lunes, 31 de marzo de 2008

Doxología

Ese silencio que amordaza tanto
y tanto y tanto calla y que se obstina,
dice todo con nada. (Y ese canto
que ha burlado la voz y que asordina
sus tonos y sus timbres, dice cuánto
le queda enmudecer.)
Y se empecina
y oculta los rumores, y echa un manto
que cubre el grito ronco que se afina.
Hasta que nada suene y suene a nada
todo sonido, y tan calladamente
se apague todo, y silenciosamente
cada palabra nunca pronunciada
rompa el sigilo, y misteriosamente
de pronto sea la gloria proclamada.


domingo, 30 de marzo de 2008

Hay un dicho que dice

Un poco más del tomito de Miguel Cruz, porque se me hizo útil la parte dedicada a los refranes.

Tienta recordar ahora varios que hablan de asuntos o importantes o actuales. Pero mejor hago un solo apunte, que con eso creo que basta.

El autor hace una pasada por la literatura gnómica, parenética, sapiencial o como se la quiera llamar a esta modalidad de condensar experiencias y profundidades en sentencias que ayudan tanto a pensar como a vivir y las relaciona con las raíces de la cultura argentina, aunque esa parte está menos desarrollada.

Entre otras, hace algunas observaciones atinadas respecto del entendimiento de los refranes y sentencias, la mayor parte de las veces necesitados de una inteligencia más o menos aguda, tanto para saber qué dicen como para aplicarlos con acierto.

Y así, pasa por el Libro de los Proverbios para recordar algunas pocas cosas al respecto.

Por ejemplo, en el capítulo 26 se habla del necio y hay allí dos dísticos curiosos (4-5) que parecen un error o un enigma. Y no lo son, claro.
No respondas al necio según su necedad,
no sea que tú también te vuelvas como él.

Responde al necio según su necedad,
no vaya a creerse que es un sabio.

viernes, 28 de marzo de 2008

¿Mboé motepá?

A mí, por lo menos, los gritos de la corta semana (pero no, que yo no dije nada de los gritos de Alcorta...) me aturden un poco, y más todavía con toda esa confusión de dale que dale hablar del género, cuando el problema no es con los textiles sino con los chacareros...

Además, hoy es viernes.

Por eso.

Al viaje en tren me llevé algunos tomitos de Miguel Cruz, del Grupo del Tucumán, y había entre ellos uno con unos comentarios sobre Adivinanzas y Refranes de la cultura argentina fundacional, que me regaló un librero amigo no hace mucho.

De lo más adecuado, creo. Porque no vaya a ser cosa que uno se haga la idea de que todo lo que ve es lo que es, cosa que viene bien en estos tiempos. Y más en esto de tener que andar adivinando quién es quién y qué es qué.

Dice Cruz que el adivina, adivinador o el ¿qué será, qué será? de las frases tradicionales de acertijos y enigmas, se traducen en quichua como ¿imataj, imataj? o, en guaraní, con la expresión que le da título a esta entrada. En la sección de adivinanzas, por ejemplo, aparecían algunas conocidas. Como ésta:
Primera en mi entendimiento;
segunda, en mi memoria;
la tercera, allá en el cielo,
y no se encuentra en la gloria.

La respuesta, como se sabe, es la letra e.

Pero una que me llamó la atención, también por su extensión, fue esta otra adivinanza de origen español que viene con una glosa en décimas y que me pareció de lo más curiosa:

En medio estoy de la gloria
y en misa no puedo estar,
ni menos en el altar
porque habito en la custodia.


Yo habito en partes diversas,
no soy mujer ni viviente,
soy vocablo de la gente,
colmo de las agudezas.
En el mundo hago grandezas:
de mí nacen las historias,
son fúnebres mis memorias.
En el oro me verán.
Si me buscan me hallarán:
En medio estoy de la gloria.

También soy de la oración
pues en los templos habito.
Tengo parte en Jesucristo
y en su sagrada pasión.
Yo soy de la confesión,
de la hostia y no del altar.
Procuren adivinar
sin quebrantar la memoria,
que siendo yo de la gloria
en misa no puedo estar.

En medio del sol estoy,
soy una de cinco hermanas,
no soy divina ni humana:
adivinen, pues quién soy.
Bastantes señas les doy
sin descubrir ni ocultar.
En hablando la verdad
de la religión me espanto:
yo en el cielo no soy santo
ni menos en el altar.

Yo habito en el Padre Eterno,
pero no en la Trinidad;
menos en la eternidad
porque habito en el infierno.
Soy del mundo y de lo eterno,
soy del blanco y la victoria.
tengan siempre en la memoria
que en la cruz no puedo estar
ni menos en el altar
porque habito en la custodia.

Por cierto que le doy crédito a Cruz, que tiene finos trabajos sobre estos asuntos, respecto del contenido de la adivinanza.

Y más allá de que se entiende el forzamiento del sentido de las palabras porque no se las está del todo usando como lo que son y dicen, sino para otro fin, salta a la vista que se podría hacer algún comento al respecto de la materia del asunto y su relación con la forma.

Cosa que ya vendrá (como la respuesta de la adivinanza, que ya habrán sacado, seguro... O no.)

jueves, 27 de marzo de 2008

Viento sur

Días atrás, durante la Cuaresma -la de este año y las de otros años-, he vuelto a preguntármelo, mirando sin mirar, sabiendo sin saber, lo que miro y sé de las liturgias y lo que creo que veo cuando veo a las gentes que participan de las liturgias y lo que hacen y dicen los celebrantes. Lo que uno se imagina que oyen los que oyen.

El mundo y las Pascuas. Los ritos y los días de los hombres.

Y me pasó que, retenido en la huella de las cosas de estas últimas horas, queriendo buscar las semillas de las cosas que pasan, y mientras picoteaba algunos otros asuntos ('picoteaba', dije, no 'piqueteaba'...), me encontré al pasar con unas citas que traían bajo el poncho algunas otras huellas, porque en todo hay algo, siempre.
ver

I
La Pascua del Señor es el motivo central de nuestra existencia como Iglesia. Si Cristo no hubiera resucitado, a lo mejor lo mencionaría algún documento del pasado, pero seguramente no hubiera tenido ninguna significación en la historia. Las culturas americana y europea serían totalmente diferentes, y también los otros continentes carecerían de lo que les proporcionó la modernidad, que se nutrió en los ideales evangélicos de la libertad y hermandad de todos los hombres.

La resurrección de Jesucristo produjo, primero, un cambio profundo en los apóstoles. Su testimonio, acreditado por muchos milagros y sellado por el martirio, fue lo que sembró la fe en Cristo y provocó el crecimiento constante de la Iglesia en todas partes. Somos herederos inmerecidos de una enorme labor evangelizadora. Gracias a esta tradición viva y permanente hemos recibido el bautismo, y fuimos incorporados en la Iglesia de Jesucristo. Somos hijos en el Hijo, quien nos liberó del pecado y nos sigue liberando, cada vez cuando con humildad acudimos a su misericordia. Jesús nos abrió el horizonte de un futuro esperanzador. Él ya venció al maligno quien trata de impresionarnos con el miedo a la muerte. Desde que Cristo resucitó, sabemos que Él nos está acompañando en nuestro viaje terrestre, y esperándonos cuando lleguemos al fin de esta peregrinación. Por eso, absolutamente nada puede quitarnos la esperanza y la alegría de vivir. Además, no estamos solos; como hermanos en la misma fe y compartiendo la vida en comunidad, nos acompañamos en las buenas y las malas. Nos pertenecemos el uno al otro. En esta comunión estamos unidos también con aquellos que ya nos han precedido y están más cerca del Señor. ¡Qué seguridad y paz nos da esta certeza!

Por eso, mis queridos hermanos, celebremos con alegría esta Fiesta, y trasmitamos el mensaje del Resucitado a nuestros familiares, amigos, vecinos y aún a la gente desconocida, invitándolos a participar en la vida de nuestras comunidades. Como discípulos hemos de ser misioneros; porque estos dos aspectos de nuestra condición de cristianos son, como decía nuestro Papa en Aparecida, como los dos lados de una misma medalla.

II
Un itinerario semejante sigue el cristiano que desea reeditar el encuentro con Cristo vivo y descubrirlo de nuevo en su real y actualísima presencia. Es preciso salir, correr, llegar, entrar; pero se trata de un movimiento espiritual que sacude la indiferencia, la rutina, la incapacidad sea inconsciente o sufrida, dolorosa, de comprender, de interpretar los signos que el Señor desliza en nuestra vida. Una palabra suya se insinúa en los sucesos fastos o nefastos, en el contacto con los que nos rodean a diario o en la súbita aparición de personas o circunstancias que derrumban todas las previsiones e imponen una decisión innovadora y arriesgada. Hace falta, sobre todo, saber mirar, aprender a ver. No se deberían descuidar las exigencias indicadas por San Atanasio: el valor de reconocer nuestros defectos con el propósito de superarlos y la lectura orante de la Sagrada Escritura, para meditar asiduamente, en la quietud del temor de Dios.

(...)

La renovación de la vida cristiana, que es posible augurar y debemos intentar en cada Pascua, puede producir capilarmente una renovación de las relaciones y estructuras temporales; la ciudadanía celestial es capaz de transformar a los ciudadanos de esta tierra si la fe y la caridad se hacen cultura, vida vivida, e impregnan poco a poco todas las articulaciones sociales. Entre las energías de la resurrección y un cambio que mejore al mundo se requiere una mediación: la de una cultura cristiana.

¿Cómo renunciar a este propósito, a esta ambición santa, en un pueblo que, a pesar de todo, está constituido, en su mayoría, por gente bautizada? Reconversión de los bautizados, creación o recreación de una cultura cristiana, recuperación de un país deshilachado, sin quicio y sin destino, como es la Argentina de hoy; he aquí un itinerario, un proyecto posible de carácter pascual. Como diría San Atanasio, la genuina celebración de la gran solemnidad.

(...)

Hay que reparar con urgencia los cimientos: reeducar a varias generaciones en los valores grandes, superiores; salvar a muchos jóvenes de hoy de la alienación del sinsentido; recuperar una civilidad activa, que no rehúse el compromiso político honesto, desinteresado, servicial; promover la concordia y despertar una pasión dormida por todo lo grande, noble y bello. No se obtendrá la justicia tan largamente anhelada atizando el odio, mientras la riqueza pasa a nuevas manos, siempre pocas, para frustración de los pobres, los de siempre y los nuevos, que no faltan.

La primera cita es casi íntegro un saludo pascual del obispo de Quilmes, monseñor Luis Stöckler. La segunda, son fragmentos de la homilía del Domingo de Pascua, del arzobispo de La Plata, monseñor Héctor Aguer.

Muy bien.

¿Y la pregunta, don...?

Creo que si uno se fija, en ambas piezas hay algo en común y más o menos explícito, más o menos latente, que precisamente coincide con la pregunta. Y que hasta cierto punto -quieras que no y no importa de dónde venga- o es una especie de respuesta a la vez, o es una especie de demarcación de los límites de la pregunta, lo que orienta de algún modo la respuesta.

De acuerdo, pero... ¿y la pregunta, buen hombre?

Me doy cuenta de que hay distintos modos de considerar la cuestión. Por una parte, uno sabe que las cosas tienen un orden dado y que en sí mismas, por lo mismo, tienen una jerarquía, diríamos ontológica. Por otro lado, sin embargo, uno sabe también que más allá de esa jerarquía propia, no siempre se puede elegir hacer primero lo más importante, sino que en ocasiones hay que hacer primero lo menos importante, lo subsidiario, la añadidura. Para que las cosas vuelvan a ordenarse, por ejemplo, según su ser. Y, precisamente pensando en lo más alto.

Me acuerdo ahora de que, no hace mucho tiempo, como algunas otras varias veces pasó, encontraron en la selva india a un muchacho que se había perdido cuando era poco más que un bebé. Criado por animales salvajes, tal vez cuadrúpedos o simios, al tipo de unos probables 14 ó 16 años cuando lo encontraron, hubo que enseñarle por lo pronto a pararse, ni que hablar de ponerlo en una cama o mesa, o usar las manos para comer. Murió no mucho después, sin que hubiese sido posible enseñarle a hablar. Lo estudiaron y entre las cosas que dicen haber descubierto es que las relaciones de las neuronas en su cuerpo calloso cerebral habían enlazado pocos axones, signo de que tenía poca actividad inteligente, lo cual -y por eso me interesé en el caso- atribuyeron a su casi nula actividad lingüística, es así que uno recuerda que el mismísimo Aristóteles decía que el hombre habla porque con el lenguaje puede volverse el zoon politikón que es por naturaleza.

Mire, mi amigo, perdóneme y no se me vaya a ofender, pero me cierran la panadería, ¿vio? y si no vuelvo a casa con medio kilo de miñones, la patrona se me subleva, ¿sabe?

Precisamente, y hablando de pan, creo que hay que cocinar un poco más este asunto. Medio crudo, sabe mal y cae peor.

Provisionalmente, y apurado, diría que la cuestión es si para tener una cultura, primero hay que tener culto, o si la falta de una cultura hace poco menos que imposible el culto. Como si uno dijera que para poder erigir y sostener un culto, uno debería hacerle mínimamente una cultura alrededor, o si el culto mismo es el que erige a su alrededor una cultura. O si lo hacen mutuamente y cómo y en qué orden y si las circunstancias de un tiempo determinado mueven la relación en un sentido u otro, de modo que en ocasiones haga falta tener mínimamente un hombre para poder volverlo un feligrés. Mundos naturales, mundos sobrenaturales.

No estoy precisando ahora ni culto ni cultura, me doy cuenta. Como parece claro también que estoy pensando en las relaciones entre la cultura por una parte y la religión por otra. Cultura que significa varias cosas no solamente libros, arte o ciencia; religión que ciertamente incluye liturgia y culto, sacramentos incluidos, además de teología, doctrina, moral.

Como también es verdad que la pregunta supone otra forma más de ver cuáles son los caminos de la tradición, cuando se la identifica con una civilización cristiana o con la vida cristiana, esa tradición de la que monseñor Stöckler dice que somos herederos inmerecidos y que debemos continuar, tal vez la misma que monseñor Aguer dice que hay que reparar y continuar.

Pero habrá que verlo en otro momento, porque este buen hombre tiene que ir a la panadería.

Tiene razón: Primum vivere.

miércoles, 26 de marzo de 2008

La pampa tiene el ombú

Qué se yo.

Seguro que no.

Y más que seguro, mire lo que le digo.

Porque estoy casi escandalosamente seguro de que usted, amable e ilustrado amigo, no tiene la más mínima idea de qué es esto:



Y no se le vaya a ocurrir que yo sí sé qué cuernos es. Para nada...

Y no tanto desdén, cumpa, no tanta sorna: sepa usted, por si le importa, que me costó un nada agradable tiempete de navegación por sitios procelosos y procaces, hasta que, finalmente, rastreando y escarbando siempre librado a mi intuición ignara, llegué hasta la madre del borrego.

Sí.

Aquí está: es la insidiosa nueva fórmula para calcular las famosas retenciones a la exportación de granos, que tanto se menean hoy por hoy y que a tantos menea a favor y en contra.

Sepa, compagno, que la supracitada está completita y bonitamente explicada en la aún menos socorrida Resolución 125 del 10 de marzo de 2008, emitida por el Ministerio de Economía y Producción, comunicada por la circular que emitió la Dirección de Nacional de Mercados. Si la quiere un poco explicadita, también hay. Y si la quiere actualizada, también. ¡Qué tal!

Así que, seamos serios: primero lo primero (aunque, usted me va a disculpar, tengo la fundadísima impresión de que saber más o menos de esta formuleja no sirve para mucho...)

Aúpa, chaval: lea la resolución, lea todo lo que pueda más bien, medite, vea, salga a ver, recuerde, no sé, haga cuentas (si le da para eso...); usted verá...

Después, si cuadra, podemos hacer algunas consideraciones sobre el asunto.

Una sola cosilla más (porque vamos a tener que hablar de tantas cosas, fíjese...): le pediría que me hiciera la caridad de saberse sus lecciones, caro mio, todas las lecciones -no solamente las formulitas-, y no me venga con fraslafras, porque para cuando volvamos a encontrarnos tengo unas cuantas preguntas acerca de este 'conflicto', por ejemplo sobre algunos nombres de personas, de partidos, de empresas, de agrupaciones; sobre el mercado de Chicago y sobre los tambos de Gral. Rodríguez; preguntas sobre números y palabras; tengo preguntas que creo que, malditamente, requieren cierta 'data' (tilingisima vox), bastante información, hechos, pero también criterios y hermenéuticas, tendencias, corrientes de pensamiento; historia de la cristiandad, del capitalismo, de la revolución, el Martín Fierro y tantas cosas...

Porque hablar de economía -haciendo que uno habla de economía- habla cualquiera, hasta un ministro. Como hablar de economía y política poniendo cara de que uno habla de política y economía, también habla cualquiera, desde Miguens hasta D'Elía.

Ahora.

Saber de qué se trata en realidad, es otra cosa. Y decir de qué se trata, mucho más otra cosa todavía.

Vivos, mercenarios e idiotas hay como para hacer una muralla china. Yo mismo, mire: me da dos renglones de ventaja y le hago un discursete para cualquiera de las dos partes, le garanto. Ni falta que hace: saber lo que dicen los diarios (no importa cuál), lo sé yo también. Mirar tele, miro. Café en los bares, tomo. Conversar con 'los que saben', ay, también conversa uno, mal de los pecados...

Así que.

Ahora que lo pienso, mejor pongámonos de acuerdo. Así no perdemos mucho tiempo, estimadísimo, ni usted, ni yo.

Hablar vamos a hablar -porque por ahora 'hay que' hablar del tema, ¿vio?-, pero hay muchos niveles en esta conversación. Niveles y asuntos. Y convendría saber al menos de qué estamos hablando y en qué sentido.

No importa cuándo y de qué manera termina este capítulo agitado y agonal.

Pero no estaría nada mal que se pudiera, no importa cómo termine ni cuándo, saber de qué se trata y acertar a decir de qué se trata.

En fin.

Ya veremos.

O no.

martes, 25 de marzo de 2008

Uno

Hay que reconocer que el suplemento de Página/12 dedicado a la expresión y promoción de la homosexualidad parece un brulote y que tiene esa especie de salacidad escandalosa, como provocativa, furiosa. Tal vez esté hecho para eso, además de la políticamente correcta inclusión, claro...

El título (y hasta su tipografía), el día en que aparece (por lo pronto, este viernes, que fue Santo), la nota de tapa, hacen un bonito conjunto simbólico.

Igual me pregunto para quién. ¿Quién será el que se entusiasma tanto jugando con esos símbolos para molestar a quién? ¿Y cuántos se sentirán inquietos u ofendidos por ese manoseo de cosas santas, reales o simbólicas? ¿Es simple y llano odio? ¿Así, tan burdamente? Podría ser.

Lo leí con cierta rapidez, eso sí. No es de gran calidad en ningún sentido, bastante torpe, como desmañado diario íntimo adolescente, y perdonen los adolescentes la comparanza.

En realidad, diría que no hay que dar por el pito, más que lo que el pito vale. Lo diría..., pero mejor no lo digo. La broma fácil siempre es fácil, posible.

Sin embargo, y aunque podría despacharse la cuestión sin más trámite que la repulsa o la ironía, tal vez alguna cosa haya para decir. Porque una parte del mundo nuestro de estos tiempos está hecho de cosas y casos así.

Tal vez, con el reverso de la mano, displicentemente, podría apartarse el asunto por la traza perversa que se nota en cada signo y hasta por lo que tiene de provocador e insolente. Pero, aun antes de hacerlo, habría que tomar nota, porque implica un paisaje, supone un statu quo respecto de lo humano tal y como está en no pocas cosas, y entonces es algo que no puede desdeñarse del todo.
ver

Quizá también respecto de temas así haya que buscar hacer luz. Y aunque para pasarle el peine fino a asuntos tales podría hacer falta un estómago un poco blindado, al menos hay que mirarlos para saber en qué estado está el hombre al que uno se dirige cuando le habla de cosas que uno cree que deberían interesarle, importarle, cosas que debería este hombre de estos tiempos entender, cosas que necesita, cosas que deberían hacerle bien, incluso no sabiendo que las necesita o no queriendo saberlo.

No vaya a ser que uno se haga una idea equivocada de las ansias de restauración que supuestamente el mundo gime pidiendo con gemidos esperanzados.

Pese a lo violento, creo que el caso no es gran cosa, no me cuesta admitirlo, porque de estas cosas y peores hay a pasto. Pero tiene un ribete que permite hacer alguna aplicación.

Al fin de cuentas, el episodio de Sodoma que cuenta el capítulo 19 del Génesis, refiere que Dios mismo manda a sus ángeles a buscar entre los habitantes de la ciudad siquiera algunos que justificaran no destruirla por el fuego. Esto también puede querer decir que antes de quemar hay que mirar, mirar para ver si algo se puede salvar, si alguien se puede salvar, siquiera uno, por lo menos querer mirar; y hasta mirar siquiera para ver qué es lo que habrá de ser incinerado y por qué.

Y me ocupo de esto ahora sabiendo que hoy es la Fiesta de la Encarnación y sabiendo que podría haber dejado libre este espacio, antes que hablar de estas cosas. O que podría haber puesto algo alusivo.

¡Pero si esto de lo que estoy hablando también es alusivo!

Recordaba hace poco que equinoccio significa que hay una noche que dura lo mismo que el día. Después de ese punto en el tiempo y en el cielo y la tierra, allá en las tierras donde Dios bajó a los hombres, la noche y la tiniebla declinan, se apartan, la luz del sol las hace retroceder. Para la celebración de hoy, que es la de la Encarnación, la de la entrada de Dios en la historia de los hombres y en las cosas de los hombres, seguimos cerca del equinoccio de la primavera septentrional, que también fue el de nuestras Pascuas, otoñales aquí en el sur.

Un tiempo en el que, allí donde fue la primera Pascua Redentora, la noche retrocede y le deja al sol el cielo. Y la tierra.

La noche -y lo que ella significa- no puede hacer otra cosa. Porque lo que existe es la luz y ante la luz, la noche escapa, se va, se disuelve.

Y otro tanto puede decirse del solsticio invernal del norte, que es nuestro verano, del que también hablé alguna vez. Es la fecha del Nacimiento. Y también se aplica allí el sentido porque, para aquella "plenitud de los tiempos" de la que habla san Pablo en la carta a los Gálatas, la luz entra otra vez en las tinieblas y éstas se retiran.

Allá en el norte, en las tierras del Nacimiento Redentor, es la noche más larga y es el sol más pequeño. Pequeño sí, pero vigoroso y potente porque desde ese día comienza a crecer y a mostrar quién es y a barrer la tiniebla y a hacerla luz y a darle luz, toda la luz que la noche y la tiniebla quiera recibir, si acaso quiere querer.

Al final de cuentas, lo de siempre: los símbolos bajan. Porque bien podría ser que para eso mismo existan los equinoccios y los solsticios: para expresar estas esperanzas de la Luz que llega, dichas a clarinadas con sordina para que las entiendan los hombres de buena voluntad.

Pascua, Nacimiento, Encarnación: tiempos de tinieblas que retroceden y de la Luz que crece y luce.

Y eso, mientras.

Mientras, para nostros los hombres que vivimos en el tiempo. Porque estamos en un mientras del tiempo, visto y vivido desde la orilla humana.

Y aunque en la historia de los hombres y a los ojos de Dios ya ocurrió una vez y para siempre aquella Encarnación, y ya hubo aquella plenitud en Belén y fueron aquellas Pascuas que redimen, y aunque ya lo sabemos los hombres, y lo sabe el Tentador y el Homicida, todavía los hombres estamos en el mientras, hasta que no haya más tiempo.

Mientras. Y nos miramos, claro, a nosotros mismos, viendo cuánta luz podemos dejar entrar en nuestras propias tinieblas y noches.

Y sabiendo que todavía vivimos en este mientras y que vivimos cada día con su noche, y leemos los diarios y miramos el mundo y vemos -tal vez contra toda esperanza- si podemos dejar pasar la luz, llevar luz; si acaso encontramos, entre quienes hacen las tinieblas o entre quienes las padecen, alguno que quiera la luz, la Luz, siquiera uno.

lunes, 24 de marzo de 2008

Smith

En 1920, el asunto de la separación de la Iglesia 'en' Gales concluyó con un Welsh Disestablishment Bill, al que el partido conservador, el de los tories, se opuso furiosamente en el parlamento, con el ariete entre otros del tal F. E. Smith.

Contra Smith y en ocasión de este debate, Gilbert K. Chesterton escribió un poema irónico y muy musical, díganme si no... Fue a propósito de una frase rimbombante que tomó de las expresiones del parlamentario tory, que suena entre otras cosas como una hipérbole imperial, porque parece que trasladara al cosmos un asunto casi de cocina inglés, manipulando para ello al cristianismo: A Bill which has shocked the conscience of every Christian community in Europe...

La enormidad sirvió de epígrafe para la oda.
ver

Antichrist or the reunion of
christendom: an ode

Are they clinging to their crosses,
F. E. Smith,
Where the Breton boat-fleet tosses,
Are they, Smith?
Do they, fasting, trembling, bleeding,
Wait the news from this our city?
Groaning "That's the Second Reading!"
Hissing "There is still Committee!"
If the voice of Cecil falters,
If McKenna's point has pith,
Do they tremble for their altars?
Do they, Smith?

Russian peasants round their pope
Huddled, Smith,
Hear about it all, I hope,
Don't they, Smith?
In the mountain hamlets clothing
Peaks beyond Caucasian pales,
Where Establishment means nothing
And they never heard of Wales,
Do they read it all in Hansard
With a crib to read it with -
"Welsh Tithes: Dr. Clifford answered."
Really, Smith?

In the lands where Christians were,
F. E. Smith,
In the little lands laid bare,
Smith, O Smith!
Where the Turkish bands are busy
And the Tory name is blessed

Since they hailed the Cross of Dizzy
On the banners from the West!
Men don't think it half so hard if
Islam burns their kin and kith,
Since a curate lives in Cardiff
Saved by Smith.

It would greatly, I must own,
Soothe me, Smith!
If you left this theme alone,
Holy Smith!
For your legal cause or civil
You fight well and get your fee;
For your God or dream or devil
You will answer, not to me.
Talk about the pews and steeples
And the cash that goes therewith!
But the souls of Christian peoples...
Chuck it, Smith!

Hoy por hoy, y pese a una tradición que tal vez podría haber hecho suponer en parte al menos otra cosa, la Iglesia 'en' Gales, como más o menos oportunamente se la denomina desde principios del siglo XX, tiene mujeres ordenadas desde hace unos 10 años y se encuentra en medio del debate acerca de la ordenación episcopal femenina, con piezas de distinta laya.


Si uno mira el asunto, cabe tal vez la pregunta sobre si tendría toda la razón entonces el poeta.

Habrá quien diga con un razonamiento algo bastante chueco que, visto lo que resultó, GK se equivocó al ponerse de parte de los galeses; y diré que es bastante chueco pero además rastrero y pusilánime como todo argumento exitista. Creo que está claro que no parece que pudiera saber GK cómo terminaría el asunto de la Iglesia en Gales. Pero, y aunque no fue sobre lo que vino después que GK expresó su opinión lírica, ¿estaba en el origen lo que vino después y GK no lo vio? Tampoco parece. Podemos tener en cuenta sus motivos en esa ocasión, cosa atendible; como también hay que admitir que todo el caso vino a dar a esto de hoy, aunque no necesariamente en razón de esa separación galesa. Y creo que es claro que per se no es un baldón para el escritor. Porque bien podríamos decir que la defensa del Bill por parte de GK -nótese que él fue oficialmente anglicano hasta 1922- no era sine die y ante cualquier circunstancia. No hay que dejar aparte el hecho de que con su intervención no solamente se oponía a los tories, a los que se enfrentó por sus ideas políticas especialmente acerca de Inglaterra, sino en este caso a su propia iglesia de entonces, la de Inglaterra.

Hay que ver que lo que podría haber sido defendible en una ocasión y por determinados motivos, no extiende un bill permanente sobre todo el desarrollo del problema, sus consecuencias, implícitas o no en su origen, y casi diría a todo lo que rodea al asunto.

Pero.

También está el hecho bastante central en este caso de que uno puede tener una opinión respecto de un asunto determinado y darle la razón a alguien en un asunto en el que efectivamente la tiene, aunque no necesariamente sea de su partido, iglesia o club. O, lo que a veces es lo mismo, negarle la razón a alguien en un asunto en el que no la tiene, pese a que sea de su partido, o de su iglesia o club. Y -para los finos dialécticos- salvemos siempre el hecho de que se defienda la opinión de alguien que esté diciendo algo verdadero (de verdad teórica o práctica), porque es verdad o porque es lo justo.

Claro.

Si alguno está pensando que eso es inusual, tiene razón, porque lo usual es que, ante un asunto sobre el que se puede o debe opinar, habitualmente pasa que se está más atento a la suerte de sí mismo -que muchas veces significa la suerte de su partido, iglesia o club- que a la suerte del asunto en cuestión.

Como también tendrá razón quien pensara que eso de darle la razón al que la tiene independientemente de otras consideraciones más políticas o de partido, o de club o de iglesia, es algo que tal vez un tipo como GK podría hacer, pero no cualquiera.

viernes, 21 de marzo de 2008

Pascua temprana

A principios de febrero, mate va y viene, muy de mañana charlábamos con mi madre, cerca del mar. Hablábamos de los tres temas habituales entre nosotros, en este orden: plantas, historia de la familia y religión. Y de esto último, poco, porque hay una especie de código familiar que obliga, más que a las palabras, a las señas y los signos en algunos asuntos. Hay sí un cuarto tema, cómo no: las recetas de cocina.

El caso es que la vieja arrancó por los agapantos que crecen como plaga en la costa y su color celeste, casi lila. Se había enamorado viéndolos por todas partes. Me decía que algunos los llaman "flores de navidad" por la fecha en que florecen en el campo y le llamaba la atención que hubiera tantos florecidos a esa altura por allá. Venía a cuento también porque nos cayó el Miercoles de Ceniza en esos días y le contaba yo de unos árboles que suelo ver en México que llaman "de Cuaresma", por lo mismo: un color como azul-morado de la flor que aparece para febrero. De allí pasamos a una discusión sobre un posible álamo de los que llaman Mussolini que estaba plantado alrededor de la casa y en la vereda (y yo que sí era, y ella que no era...) De donde fuimos a dar al tiempo que viene haciendo y qué le pasa a las plantas, y la seca y el crecimiento errático y desproporcionado de árboles y flores. Y cómo se siembra esto y cómo se poda aquello, y así. Ella enseña -habla, más bien- y yo anoto. Se morirá un día, que grande ya es, y pasará aquello que, en frase de otro, repetía Atahualpa: cada viejo que se nos muere es una biblioteca que se nos va pa'l olvido.

El eslabón con el capítulo de las historias familiares -que fue larguísimo y muy simpático- fue apenas un comentario.

ver

-Mi abuela Ángela, que era de Abruzzo, decía algo en dialecto que ahora no me acuerdo cómo sonaba, pero que quería decir que cuando la Pascua venía temprana, había que esperar algunos desastres...

-¿Qué? ¿Como si dijeras: "Con Pascua temprana, vienen macanas..."?, dije floreándome de módico verseador refranero, pero inmediatamente arrepentido porque hubiera sido mejor revolver en su baúl para ver si se acordaba del dictum.

- Y sí..., algo así. Pero en dialecto sonaba de otro modo, parecía como una amenaza..., pero ya no me acuerdo...

-¿Una profecía?

-Más o menos... Ellos decían que cuando la Pascua venía muy temprano había que esperar cosas raras y más bien duras, por ejemplo sequías (eso en el campo importa mucho...), animales que se morían, y cosas familiares, o terremotos, tormentas grandes, o guerras y pestes..., esas cosas...
Lo dijo al pasar. Pero me quedó repicando hasta ahora. Por cierto que me di cuenta de que no era frecuente una Pascua tan temprana. Y de hecho históricamente no lo es. A qué se refería mi bisabuela con el refrán en dialecto, no lo sé. Y de dónde salió el refrán, cómo lo sabía y por qué lo usaban, menos.

Me puse a ver. Y terminé viendo cálculos, historias, estadísticas, ciclos del sol y de la luna, los paganos, Arlés, el Concilio de Nicea, el calendario de Julio y aquel de Gregorio del siglo XVI, precisamente modificado para que la fiesta móvil de la Pascua no cayera a principios de marzo, como cayó un año de aquellos años.

Así, yendo por estas vías, creo que este año por primera vez pude ponerme a ver con los ojos y el corazón -diría, si no sonara cursi- ese asunto de la primera luna llena posterior al equinoccio. No sé si la habré visto antes. Esta vez sé que la vi en relación con la Pascua, tratando de imaginarme a qué se refieren todos esos cálculos que obligan a medir y mirar el cielo y la tierra para celebrar una fiesta grande, de la que depende todo el año. Y, en realidad, toda la vida.

Cómo todo el año mide distinto cuando se mide por fiestas, es algo que ya sabía; quiero decir que lo había leido, lo había estudiado y hasta enseñado en las clases, que no es para nada lo mismo que saberlo. Como conocía que están aquellos arrestos de legislador universal que le dan al hombre cuando hace de jalonador de los tiempos, poniéndole hitos cívicos, algunos hasta perversos. A veces para suplantar -sepultar, hay que decir- el tiempo humano preñado de tiempo divino. Siempre, sin embargo, confiando en que al jalonar establece, enseña, muestra, moldea la mirada y el corazón. No, eso no se puede evitar. Uno puede ponerle a una calle Don Bosco o Che Guevara: la razón para hacerlo es idéntica y el resultado parecido: habitualmente eso 'hace vida'. Y para eso se hace.

Sin embargo, parece que una cosa es disfrazarse de antiguo y hablar en lenguas muertas y pasadas por el rebozo de los días de la historia hasta hacérsenos familiares pero irreconocibles, y otra cosa es saber de qué trata el asunto del que se habla, e incluso saber por qué hay que hacerlo o decirlo así. Ver y pensar lo que veían, saber lo que sabían; sentir qué tiempo era, cómo, por qué, para qué; cosechas y florecimientos, inviernos y calores, nacimientos, bodas y muertes; labores y banquetes medidos mirando el aire, mirando el cielo, el sol, las estrellas, la luna, la tierra en ascuas, o reseca y helada, los brotes, las hojas secas.

Imposible. Nuestro modo de mirar las cosas, creo haber notado, por buena intención y mejor doctrina de las que uno blasone, nos impide hacer lo que hacían los antiguos. No digo que sea imposible. Ni digo que pueda ser repetible lo mismo automáticamente, lo cual podría dolerse de automatismos y mecanicismos que podrían tener cara de tradición. Cara, nomás. Pero si acaso hacemos lo mismo, resulta de tan otro modo que parecemos extranjeros hablando una lengua incomprensible. Pronunciando, más que hablando, una jerga que sonará bien en el mejor de los casos, pulida, con dicción perfecta en el mejor de los casos, pero casi por completo ininteligible para los que pronunciamos, casi sin hablar, esa lengua de misterios. Es como si tuviéramos el diccionario, la gramática, la sintaxis, pero no supiéramos traducir. O supiéramos traducir, peor aún, y lo que no entendemos es nuestra propia lengua: qué quiere decir en nuestra lengua lo que hemos traducido. Es como si no tuviéramos los mismos ojos, el mismo corazón, la misma cabeza. Hombres distintos, inconciliables, diría.

Claro, es más fácil decir algo que saber de qué se trata lo que acabamos de pronunciar, qué quiere decir, de dónde vienen las palabras que decimos.

Los mismos formulismos se me hicieron chocantes a primera vista, cuando me puse a ver cómo se hacen las cuentas y como se proyectan, sobre el tiempo y el cielo, para saber qué día caerá la Pascua en 2070 y pico o en un año determinado del siglo XXV. Uno de los cálculos, por ejemplo, me mostraba con qué frecuencia estadística habría Pascuas tempranas o tardías entre el año 1600 y el 3000...

Parece más matemática que liturgia, parece más teorema que teología. Y puede que para algunos lo sea, aunque no sepan -como yo- ni jota de números. Pero no lo es, no del todo, al menos. Me pareció ver al final que había algo más y había algo mejor en esa pretensión de fijar, de medir, de acompasar el tiempo humano con los tiempos divinos. Aunque para el siglo XVI esa intención ya estuviera inficionada de más medida que sentido, de más extensión que altura y profundidad.

Y entonces me di cuenta de que mi bisabuela no tuvo mucha ocasión de ver tanta Pascua temprana, en el curso de su vida; si acaso una que dicen que fue creo que en 1913 -antes de la Gran Guerra y de lo que eso significó, sí...- y que es la anterior a ésta de ahora, también casi al límite del tiempo canónico entre el 22 de marzo y el 25 de abril. Y pensé quién pudo haber tenido ocasión de ver tantas Pascuas tempraneras como para que el refrán siguiera vivo y operante, siendo que es cosa que no suele pasar.

Y esa es otra en mi contra: el refrán me llega por mi madre que no vio la Pascua temprana anterior y a ella por su bisabuela que vio una y no más. Y acá estoy yo que no lo conocía, en absoluto, y no importa si lo que dice el refrán es verdadero a rajatabla, sino que haya un refrán para eso.

Tal vez alguno dirá que, precisamente, eso se arregla hablando con la madre menos de plantas, familia y cocina y más de religión.

No creo.

En primer lugar, dije que hablamos poco de religión. Pero poco y malo no son sinónimos, aunque algunos crean que mucho y bueno sí lo son. Pero, en segundo lugar y en todo caso, estoy diciendo exactamente lo opuesto.

Hubo un tiempo en que hablar de plantas y de religión no era muy distinto, o al menos hacía pendant. Ni cocina y liturgia eran contradictorios o ajenos. Ni Dios y las tormentas. Hubo un tiempo en que la gente sabía que el año iba de tal fiesta a tal otra y no del primero de enero al 31 de diciembre, y que se sembraba o se pescaba a partir de tal otra fiesta y se cosechaba o se salaba para tal otra. Como sabían que la torta pascualina original tenía 33 capas de hojaldre (en algunas partes de Italia todavía así se hace...), una por cada año de vida de Jesucristo, por meter un condimento peninsular.

Creo que es al revés, exactamente. Si me pongo a ver, creo que más bien la religión que me enseñaron me decía de chico cosas como eso de que esta planta se llama Cuaresma, por el color de las flores. O que a aquella paloma blanca le dicen "de la Virgen". O a través de tantos otros símbolos y de cosas como signos y flechas, que apuntan a algo que hasta no se alcanza a entender del todo, cosa que está bien al fin de cuentas porque sin Misterio no hay verdad. O como a través de algunos otros de estos mismos refranes inquietantes, que hacen ese matrimonio entre la liturgia y el tiempo y el cosmos y el año y el cielo, de un modo glorioso y terrible.

Nada de todo eso le servirá de argumento al que no quiera estudiar y saber las cosas que debe y puede, y que los cánones y los libros tan bien dicen, cuando dicen bien, claro.

Pero tal vez, de ese modo que digo que parece que hacían los antiguos, la religión -y junto con ella las artes y ciencias, además- era mucho más clara a todos los ojos del hombre, no solamente a los ojos que usa para leer tratados, y sutilezas y codicilos y rúbricas. Y así creo que se veían más cosas en todas las cosas, hasta sin saber del todo que se veían. Cosas que ahora parece que uno si quiere verlas tiene que leerlas en un manual o en un tomazo o en un tomito, con la ilusión de que porque las ve escritas las entiende. Y allí en los escritos las busca, en parte porque no las ve en otra parte, y no porque no estén.

Algo hemos perdido, es claro. Algo que no es fácil de rehacer y de restaurar. Y que dudo se pueda restaurar sólo con buenos libros o buenas recetas.

Creo que lo que se ha velado o perdido es algo que permitía entender mejor -aun sin saber del todo que se la entendía- aquella expresión magnífica de que Dios no descansa hasta que sea todo en todo. Que es además un magnífico plan y que tiene como centro y clave, temprana o no, a la Feliz Pascua.

sábado, 15 de marzo de 2008

Cita


The Road goes ever on and on
Down from the door where it began.
Now far ahead the Road has gone,
And I must follow, if I can,
Pursuing it with weary feet,
Until it joins some larger way,
Where many paths and errands meet.
And whither then? I cannot say.

The Road goes ever on and on
Out from the door where it began.
Now far ahead the Road has gone,
Let others follow it who can!
Let them a journey new begin,
But I at last with weary feet
Will turn towards the lighted inn,
My evening-rest and sleep to meet.


John R. R. Tolkien




Más lejos. Cada día
más lejos del país, la casa, el agua fresca
y de todas las cosas.

Más lejos de los árboles,
los juegos de los niños, las canciones
y de la arena gris de los caminos.

Más lejos, más allá
del viento que barrió la sierra, el llano: el viento
que pasa y vuelve y pasa
como las estaciones de los años.

Más allá y otra vez y más allá, más lejos
que lo que dicen mudos
unos versos de hierro y que en su herrumbre
tiñen de vida el canto desvaído.

Más allá, mucho más, lejos, más lejos.

La distancia de un mar,
la del olvido,
la de toda la historia y las palabras.

Más allá, cielo arriba, noche adentro
sobre el campo de estrellas:
la luz batalladora,
el sol dormido,
el aire limpio y quieto
sobre las eras verdes y onduladas...

Singladura de sangre sobre sangre,
viaje del corazón,
del fuerte corazón animoso y herido:
siempre lejos y más
y más allá hasta el puerto y la posada.

Más allá, lejos, viaje...

Lejos será una vez un allá sin tormentas,
sin ausencia, ni muerte ni desiertos,
sin vanas vanidades
ni oquedades ruidosas que preñan las distancias;
sin más viaje entre tierras y sierras de arroyos aturdidas,
sin arriba ni adentro,
ni abajo,
sin afuera.


Allí estaré ese día.

miércoles, 12 de marzo de 2008

Kahwa

Pasa seguido: cuando uno tiene que ayudar a los pequeñuelos en sus asuntos y tareas, termina distrayéndose con algo a lo que le ve miga. Impaciente, entonces, despacha al rapaz con algunas fórmulas que sospecha serán de éxito seguro en el aula y se queda a solas con lo que le llamó la atención.

Así la cosa, una más de esas estólidas consignas escolares ("investigar en casa con papá y mamá sobre..."), me trajo a África.

Resulta que, según parece sentencia común entre los doctores, los árabes llamaban al café con el mismo nombre que usaban para el vino: kahwa (o qahuah-qahvah, si se prefiere); para cuando la infusión llegó a Turquía su nombre "alla turca" cambió a kahvé, que nombra el licor y no el fruto. De hecho, los que saben árabe dicen que qahvah significa vino blanco, ligero, y de allí que el sentido primitivo de la voz árabe parece ser vino o licor; así fue que pasó a aplicarse al café, por ser un líquido como el licor y por sus efectos similares: vigorizante y embriagante, por decir lo menos.

Por supuesto que para más detalles de todo tipo, y muy simpáticos algunos histórico-religioso-políticos, basta darse las consabidas vueltas enciclopédicas, en las que uno podría ilustrarse sobre liberalismo y café o revolución y café o catolicismo y café o luteranismo y café. En fin, la mar de sugestivas aplicaciones.

Muy bien.

El asunto ahora es esta pequeña cuestión de que los padres africanos del café lo llamaban con el mismo nombre con el que nombraban al vino. Y no por falta de palabras, sino porque veían que ambos producían efectos similares, siendo distintos. Y, en lo que sabemos y según el modo como los usamos, opuestos.

La pirueta es medio obvia, tanto como caprichosa: lo que se supone que cura la embriaguez, lleva el mismo nombre... precisamente porque también embriaga. La causa del posible desorden y su remedio se llaman igual o parecido, precisamente por las características desordenantes del remedio con el que se supone se curará el mal del desorden.

Como si dijera: ponga usted a Noé en estado comatoso a fuerza de hectolitros de bon vin. A continuación, intente curarlo con barricas de igual medida pero ahora de café oscuro, aromático y sabroso. Parece que lo que obtendrá es un coma al cuadrado.

Interesante. Y de ser así, sumamente ilustrativo y sugerente, si uno lo aplica a otros ámbitos.

El vino no es malo, ciertamente. Tampoco su ingesta disparatada vuelve malo al vino en sí, y eso también está claro. Pero su ingesta disparatada es algo malo, y de esto parece no haber duda. Como es claro también que el café no es malo y es, no sólo en la conseja universal, un remedio eficaz contra la ingesta disparatada de vino. Pero eso, claro, siempre que la ingesta del remedio no sea a su vez una ingesta disparatada del remedio.

Porque, en tal caso y por esta sola causa, tendrían casi toda la razón los árabes en llamar al vino y al café con la misma palabra.

Ahora.

No sé si los árabes tienen razón y tal vez acertaron sin querer; y quede dicho que, bien se entiende, no los hago responsables de estas elucubraciones.

Lo que sí sé es que, a propósito de varios asuntos -graves e importantes y de los otros también-, a veces pasa que se ofrecen de tal modo remedios a ciertos males, que lo que que resulta al final es un bonito muerto.

Sabremos sí que el óbito del tipo se produjo finalmente por una ingesta disparatada. Y aunque no sea indiferente el punto (porque una enfermedad no es igual que su remedio), a esa altura de la cuestión puede ser más o menos irrelevante si el fulano murió de un exceso de kahwa o de... kahwa.

domingo, 2 de marzo de 2008

Dos de marzo

Primera lluvia de marzo

Miro el aire, respiro mientras llueve
y al refugio del tala, guarecido:
llega marzo en preludio y alborea
y nombra el cielo gris y lo conmueve.
El sudeste del viento va escondido
entre las nubes. Sopla y devanea
su furia de verano o silba leve
aromas de limón recién nacido.
Tiembla el ciprés y mi jazmín gotea
sus nostalgias de sol y no se atreve
a perfumar el mundo; la azalea
muda, feliz, tan verde. Dolorido
resuena el triste que un zorzal gorjea
húmedo y alto, solo y bienvenido.


Celebración de marzo

Equinoccio agridulce, mes tercero.
Primavera y otoño de la tierra:
marzo de las dulzuras, de la guerra,
del feraz y feroz Marte guerrero.
Tiempo bifronte, sombra y luz tan clara.
Siembra y vendimia del amor más puro,
marzo florido y del dolor oscuro:
¡ah, quién al aire de tu mes brillara!
¿Fue en el ocre del sur donde naciste
o fue en el norte, en que la flor te espera?
Pues, mustio en hojas, surges en retoño.
Marzo, equinoccio claroscuro, hiciste
con la sangre borgoña del otoño
el vino nuevo de la primavera.