miércoles, 12 de marzo de 2008

Kahwa

Pasa seguido: cuando uno tiene que ayudar a los pequeñuelos en sus asuntos y tareas, termina distrayéndose con algo a lo que le ve miga. Impaciente, entonces, despacha al rapaz con algunas fórmulas que sospecha serán de éxito seguro en el aula y se queda a solas con lo que le llamó la atención.

Así la cosa, una más de esas estólidas consignas escolares ("investigar en casa con papá y mamá sobre..."), me trajo a África.

Resulta que, según parece sentencia común entre los doctores, los árabes llamaban al café con el mismo nombre que usaban para el vino: kahwa (o qahuah-qahvah, si se prefiere); para cuando la infusión llegó a Turquía su nombre "alla turca" cambió a kahvé, que nombra el licor y no el fruto. De hecho, los que saben árabe dicen que qahvah significa vino blanco, ligero, y de allí que el sentido primitivo de la voz árabe parece ser vino o licor; así fue que pasó a aplicarse al café, por ser un líquido como el licor y por sus efectos similares: vigorizante y embriagante, por decir lo menos.

Por supuesto que para más detalles de todo tipo, y muy simpáticos algunos histórico-religioso-políticos, basta darse las consabidas vueltas enciclopédicas, en las que uno podría ilustrarse sobre liberalismo y café o revolución y café o catolicismo y café o luteranismo y café. En fin, la mar de sugestivas aplicaciones.

Muy bien.

El asunto ahora es esta pequeña cuestión de que los padres africanos del café lo llamaban con el mismo nombre con el que nombraban al vino. Y no por falta de palabras, sino porque veían que ambos producían efectos similares, siendo distintos. Y, en lo que sabemos y según el modo como los usamos, opuestos.

La pirueta es medio obvia, tanto como caprichosa: lo que se supone que cura la embriaguez, lleva el mismo nombre... precisamente porque también embriaga. La causa del posible desorden y su remedio se llaman igual o parecido, precisamente por las características desordenantes del remedio con el que se supone se curará el mal del desorden.

Como si dijera: ponga usted a Noé en estado comatoso a fuerza de hectolitros de bon vin. A continuación, intente curarlo con barricas de igual medida pero ahora de café oscuro, aromático y sabroso. Parece que lo que obtendrá es un coma al cuadrado.

Interesante. Y de ser así, sumamente ilustrativo y sugerente, si uno lo aplica a otros ámbitos.

El vino no es malo, ciertamente. Tampoco su ingesta disparatada vuelve malo al vino en sí, y eso también está claro. Pero su ingesta disparatada es algo malo, y de esto parece no haber duda. Como es claro también que el café no es malo y es, no sólo en la conseja universal, un remedio eficaz contra la ingesta disparatada de vino. Pero eso, claro, siempre que la ingesta del remedio no sea a su vez una ingesta disparatada del remedio.

Porque, en tal caso y por esta sola causa, tendrían casi toda la razón los árabes en llamar al vino y al café con la misma palabra.

Ahora.

No sé si los árabes tienen razón y tal vez acertaron sin querer; y quede dicho que, bien se entiende, no los hago responsables de estas elucubraciones.

Lo que sí sé es que, a propósito de varios asuntos -graves e importantes y de los otros también-, a veces pasa que se ofrecen de tal modo remedios a ciertos males, que lo que que resulta al final es un bonito muerto.

Sabremos sí que el óbito del tipo se produjo finalmente por una ingesta disparatada. Y aunque no sea indiferente el punto (porque una enfermedad no es igual que su remedio), a esa altura de la cuestión puede ser más o menos irrelevante si el fulano murió de un exceso de kahwa o de... kahwa.