domingo, 10 de junio de 2007

Cabo Blanco



Tiempo atrás, uno de los de casa fue al sur.

Es cosa que periódicamente pasa en casa: alguien va al sur.

Desde Puerto Deseado, yendo unos 90 kilómetros al noreste, llegó hasta el solitario -y activo- faro de Cabo Blanco, cruzando esa nada poblada de innúmeras sugerencias que es la Patagonia.

No pudo estar mucho tiempo allí porque lo llevaban con la condición implícita de volver en el día.

En el tiempo que estuvo, barrido por el viento y el frío, sacó unas cuantas fotos.

Como ésta que aquí se ve. Es la ventana de arriba, donde están las enormes lámparas y espejos que hacen la luz del faro. Lo demás, se vea aquí o no, allá abajo, es mar y piedras de la costa. Y costa un poco de arena y canto y una planicie de nada y viento, todo alrededor.

Varias de las fotos que sacó son impresionantes. Todas son el frío, de un modo u otro. Ventanas, casuchas, costa, el propio faro erguido sobre el cabo. El mar. El viento.

Hay algunas de ventanas. Tuvo el buen tino de mostrar -tratándose del frío- cierto contraste entre adentro y afuera; contraste mínimo, además, porque algo de todo el paisaje entra a todas partes.

La intemperie. En todas partes algo de la intemperie.

Como la vida, pienso.

Y por eso me gustó esta foto.

Dice, de un modo extraño y sugerente, que intemperie y felicidad no son opuestos contradictorios.