miércoles, 17 de octubre de 2007

Leprosos en el aprisco (III): Los leprosos, después.

Veamos ahora los textos de la cuestión original, que es la curación de los 10 leprosos que está en san Lucas (17, 11-19):
Y sucedió que, de camino a Jerusalén, pasaba por los confines entre Samaria y Galilea,
y, al entrar en un pueblo, salieron a su encuentro diez hombres leprosos, que se pararon a distancia
y, levantando la voz, dijeron: "¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!"
Al verlos, les dijo: "Id y presentaos a los sacerdotes." Y sucedió que, mientras iban, quedaron limpios.
Uno de ellos, viéndose curado, se volvió glorificando a Dios en alta voz;
y postrándose rostro en tierra a los pies de Jesús, le daba gracias; y éste era un samaritano.
Tomó la palabra Jesús y dijo: "¿No quedaron limpios los diez? Los otros nueve, ¿dónde están?
¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios sino este extranjero?"
Y le dijo: "Levántate y vete; tu fe te ha salvado."
Volvamos a la voz de los Padres.

Por ejemplo, a estos dos comentarios de Teofilacto:
Siendo ellos diez, nueve que eran israelitas fueron desagradecidos y el forastero, que era samaritano, volvió expresando su gratitud. Por esto sigue: “Y uno de ellos volvió glorificando a Dios a grandes voces”.

De aquí se puede deducir que nada impide el que cualquiera agrade a Dios, aun cuando proceda de raza profana, con tal que obre con buen propósito. Y ninguno de los que nacen de padres santos se ensoberbezca, porque los nueve que eran israelitas fueron precisamente los desagradecidos. Por esto sigue: “Y respondió Jesús y dijo: ¿Por ventura no son diez?”, etc.
Por su parte, en el siglo IV, dice el obispo de Bostra, Tito:
En esto se da a conocer lo prontos que estaban a aceptar la fe los extraños, mientras que Israel andaba en ello perezoso. Por esto sigue: "Y le dijo: Levántate; vete, que tu fe te ha hecho salvo".
Y, por fin, veamos lo que dice el obispo de Hipona:
En sentido espiritual puede creerse que son leprosos los que, no teniendo conocimiento de la verdadera fe, admiten las diferentes doctrinas del error, no ocultan su ignorancia, sino que aparentan tener un grande conocimiento y muestran un lenguaje jactancioso. La lepra es un mal de color. La mezcla desordenada de verdades y de errores en la discusión o discurso del hombre, semejante a los diferentes colores de un mismo cuerpo, significa la lepra que mancha y hace distintos a los cuerpos humanos, como con tintes de colores verdaderos y falsos. Estos no deben ser admitidos en la Iglesia, de modo que colocados a lo lejos, si es posible, rueguen a Cristo con grandes voces. Respecto a que le llamaron maestro, creo que dieron a entender en ello, que la lepra es una doctrina falsa que el buen maestro hace desaparecer. No se sabe que el Señor mandase a los sacerdotes a otros, a quienes había concedido beneficios corporales, más que a los leprosos. Y es que el sacerdocio de los judíos figuraba el sacerdocio que está en la Iglesia. Los demás vicios los sana y corrige interiormente el Señor mismo, en la conciencia; mientras que el poder de administrar los Sacramentos y el de la predicación, ha sido concedido a la Iglesia. Cuando los leprosos iban, quedaron limpios, porque los gentiles, a quienes vino San Pedro, no habiendo recibido aún el sacramento del Bautismo, por el cual se viene espiritualmente a los sacerdotes, son declarados limpios por la infusión del Espíritu Santo. Por tanto, todo el que se asocia a la doctrina íntegra y verdadera de la Iglesia, aunque se manifieste que no se ha manchado con el error -que es como la lepra-, será, sin embargo, ingrato con el Señor, que lo cura, si no se postra para darle gracias con piadosa humildad, y se hará semejante a aquellos de quienes dice el Apóstol (Rom. 1, 21), que, habiendo conocido a Dios, no le confesaron como tal, ni le dieron gracias. Estos tales, pues, como imperfectos, serán del número nueve, porque necesitan de uno más para formar cierta unidad y ser diez. Y aquel que dio gracias fue alabado porque representaba la unidad de la Iglesia. Y como aquéllos eran judíos, se declaró que habían perdido por la soberbia el reino de los cielos, en donde la unidad se conserva principalmente. En cambio, éste, que era samaritano, que quiere decir custodio, dando lo que había recibido a Aquel de quien lo recibió, según las palabras del Salmo (Sal. 58, 10): "Guardaré mi fortaleza para ti", conservó la unidad del reino con su humilde reconocimiento. (San Agustín, De quaest. Evang. 2, 40)
Ocurre, como se sabe, que había prescripciones muy precisas y extensas acerca de la lepra.

Pocas cosas ocupan tanto lugar como la lepra entre los asuntos sobre los que prescribe el Levítico. El capítulo 13 tiene detalles minuciosos como, entre otros, el del apartamiento (45-46):
La persona afectada de lepra llevará la ropa desgarrada y los cabellos sueltos; se cubrirá hasta la boca e irá gritando: "¡Impuro, impuro!".
Será impuro mientras dure su afección. Por ser impuro, vivirá apartado y su morada estará fuera del campamento.
En el capítulo 14 está el ritual completo de la purificación de un leproso, que viene siendo lo que Jesús manda a hacer a los 10 curados, como lo había hecho en otra ocasión (Mt. 8, 1-4; Mc. 1, -40-45; Lc. 5, 12-14) para que les sirva de testimonio...

Tal vez sea extraño ese celo por el cumplimiento de la ley -si bien lo ha puesto de manifiesto en varias otras ocasiones más curiosas todavía-; aunque mirando con atención las severísimas prescripciones sobre la lepra, no debería extrañar tanto el que mande a presentarse a los sacerdotes como el que toque de ese modo lo considerado tan impuro.

Está claro que enviarlos a la purificación se trata de un acto casi notarial.

Pero, bien vale anotar en este caso que la purificación incluye la inmolación de corderos...

Otra sorpresa curiosa.

Es raro que no haya específica mención de leproso alguno en el evangelio de san Juan. Sin embargo, sí aparece (Jn. 5, 2-12) la curación -en sábado- de un hombre que dice Juan que había estado enfermo por 38 años. Lo encontró Jesús junto al estanque de Betesda que tiene 5 pórticos. Bezatá, Betsaida, Belsetá, como anotan los peritos, significa "casa de misericordia".

Resulta que a aquella fuente bajaba un ángel del Señor y agitaba de tanto en tanto las aguas. Los enfermos -ciegos, cojos y paralíticos, menciona el Amado- hacían fila para meterse al agua recién agitada porque el primero que lo hiciera quedaba curado del mal que tuviera. Aquel pobre hombre no podía caminar y nadie lo metía al agua; cuando trataba de llegar, otro ya había llegado primero. Jesús se paró a hablar con él y le preguntó si quería curarse, y el hombre le explicó por qué no podía: "Levanta tu camilla y anda", le dijo Jesús. Pasó entonces que los judíos lo vieron cargar la camilla y le recriminaron que la cargara en sábado, pues no le era lícito. El hombre se defendió diciendo que había hecho lo que le habían mandado. ¿Quién? Pues, ya había desaparecido. Se encontró al rato el hombre con Jesús en el templo, quien le dijo que además de haber sido sanado no pecara más, para que no le ocurriera "algo peor"; hay que entender que el haber sido sanado era el signo de algo mayor que se operaba en él contra lo que faltaría gravemente pecando, lo cual sería peor que su enfermedad. Los judíos, como tantas veces, parecen más preocupados por la cuestión sabática ad litteram que por el milagro. Por eso mismo, cuando el hombre finalmente se entera de que en realidad es Jesús quien lo curó, va y lo dice. Los judíos lo buscan entonces para reprenderlo y Él contesta con una ley de contrato de trabajo inusitada: "Mi Padre trabaja siempre y yo también trabajo...", con lo que se les duplica la furia porque ahora además de desobediente, les resulta blasfemo.

Muy bien.

¿Y el leproso?

Pues, no: leproso tal vez no fuera aquel hombre. Pero, digo yo que se me hace que vale lo que un leproso, en el evangelio de san Juan que no menciona a ninguno, porque, además, la 'piscina' de Betsaida está en Jerusalén, como dice el propio Juan, junto a la "Puerta de las Ovejas".