domingo, 24 de junio de 2007

Jerry Fletcher es un taxista solitario

Si en el rectángulo superior (a la izquierda de su pantalla, señora, señor...), donde dice 'buscar blog', usted pone "química del amor" y pulsa la tecla 'intro' o 'enter' (tal vez sea sólo el ícono de una flecha), verá que como resultado de ello aparecen en la página al menos tres entradas de esta bitácora en las que se trata el mismo tema.

Ahora bien.

Si no le es molestia, 'pique' este enlace (que es de distinto color porque es un enlace, claro...)

(Estas penosas indicaciones son exclusivamente para ayudar a aquellos que no están familiarizados con la búsqueda de información por este medio y se lamentan de crónica inhabilidad digital...)

Ejerza ahora la mortificada paciencia visual o imprima el resultado en una hoja de papel, a su gusto. En el artículo que verá en la pantalla, se habla, en apariencia, de útiles conocimientos aplicados y juzgará usted el valor que pudieren tener las tres palabras en cuestión: útiles, conocimientos, aplicados. Como se supone que juzgará la finalidad de la aplicación de esos conocimientos.

Ahora viene un

Breve excursus.


En aquella película, vista, cinta o filme, que protagonizaba Mel Gibson y que se llamó Conspiracy Theory (El Complot, en castellano), pasaba algo parecido a lo que dice la sinopsis que sigue.
ver

El Complot Estados Unidos, 1997
Dirigida por Richard Donner, con Mel Gibson, Julia Roberts, Patrick Stewart, Stephen Kahan, Terry Alexander.

Mel Gibson volvió a reunirse con su viejo amigo, el director Richard Donner (quien lo condujo en las tres Arma mortal y en Maverick), para una ambiciosa superproducción que arranca bastante bien. Las primeras imágenes de El complot ponen a Gibson en la piel de un taxista de Nueva York, Jerry Fletcher, que aúna la paranoia de su colega más célebre –el que compuso Robert De Niro para Taxi Driver– con la idiosincrasia típica de tantos taxistas de Buenos Aires, y seguramente de cualquier gran ciudad. No hay una sola cuestión de Estado, magnicidio sin resolver o intimidad de los servicios secretos que Jerry no domine a la perfección, cosa que se encarga de hacerles saber a sus pasajeros mediante una verborragia tan desbocada como la que dio la vuelta al mundo de la mano del sargento Riggs (Arma mortal). Sugestiva dirección de fotografía mediante, Manhattan se insinúa detrás a partir de unas pocas luces desenfocadas, sumadas a la voz de mando de algún pasajero que pide ser conducido a la Séptima avenida.

Con el correr de los minutos se notará que las pistas que acumula Jerry en su cerebro no son todas falsas. Y una encumbrada funcionaria del Departamento de Justicia, Alice Sutton (Julia Roberts), le presta el oído para escuchar que una novedosa, peligrosísima arma sísmica en poder de la CIA o de la NASA –de eso no está seguro ni el taxista– amenaza la vida del Presidente. Poco después, un variopinto ejército de superagents encabezado por el Dr. Jonas (Patrick Stewart, ex capitán de Star Trek, aquí como falso médico) se empeñará en liquidarlos a ambos. En este punto, una catarata de datos nuevos empieza a engordar la trama: la posible locura de Jerry, su pasado como conejito de indias de la CIA, su presunta participación en el asesinato del padre de Alice... Son tantos los cabos y tan velozmente los ata Donner, que la madeja del relato se desdibuja y todo comienza a perder solidez.

El humor, inseparable compañero de ruta del taxista durante el primer tramo, lo abandona a partir de aquí en favor de un esquema saturado de clisés. La torpeza de los servicios crece ilimitadamente, al compás de escaramuzas hiperproducidas –persecuciones en helicóptero, rastreos con radiofaros, dispositivos propios de videogames– de las cuales los protagonistas escapan milagrosamente, dejando al espectador tanto o más impaciente que a los perseguidores. Los recursos se han agotado pero todavía falta una hora larga para el final. El complot se encargará de ocuparla con más de lo mismo, incluidas varias intentonas por exprimir jugo romántico a la dupla Gibson/Roberts, que nuncan llegan a prosperar.

(Esta inclusión, algo estúpida -la inclusión, por lo pronto; la estupidez del contenido queda a su dictamen-, es sólo para alimentar la impostergable necesidad de los ávidos de detalles y de pequeños grandes datos, valiosamente inútiles... Uno nunca sabe...)

En un momento del guión, mostrándole un archivo obseso y minucioso, el protagonista le dice a la Roberts algo así como que el gran secreto es que no hay secretos: todo está publicado de un modo u otro, cosa que prueba, si no recuerdo mal, mostrándole recortes de diarios y revistas con 'secretísmas' infamias y conspiraciones o cosas 'ocultas'. La peli tiene 10 años ya; hoy, eso mismo podría hacerse con un buscador...

Finaliza aquí el breve excursus.

Creo que lo dicho recién es caso análogo al de estos buenos muchachos, consultores de marketing, que han visto cómo aprovechar los resultados de las neurociencias.

Y lo cuentan. Nos dicen con gesto inocente lo que hacen. Y no se les mueve un pelo.

De estas cosas, aplicando el mencionado método del buscador (nada más que para ahorrar espacio en la mesa y en las paredes, digo), hay miles de publicaciones, datos, estadísticas, recetas y, por supuesto, denuncias y admoniciones. Y la cifra crece por minutos. Intérnese -amigo, amiga- en este mundo fascinante y verá cómo se pone a pensar al rato en contar cuántas de sus personalísimas decisiones y convicciones -no importa de qué calado- podrían ser el resultado de un siniestro condicionamiento.

Publicadas estas cosas o no, igual se hacen. Sin ninguna sutileza ni secreto se aplican sutiles y secretas técnicas. Y se dice cuáles son y cómo son. Ahora se le endilga a las neurociencias. Y es verdad que algo aportan.

Tampoco crea usted que hay demasiada novedad en esto. Cualquiera que se tome el trabajo de rastrear las metodologías racionales, se encontrará con la sorpresa de la antigüedad. Y verá cómo están estudiados, analizados, discutidos y fijados los métodos y lo que tienen de honestidad y deshonestidad, desde hace... milenios.

Tal vez tomarse ese trabajo un poco seco, concedamos, no tenga el glamour y el cosquilleo que tiene el horadar los públicos secretos inconfesados, eso sí. Pero que está dicho, está dicho.

Sin embargo.

Algunas de las cosas ventiladas en ese 'revelador reporte' (que tiene algo bastante de 'chivo' publicitario, déjeme que lo desilusione...(*)), se aplican sin violencia a otras cuestiones que no tienen nada que ver con Pepsi o Coca. En fin, nada lo que se dice nada, no. Algo tienen que ver.

Ya parece grave cuando se trata de fruslerías, aunque sean pomposas fruslerías. Pero cuando las mejores cosas se 'venden' como Pepsi o Coca, se hace lo mismo. Cuando lo que se busca es 'construir' una idea o una posición en la cabeza -y en la mente, el alma y el corazón- de alguno o algunos, tal como se 'construye' una marca en un consumidor, se le paga tributo al marketing. Por lo menos al marketing.

Todo lo noble y alta que sea la empresa, la idea, la cruzada. Sí, sí... Todo lo que quiera. Si se trata de fidelizar consumidores, se trata de fidelizar consumidores.

No me jodan.

Pero es otro tema.

Algún día habrá que hablar de los métodos marketineros de los antimarketineros. De las simetrías manipuladoras de los antimanipuladores.

Otro día.

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(*) Je, je...: "Habrá que creerle, Braidot es de los que aplican su propia prédica. En las oficinas de Palermo Viejo donde funciona su consultora, un instituto de capacitación y el 'Brain Decision Center', dedicado a la investigación, el ambiente está aromatizado y sólo se escucha música clásica."