miércoles, 17 de octubre de 2007

Leprosos en el aprisco (II): Primero, las ovejas.

La cuestión de las ovejas y los leprosos en los Evangelios, tiene su asunto, que ya veré si puedo ver. Pero es verdad que ambas son figuras fuertes.

Básicamente, el leproso no puede estar más a la intemperie de todo, de la ciudad, de la ley, de las comidas comunes, de la sociabilidad. Y del cielo, claro. Por lo menos en un sentido.

Las ovejas, por su parte, tienen grados. Incluso hay ovinos y caprinos, que no es lo mismo; como hay corderos, que tampoco da igual. Y pastores, obviamente. Y Pastor. Pero está claro al menos que en el asunto del aprisco y del redil se juega buena parte de la didáctica de la Redención. Como también ocurre con leprosos, paralíticos, llagados, cegonatos, endemoniados, prostitutas, publicanos y pecadores in genere. Y hasta como parece que ocurre con los niños, como se ve en el primer texto más abajo, aunque no en sentido etario sino en uno más misterioso.

Pero cuidado porque, en ambos casos de ovejas y leprosos, hay una visión general en orden a la Redención, como hay una aplicación especial en sentido esjatológico y no sólo de hombres en particular, sino de naciones también.

Eso habrá que verlo.

Por ahora, hay que ir a algunos textos.

ver

En el episodio en el que Jesús habla de lo que pesa el escándalo a los pequeños, y de lo que les pesará a los escandalizadores, sólo san Mateo (18, 10-14) trae ovejas, asociando la parábola del hombre que pierde 1 de 99 ovejas al hecho de que por el escándalo puede perderse uno de aquellos pequeños, cosa que no es voluntad del Padre. La mención de pequeños que pueden perderse, no excluye sino que trasciende las edades de la vida.
Guardaos de menospreciar a uno de estos pequeños; porque yo os digo que sus ángeles, en los cielos, ven continuamente el rostro de mi Padre que está en los cielos.
Porque el Hijo del Hombre ha venido a salvar lo que se había perdido.
¿Qué os parece? Si un hombre tiene cien ovejas y se le descarría una de ellas, ¿no dejará en los montes las noventa y nueve, para ir en busca de la descarriada?
Y si llega a encontrarla, os digo de verdad que tiene más alegría por ella que por las 99 no descarriadas.
De la misma manera, no es voluntad de vuestro Padre del cielo que se pierda uno solo de estos pequeños.
En la Catena Aurea hay estos comentarios sobre este texto, que selecciono por su atingencia al punto.

Dice Rábano:
Observad que al número nueve le falta una unidad para formar el número diez y al número noventa y nueve para formar el ciento. De donde resulta, que los números a quienes para ser perfectos les falta una unidad, pueden variar por la sustracción, o por la adición; pero la unidad permaneciendo en sí misma sin variación, cuando se agrega a otros números los perfecciona. De esta manera para perfeccionar en el cielo el número completo de ovejas, es buscado en la tierra el hombre que se ha perdido.
Y san Gregorio:
Debemos considerar por qué confiesa el Señor, que se alegra más por la conversión de los pecadores, que por la estabilidad de los justos. Es porque los que tienen seguridad de no haber cometido pecados graves, están perezosos muchas veces para cumplir los deberes más elevados, mientras que, por el contrario, a los que tienen conciencia de haber obrado mal, el sentimiento de su dolor los inflama más en el amor divino y como ven que han andado errantes lejos de Dios, recompensan con las ganancias posteriores las pérdidas anteriores; de esta manera el general prefiere al soldado, que después de huir, vuelve al enemigo y le acomete con valor, a aquel que no ha vuelto jamás la espalda, pero que jamás ha acometido ni ha hecho cosa alguna con valor. Pero también hay algunos justos que causan tanta alegría, que bajo ningún concepto se les puede posponer a ningún penitente; éstos, aunque no les arguya su conciencia de falta alguna, sin embargo, desprecian hasta lo que les es permitido y son humildes en todas las ocasiones. ¿Cuán grande alegría, pues, no proporciona el justo cuando llora en la humillación, siendo tan grande la que causa el pecador cuando condena el mal que ha hecho? (Homiliae in Evangelia, 34, 3)
Y san Beda:
También las noventa y nueve ovejas que dejó en el monte significan los soberbios, a quienes, para llegar a la perfección (marcada por el número cien), les falta el número uno. Cuando Él ha encontrado al pecador, se alegra, es decir, hace que se alegren los suyos, más por ese pecador que por los justos falsos.
En san Marcos esta perícopa no existe, como no está en san Juan, quien, dicho sea de paso, habla poco -pero significativamente- de ovejas, como por ejemplo es el caso de las tres declaraciones de amor de san Pedro, tras la Resurrección y el pedido expreso de Jesús de que apaciente, pues, a sus corderos y ovejas.

En el Evangelio de san Lucas (15, 1-7), en cambio, el relato de las 100 ovejas está en otro lugar. Es la primera de tres parábolas unidas sobre la misericordia, aplicadas a cosas o personas perdidas: oveja, dracma, hijo.

(Por otro lado, tal vez, bien podrían significar estas tres realidades otras mayores: sacrificio, redención y adopción filial. Esta última resume, creo, las dos anteriores pues por el sacrificio (oveja) y la redención (dracma, ya que fuimos rescatados por alguien que pagó por nosotros) fuimos de nuevo adoptados (hijo pródigo) por el Padre en su misericordia como hijos, es decir aptos para recibir la vida de su Padre y la herencia de su Padre, lo que habíamos perdido por nuestro pecado; esto es, recibir la Patria en herencia: el Cielo, que es la vida misma del Padre.)

En cualquier caso, en la Catena Aurea están estos comentarios al respecto sobre el texto de san Lucas:
Por esta razón se deduce que la verdadera justicia tiene compasión y la falsa justicia desdén, aun cuando los justos suelen indignarse con razón por los pecadores. Pero una cosa es la que se hace con apariencia de soberbia y otra la que se hace por celo a la disciplina. Porque los justos, aunque exteriormente exageran sus reprensiones por la disciplina, sin embargo, interiormente conservan la dulzura de la caridad y, por lo general, prefieren en su ánimo a aquellos a quienes corrigen, que a sí mismos. Obrando así mantienen a sus súbditos en la disciplina y a la vez se mantienen ellos en la humildad. Por el contrario, los que acostumbran a ensoberbecerse por la falsa justicia, desprecian a todos los demás, sin tener ninguna misericordia de los que están enfermos y, porque se creen sin pecado, vienen a ser más pecadores. De este número eran los fariseos, quienes cuando censuraban al Señor porque recibía a los pecadores, reprendían con un corazón seco al que es la fuente misma de la caridad. Pero como estaban enfermos o ignoraban que lo estaban, el médico celestial usa con ellos, hasta que conociesen su estado, de remedios suaves. Sigue, pues: "Y les propuso esta parábola: ¿Quién de vosotros es el hombre que teniendo cien ovejas, si pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve y va a buscarla?" Propuso esta semejanza que todo hombre puede comprender y, sin embargo, se refiere al Creador de los hombres. Porque ciento es un número perfecto y El tuvo cien ovejas porque poseyó la naturaleza de los santos ángeles y de los hombres. Por esto, sigue: "Que tiene cien ovejas". (San Gregorio, In Evang. Hom. 34)
Entretanto, san Cirilo dice por una parte:
Observa aquí la grandeza del reino de nuestro Salvador. Cuando dice cien ovejas se refiere a toda la multitud de las criaturas racionales que le están subordinadas; porque el número cien, compuesto de diez décadas, es perfecto. Pero de éstas se ha perdido una que es el género humano, que habita en la tierra.
Y, por otra, continuando el razonamiento anterior:
¿Cómo es que abandona todas las demás y sólo tiene caridad respecto de una sola? De ningún modo. Todas las demás se encuentran en su redil, defendidas por su diestra poderosa. Pero debía compadecerse más de la perdida, para que no quedase incompleto el resto de sus criaturas. Una vez recogida ésta, el número ciento recobra su perfección.
Sin embargo, hay que advertir otra interpretación de san Agustín en relación con quién es quién en este asunto:
O bien: aquellas noventa y nueve que dejó en el desierto, se refieren a los soberbios que, llevando la soledad -por decirlo así- en el alma, quieren aparecer como que son solos. A estos les falta la unidad para la perfección. Así, cuando alguno se separa de la verdadera unidad, se separa por soberbio. Deseando no depender más que de su propio poder, prescinde de la unidad, que está en Dios. Se aleja de todos los reconciliados por la penitencia, que se obtiene con la humildad. (De quaest. Evang., 2, 32)
Mientras, en el capítulo 10 del Evangelio de san Juan (10, 1-6), entre pocas y tensas menciones a las ovejas aparece ésta que viene a cuento, como se verá:
"En verdad, en verdad os digo: el que no entra por la puerta en el redil de las ovejas, sino que escala por otro lado, ése es un ladrón y un salteador;
pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas.
A éste le abre el portero, y las ovejas escuchan su voz; y a sus ovejas las llama una por una y las saca fuera.
Cuando ha sacado todas las suyas, va delante de ellas, y las ovejas le siguen, porque conocen su voz.
Pero no seguirán a un extraño, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños."
Jesús les dijo esta parábola, pero ellos no comprendieron lo que les hablaba.
No sólo no lo entendieron sino que poco más adelante querrán apedrearlo por hablar así y enrostrarles (v. 26): Vosotros no creéis porque no sois de mis ovejas.

A propósito de este pasaje citado, y entre varias otras cosas importantes allí, comentan los Padres:
¿Pero cómo resolver esta cuestión? Algunas veces las que no son ovejas oyen la voz del pastor; tal aconteció a Judas, que aunque era lobo, oyó esta voz, y las ovejas no la oyen; porque algunos de los que crucificaron a Cristo eran ovejas, y sin embargo, no oyeron su voz. Podrá decir alguno que aquellas no eran ovejas cuando no oían su voz; mas una vez que fue oída esta voz, fueron cambiados, de lobos que eran, en ovejas. Aún me asusta lo que el Señor, por boca de Ezequiel, reprende a los pastores, diciéndoles, entre otras cosas, acerca de las ovejas (Ez. 34, 4): "No llamaste a la que andaba errante". Él le dice errante y la llama oveja; no andaría errante, si oyera la voz del pastor; por eso anda errante, porque oyó la voz del extraño. He aquí lo que yo digo: el Señor conoce los que son suyos, por presciencia (2Tim. 2, 19); conoce a los predestinados; éstos son las ovejas. Algunas veces no se conocen ellas mismas, pero el pastor las conoce; porque hay muchas ovejas fuera del redil, y muchos lobos están dentro. De los predestinados es de quien habla. Hay una cierta voz de pastor que las ovejas reconocen; no la del extraño; y en la que las que no son ovejas no oyen a Cristo. ¿Qué voz es ésta? "El que perseverare hasta el fin, éste será salvo" (Mt. 10, 22). Esta voz no la desprecia el hijo; no la oye el extraño. "Este proverbio les dijo Jesús. Mas ellos no entendieron lo que les decía", porque el Señor apacienta con palabras claras y ejercita con palabras oscuras. Cuando dos oyen las palabras del Evangelio, el uno piadoso y el otro impío, y lo que oyen es de tal naturaleza que ambos no lo entienden, el uno exclama: es verdad lo que dijo, es bueno lo que dijo, pero nosotros no lo entendemos. Este ya llama, porque cree; es digno de que se le abra si insiste en llamar. El otro dice: nada dijo; que oiga aun esta palabra: "Si no creyereis, no entenderéis" (Is. 7, 9). (San Agustín, In Joanem tract. 45)
Ahora bien. Precisamente en la misma línea de figuras, está el inmediato sermón del Buen Pastor (Jn. 10, 11-16):
Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas.
Pero el asalariado, que no es pastor, a quien no pertenecen las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye, y el lobo hace presa en ellas y las dispersa,
porque es asalariado y no le importan nada las ovejas.
Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas y las mías me conocen a mí,
como me conoce el Padre y yo conozco a mi Padre y doy mi vida por las ovejas.
También tengo otras ovejas, que no son de este redil; también a ésas las tengo que conducir y escucharán mi voz; y habrá un solo rebaño, un solo pastor.
Estos son algunos comentarios de los Padres sobre estos versículos en la Catena Aurea:
Como que Él había venido no solamente para rescatar a Judea, sino también a la gentilidad, añade: "Tengo también otras ovejas que no son de este aprisco". (San Gregorio, In Evang. Hom. 14)
Se dirigía al primer rebaño, que era, por la sangre, de la raza de Israel, pero había otros rebaños que pertenecían por la fe a ese mismo Israel. Estaban fuera, diseminados en medio de las naciones; estaban predestinados, pero aún no estaban congregados. No son, pues, de este rebaño, porque no son por la sangre de la raza de Israel. Pero más tarde pertenecerán a este redil: "Es necesario que yo las traiga", etc. (San Agustín, De Verb. Dom., Serm. 50)

Él muestra dispersos a los unos y a los otros y sin tener pastor: "Y oirán mi voz". ¿Por qué os admiráis cuando digo que éstos han de seguirme y han de oír mi voz cuando veis que otros me siguen y la oyen? Después predice la unión futura de unos y otros, diciendo: "Y será hecho un solo aprisco", etc. (Crisóstomo, In Joanem, Hom. 59)

Él ha hecho de dos rebaños un solo redil, reuniendo en su fe al pueblo judío y al gentil. (San Gregorio, In Evang., Hom. 14)

Porque todos tienen una misma señal, el bautismo; un solo pastor, el Verbo de Dios. Sépanlo los maniqueos: que el Nuevo y el Antiguo Testamento no tienen más que un solo pastor y un solo redil. (Teofilacto)

¿Qué significan, pues, las palabras "Yo no he sido enviado sino a las ovejas que perecieron de la casa de Israel" (Mt. 15, 24), sino que no manifestó su presencia corporal más que al pueblo de Israel, no habiendo ido Él mismo a los gentiles, sino que envió? (San Agustín, In Joanem, Tract. 47)
Apenas un poco antes, (10, 7-10) Jesús ha dicho, según san Juan:
Entonces Jesús les dijo de nuevo: "En verdad, en verdad os digo: yo soy la puerta de las ovejas.
Todos los que han venido delante de mí son ladrones y salteadores; pero las ovejas no les escucharon.
Yo soy la puerta; si uno entra por mí, estará a salvo; entrará y saldrá y encontrará pasto.
El ladrón no viene más que a robar, matar y destruir. Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia."
Algo que bien debería, tal vez, relacionarse con aquel leproso exeno y samaritano, que fue el único en volver a agradecer a aquel a quien había tratado de Señor, como si dijéramos que fue el único que volvió a entrar -por aquella Puerta- y entró y salió y encontró pasto, mientras los demás salieron y parece que no volvieron, pese a que fueron curados también, es decir que no encontraron pasto.