el Bautista, que no comía pan ni bebía vino, y decís: 'Demonio tiene'.
Ha venido el Hijo del hombre, que come y bebe, y decís: 'Ahí tenéis un comilón y un borracho, amigo de publicanos y pecadores'.
Y la Sabiduría se ha acreditado por todos sus hijos."

Hay en estos textos varios asuntos.

Y las dificultades empiezan con la pregunta de san Juan Bautista, en la que coinciden ambos evangelistas:
¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro?
Conviene leer los textos que trae la Catena Aurea al respecto, especialmente los de san Hilario, creo, aunque tal vez sea por gusto personal. Pero hay que leer esos comentarios, tanto para todo el pasaje en san Mateo, como para el pasaje en san Lucas.

¿Es posible que Juan no supiera quién era Jesús? Ya lo había bautizado y proclamado y señalado como el Cordero de Dios, y más. También están esas cosas de los celos de los seguidores de Juan, los de los discípulos de Jesús, lo que Jesús dice respecto de quién es mayor frente al Reino.

Ahora bien.

Llaman la atención varias notas de la versión de la Biblia de Jerusalén.

Al versículo 3 del capítulo 11 de san Mateo, acerca de la pregunta de san Juan, dice:
Sin dudar absolutamente de Jesús, Juan Bautista se extraña viéndole plasmar un tipo de Mesías tan distinto del que él esperaba.
Y remite a las palabras del propio Bautista en el evangelio de san Mateo 3, 10-12, supongo que tratando de avalar la nota áspera y terrible que pinta la figura del Bautista:
Ya está el hacha puesta a la raíz de los árboles; y todo árbol que no dé buen fruto será cortado y arrojado al fuego.
Yo os bautizo en agua para conversión; pero aquel que viene detrás de mí es más fuerte que yo, y no soy digno de llevar sus sandalias. El os bautizará en Espíritu Santo y fuego.
En su mano tiene el bieldo y va a limpiar su era: recogerá su trigo en el granero, pero la paja la quemará con fuego que no se apaga.
Mientras tanto, al versículo 5 del capítulo 11 de san Mateo, anota la versión, supongo que para contraponer ahora el aceite al fuego:
Con esta alusión a los oráculos de Isaías, Jesús muestra a Juan que sus obras inauguran ciertamente la era mesiánica, pero con maneras de bondad y salvación, no de violencia y castigo.
Y remite esta vez al capítulo 4 de san Lucas (7-11).
Le entregaron el volumen del profeta Isaías y desenrollando el volumen, halló el pasaje donde estaba escrito:
El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos
y proclamar un año de gracia del Señor.
Enrollando el volumen lo devolvió al ministro, y se sentó. En la sinagoga todos los ojos estaban fijos en él.
Comenzó, pues, a decirles: "Esta Escritura, que acabáis de oír, se ha cumplido hoy."

Menuda cosa este asunto de que san Juan esperaba un reino distinto. Y un Reino distinto.

Y era el mayor entre los nacidos de mujer. Más que un profeta, dice Jesús.

Aunque dice también de él que el más pequeño en el Reino de los Cielos es mayor que él.

Qué decir, qué pensar.

No sé. Pero, para confortar la perplejidad, mientras maduran las luces, tal vez mejor sea el bálsamo de estos versículos del Salmo 139 que se lee hoy:
Yahveh, tú me escrutas y conoces;
sabes cuándo me siento y cuándo me levanto, mi pensamiento calas desde lejos;
esté yo en camino o acostado, tú lo adviertes, familiares te son todas mis sendas.

(...)

Porque tú mis riñones has formado, me has tejido en el vientre de mi madre;
yo te doy gracias por tantas maravillas: prodigio soy, prodigios son tus obras.
Mi alma conocías cabalmente,
y mis huesos no se te ocultaban, cuando era yo formado en lo secreto, tejido en las honduras de la tierra.

Las soledades de Frodo (II)

Hago aquí una primera aproximación a la cuestión de las soledades de Frodo y de los estadios en los que cae.

Un apunte, apenas.

Parece que Frodo tiene tres períodos en su vida.

Obviamente, el primero se hunde en la prehistoria de la historia y permanece como en sombras. Sabemos que es un joven hobbit alegre y cordial, favorito de su tío Bilbo, y solitario caminante de la Comarca. Diría aquí, con el propio Tolkien, que fue solitario pero más bien introspectivo caminante, en todo caso más ocupado en la superficie alegre y bella de las cosas que en su íntima tragedia y tensión. No digo, con todo, que en estos tiempos no se acumularan y maduraran las experiencias que -en un buen continente- habrán de verse en los estadios y soledades siguientes. Este período se va disolviendo en el segundo y no es inmediata su inserción en él. Conocida la misión que le propone Bilbo, que refuerza inmediatamente Gandalf, Frodo avanza como a ciegas, como inerte, con su voluntad pero no necesariamente por su voluntad. Diría que acepta, pero todavía no actúa. Ese intermezzo lo va desasiendo de su vida pasada, del estadio amable pero liviano de su primeros años. Y comienza a mostrale la cara de cierta soledad, correspondiente con el creciente entendimiento del drama que se juega en la historia. De todos los simpáticos hobbits de la Comarca, apenas tres quedarán a su lado. Con ellos, no menos a tientas que él mismo, se encamina al primer salto.

Creo que con este primer salto, que lo arroja a la vez al segundo estadio y a su segunda soledad, Frodo comienza a crecer en altura y hondura. Al ponerse de pie en el Concilio de Elrond, un Frodo distinto se ha puesto de pie. Tal vez ha comenzado a morir al estadio anterior desde la herida del espectro, cerca de la Cima de los Vientos. Con ayuda logró cruzar los vados del Bruinen y llegó a Rivendel. Pero ya está de nuevo en pie, aunque distinto. Y con esa incorporación súbita, inesperada para casi todos, Frodo da a su vez el salto al estadio segundo. Él creía que sólo se trataba de un transporte, de un ciertamente grave -y gravoso- aditamento que debía ser puesto a salvo en Rivendel, acaso, o en lugar seguro. La primera misión se trasmuta así en la segunda. O, por mejor decir, se va develando la misión como por capas. La antigua y dulce soledad, se vuelve también otra. Soledad más correosa, ferrosa, diría. Una soledad de hierro, como es habitualmente la del hombre que da el salto al mundo de la justicia y de la entrega al beneficio de los otros. Este beneficio a los otros, esta pasión por la justicia y el bien de la comunidad, se pinta allí de los colores éticos del segundo estadio. Frodo se vuelve así el centro de una Comunidad que representa a todos los seres de la Tierra Media. Y es el centro en función de ellos, también. Como principal agonista es, a la vez y por ello, su pararrayos. Los golpen que importen a partir de este salto, serán los golpes que a él le den. Está, sin duda, al servicio de todos los demás y en función de ellos -hasta donde entiende lo que ha aceptado- ha aceptado la misión de cargar con el mal del mundo para bien de todas las naciones de la Tierra Media. Es decir, un héroe y con la soledad -acompañada por la comunidad- propia del héroe. Pero soledad al fin; aunque, al fin, acompañada. Como en el caso anterior del primer estadio, el paso al tercero tiene su aproximación, su maduración. El salto, cada salto, es eso: un súbito y definitivo cambio de estado. Pero no sin preparación, no sin antecedentes.

Más difícil es señalar el momento en que Frodo acomete el segundo salto y es arrojado con él al tercer estadio y a la nueva soledad, tal vez ya definitiva en términos históricos, precisamente por la naturaleza de esta soledad, que no es simplemente apartamiento. El segundo salto tal vez habría que ubicarlo, gestualmente, cuando -en un hecho con enorme cualidad simbólica- Frodo cruza el Anduin en Parth Galen y abandona a la Compañía, rumbo a Mordor. Con sus tres compañeros hobbits había comenzado su itinerario cruzando en Gamoburgo el mismo río, perseguidos por los espectros. Sin embargo, con la misma o quizá mayor cualidad simbólica, Frodo acomete el ascenso al Orodruin, la Montaña del fuego que resplandece, la Montaña del Destino, con la noción clara de un nuevo momento que le exigirá -hasta donde puede ver y entender entonces- el abandono de todo lo anterior. Si al cruzar el Anduin encaró las tierras salvajes rumbo a Mordor con Sam como única ayuda, el ascenso será en completa soledad. ¿Completa soledad? Tal vez no. Porque, y si hubiera que seguir el mismo patrón, ¿no debería considerarse el momento del salto a un estadio diferente, aquel en que Frodo 'arroja' el anillo a Sammath Naur, la Grieta flamígera? Para esta última posibilidad existiría, en principio, la objeción de que, precisamente, Frodo no 'arroja' el anillo a la grieta. Y la objeción no es un obstáculo menor. Pero. Visto de otro modo, es decir viéndolo por sus efectos, el estado al que Frodo es arrojado a partir de ese preciso momento -del momento en que la misión se ha cumplido y su intervención ha sido la que ha sido-, ese estado nuevo, el estadio nuevo, conlleva una nueva soledad. Y es probable que la substancia de esa nueva soledad, esté enhebrada de modo inseparable con el hecho mismo de que Frodo no 'arrojó' el anillo, y que no estaba por completo solo frente a la grieta, sino que una parte de Frodo se fue con él y así se disolvió en el fuego en el que había sido forjado. El salto requerido para entrar en el tercer estadio parece tener poca gracia, poca elegancia. Tal vez porque no se trata de un héroe, como aquel que se irguió en Rivendel. La soledad sobreviviniente, entonces, está hecha también de esa 'frustración', de ese cumplimiento 'imperfecto' de la misión. Un cumplimiento acorde con la naturaleza del cumplidor, si hubiera que recordarlo. No ha llegado a ese momento solo. No ha llegado al culmen llevado por sus propias piernas y con la sola fuerza de su corazón. No habría sobrevivido enteramente solo, arrojado al corazón de la maldad, al interior del reino del mal en Arda. Por fuerte que el héroe resultara, la misión es mayor que él. Y ya lo era en sus comienzos, cuando todavía ni siquiera vislumbraba en qué se estaba metiendo.

Bien.

Hasta aquí, por ahora.

viernes, 22 de junio de 2007

Bizarro

Salvo para quienes lo saben, hasta que no se sepa será una versión.

Pero no deja de ser curioso que sea siquiera una versión, tanto como que sea una 'noticia'.

En un mundo tal y como está este mundo, un mundo que tal vez Kristina definirá soberbiamente cuando clausure la Filosofía en San Juan, suena raro que alguien se convierta. Y raro que importe. En términos mundanos, claro. Pero en los 'otros' términos, también.

No sé si vale la pena ahora sacarle punta a este lápiz. Primero hay que pelar el pollo antes de echarlo a la olla. Lo cierto es que me quedé mirando la página del Times que traduce sibilinamente los pasos de Tony Blair, especialmente curioseando los debates sobre cuestiones religiosas que hay enlazados allí.

Más raro todavía.

jueves, 21 de junio de 2007

Gremiales

Estaba empezando a escribir una entrada con este mismo título.

En realidad, a esa altura, apenas había escrito sólo el título.

Pensaba abrir una lunga serie sesuda y valiente acerca de cosas que reputo importantes. Me parecía buena idea hacer un listado pormenor de innúmeras cuestiones digamos gremiales. Pensé que, al fin y al cabo, no siempre hay que pretender el holgado traje de la ciencia (que me queda grande, quiero decir...); y pensé que más bien conviene ponerse la veste ceñida del tratamiento exhaustivo de lo particular.

Para mejor considerar y menear los asuntos, se me había ocurrido clasificar las cuestiones y personas en gremios, metodología harto asaz tradicional.

De allí mi pretensión fáustica de repasar las cosquillas de cada gremio posible, urgando hasta donde sea menester, en toda cosa.

Sin embargo.

En medio del camino que va de la intención a la mano, un poco flojo por el trajín de un día en el aula -y de un día en la vida-, decidí cambiar la pluma por el balón y me fui a ver el partido Gremio-Boca, por aquello de que no puede estar el arco tensado todo el tiempo y es menester la eutrapelia, aun de futbol: cosa tan significativa como la ontología, el hexámetro dactílico o las fuentes del derecho canónico, guarda la tosca...

No sé si fue buena idea.

Porque ya nunca más pude llegar más allá del título que, por raro que suene, mágicamente sirvió tanto para aquel fregado -que ya no haré- como sirve ahora para esta barrida.














La única cosa que pensé viendo lo que vi, más allá del sentimiento excluyente que es la módica alegría terrena de ver ganar a Boca, es que se confirmaba sin necesidad de confirmación lo que ya sabía: Pellegrini es un 'carlitos'.

Este ingenuo juego argentino de palabras -críptico para quien no sepa que existió aquí un 'carlitos' Pellegrini, dizque prócer-, no tiene más mérito que el de una sentencia. El ingeniero chileno se deshizo de un ladrillo que podría haberle servido: le habría sido buen vasallo de haber sido buen señor.

En fin.

No creo que vuelva a la brillante idea original de hacerme el verbistky. No creo que pueda hacer la lista de todo lo que usted siempre quiso saber sobre todas las cosas de las que nadie jamás dijo todavía una sola palabra y sobre lo que yo me animaré a decir todo de todo y todos, usque ad finem.

No. Me parece que no.

A cambio de eso -si acaso aparezcan aquí y allá cuestiones de interés particular que valgan la pena de escribirlas-, me quedaré esperando la partita finale con el Mílan (con acento en la í), en la que un amigo tiene puesto su corazón, por motivos ideológicos, creo: quiere verlo al Cavaliere Berlusconi morder la bosta de la derrota. Ojalá se le dé, claro.

Y si llega a jugar Riquelme, mejor que mejor.

miércoles, 20 de junio de 2007

Las soledades de Frodo

Un poco obligado por una conversación de días pasados, me puse a pensar en la soledad de Frodo. Y después, en las soledades de los personajes de Tolkien, por extensión, como que una cosa lleva a la otra.

Todo empezó porque, tratando de poner un ejemplo en medio de un asunto delicado (no tanto por la materia sino por el recipiente...), se me ocurrió decir que Frodo Bolsón había pasado por los tres estadios aquellos de Kierkegaard. Y que, en el término de los días de su vida, había dado los dos saltos que lo llevaban de lo estético a lo ético y de allí a lo religioso. Y que su última soledad correspondía al estadio religioso. Algo ya bastante difícil es pasar en la vida de un estadio a otro, mucho más recorriendo los tres.

Pero inmediatamente, y por vaya a saber cuál meandro, viene a caer en que a cada estadio le cabía en Frodo a su vez una soledad y un tipo de soledad. Y recordé que Tolkien era más o menos explícito al respecto.

Por esa misma vía, empecé a palpar de soledades a cada uno de los personajes principales de la obra.

Y en eso estoy.

No sé en qué terminará el asunto, pero, además de ilustrativo, es bastante impresionante. Aunque creo que pasa siempre que uno mira todo buscando una sola cosa en cada cosa. Sin embargo, por curioso que parezca, en algunas pocas ocasiones se termina viendo con bastante claridad no aquello que se busca, sino precisamente todo lo demás.

martes, 19 de junio de 2007

Paralelas tales (II)

Si tuviera que elegir, aunque me tienta mucho la cuestión del arte y la poesía, elegiría la cuestión del humor. Me parece que allí hay un punto, tal vez más significativo que los demás y cifra de todo lo demás.

Hay un modo de entender lo que dice Dolina que permite acordar con él, según y conforme.

No hay duda de que es caso difícil el del humor.

Con toda razón dice Chesterton que es asunto indefinible -precisamente en The Spice of Life, que es como si dijéramos 'la sal de la vida'- y agrega una advertencia que hay que tener en cuenta:
suele considerarse como una deficiencia humorística tratar de buscar una definición del humorismo...
Ahora bien.

Puede decirse que el humor es la sal. Pero no creo que pueda decirse que el humor es principalmente demoledor, como parece entender Dolina.

La sal tiene dos particularidades curiosas: preserva y corroe. No hace lo mismo la sal con una puerta de hierro que con una sardina o un pedazo de carne.

Y hay algo de eso en el humor, entendido en sentido poco preciso. En un sentido preserva y en otro, corroe. Y a veces es una corrosión que no es corrosión sino otra cosa caritativa, como aquel corrige ridendo mores...

El problema del humor como parodia, aun como parodia de uno mismo, es que pone a casi todo bajo sospecha. Las cosas, así vistas, parece que llevan un germen de algo de lo que hay que reírse e incluso burlarse. Algo que hasta debe ser demolido.

Es verdad que, en principio, no tomarse en serio está bien. Y es sin duda un remedio contra la enfermedad de quien se da una importancia que no tiene. O aun de una importancia de la que, si efectivamente tiene, no debería hablar muy seriamente. En ese sentido, en el humor hay humildad. Pero la humildad no puede ser propiamente cínica ni corrosiva de algo bueno.

El humor no es eso. Por lo menos la raíz del humor no está en la falla. Creo que tener del humor solamente el concepto de algo corrosivo, es corrosivo.

La raíz del humor es un acierto. No un error o una sospecha de que nada es serio. Sino al revés.

Entiendo que hay algo muy parecido a lo que dice Dolina y que es algo con lo que estoy de acuerdo. Pero, si es parecido, no es lo mismo. Y si fueran las mismas palabras, no son las mismas razones.

Entiendo también que lo que dice Dolina puede ser dicho si uno busca un efecto, incluso un efecto que pretende ser humorístico.

Pero, lamentablemente, no me parece que sea humorístico que su idea de qué es y para qué sirve el humor coincida con eso que llama la indiferencia estelar.

Esa melancolía estelar y cósmica no puede entender el humor sino como un contrafuerte. Allí se parapeta uno cuando cree que ha acertado en algo, siquiera oscuro, siquiera borroso y misterioso. Ese humor para demoler las certezas e incluso la posibilidad de certezas, es el tortuoso reaseguro de que la incertidumbre no habrá de dañarnos, de que no tendremos que esperar seriamente algo.

En un trabajo sobre George Bernard Shaw, de GK, hay muchas referencias a este asunto. Una famosa está en el capítulo que se llama El Puritano. Chesterton sostiene allí:
Humour is akin to agnosticism, which is only the negative side of mysticism. But pure wit is akin to Puritanism; to the perfect and painful consciousness of the final fact in the universe. Very briefly, the man who sees the consistency in things is a wit--and a Calvinist. The man who sees the inconsistency in things is a humorist--and a Catholic.
Cuando Chesterton pone en paralelo el humor y el ingenio, lo hace precisamente en clave de percepción de la consistencia de la realidad, pero no en cuanto a que esta consistencia sea fatal y dolorosa, sino precisamente lo opuesto. Y la derivación teológica de la cuestión es casi obligada.

Que haya calvinistas graciosos y montones de católicos mala onda, no le quita un gramo al fondo de la cuestión. Sigue siendo acertada aquella descripción de las actitudes contrapuestas de dos espíritus.

Chesterton vuelve sobre el asunto -que en realidad no abandona a lo largo de todo el libro-, un poco más adelante:
The former (el Puritano) is always screwing himself up to see truth; the latter (el católico) is often content that truth is there. The Puritan is only strong enough to stiffen; the Catholic is strong enough to relax.
Esto lo dice cuando se ocupa de Shaw como crítico y cuando trata la curiosa tesis del angloirlandés acerca del pesimismo de Shakespeare.

It is odd that Bernard Shaw's chief error or insensibility should have been the instrument of his noblest affirmation. The denunciation of Shakespeare was a mere misunderstanding. But the denunciation of Shakespeare's pessimism was the most splendidly understanding of all his utterances. This is the greatest thing in Shaw, a serious optimism--even a tragic optimism. Life is a thing too glorious to be enjoyed. To be is an exacting and exhausting business; the trumpet though inspiring is terrible. Nothing that he ever wrote is so noble as his simple reference to the sturdy man who stepped up to the Keeper of the Book of Life and said, "Put down my name, Sir." It is true that Shaw called this heroic philosophy by wrong names and buttressed it with false metaphysics; that was the weakness of the age. The temporary decline of theology had involved the neglect of philosophy and all fine thinking; and Bernard Shaw had to find shaky justifications in Schopenhauer for the sons of God shouting for joy. He called it the Will to Live-- a phrase invented by Prussian professors who would like to exist, but can't. Afterwards he asked people to worship the Life-Force; as if one could worship a hyphen. But though he covered it with crude new names (which are now fortunately crumbling everywhere like bad mortar) he was on the side of the good old cause; the oldest and the best of all causes, the cause of creation against destruction, the cause of yes against no, the cause of the seed against the stony earth and the star against the abyss.

His misunderstanding of Shakespeare arose largely from the fact that he is a Puritan, while Shakespeare was spiritually a Catholic. The former is always screwing himself up to see truth; the latter is often content that truth is there. The Puritan is only strong enough to stiffen; the Catholic is strong enough to relax. Shaw, I think, has entirely misunderstood the pessimistic passages of Shakespeare. They are flying moods which a man with a fixed faith can afford to entertain. That all is vanity, that life is dust and love is ashes, these are frivolities, these are jokes that a Catholic can afford to utter. He knows well enough that there is a life that is not dust and a love that is not ashes. But just as he may let himself go more than the Puritan in the matter of enjoyment, so he may let himself go more than the Puritan in the matter of melancholy. The sad exuberances of Hamlet are merely like the glad exuberances of Falstaff. This is not conjecture; it is the text of Shakespeare. In the very act of uttering his pessimism, Hamlet admits that it is a mood and not the truth. Heaven is a heavenly thing, only to him it seems a foul congregation of vapours. Man is the paragon of animals, only to him he seems a quintessence of dust. Hamlet is quite the reverse of a sceptic. He is a man whose strong intellect believes much more than his weak temperament can make vivid to him. But this power of knowing a thing without feeling it, this power of believing a thing without experiencing it, this is an old Catholic complexity, and the Puritan has never understood it. Shakespeare confesses his moods (mostly by the mouths of villains and failures), but he never sets up his moods against his mind. His cry of vanitas vanitatum is itself only a harmless vanity. Readers may not agree with my calling him Catholic with a big C; but they will hardly complain of my calling him catholic with a small one. And that is here the principal point. Shakespeare was not in any sense a pessimist; he was, if anything, an optimist so universal as to be able to enjoy even pessimism. And this is exactly where he differs from the Puritan. The true Puritan is not squeamish: the true Puritan is free to say "Damn it!" But the Catholic Elizabethan was free (on passing provocation) to say "Damn it all!"

Precisamente, hacia el centro de este pasaje está lo central: que todo es vanidad, que la vida es polvo y el amor, cenizas, son bromas frívolas que un católico puede permitirse. Sabe muy bien que hay una vida que no es polvo y un amor que no es cenizas. Y así como puede tomarse más libertades que el puritano en el gozo, puede hacerlo en la melancolía.

Y todo esto no porque entienda que la realidad es inconsistente en sentido propio sino simplemente paradojal. La inconsistencia que percibe no viene de un universo vacío: lo que ocurre, diría el propio Shakespeare, es que hay más cosas allí que las que sueña su filosofía. Y lo sabe.

Y dice todavía algo más, creo que tan pertinente como lo anterior: poder conocer algo sin percibirlo, poder creer en una cosa sin experimentarla, es una vieja complejidad católica que el puritano no entendió jamás.

Incluso, tal vez sea una complejidad que ni siquiera el católico entendió del todo.

Y digo esto porque uno tiene la impresión de que ciertas altisonates declamaciones acerca de la Verdad, cierta desesperación frente a las paradojales y aperplejantes inconsistencias de la historia y del sentido de las profecías, por ejemplo, y cierta melancolía por tantas cosas que el católico cree que merece ver y no le es dado ver del todo, por tantas cosas que quiere que ocurran y no ocurren, por tanto frustrado apetito de triunfo, de querer ir ganando, lo vuelven tan optimista como un puritano, y lo hacen resistirse con mente, alma y corazón al pesimismo católico.

Hay quienes creen que palabras como seguridad o esperanza son definitivamente contradictorias con melancolía y aun con dolor. Entonces, o escapan de la seguridad y de la esperanza para que el sufrimiento sea una garantía de lo que consideran optimismo puritano; o fingen una especie de alegría que sea el signo de que a ellos no se los puede engañar respecto del sentido de todas las cosas, el mal y la historia incluídos.

Como hay otros que creen que para escapar de una alegría que los llena de incertimbres y no les quita el dolor, deben sobreactuar la desesperación, como caricatura de lo que creen que es el pesimismo católico.

He visto que eso pasa no solamente cuando se piensa en la propia vida sino también en la historia. Y he visto además que muchas veces es cuando piensan la historia que se les amarga a algunos la propia vida. Y viceversa, claro.

Para quien crea que esto no tiene nada que ver con Dolina, que lo lea todo de nuevo.

lunes, 18 de junio de 2007

Paralelas tales

Entre tanta cosa que hacer y leer (más o menos hecha y más o menos leída), apenas tuve tiempo de darle un vistazo a un reportaje a Alejandro Dolina que vi por allí.

Querría decir esto: no lo tengo por una referencia, salvo para orientarme respecto de algunas cosas, como por ejemplo qué se puede hacer con cierta originalidad y talento. No es un decidor despreciable, pero tampoco es el finisterre de la sagacidad, de la perspicacia y menos de la cultura.

Es un sujeto curioso, sí, con talento y tics. Paga la mayoría de los peajes que hay que pagar, si uno es quien es y piensa lo que piensa. Lo raro es que no pague más, que no sobreactúe.

Creo que básicamente es honesto, como creo que básicamente es un desesperado.

Dicho a su modo, tal vez haya que dar por el pito lo que el pito vale. Y no más.

En el reportaje dice tres cosas que subrayé. Una, sobre la indiferencia estelar:
Las cosas que yo escribo siempre están relacionadas con el amor y la muerte, y últimamente también con la perplejidad de que al universo no le importa mucho todo esto. Esa indiferencia estelar produce, entre otras cosas, que no sea muy distinto ser una persona que otra. La desesperación de saber que somos sustituibles forma parte de mis temas obsesivos.
Otra, cuando le preguntan sobre el tema del tiempo en sus obras:
Desde luego. Hasta diría que es el tema principal, porque la muerte y el amor son hijos del tiempo. Y el carácter sustitutivo de la existencia también obedece al tiempo. Después de todo, nos vamos sustituyendo a nosotros mismos: estos que somos hoy pues no se parecen mucho a los que éramos hace algunos años.

El carácter irreversible del tiempo... esta dramática revelación de la ciencia a través del principio de termodinámica conforme al cual el tiempo es absolutamente irreversible y que no hay máquina del tiempo ni esperanza ninguna para los que pretendemos evitar la muerte es un asunto.

Yo quisiera no morirme, pero bueno... En tal caso, el único consuelo posible es morirse con despacho en disidencia. Existiendo la muerte, mal puede uno existir sin angustia.
Y la tercera, respecto del arte:
...el arte, especialmente la poesía, es un dictamen, una opinión, a veces un grito desesperado sobre la condición humana; y la condición humana es trágica.

(...)

De todos modos, en mi modestísima literatura no hay una nostalgia deliberada y puntual; todos llevamos una mera nostalgia, pero que no es la nostalgia de una pizzería que han demolido, sino que es más profunda y terrible: la de saber que no somos dueños del tiempo, que la muerte es irreversible y que lo que perdimos no lo hemos de recuperar... El arte es el hijo de la falta, del "no tener". La gran poesía aparece siempre cuando algo falta, cuando se ha perdido un amor, un afecto, una causa, una sed de justicia, la juventud, la fortuna.
Y del humor:
El humor es un dato de sal, que tiene un valor más formal que profundo, para evitar cargar las tintas, para que todo no sea tan evidente.

(...)

El humor sirve para sentar una ráfaga de cinismo. El cinismo es quizá rastrear el desatino, y en ese sentido me gusta, ya que ventila las demasiadas seguridades del escritor. Aquél que está demasiado seguro, pontificando, y está poniendo en sus personajes frases de una filosofía demasiado expuesta y pétrea hace bien cada tanto en ventilarlas con cinismo.

Para eso sirve el humor, el humor es sal, por eso hay que usarlo poco, pero hay que usarlo.

Habrá que ver.

No viene mal un recreo.

Mientras, y aparte, voy desculando -mascullando, también se puede decir...-, las sutilezas no siempre del todo sutiles de los asuntos 'racionales' que venía viendo. No los olvido, pero no quiero tratarlos sin masticarlos bien.

Tampoco tiene que parecer que hay alguna relación entre lo que dicen el cardenal Ruini, Joseph Ratzinger-Benedicto XVI y Dolina.

Aunque haber, hay.

domingo, 10 de junio de 2007

Otoño de hojas en hojas de otoño

En medio de las infinitas estupideces que tiene la semana, siempre hay algo. Todo sirve, más o menos. De todo saca el que quiere algo que le venga bien. Y, con suerte, que le haga bien. Y, con más suerte, que haga bien.

Pensaba en esto esta mañana de domingo de Corpus Christi.

En los días de la semana pasada, por ejemplo, yendo y viniendo a las corridas, había visto un paisaje como éste del otoño en niebla que nos ha tocado. Y, en más de un viaje en tren -lecturas más o menos-, la imagen de esos colores en melancolía -feliz, si se me deja decirlo- se me aparecía una y otra vez.

Como uno acumula cansancio, acomodar todo lo que hay pendiente se hace cada vez más difícil. Porque, además, uno acumula cosas y más cosas que posterga deliberadamente hasta los remansos que -ay, a veces...-, son los fines de semana.

Por ejemplo.

Toda la semana, en medio de pavadas de este mundo, me la pasé acumulando los textos de Ratzinger-Benedicto XVI y de Camillo Ruini sobre aquello que el cardenal había llamado hace unos meses el "eje" del pontificado de Ratzinger: la cuestión acerca de la razón. Y de veras que es asunto peliagudo, al que hay que dedicarle tiempo, en cantidad y calidad, que no es cosa solamente de leer al frío de latón ferrioviario. Eso sirve, pero no alcanza...

Se mezclan tantas cosas allí (de las obvias teología y filosofía, pertinentes a la cuestión, hasta la más o menos también obvia política curial vaticana...), tantas que es preciso leer con seis o siete cabezas a la vez para ver de entender.

Y más, todavía.

Porque, por pedido de un cofrade, a las casi 50 páginas oficio de apretado texto a un espacio (dijera otro amigo puntilloso...) de los últimos artículos y discursos de ambos -desde Regensburg y adversus Habermas hasta las últimas intervenciones de Ruini-, tuve que sumar otras alrededor de 40 páginas idem del documento de la Comisión Teológica Internacional sobre La speranza della salvezza per i bambini che muoiono senza battesimo: esto es, la agitada cuestión del limbo.

Pero.

Sobre el cierre de esta edición, llegan a mi mesa dos trabajos, esta vez de unas 40 páginas A4 mecanografiadas a doble espacio.

Claro. Podría alguien decir que eso es bastante menos. No tal. Porque un agudísmo filósofo bate allí, en uno de los dos trabajos, delicadas materias sobre el milenio del Apocalipsis, con tesis de lo más provocativas. Y eso no es menos, sino más.

Por eso.

Salí esta mañana a caminar.

A ver el otoño. A ver las otras hojas. Las del otoño en Arda, que bastante se parecen también a las hojas que acumulo en la cabeza y en la mesa.

Está el paisaje de mi calle, que es el de la fotografía que abre esta entrada.

Y en aquel paisaje del mundo que he estado viendo durante los días pasados, madurando el otoño hasta hacerse invierno, veía todo junto. Pero esta mañana, más lentamente, me tocó ver cada parte, viendo cómo es cada parte que hace aquel paisaje.

Cada hoja, una por una. Las fui recogiendo y las fui mirando. Una por una.

Con ellas hice la foto que cierra esta entrada.

Vi entonces que el otoño es todo eso junto y es cada parte. Como el otoño de la vida.

Hacen un paisaje, claro. Pero no todo es ocre, ni dorado, ni borgoña. Ni siquiera puro verde, que también hay.

Con un poco de ese entrenamiento del ojo en el paisaje, me queda ahora zambullirme en la montaña de hojas.

Las otras.

Ya vi, hojeándolas, que son como el otoño.

Cabo Blanco



Tiempo atrás, uno de los de casa fue al sur.

Es cosa que periódicamente pasa en casa: alguien va al sur.

Desde Puerto Deseado, yendo unos 90 kilómetros al noreste, llegó hasta el solitario -y activo- faro de Cabo Blanco, cruzando esa nada poblada de innúmeras sugerencias que es la Patagonia.

No pudo estar mucho tiempo allí porque lo llevaban con la condición implícita de volver en el día.

En el tiempo que estuvo, barrido por el viento y el frío, sacó unas cuantas fotos.

Como ésta que aquí se ve. Es la ventana de arriba, donde están las enormes lámparas y espejos que hacen la luz del faro. Lo demás, se vea aquí o no, allá abajo, es mar y piedras de la costa. Y costa un poco de arena y canto y una planicie de nada y viento, todo alrededor.

Varias de las fotos que sacó son impresionantes. Todas son el frío, de un modo u otro. Ventanas, casuchas, costa, el propio faro erguido sobre el cabo. El mar. El viento.

Hay algunas de ventanas. Tuvo el buen tino de mostrar -tratándose del frío- cierto contraste entre adentro y afuera; contraste mínimo, además, porque algo de todo el paisaje entra a todas partes.

La intemperie. En todas partes algo de la intemperie.

Como la vida, pienso.

Y por eso me gustó esta foto.

Dice, de un modo extraño y sugerente, que intemperie y felicidad no son opuestos contradictorios.

jueves, 7 de junio de 2007

Niebla

Son días de niebla.

Y de neblinas.

Y de niebla.

Para unos cuantos, es un problema. Para los que vuelan, por ejemplo.

Pero la inteligencia en cierto modo vuela. Y el alma. Y el espíritu.

Y eso mismo puede ser un problema, si hay niebla y neblina. Y persiste. Y no se va.

El servicio del tiempo, en su alerta, dice del meteoro:
Esta situación se debe a la presencia de aire húmedo y vientos débiles en superficie, generándose condiciones favorables para la formación de nieblas densas y persistentes, especialmente sobre el área ribereña del Río de la Plata.

Se destaca que la noche y primeras horas de la mañana serán los momentos en que la niebla genere la mayor reducción de visibilidad.
Y uno se tienta, claro.

Es la propia vida. La vida en niebla, digamos.

No cualquier vida, se entiende.

Pero sí en la vida de cualquiera.

Un poco de aire húmedo y otro poco de vientos débiles en superficie...

Y listo.

Con ese poquito de nada, se forman nieblas densas y persistentes. Incluso en el área
ribereña del Río de la Plata de la vida. O de la vida en el área ribereña del Río de la Plata.

También eso. También aquí. En casi todo. Y en muchos.

Nieblas de las cosas.

Humedades aéreas del espíritu. Y debilidades superficiales de un espíritu que de tan débil y superficial, siquiera es espíritu apenas.

Y entonces, como la vida del hombre es una especie de día de hombre, pasa que la noche y primeras horas de la mañana son también los momentos en que la niebla genera la mayor reducción de visibilidad.

Niebla de la noche.

Niebla de primeras horas de la mañana.

Nieblas de noche y día.

Pero.

Entonces viene el viento y barre la niebla.

La niebla del espíritu.

Y es el viento del Espíritu, que no es débil ni superficial.

Que sí es viento.