lunes, 9 de julio de 2007

Las soledades de Frodo (V. Otro excursus)

Nieva ahora.

Sí. Aquí mismo, a la puerta de la cueva, donde nunca nieva. Unos copos blandos, tímidos, de a ratos aguanieve.

Y para festejar -el día de la patria en la patria nevada, que es cuando más blanca debe haber estado en toda su historia, tal vez, y eso porque el blanco viene ahora del cielo-, terminé recién de poner todo en sendas ollas (y sí: tienen que ser dos, y si vieran el tamaño...) Todo un puchero allí con sus verduras, hortalizas, carnes y encurtidos. Ya humeando todo.

Mientras, Hespèrion XX acompaña y hace Atiende y da y aquel Ay, corazón amante, de Hidalgo, con una contralto gloriosa que le pone cielo al puchero. Y, el fundador, Jordi Savall, ataca una Gagliarda napolitana que derrite la nieve. Los chicos, con cada caída blanca intermitente, salen a cantar al jardín y a correr con ilusión de muñeco de nieve. Y, de gringos que son, gritan 'llegó la Navidad', en pleno julio, en pleno invierno.

Claro.

Es eso. Precisamente.

Por ejemplo.

Ayer a la tarde, en misa, el curita hizo su mejor esfuerzo por ser canchero. Hasta parecía una especie de barricada, una sentada piquetera por el Motu proprio, si uno fuera malpensado. Que no soy. Sin embargo, igual era un cocoliche. Del 'vos, que nos amás, Señor, y nos perdonás' del rito penitencial, se pasaba al vosotros de alguna lectura o de frases escritas del canon. Y así. Una Babel de jergas y dialectos, que el curita trataba de unificar, perdiendo tiempo, digo yo, en corregir los textos escritos con la lengua oral. Todo un poco simétrico, diría yo. Vos contra vosotros. Y recontra vos contra recontra vosotros. Medio pavo todo eso. Parece el nomina nuda tenemus, y creo que algo de eso tiene.

Sin embargo, si uno daba apenas un paso atrás, veía algo bastante interesante.

¿Quién dijo aquello de que mientras hubiera sintaxis, o gramática, la gente seguiría creyendo en Dios? Y es natural.

Lo peor es que no hay cómo no haya sintaxis o gramática. Siempre habrá. Por más álogo que llegue a ser el hombre, por anomia que hubiere. Será una gramática acorde con el Dios en el que se cree. Concedo. Será un Dios a la altura de la gramática que se profesa. Concedo, también. Igual habrá gramática.

Miraba los esfuerzos del curita y pensaba. ¿Por qué las palabras y la jerga? ¿No le quedan todavía los gestos? Porque hay sembrados en la misa -por canchero que sea el curita- cantidades de gestos monárquicos, jerárquicos. Terribles.

Arrodillarse, ponerse de pie, bajar la cabeza, elevarla. Mirar en una dirección. El silencio. Toda una coreografía completa en el cuerpo y en el espacio y en el tiempo. Aunque no se dijera ni una sola palabra. Ni vos, ni vosotros, ni ustedes. Ni che, ni . Ni nada.

Se mezclarán estilos, tiempos, rarezas, improvisaciones, solturas. Pero hay gestos que no coinciden todavía con las creatividades orales.

Pequeñas rebeldías. Pequeñas muestras de autonomía. Pequeñas correcciones al diseño. Pequeñas tangentes y rodeos. Desvíos de nada. Feos o curiosos, dulces o chirriantes. Tanto da.

Parecería que no se ha llegado al fondo de la cuestión, si todavía alguien se arrodilla o se pone de pie, como mecánicamente, como naturalmente. Me dirán, y con razón, que el mismo gesto puede volverse inicuo y bestial, según quién esté adelante, ante quién se arrodilla uno, ante quién se pone de pie y por qué. Concedo, claro.

Pero los gestos siguen allí. Y le pagan tributo a un orden. Tal vez porque no son solamente gestos. Tal vez porque no se trata simplemente de un orden. Y aun las palabras, cuando no son solamente palabras.

En la novela de Tolkien, se dice que mientras Frodo viaja en el espacio, parece hacerlo también en el tiempo. Y con eso, en los estilos y las formas de ser y en la comprensión de las cosas.

De las libertades e informalidades de la Comarca, de la afabilidad -tan jovial como tontona- de los hobbits, tiene que ir viajando a gentes más altas, y no solamente altas en centímetros de altura. A medida que se adentra en el misterio del origen, va viendo los misterios del origen. Y más hacia el origen se encamina, más originales son ciertas cosas altas. De un bando y de otro. Porque también ve, viajando, lo que ocurre con Saruman y sus 'creaciones' y su lenguaje y el de sus súbditos. Y allí, viendo como en un espejo, Frodo será testigo de una cierta inversión de las gentes y de las acciones, de los gestos. Como el anverso y reverso de las cosas mientras más atrás va. Y también de los lenguajes, claro, de los modos de decir, pero también de las cosas dichas, de cómo se habla y de qué se habla. Y de los gestos, también.

Entenderá todo eso mucho más y mucho mejor que cualquiera de los hobbits que han andado esos caminos con él. Su propio camino lo lleva al origen. Al origen del Anillo debe ir. A devolverlo a su origen. O a llevarlo hasta allí, por mejor decir.

No es poca experiencia para un hobbit ese trayecto hacia el origen. Difícil experiencia. En particular, porque se recibe al modo del recipiente. y Frodo tuvo que cargar cosas mayores que él. En cierto sentido, objetivamente mayores. Y en otro sentido, subjetivamente mayores.


Ahora, la nieve de a ratos es llovizna fría. Va y vuelve, toma fuerza.

Ya las ollas bullen orondas del semejante puchero. Ellas, y los chicos, esperan. José Mercé, con una flamenca guitarra viril, está cantando desgarrado la Luna de la Victoria.

De una multitudinaria noche hobbit de fuegos, viandas y cantos, a los varones de la casa les sobraron unos vinos, de esos que alegran el corazón del hombre.


PS: Y resultó una nevada, nomás. Memorable. Histórica. De las que en una Comarca harían anales, agregarían páginas a un Libro Rojo. Como si apareciera un dragón. Fue después del puchero y antes del chocolate caliente y las roscas. Unas tres horas de nieve comilfó. Y muñecos con bufanda, gorra y zanahoria de nariz frente a la cueva. Y todo alrededor los árboles, como nórdicos. Y las calles blancas y barrosas, heladas. El loquitor -diría Castellani-, muerto de miedo y maravilla, relataba la nevada: Esto es nieve, decía, no aguanieve ni nevisca. Nieve-nieve..., será el fin del mundo, pero está nevando de veras...

¿De dónde le vendrá a la gente el pavor y el pánico ante lo maravilloso y feliz? ¿Será que lo feliz también puede ser signo de ese temido fin del mundo? Los chicos, entretanto, jugaban con la nieve de veras. Que es, como creo que contestó san Gonzaga, lo que uno tendría que poder estar haciendo si llegara de veras el fin del mundo.