miércoles, 11 de julio de 2007

Insigne

En los diarios había la costumbre de que, cuando había poco que hacer, por ejemplo, se iban completando los obituarios de personajones; vivos, claro; se les agregaba o quitaba cosas, poniéndolos a punto y listos para cuando el óbito del fulano. No sé si seguirá siendo así. Entre frívolo, macabro, utilitario y divertido, creo. Y comprensible. ¿Qué tiene de veras que ver un diario con el sentido de la muerte? Y de la vida.

Distinto el caso del insigne tucumano, por ejemplo.

Me despedí de él en Buenos Aires, hace unos años. Tuve la alegría de volver a despedirme de él, un poco más cerca en el tiempo, en un viaje a Tucumán, en su casa.

Hace unos días, un amigo me anotició de que se estaba muriendo. Y hoy me llamaron desde allá y me dijeron lo mismo. Un mensaje lacónico, ni fúnebre ni formulario: un parte.

Y, sí.

Hace unos años que sé que se está muriendo. Y ocurrirá uno de estos días: se cortará, como gustaba decir él mismo. Morirá. Habrá muerto.

No será una noticia.

No tengo mucho modo de saber el hora a hora, el minuto a minuto curioso y morboso de la noticia. Será un tiempo. Un lapso. Se está muriendo, me dicen. Y así será. Se habrá ido muriendo. Como he sabido todos estos años, a la distancia, que estaba viviendo.

Me enteraré, claro. Sabré después que murió, que se murió.

Y sabré que se me murió.

A un amigo triste por su muerte, le decía días pasados que Dios le dará al insigne tucumano el ciento por uno, como suele. Y que nomás por el bien que a mí me hizo -que soy una larva torpe de hombre inútil- la cifra que le toca calculo que es inmensa, enorme.

Me alegro por él.

No soy afecto a los homenajes de hombres, y no que me parezca mal. No soy afecto, nada más.

Me gusta imaginármelo en el Cielo. Es de esos hombres que tienen unas ganas bárbaras de irse al Cielo, como decía san Benito (aunque el insigne era más bien dominicano...)

Es un hombre de la patria. Y de la Patria.

El mejor que conocí.