viernes, 28 de diciembre de 2007

Regalo

Hace unos pocos días, un amigo me devolvió un librito que le había prestado hace tiempo y que había olvidado que había prestado.

Es aquella breve colección de Pensamientos de Charles Péguy.

El asunto es que, en realidad, tengo la impresión de que me han regalado un libro... mío. Por la felicidad de haberme encontrado con él. No por la devolución (que en materia de libros se sabe que no es obligatoria, en modo alguno...) Y por la felicidad de no sentir que lo haya reencontrado, sino encontrado.

Lo miré de nuevo, encontré las marcas de otros tiempos. Sendas ya vistas, recorridas.

Con todo, algunos pensamientos -copio abajo unos pocos- me parecieron muy a propósito (todavía...) de otras cosas: algunas cósmicas, otras propias, más bien diversas entre sí.

O quién sabe si tanto.
Cuántas paciencias no son sino medios para no sufrir... Cuántas paciencias no son sino la más sabia, la más impecable estafa al dolor, es decir, a la prueba, es decir, a la salud.

Verso y prosa son dos seres diferentes, incomunicables. Y decir la misma cosa en verso y prosa no es decir la misma cosa.

Un alumno no vale, no existe sino en el sentido y en la medida en que por sí mismo introduce una voz, una resonancia nueva.

Reconstruir un público amigo de la verdad sincera, de la belleza sincera, un público pueblo, ni burgués, ni populachero, ni afectado, ni bruto, es la tarea formidable a la que nos hemos atado.

El pueblo, antes de la cultura, tuvo los proverbios que ya eran peligrosos porque no se creía del todo que eso fuera pensamiento. Algunos intelectuales, después de la falsa cultura, tienen fórmulas que son groseras como los proverbios, y del todo peligrosas, además, porque se cree del todo que eso es pensamiento.

Muchos santos no han tenido vida pública y la gloria del cielo fue la primera que alcanzaron.

En el fondo, para el cristiano no hay vida privada y vida pública desde que todo pasa igualmente a la vista de Dios.

La sabiduría humana dice: desgraciados aquellos que dejaren para mañana.
Y Yo digo: felices, felices los que dejan para mañana.
Feliz quien remite. Que es como decir feliz quien espera.
Y el que duerme.

Como si más de uno
que dejara sus negocios muy malos al acostarse,
no los hubiese encontrado buenos al levantarse.
Porque, quizás, Yo anduve por ahí.

Siempre hay que decir lo que se ve. Sobre todo -esto es más difícil- siempre hay que ver lo que no se ve.

Lanzar ideas falsas -y sostenerlas- es peligroso. Pero lanzar una idea falsa y despreocupadamente abandonarla... es mucho más peligroso... El autor ha podido retirar su idea pero no ha retirado la imagen, la memoria que la gente humilde formó, guardó de esa idea. A la primera ocasión la falsa idea reaparece floreciente; la comparación descomedida se impone porque es cómoda.

La revolución es el llamado de una tradición menos perfecta a la tradición más perfecta; el llamado de una tradición menos profunda a una tradición más profunda.

Una revolución, por esencia, busca penetrar profundamente en las vetas no agotadas de la vida interior..., no son los hombres superficiales los que hacen las revoluciones; son los hombres medulares.

A veces, me permito reflexionar durante la comida. Esto hace perder enormemente el tiempo.