lunes, 28 de enero de 2008

Es tan alta la luz

Alta es la cuesta. Empina
y, más que el pie, remonta la mirada
la fronda y el sendero
sin que hiera el guijarro.

Y es tan alta la luz,
de tan hondo y tan alto baja, y sube,
que ciega el corazón, apaga el ojo,
ardiendo mansamente.

Alta es sin sombra: al alto roble herido
da el destello y la brisa.
Luminosa, a su antojo, va callada.
La tarde va. Y remota,
tan libre y suspendida va la tarde.

Alta en su domo azul,
alta como la cuesta,
alta y densa del oro de este día,
alta y potente, en todo inalcanzable.

Así, como un augurio,
así me lo dijeron:

Alta será, invisible para todos.
Como la senda irá sobre la fronda,
sobre el páramo irá, sobre las sierras
tramará sus alturas.

Y al seguirla, verás.


De toda cosa que anda por el mundo,

es la altura de luz
que viene desde el día hasta el ocaso
lo que arderá venteando, sin medida,
en silencio fulgente.

Y en la tarde del mundo,

y en las costas del tiempo,
vuelve la luz, juiciosa enardecida,
a tasar de frescura
a sentenciar el fuego,
a bruñir con el agua,
a esplender las raíces,
y a renacer de cielo cada cosa.