jueves, 5 de julio de 2007

Las soledades de Frodo (IV. Un excursus)

Hay algunos asuntos alrededor de la soledad de Frodo que hacen que se vuelva una figura casi trasparentemente crística. Varios autores y exégetas han encarado este punto. El primero, por supuesto, el propio Tolkien.

Tal vez, la razón sea que, existiendo el arquetipo, existiendo el antitipo, no hay modo de escaparle a la relación, al reverbero del doliente epónimo con respecto a todos los demás dolientes. Y no es que todo el que sufre, sufre al modo de Cristo, sino que Cristo sufre por todo dolor y por todo doliente.

Ahora bien.

A veces pasa, creo, que una parva de exégesis tapa y desfigura lo que hay debajo: la cosa misma.

Y no pasa sólo en este caso.

Parecería que no hay modo de evitar que el hombre haga en casi todas las cosas -por cierto que especialmente en aquellas que se refieren a Jesucristo- algo parecido a lo que el memorable Inquisidor de Dostoievsky hizo precisamente con Jesús de paseo por Sevilla: 'Tú ya hiciste lo tuyo y no muy bien, según nos parece si nos ponemos exigentes: Ahora, nos dejas a nosotros que ya sabemos lo que tenemos que hacer...'

Hasta con la mejor de todas las intenciones, los hombres solemos anteponer lo que hemos creído entender, y eso en el mejor de los casos, claro. En modo alguno esto quiere decir no que haya lugar para la exégesis, que no haya lugar para tradición -y tradiciones-, que no haya permiso para la mirada que -en muchos casos, no sola ni por sí- es capaz de ver lo invisible en lo visible, el sentido último detrás de la figura.

Siempre pensé a este respecto que todas las cosas -menos Dios mismo en su mismidad divina- son algo determinado y son signo de otra cosa, a la vez. Y que no hay modo de verlas sino así. La mirada cada vez más penetrante, más limpia y más dócil, permite ver de más en más de qué cosa son signo, adónde lleva esa flecha que son también las cosas en su propia naturaleza. Una huella de creatividad presente en el hombre, permite sacar mucho aceite hasta de las piedras. Pero la cuestión primera es que hay aceite en las piedras. Incluso desvirtuando esta operación lícita, amañando el procedimiento para obtener resultados interesados, hay que pagarle tributo a esa relación.

Por ejemplo: si es posible mentir con la exégesis -por cierto que se puede errar con la exégesis-, es porque se puede acertar: esto que ves aquí significa esto otro que no ves inmediatamente aquí.

Con todo y eso, muchas veces nos ocurre dislocar el asunto: como si dijéramos que ignoramos por completo la cosa primera y es allí que nos vamos a pastorear -a veces al garete- por las cosas segundas. Y no que en ese paseo no hallemos cosas de interés e incluso verdaderas, provechosas, luminosas, útiles.

La cuestión es más o menos ésta: una nota de unicidad y de identidad en las cosas me obliga a mirarlas en lo que son, pero, al mismo tiempo, su íntima -y no accidental- calidad analógica me obliga a mirarlas según lo que significan, verlas según aquello de lo que dependen, a lo que se refieren.

Por supuesto que la mejor mirada sería la que pudiera ver sin destrozar lo que es uno, distinguiendo a la vez lo análogo. De modo que viera lo que las cosas son y con qué y en qué son análogas o similares, y a qué se refieren, todo a la vez. Dicen que, por ejemplo, el poeta puede hacer eso, como otros artífices. Y el sabio, más.

El ejemplo que se me hace más claro es el de san Juan, el amado, mirando Al que crucificaron.

Tiene que haber visto lo que vio, sin duda: un crucificado, un despojo sanguinolento, escupido y torturado, flagelado, escarnecido, humillado, burlado. ¿Y qué más vio? ¿Vio algo más? ¿Estaba viendo el sacrificio de ese justo y estaba viendo además algo que no había entendido del todo cuando Jesús lo dijo y lo entendió viendo lo que veía ahora? ¿Entendía todo lo que estaba viendo? ¿Barruntaba antes y barruntaba ahora? ¿Entreveía antes y también ahora? ¿Veía? Eran sus ojos, claro, y su mente, y su corazón. Era él, Juan, claro. No sólo, por cierto. Veía con sus ojos y entendía con su mente y veía y entendía con su corazón. Claro. Pero, en cualquier caso, no porque sus ojos, su mente y su corazón pudieran ver y entender por sí. ¿Entendía, sabía, creía que el cordero que veía era el Cordero también? Vio elevarse al cordero. ¿Y vio elevarse al Cordero? Tiene que haber sido el Dios más humillado aquel que vio levantado en la cruz. Pero, ¿vio a Dios? Y si vio y alcanzó a entender algo de lo que estaba viendo, ¿vio además todo lo que estaba pasando alrededor del que crucificaban? ¿Entendió lo que significaba? Y en Juan, y con él, ¿debíamos ver nosotros?

Frodo no es Cristo, en cualquier caso. Será crístico, acaso; y parece muy probable.

De allí que haya cosas que el propio Frodo -porque no es Cristo- no entendió de lo que vio y pasó. Y de lo que le pasó.

Y entonces y por eso mismo tuvo que ir a entenderlas a otro lugar, donde fuera posible para él entenderlas.

Pero es allí cuando no estamos muy lejos de Frodo. Cuando somos él.