lunes, 28 de abril de 2008

El pan nuestro de cada día (I)

Tal vez una forma de hablar sobre la 'polis', y sus coyundas actuales, sea una especie de diccionario de palabras y cosas, o una de esas exégesis de lugares comunes, o cualquier formato de ese estilo. Nada nuevo, ya lo sé. Pero creo que sirve.

¿Por orden alfabético? Podría ser, aunque siempre le tuve un poco de antipatía, malgrado el oficio. Reconozco que el orden alfabético es un orden. Sé también que las letras no son cosa baladí. Pero es verdad que hemos transformado en un orden inarrugable y dizque hasta jerárquico, a algo cuyo criterio de orden no conocemos del todo bien y de ese modo hemos establecido jerarquías que o no sabemos o no existen. Y dejemos de lado ahora que el método se consagró con la Ilustración y la Enciclopedia del siglo XVIII. Con los números, por caso, siempre se puede hablar de cantidades mayores o menores. Pero, por ejemplo, ¿por qué la letra f tendría prelación sobre la m? Contra eso, alguien podría decirme que Jesús dijo ser el alfa y la omega. Pero lo que dijo con eso es simplemente principio y fin, no dijo más o menos importante, o viceversa, sino todo lo contrario más bien: porque ¿cuándo deberíamos considerarlo menos, en el alfa, en la omega, al principio o al final? Nada de eso. Podría haber usado números en este caso y no lo hizo. Usó las de las puntas del alfabeto y dijo ser ambas, que es como decir: por Mí todo fue hecho y hacia Mí va todo. Lo cual es verdad.

Así las cosas, entonces, mejor empiezo por donde empiezo, con la sola advertencia de que cada entrada rozará una proposición del Padre Nuestro, cosa que hará bien el amable lector en descubrir por cuenta propia.

Plaza

Se entiende que "La Plaza" es la Plaza de Mayo. Es importante para los argentinos porque tiene la fuerza de un emblema. Y como es un emblema potente se la usa como tal. Por qué devino tan importante es materia de otra entrada. Lo cierto es que hay plazademayo en muchas partes del país, claro que sólo circunstancialmente y por participación de La Plaza. A La Plaza vamos los argentinos cada vez que hay que oír o decir algo, mostrar o ver algo. Desde el marketing político para acá, su efecto visual por televisión hace que valga a veces lo que no vale. El argentino -más específicamente el porteño, nativo o por adopción: hay de todo en Buenos Aires y hay porteños nacidos en todas las provincias- va a La Plaza o lo llevan, que no es lo mismo, claro, salvo porque el lugar emblemático es siempre el mismo, y una vez que está allí más bien está allí con todo lo que eso significa y no sirve de mucho especular si está por voluntad libre o adobada. Para llevar gente a La Plaza a veces se usan bondis o tachos alquilados, unos mangos, choris. A veces, no. Se puede ir espontáneamente (las menos de las veces) o pueden algunos ser llevados allí por un motor distinto al de un bondi o por un alimento distinto del chori: la gloria o la venganza. Por supuesto que La Plaza no es original de los actos peronistas. Casas más o casas menos, la Plaza Mayor de los tiempos de 1810 ya era un escenario, por no mencionar otras "plazas" como el ágora o el foro, más antiguos todavía y en los que también pasaban algunas cosas importantes -con pueblo y todo...- que incidían en la suerte de pueblos e imperios. También están otras plazas: españolas, cubanas, italianas, francesas, rusas, chinas, alemanas, venezolanas, en fin, la mar de plazademayo en todas partes. Lo que sí hizo el peronismo es asociar de un modo fuerte La Plaza a El Peronismo: "Todos a La Plaza...", de modo que todo el que hoy por hoy toma posesión de La Plaza, le pese o lo halague, se hace un poco peronista por el tiempo de su inquilinato. Hay quienes piensan o sienten que La Plaza tiene que ser de todos, que suele querer decir que ellos (cualquier ellos...) son los que dirán quién puede o no puede estar allí, quién lo merece y quién no. Hay quienes creen también que La Plaza tiene que ser suya, lo que quiere decir que no tiene que ser de otro u otros. Las madres de la plaza ocupan un lugar allí porque La Plaza es un emblema y no al revés. Las 'carpas' (sindicatos, piqueteros, veteranos de guerra, cualquier cosa...) si quieren asentarse en algún sitio que amplifique van a asentarse allí, por lo mismo. Los neoturistas no tienen modo de evitar -y en general no quieren evitar- ese renglón de su tour... En La Plaza pueden superponerse los emblemas y pueden apilarse significados, contrarios y hasta mortalmente antagónicos entre sí, pero al final siempre funciona el significado más potente, que no quiere decir el más forzudo. Claro que lo que no sabemos del todo exactamente todavía es cuándo es el final. Puede haber cierta relación entre La Plaza, la imago patris y la imago mundi. Por ejemplo: cuando a alguien que se siente peronista lo echan de La Plaza, me parece que le queda como un síndrome, diría. Aunque lo hubieran echado sin que estuviera físicamente allí. Y si uno se siente peronista y es Perón el que lo echa de La Plaza, diría que al echado le queda algún trauma para toda la vida. No sé cómo se llama el síndrome o trauma, lo inventé recién. Pero, si hubiera que describirlo, diría que es un síndrome como de orfandad: orfandad hacia arriba por falta de padre político y orfandad hacia abajo por falta de pueblo político: dos cosas necesarias para poder hacer política pero necesarias también para que La Plaza destile toda la virtualidad que se espera de ella. A veces una consecuencia de ese síndrome de orfandad por expulsión de La Plaza suele ser una cierta necesidad de hacerse valer, especialmente frente a la gente que está en La Plaza. El horror al vacío es poderoso en la natura y puede pasar que, enfrentados a una cierta neurosis de nueva expulsión de La Plaza, imaginada o real, haya quienes desesperen por presunción, tratando de empujar el tiempo y la historia y las cosas, sintiendo que, si son echados, fatalmente pasará que lo que para ellos La Plaza tiene -y tuvo- de proyecto, será -nuevamente- frustrado. Y ellos lo serán con La Plaza.

viernes, 25 de abril de 2008

El pan nuestro de cada día

No hay vuelta que darle: hay que ponerse de acuerdo por lo menos en una cosa.

Y es que hablar de lo que está pasando es un asunto y otro asunto muy distinto es saber qué pasa. A la vez, hay que ponerse de acuerdo en un subproducto de esto mismo: hablar de política es una cosa, otra es hablar políticamente y muy otra es hacer política. Y cada una de estas tres tiene sus bifurcaciones.

¿Tanto lío? Y, sí: tanto lío. Salvo, claro, que uno simplifique y trivialice, mostrando tal vez con eso mismo que su supuesto interés no es tal o que dice que quiere hablar de una cosa y habla sobre otra. O que se ha metido en camisa de once varas....

Veamos.

La política nuestra de cada día -la de las conversaciones de bar, de la calle o la oficina, digo- tiene una desventaja: obliga a hablar demasiado. Y de más, muchas veces.

Y esto pasa al menos por dos razones.

La primera es la propia política. La otra, los medios de comunicación. Y en general las dos cosas suelen ser una o se sirven mutuamente.

La propia política cotidiana obliga a seguirle el ritmo a las acciones reales o aparentes -que suelen manifestarse en palabras o gestos de variada insolvencia- de un tipo muy especial de persona: el político.

(Dejemos al margen ahora a la minoría de esta raza, supuesto que los miembros de esa minoría fueran hombres honestos, cabales, sufridos, sinceros. No por esto menos hábiles y, hasta donde se pueda, sanamente prácticos. Estos hombres o mujeres, quedan por ahora en el banco de suplentes.

Vayamos al resto, que son los más.)


No digo nada extravagante si digo que el 99,99% de las energías -el matiz se lo otorgamos al 0,01% de las energías- de un político al uso están puestas principalmente en conseguir y conservar el poder. No principalmente en hacer cosas, no principalmente en gobernar, que no significa conservar el poder sin más sino conducir usando el poder para hacer algo: usar de una potestad, de imperio para realizar. Cuando dije primero 'principalmente' quise decir que lo que haga o diga está en función de conseguir y conservar poder.

Pero conservar el poder en los términos corrientes significa al menos dos cosas: sobrevivir medrando en un mundo de animales carnívoros de poder y cebados por el poder y (o) trabajar por la supervivencia de la manada a la que circunstancialmente se pertenece. Y siempre más bien a como dé lugar, como sea. Esto es lo más habitual.

¿A la manada a la que circunstancialmente pertenecen? Nada de soponcios, ni de un lado ni del otro, por favor. Habrá quienes pongan el grito en el cielo por los travestis, saltimbanquis o transfugas del poder, los que van pasando de una posición a otra sin cambiar siquiera el rictus. Pero, no tanto grito... Como se suele decir, son poquísimos los que resisten un archivo medianamente serio y no muy antiguo.

Una cosa es que a la política se la defina como el arte de posible y cosas de ese tenor, bien que tantas veces enmascarando con eso otras definiciones menos gloriosas o bienhechoras. Una cosa distinta es que estemos hablando de cinismo, escepticismo, nihilismo, palabras todas que un dirigente político tal vez podría no conocer, pero que son los supuestos -de todo tipo incluso metafísicos y desde ya antropológicos y morales- que le permiten hacer literalmente cualquier cosa.

La segunda cuestión a tener en cuenta es la acción en este rubro de los medios de comunicación. Cuando no es frívola -que quiere decir liviana e irresponsable, aunque trate asuntos muy serios- es interesada. E interesada quiere decir que habitualmente está al servicio no de lo que pasa o pasó, sino de lo que tiene que pasar o de cómo tiene que entenderse lo que pasó. Y lo que tiene que pasar o qué tiene que significar lo que pasó está, a su vez, al servicio de algún interés político o de poder, ya fuera de algún poder económico, ya de algún poder cultural: poder al final del camino. Y nunca o casi nunca al servicio de lo que realmente está pasando y de lo que pasa. De modo que, y para quien no tiene los datos ciertos de cómo son las cosas, entender lo que pasa a través de los medios -casiúnica forma masiva de formarse opinión- supone saber quién dice qué cosa y por qué y si lo que dice es como lo dice o por la razón por la que lo dice. Y así y más. Todo lo cual, obviamente, es punto menos que imposible para el hombre de a pie que está lejos, muy lejos de las marmitas, de modo que si llegara a llegarle la comida, le llega mermada y fría, y ni hablar de los ingredientes. En el mejor de los casos, y claramente insuficiente para formarse una opinión, se alcanza a saber lo que dicen los medios. O lo que dicen los medios que dijeron los políticos. O lo que los políticos quieren que los medios digan.

Todo un capítulo aparte es el tratamiento más serio de ambas cosas: políticos y medios de comunicación. Porque hay un análisis necesario acerca de qué significa y cuánto vale la acción política tal y como se la concibe desde hace por lo menos dos siglos. Como hay un análisis igualmente necesario acerca de la presencia de medios de comunicación en la sociedad, que -y no por casualidad- tienen una existencia más o menos paralela a la forma de entender y ejercer esa acción política así concebida, es decir que, de hecho, también los medios existen, tal y como los conocemos hoy, desde hace unos dos siglos. No ha cambiado, creo, su naturaleza. Solamente cambió el grado en el que ejercen su acción y las herramientas que usan.

Los medios de comunicación son básicamente retóricos. En muy contados casos son diálecticos. Mayormente retóricos como son y en cuanto tales son una herramienta de la política: de la buena y de la otra. Esto no lo voy a desarrollar largo ahora, aunque necesita tantas notas al pie; así que queda dicho como apunte. Pero es muy importante. Otra cosa que queda como apunte es que la acción de los medios, más que la de ningún otro emisor de mensajes y criterios, modifica o puede seriamente modificar no sólo los hechos y las palabras y sus significados, sino también las circunstancias de espacio y tiempo, cosa grave para el hombre, y más para el hombre de a pie.

La acción de los medios suele tener una consecuencia que me interesa ahora. Porque es difícil vivir en dos mundos al mismo tiempo. Por ello mismo pasa a veces que, cuando la distancia es demasiado brutal entre lo que vivo y lo que me dicen que estoy viviendo, se rompe ese pacto implícito entre el hombre y la realidad, que hace que las cosas vayan andando. También pasa que la acción de los medios de comunicación -a veces en conjunción con el discurso y la acción política sobre la sociedad- hace lo mismo pero a la inversa. Entonces, pese a lo que pienso, siento o me pasa en realidad, me encuentro pensando otra cosa distinta y sintiendo que me pasa una cosa que no me está ocurriendo tal como me dicen que me está ocurriendo. A esto le sigue al menos una especie de enfermedad psícológica. Pero seguro, una espiritual.

Estos mecanismos a veces son simples. Pero la mayor parte de las veces son complejos y muy complejos, de modo que la mayoría recibe, sin poder colar demasiado y a veces nada, al mismo tiempo una sobredosis de datos de dudosa calidad e improbable digestión y, a la vez, recibe mucha menos verdad que la que hay disponible. La confusión llega rápido. Y con la confusión llega algo más: el hombre de a pie, bombardeado además por la urgencia real o ficticia de la supervivencia en las condiciones actuales o de las necesidades creadas e irreales, colapsa, se aturde, se hace un zombie, un autómata. Y así, muy frecuentemente, aunque violentando su interior y hasta su palabra, dice y hace lo que parece que hay que decir o hacer según la corriente. Según cualquier corriente. La dominante del tiempo y el lugar en el que vive, tanto como la propia, aquella corriente a la que pertenece y que, llegado el caso, está dispuesto a poner en lugar de la realidad, por motivos diversos. Y no pocas veces, ay, sigue ambas... Como las cosas que no sangran se notan menos, y estas cosas no sangran, estas cosas se notan menos. Hasta que sangran, claro.

Ni los discursos de parte, parcializados y aun los ideologizados, son cosa nueva. Ni las habladurías comunes y corrientes son cosa nueva. Las habladurías de los que hablan sobre 'lo que se dice' y no saben, tampoco son nuevas. Es más: son cosa viejísma, muy anterior a los medios y a los políticos tal y como los conocemos ahora. Algo cambió, sin embargo, en la calidad de la información y de los gestos sobre los que el hombre de a pie juzga. Algo cambió en la capacidad de juicio del hombre de a pie, masivo además. Algo cambió en sus criterios (y digo 'sus', más o menos generosamente dicho...)

Con estos presupuestos que se me hacen imprescindibles, muy rápida y esquemáticamente formulados respecto de lo que pasa, veré de tomar carrera. Y eso para ver si me dispongo a tratar dos o tres asuntos de la malhadada "coyuntura".

No porque pueda, que tal vez me canso antes de largar (y ya me está dando fiaca...) Tampoco porque mi opinión valga especialmente la pena de leerla, sino porque puesto a ver el asunto me propongo simplemente tratar de discernir, y de no repetir.

Lo que sí vale subrayar dos veces aquí es la advertencia de que la calidad de los asuntos en juego no me despierta mucho apetito.

Y con esto, por ahora, me voy.
- No, señor. ¿Cómo que se va? Un momento, mi amigo... Antes, me contesta una pregunta: ¿Por qué esta entrada se llama así? No entiendo...

- Fácil: porque con el Padre Nuestro se puede hacer análisis político, de coyundas incluso. Con todas y cada una de sus proposiciones. Pero, especialmente, con tres o cuatro de ellas, elija la que más le guste: "...adveniat regnum tuum, fiat voluntas tua sicut in cælo, et in terra. Panem nostrum quotidianum da nobis hodie, et dimitte nobis debita nostra sicut et nos dimittimus debitoribus nostris...": ahí tiene, con eso sobra asaz. Y eso por no mencionar la Doxología agregada al final: "Quia tuum est regnum, et potestas, et gloria in sæcula sæculorum..."

Ahí tiene: "Tuyo es el Reino, Tuyo el Poder y la Gloria, por siempre, Señor..."

- Pero, ¿por qué en latín? Y además, ¿qué tiene que ver eso del padrenuestro para entender lo que pasa y lo que está pasando? ¿Hay que ponerse 'místico' para leer los diarios...?

- Mire, caballero, en latín perchè mi piace... Y lo otro, no sé. Pero una cosa le digo: creo que si usted lee y oye todo lo que dicen, por ejemplo, Longobardi o Vertbisky o Perfil o Macri o D'Elía o Feinmann o Bergoglio o Clarín o Kunkel o la derecha o la izquierda sobre todo lo que hablan, pero le falta entender lo que el Padre Nuestro dice sobre lo mismo, me da que va a entender poco de lo que importa mucho y no sé si va a entender siquiera algo de lo que no importa tanto.

Y ahora sí que me voy.

jueves, 24 de abril de 2008

Predicador, a tus zapatos...

¿Nunca se preguntó "qué hacer"? ¿Nunca se lo preguntaron a usted? ¿No?

No le creo. Y le hago precio si le digo que no le creo, fíjese, porque peor sería decirle que se lo preguntaron alguna vez y ni se enteró, o pensar que nunca se lo preguntó porque ni falta que hace, si total ni piensa en hacer algo, nada de nada: total, ¿pa' qué...?

Entonces, la respuesta es "sí, efectivamente..."

Como fuere, es difícil contestar esa pregunta: "¿qué hacer?".

Y más difícil para quienes sienten el ahogo. ¿Qué ahogo? En realidad no es asunto para decir ahora. El ahogo, simple enunciado por ahora, quiere decir esas ganas o impulso -por indignación o entusiasmo- de hacer algo; frecuentemente, también, es esa vocecita interior que dice "algo tenemos que hacer...", "algo hay que hacer...". Vocecita interior. O exterior, como un rumor de mar, que a veces pasa que unos a otros nos decimos "algo hay que hacer...", y rueda la frase como una bola de nieve, pendiente abajo, hasta que el imperativo se hace enorme, pesado, demoledor, pero, como la nieve, no es exactamente sólido, sino agua. Y como agua que es, ahoga, si acaso.

En fin.

Mejor ahora ponerle la lente al caso de nuestros ya viejos amigos, Crispín y Crispiniano (y dejar para otro día la Quaestio Disputata De necesitate actionis aut contemplationis, que imagino a más de uno afilando los dientes y cada quien la mitad de su biblioteca...)

Ya en Soissons, resolvieron trabajar, se dice. Y se dice que por varios motivos, como ya apunté: se les habían agotado las arcas que traían de Roma, haciendo 'caridades'; necesitaban mantenerse sin ser gravosos para los demás, dando un ejemplo paulino, digamos; necesitaban bienes para repartirlos y como nadie da lo que no tiene... Pero también se dice que advirtieron que a la palabra luminosa y afable, convenía darle el respaldo de las obras -ahora siguiendo a Santiago- que hicieran consistente y entera su prédica verbal y cordial, poniendo todo el corazón y no solamente el corazón que habla, sino el que tiene manos, además.

Todo en uno, diría.

Vuelvo al principio, entonces.

"¿Qué hacer?"

Y... zapatos, diría.

O, diría también, cualquier otra cosa, lo que venga a mano o a cuento.

¿Por qué tanta milonga?, como se dice en las pampas...

No me deje simplificar, pero tampoco se complique tanto, amigo, no tanto que parezca que queda bien la preocupación por una acción a la que no piensa ni quiere llegar. Nada mejor que proponerse todo para poder decirse y decir que no se puede hacer nada, y no hacerlo.

¿Sabe hacer algo? ¿Puede hacer algo? ¿Quiere aprender un oficio? ¿Tiene uno? Entonces, adelante, amigo, adelante... ¿Qué tanta milonga...?

Si lo que usted está buscando es lo que buscaban Crispín y Crispiniano, haga lo que hicieron Crispín y Crispiniano, que mal no está.

Quiere hacer "algo". Muy bien.

Haga lo que ellos.

¿Lo está buscando porque quiere ser santo? Lo mismo. ¿Quiere hacer "algo" porque ama a la Iglesia y lo desespera verla envuelta en humos y cree que está postrada, renga, perdida, llena de pústulas a izquierda y derecha, arriba y abajo? Igual. ¿No puede dejar de pensar en que "algo hay que hacer" porque ama a la Patria y está triste y furioso de verla triste siempre? Otro tanto.

¿Qué tanta milonga?, y perdone el sonsonete.

Zapatos.

Porque si lo que tuviera que hacer o pudiera hacer fueran zapatos, estaría más que bien. O cualquier cosa como hacer zapatos que fuera como hacer zapatos.

Uno podría instaurar un imperio flamígero, convocar un concilio restaurador, levantar dos repúblicas en vez de una, o veinte monasterios (en toda la Patagonia...), ejércitos belicosos con todo y pompa y circunstancia, hacer la contra recontrarevolución de la cultura y la educación.

Sí, señor, sí...

Y no digo, mi estimado, que no haga nada de eso o todo eso junto, si le da el cuero (disculpe la metáfora a flor de piel...): hágalo, si son sus zapatos...

Pero sepa, amigo mío, lo que dice el caso: para evangelizar la Galia norte, para que Carlomagno regale sus reliquias como quien regala tesoros, para que Enrique V y Wil Shakespeare no se olviden de usted, para que lo tengan por emblema de un gremio, para que Brentano no pase por la historia sin mirarlo, para que Richard Wagner lo anote en una ópera famosa y hasta para aparecer en esta bitácora, basta con ponerse a hacer zapatos.

Si busca fama en la tierra y gloria el Cielo, haga zapatos, sin tanta milonga, que con eso alcanza.

Claro que.

No basta con hacer zapatos, se entiende. Porque parece que tienen que ser "esos" zapatos. Y tiene que hacer "esos" zapatos, de "esa" manera, por "esa" razón.

Claro.

Pero son zapatos lo mismo. Y valen.



Y estas cosas me decía en estos días a mi mismo, viendo las cosas de Crispín y Crispiniano.

miércoles, 23 de abril de 2008

¿Quién soy?

No es gran cosa, apenas un apunte. Y tal vez sea algo propio del pueblo; eso no lo sé, aunque si me pongo a pensar no recuerdo haberlo visto en otras partes.

Suena el teléfono en una casa y atiende alguien que, como parece natural, dice "hola..." (los italianos dicen "pronto", los mexicanos dicen "bueno...", otros indagan con un interrogativo "¿sí...?", otros conminan con un "diga...")

A partir de allí las posibilidades para el que llamó son varias, que no vale la pena enumerar.

Salvo una: precisamente la que no es infrecuente por mis lares. Porque no es muy raro por aquí que el que llamó conteste al "hola" con un "¿quién sos?" o un menos confianzudo "¿quién es?", cosa que debería preguntar el llamado y no el llamador, en principio.

Hay varias razones probables para esto. Se me ocurre, por ejemplo, que al llamar alguien conocido o pariente a una casa de conocidos o parientes (cosa bastante simple de imaginar en el pueblo), y frecuentemente atiborrada de niños y adolescentes (también fácil...), la pregunta se formula como un sobrentendido, y al tiempo que se ahorran formas protocolares, se asegura uno de que no sólo llamó a la casa correcta sino que pueda pasar a hablar con un mayor o con el destinatario de la llamada, orientando al párvulo en cuestión con eficacia y seguridad.

Por ejemplo.

Ring, ring... (y a veces una cantidad exasperante de rings, si es que tuvo suerte y no estaba ocupado...)

- Hola..., atiende alguien. (La primera vocal suele venir sonando desde antes de levantarse el tubo y el que llamó oye un como eco, que suele ser acompañado por un tono de cierto fastidio, tedio o cansancio ante el futuro interlocutor. No pocas veces los tonos son humorísticos como un´holáaa', 'huláaa' gutural, 'alóo' y otras ingeniosidades del tipo...)

- ¿Quién sos?, dice el llamador .

- Pedro..., contesta el que atiende.

- Decíme, Pedro (a veces marcando las letras el llamador, entre pedagogo y suficiente..., casi cariñoso), ¿está tu mamá?
Y así sigue.

Los teléfonos suenan bastante en el pueblo, de modo que ejemplos de estos hay a pasto.


Aunque.

Una sola cosa más.

Tal vez pasa algo así en la oración, en la plegraria, en la súplica a Dios.

Bien mirado, me parece que al rezar, más que llamarlo uno a Él, como parecería a simple vista, la oración es una respuesta a su llamado. Él llama antes, Él nos ve antes. Moverme a la oración y a la plegaria y la súplica, comienza seguramente al sentir un ring en el corazón, un ring en la conciencia (un ring que a veces suena interminablemente como en las casas de las gentes del pueblo sin que alguien atienda, o un ring que se queda 'en espera' porque frecuentemente el que es llamado está ocupado y hablando con otros...)

La oración, la plegaria, la súplica como respuesta más que como llamado.

¿No pasa entonces que, antes que ninguna otra cosa, Él, que es quien llamó primero, en su llamado me pregunta "¿quién sos?"?

Y no porque no sepa, claro, sino porque sabe que yo no lo sé bien o no lo sé en absoluto, y porque sabe que es preciso que, para una oración o plegaria o súplica como la gente, es importante que el que va a hablar sepa al menos quién es, siquiera vagamente, algo...

¿Y no pasa que, precisamente por eso, por no prestarle atención a su primera pregunta, la oración, la plegaria, la súplica se hace confusa, muchas veces caprichosa, insubstancial, egoísta, torpe, desordenada, vanidosa?

¿No me dice Dios, cuando llama, que antes que nada conviene que sepa quién soy, como los dioses griegos le decían al suplicante desde el frontispicio del templo "conócete a ti mismo"?

No es tanto que uno no sepa quién es Dios, lo que es bastante comprensible. No sabemos quiénes somos, lo cual hace más difícil la oración. Y hasta tal vez haga que sea menos oración. Y, según el caso, podría ser que por eso mismo, por no saber quiénes somos, nunca llegue a oración.

lunes, 21 de abril de 2008

Zapatero, a tus prédicas...

¿Conocen a Pablo Picasso? ¿A cuál Pablo Picasso? ¿A Pablo Picasso a secas?

Sí, a secas; pero también empapado de otros nombres: Pablo Diego José Francisco de Paula Juan Nepomuceno Crispín Crispiniano de la Santísima Trinidad Ruiz Picasso...

¿Y por dónde se llamaba Crispín Crispiniano este señor malagueño? Sencillo: había nacido el 25 de octubre de 1881, fiesta de nuestros hermanos mártires.

Así que allí tienen una más de estos dos jóvenes romanos a los que, según cuentan las hagiografías, no fue fácil matar. Tal vez en 285 ó 286, el corregente de Diocleciano, Maximiano, pasó por Soissons, adonde se habían refugiado de la persecusión del emperador. Los sacerdotes paganos del lugar se le quejaron de los muchachos que convertían muchas gentes y vaciaban los templos. Maximiano los hizo comparecer. Se impresionó, parece, tanto que se tentó de hacerlos volver a la religión imperial. Nada. Entonces los entregó a un tal Rictius Varus, gobernador, que se dice era contra los cristianos la mismísima pieldejudas. El tipo los torturó primero bonitamente: los estiró en el potro, les cortó la lengua, les clavó púas bajo las uñas. Trascartón, les ató unas piedras de molino al cuello y los tiró al Aisne. Pero nadaron hasta la orilla y no se ahogaron. Enfurecido, los hizo quemar, pero tampoco eso los mató. Maximiano -tal vez molesto por la inoperancia burocrática de Rictius-, y queriendo cortar literalmente por lo sano, los hizo decapitar. No es que eso haya servido de mucho. Parece que a la muerte de ambos hubo un furor de nuevos cristianos en el norte de la Galia, que también se atribuye a su martirio. Reliquias de Crispín y Crispiano hay en varias partes: Soissons, Roma (en la iglesia de san Lorenzo), en la nombrada catedral de Osnabrück a ellos dedicada. Y hasta hay quienes dicen que en Faversham, en el Kent de los ingleses, adonde incluso algunos sostienen que estuvieron viviendo y trabajando.

Y otra cosa más, que muestra que se los encuentra uno en todas partes y lo tanto que se los apreciaba otrora.

Resulta que después de varias idas y vueltas desde 1884, en 1985 se reabrió la sinagoga de la andaluza Córdoba, una casa no muy grande que se terminó de construir en el año 1315. Es de las tres medievales que quedan en España. En 1492, la sinagoga pasa a ser la ermita de Santa Quiteria y la casa adyacente un hospital de hidrófobos, es decir de rabiosos.

Pero he aquí que en 1588 pasó a ser una ermita de la hermandad de los zapateros, claro, bajo el patronato de nuestros amigos san Crispín y san Crispiniano.

Muy bien.

Lo que me llama la atención de todo el asunto es el modo cómo estos dos hermanos -para otros simples compañeros de fe y amigos- deciden hacerse zapateros. Hay quienes sostienen que ya lo eran en Roma, lo que es bastante poco probable porque se dice que eran de noble familia, y salvo que fuera un pasatiempo, difícilmente hubieran ejercido el oficio como comercio.

(No hay que olvidarse aquello que se ha dicho por allí acerca del camino greco-francés-latino-español que termina en el nombre Crispín asociado a los zapatos. No hay que olvidarlo pero tampoco hay que tratarlo ahora, aunque tiene lo suyo, como dije.)

Lo que sí suele decirse al respecto es, como ya apunté, que, en medio de la persecusión de Diocleciano y con unos cuantos bienes, salen de Roma y se refugian en la Galia. Y allí predican, lo que más bien hay que entender como que simplemente le hablan de Jesús a los lugareños. Lo hacen, se dice, con tal fuego, tal convicción y simpatía, que la gente se les agolpa. A la par, distribuyen sus bienes haciendo obras de caridad, limosnas, y lo que se llama hoy obras de misericordia material. Pero, por más que podría sostenerse teóricamente que el dinero puede multiplicarse indefinidamente, los dos muchachos lo gastan sin reposición.

Las hagiografías hacen notar que sus caridades eran consecuencia directa de su determinación de no discursear sin más, sino uniendo verdaderos hechos de caridad material a las palabras de caritativa verdad espiritual.

Con ese régimen, al tiempo quedan pelados y sin blanca, de modo que recurren a la conseja de san Pablo, cuando le dijo, por ejemplo, a los de Tesalónica (2 Tes 3, 7-12):
Ya sabéis vosotros cómo debéis imitarnos, pues estando entre vosotros no vivimos desordenadamente, ni comimos de balde el pan de nadie, sino que día y noche con fatiga y cansancio trabajamos para no ser una carga a ninguno de vosotros. No porque no tengamos derecho, sino por daros en nosotros un modelo que imitar. Además, cuando estábamos entre vosotros os mandábamos esto: Si alguno no quiere trabajar, que tampoco coma. Porque nos hemos enterado que hay entre vosotros algunos que viven desordenadamente, sin trabajar nada, pero metiéndose en todo. A ésos les mandamos y les exhortamos en el Señor Jesucristo a que trabajen con sosiego para comer su propio pan.
Y así es como se determinan a aprender un oficio -o a practicar el que ya sabrían- haciendo zapatos, especialmente, pero no exclusivamente, para los pobres. Trabajan el cuero, hacen monturas, curten correajes, guarniciones. Y así se mantienen y tienen con qué seguir su prédica y sus obras, entre las cuales estaba aquella famosa que después se hizo refrán, la de hacerle zapatos a los pobres y regalárselos, poniendo también el cuero (el propio y el del zapato...)

El asunto tiene corolario y una aplicación, me parece, y cuando la ensaye tal vez debería volver sobre aquella cuestión del nombre Crispín.

viernes, 18 de abril de 2008

Nieves de estos humos

Mi pueblo no es de niebla duradera, como en Londres. Mucho menos de humo como Calcuta, México o Los Ángeles. Ni muchísimo menos de nieve, como en Alto Río Senguer u Oslo.

¡Pero en estas fotos mi pueblo tirita de nieve y se ahoga en humo!

Entonces, fácil: esto no es mi pueblo, qué tanto...

Pero.

¿Y si resultara que, con todo y nieve y humo, fuera mi pueblo, nomás?

Entonces tal vez habrá que mirar de nuevo y ver qué se ve detrás del humo y qué hay debajo de la nieve.

Como puede pasarle a uno en esto y en aquello, en cosas que no fueran ni el pueblo bañado de humo ni envuelto de nieve.

Puede pasarle a uno que, porque no ve lo que esperaba ver al mirar, o porque no ve ahora lo que veía cuando miraba antes, o porque simplemente no mira y entonces no ve, se le hace que no está lo que está, o que es tan distinto lo que hay a la vista, y tanto que es como si fuera otra cosa.

Y, sin embargo, allí está.

Y es la misma cosa. Tal vez distinta o inusual. Pero la misma.

Sí, yo entiendo.

No sé por qué se me ocurre que acá mismo, a partir de este mismo renglón, tendría que haber un discurso sobre Cristina y la responsabilidad de los obispos y las escuelas sin gas ni luz y los monos sagrados del Vaticano y los terratenientes de la 4x4 y el turismo gay friendly y los aprietes de Moreno y el aborto... y más y más parvas de cosas de la política de la polis y de la política del cosmos y de la redistribución del ingreso o de las reglas claras de juego capitalista y los abusos sexuales de los curas y las piñas de D'Elía y el fin del mundo y el reciclaje del papel y la bolsa de Tokio y los que se mueren de hambre y la telebasura y los que matan de hambre. Y otrosí sobre el decálogo de la Tierra y los sabios de Sión y el calentamiento del planeta y los negociados de Kirchner y si los precon con motu y papa o si los postcon sin papa y con curas casados y Greenpeace y Zapatero y el Protocolo de Kyoto y la guerra de Irak y los baches de Macri y la corriente de la Niña o la del Niño y los países industrializados y los derechos humanos y salven al zorro pampeano y la Iglesia del pasado, la del presente y la del futuro y la opresión del norte al sur y la persecución en China y el petróleo de Chávez o el de Putin...

Claro.

¿Tendría? ¿Y por qué tendría que haber?

Podría haber, si acaso. Y no sé hasta dónde.

Después de todo, si aceptara el diktat del tendría que haber, podría pasarme un día que solamente reconociera a mi pueblo cuando no está bañado de nieve o enterrado en humo.

Y si no, no.

Será más lindo verlo nevado, pero será más frío. Será más incómodo e insalubre apenas distinguirlo entre el humo, pero no deja de ser sugerente.

Más claro, más oscuro. Nevado o ahumado.

Pero ese pueblo es el pueblo.

jueves, 17 de abril de 2008

Es hat sich die Taube geirrt (II)

Por suerte, con el corazón ya lejos de ladridos y maullidos, y ahora de la mano de Enrique, me fui a ver qué era esto de Crispín y Crispiniano.

Como pasa a veces, nomás a propósito del nombre algunas cosas raras llaman la atención y habrá que verlas, acaso al final.

Lo de la profesión de zapateros en su refugio de Soissons, parece -hasta donde veo- que resulta tal y como se cuenta en las actas y creo que también aquí haría bien mirarlo un poco más de cerca, cosa que no es para este momento. Al menos, su oficio les valió para ser considerados entre otras cosas patronos de zapateros, curtidores y afines. También varios puntos de un lado y el otro del Canal de la Mancha se disputan su patronazgo. Incluso pasado el tiempo hasta puede encontrarse en algunos diccionarios la palabra crispin en el slang del inglés como nombre común del oficio mismo de zapatero. También en francés se usa la palabra crépine, asociada a cueros.

Parece entonces que, para cuando Enrique Shakespeare los nombra en ocasión del discurso de la batalla de Agincourt, la fama de los hermanos mártires estaba acreditada y sus patronazgos estaban vigentes, de modo que mencionarlos no era excéntrico ni abstruso, ni para el 1415 de la batalla ni para el 1599 de la obra. Todavía formaba parte de la costumbre y de lo cotidiano saber ese tipo de cosas. Y, presumiblemente, más de uno allí -inglés o francés- habría estado en alguna fiesta del 25 de octubre a ellos dedicada.

Y así habrá sido durante algunos siglos, aunque en algún momento los senderos se bifurcan y allí habrá sido donde la paloma se equivocó, por decirlo benévolamente.

Y parece que die Taube se equivocó en Alemania.

ver


Veamos.

A mediados del siglo XIX, una escuela de crítica literaria e histórica romántica trataba de rescatar el pasado alemán y desmontar así algunos siglos de protestantismo en la cultura alemana popular, tarea bastante afín al romanticismo, por otra parte.

Esta tarea encaró con mucho entusiasmo por ejemplo Clemens Brentano, aquel que pasó tantos años junto a Ana Catalina Emmerich. Lo hizo, después de su conversión, para buscar y resaltar las raíces católicas alemanas, especialmente en su literatura popular.

En un trabajo(*) a su respecto y en relación con otros autores que ejercían la misma tarea de investigación histórica, cultural y literaria (también dedicados a la literatura popular), encontré precisamente una referencia a Crispín y su hermano, aunque el trabajo en cuestión no trata de estos mártires. En una nota al pie, trae el trabajo un texto del propio Brentano en el que explica el modo cómo llegó a crearse un tópico divergente de la leyenda original y de sentido exactamente contrario.

El caso que menciona Brentano es el de un refrán popular acuñado en la edad media alemana, seguramente después de que, allá por el 786, Carlomagno regalara reliquias de los dos hermanos mártires a la catedral de Osnabrück, una ciudad mediana de la Baja Sajonia. El refrán-cancioncilla decía en principio que Crispín hacía zapatos para los pobres y se los regalaba. La segunda parte de este refrán o pequeño relato condensado, es la que plantea el problema cultural. Porque el refrán original contaba que cuando no había cuero, Crispín lo ponía de su propio bolsillo, porque era costumbre, para quien pudiera, llevar el cuero y que el artesano pusiera la factura. Una cuestión de sonidos parecidos -en alemán, claro- hizo que 'poner' se volviera 'robar', tal como puntualiza Brentano. De este modo -y no sé si alguien sabe cuándo pero para principios del XIX, seguro- el refrán popular que homenajeaba a los hermanos en la persona de Crispín, llegó a decir que éste hacía zapatos para los pobres y que cuando no había cuero para hacerlos, lo robaba.

Pero no se queda allí la cosa.

En la famosa Die Meistersinger von Nürnberg, de 1867, Richard Wagner cuenta una historia alrededor de un personaje real: Hans Sachs (1494-1576), que además de poeta era zapatero (¿o debería decirlo al revés?), y también el más famoso, aclamado y querido de los miembros de la guilda de Meistersinger de Norimberga.

Wagner crea una trama situada en el siglo XVI en la que, para una fiesta veraniega de San Juan, se organiza en Nuremberg un concurso de canciones que tiene como premio a la hija del orfebre de la ciudad Veit Pogner, Eva, según el desafío que proclama su propio padre. Ella tiene como pretendientes rivales a dos aspirantes a maestros cantores -condición para el matrimonio ganado a fuerza de destreza en la canción cortesana-: un joven y apuesto caballero (ya enamorado de la muchacha en premio) y a un funcionario municipal (presumiblemente avaro, gordo y poco agraciado, claro...); ambos son aspirantes a entrar en la guilda de los maestros cantores y a ganarse el matrimonio de Eva. Finalmente, el joven Walter von Stolzing -con la ayuda de Sachs, aquí una especie de Cyrano a este respecto- logra la pieza poéstica maestra, logra a Eva y, de yapa, la oferta para entrar a la guilda de los cantores.

Ya en el desenlace, en la escena quinta del tercer acto, aparece un zapatero cantando una especie de oración a san Crispín que dice:
Sankt Krispin,
lobet ihn!
War gar ein heilig Mann,
zeigt', was ein Schuster kann.
Die Armen hatten gute Zeit,
macht' ihnen warme Schuh';
und wenn ihm keiner 's Leder leiht,
so stahl er sich's dazu.
Der Schuster hat ein weit Gewissen,
macht Schuhe selbst mit Hindernissen;
und ist vom Gerber das Fell erst weg,
dann streck'! streck'! streck'!
Leder taugt nur am rechten Fleck.
En este elogio al santo zapatero caritativo que se apiadaba de los pobres, hay que fijarse en esos versos que rezan:
und wenn ihm keiner 's Leder leiht, so stahl er sich's dazu
y en la palabreja en cuestión, la forma verbal 'stahl', que acusa al bienintencionado de Crispín llanamente de ladrón.

Es allí donde debemos hacer intervenir Brentano, aclarando el error que bien podría ser inocente, o no:
"Crispinus machte den Armen Schuh’ und stahl das Leder auch dazu", der auf einer Mißdeutung des mittelalterlichen Ausdrucks 'stalt' für 'stellte' ("und stellte das Leder auch dazu") beruht.

Así, el medieval stalt devino su casi homófono stahl, y poner de su propio bolsillo vino a ser robar.

Lo que son las cosas.

Y así son, porque por error o demolición intencionada, de tanto repetir una palabra torcida, se vuelve no derecha pero sí establecida. Apenas unas letras, parece mentira, y Crispín y su hermano son dos aprovechados truhanejos, y, de santos pasan a robinhoodes capaces de hacer cualquier cosa -cualquier cosa- con tal de regalarle zapatos a los pobres.

El rezo de vísperas en Osnabrück -no puedo decir si ahora mismo- incluía esta antífona dedicada a sus patronos Crispín y Crispiniano:
Hodie duo luminaria pro Sole iustitiae Christo occubuerunt, ut in splendoribus Sanctorum sine fine lucerent.

Y esta oración:
Omnipotens sempiterne Deus, qui sanctorum tuorum Crispini et Crispiniani cordibus flammam tuae dilectionis accendis, da mentibus nostris eandem fidei caritatisque virtutem, ut quorum gaudemus triumphis, proficiamus exemplis. Per Christum Dominum nostrum.


Pero, ¿qué hicieron, al final, estos dos hermanos para recibir este tratamiento de luminarias que resplandecerán sin fin?

Eso merecería un breve párrafo aparte, a mi gusto al menos.

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(*) El texto al que me refiero es un artículo de Philipp W. Hildmann: "Clemens Brentano hat dieß schöne Lied gedichtet". Joseph von Eichendorffs verborgenes Debüt in den "Historisch-politischen Blättern". En la nota 25 de ese trabajo se apunta lo siguiente:
Hier zit. n. Bernhard Gajek: Homo poeta [wie Anm. 13], S. 358. Crispin und Crispinian, Brüder aus vornehmer römischer Familie und nachmalige Patrone der Schuster, Gerber, Sattler, Handschuhmacher und Weber, waren der Überlieferung zufolge Schuhmacher im Rom des dritten Jahrhunderts. Die legendäre Passio berichtet, die Brüder seien auf der Flucht vor der Diokletianischen Verfolgung nach Soissons gelangt, wo sie als Schuster arbeiteten, Caritas übten, indem sie den Armen unentgeltlich Schuhe anfertigten, und dadurch viele für den christlichen Glauben gewinnen konnten. Im Jahr 287 seien sie deshalb dem Präfekten Rictiovarus zur Folter überantwortet worden. Der ließ ihnen Pfriemen unter die Fingernägel stecken und die Haut in Striemen schneiden. Da es anschließend nicht gelingen wollte, sie mit einem Mühlstein zu ertränken, seien sie schließlich enthauptet worden. Clemens Brentano spielt in dem zitierten Brief auf den Spruch an: "Crispinus machte den Armen Schuh’ und stahl das Leder auch dazu", der auf einerMißdeutung des mittelalterlichen Ausdrucks 'stalt' für 'stellte' ("und stellte das Leder auch dazu") beruht. Otto Wimmer, Hartmann Melzer: Crispinus und Crispinianus. In: dies.: Lexikon der Namen und Heiligen, 4., neubearb. und wes. erw. A., Innsbruck 1982, S. 201f., hier S. 202; vgl. Hiltgart L. Keller: Krispinus und Krispinianus.In: dies.: Reclams Lexikon der Heiligen und der biblischen Gestalten. Legende und Darstellung in der bildenden Kunst, 6., urchgesehene A., Stuttgart 1987, S. 367f.; Maria-Barbara von Stritzky: Crispinus und Crispinianus. In: LThK3 2, Freiburg i. Br. 1994, Sp. 1348.

miércoles, 16 de abril de 2008

Es hat sich die Taube geirrt

No puedo decir exactamente cómo empezó todo el asunto. Y menos todavía cuándo.

En algún momento, a la tardecita.

(Parece que la luz crepuscular -en el día, en el entendimiento, en la vida- puede hacer que pasen cosas así. Tal vez, y como todo lo que se recibe se recibe al modo del que lo recibe, la luz del atardecer que desluce los contornos y hace perder nitidez, pueda hacer perder acuidad. Algo le hace a las cosas la luz de la tarde, y, a su influjo, el ojo se vuelve bastante menos penetrante, tal vez sin capacidad para mirar más lejos, apenas viendo las cosas que tiene más cerca, que se vuelven importantes sólo porque están más cerca y el que ve alcanza a verlas, en muchos casos. En fin, bonito asunto para echarle una mirada, 'matutina', claro...)

Volvían los más chicos del colegio por oleadas, los mayores de sus cosas, y otros salían brotando de otras partes de la casa; yo mismo volvía de la urbe, humosa en estos días de quemas de pastizales ribereños (aunque a mí me parezca que el humo y la obnubilación vienen de otro lado...)

Estábamos casi todos los que somos y, sentados a la mesa, amontonados, buscando calor en la tarde ya bastante fría, despachábamos unas tardías viandas de pan, manteca y dulce de algún fruto indefinido, todo con beverages varios: unos mates, café con leche, té. Se comía desprolijamente, se bromeaba, se enojaban unos, se divertían otros.

Hasta que un episodio cayó sorpresivamente al ruedo.

Los capitanes bisoños de la tropa, tomado una representación que nadie les había otorgado, alzaron un grito de batalla: "¿por qué se llevaron al perro? ¿qué hicieron con el perro?", y así dicho "el perro", genéricamente, con sabor a antonomasia, refiriéndose al omnipresente ahora gatiperro de mis pesares, que no puede tenerme más fastidiado que lo que me tiene y eso que ya no está. Al grito de guerra jocundo a medias le siguieron juicios y relámpagos acerca del cielo y del infierno, la vida y la muerte, y asuntos de tenores infinitos. La logomaquia -entre divertida y feroz- siguió por unos 20 minutos, tal vez una media hora. Las acusaciones volaban como dardos, las recriminaciones eran agudas como puntas de flechas, los argumentos caían como marmitas de aceite hirviendo y las palabras se agitaban filosas como espadas; las réplicas eran contundentes también. Nadie debería preguntar qué arcones abiertos y qué arcanos cerrados desfilaron por allí...

Todo se discutía en dos planos, claro, como suele ser. Todo el mundo hablaba de una cosa determinada y por la puerta del asunto se colaban, más o menos camufladas, harinas de costales diversos y algunos insólitos.

Pero es como es entre los hombres, al fin de cuentas. Porque suele pasar eso cuando uno trae su hoja seca e inventa el bosque en la que pase inadvertida, con las mejores intenciones, obviously, y con ganas de mejorar lo presente, cela va sans dire... y, ay, pasa tan frecuentemente y en asuntos de muy buen calado, les garanto. Pero también suele pasar porque sí: falta de cierta disciplina en la azotea y en el cuore; y en la errabunda verba que se entusiasma y vuela o repta.

Total que, y con los mismos espumarajos de furia ficta con los que comenzó el asunto, así se fue diluyendo. Cada bando creyó haber dejado sentadas verdades universales que no podían pasarse por alto, bien entendido que se trataba del perrigato, por un rato fungiendo de oriflama de tantas otras cosas. Cada facción puso los puntos sobre las íes. Y, de paso, sobre el resto de las vocales, lleven punto o no. Que para eso se discute tantas veces. Cada quién sabe -a veces solamente él sabe- qué está diciendo y por qué. Y a veces se nota y a veces no.

Después de todo, ¿no lloraban, acaso, los troyanos todos, viendo desde las murallas de Ilión el cadáver de Héctor arrastrado por Aquiles, llorando además y a la vez no sólo por el noble Héctor, sino también -y en algún caso principalmente- por ellos mismos?

Claro que sí.

Así andando la luna amarillenta de humo por el cielo, se levantó la sesión de panes y bollos y me vine rumbo a la cueva, fortaleza inexpugnable.

La escaramuza con pan y manteca me dejó rondando palabras en la cabeza. Ni sé bien por qué.

Me acordé entonces -con una imagen vaya a saber hija de qué asociación- del discurso de William Wallace, cuando las tropas escocesas estaban frente a los ingleses, cerca del puente de Stirling, allá por 1297, y se disponían a retirarse del campo sin combatir; tal vez porque los ingleses eran muchos y más fuertes, o porque los nobles escoceses que los comandaban eran unos pelafustanes y tirifilos logreros, remilgados y badulaques, o porque ellos mismos no eran soldados y no tenían suficientes ganas de pelear y morir.

Concedo que el pasaje es cinematográficamente hollywoodense, concedo que aquí y allá hay un golpe de efecto emocional, más aun con su música in crescendo hasta el clímax y el estallido de la palabra talismán. Lo que digan, pero el discurso y lo que lo rodea me parece que cumple no pocas de las virtudes del caso. Vean si no es verdad.
ver

El texto en inglés dice:
William: Sons of Scotland, I am William Wallace.
Short soldier: William
Wallace is 7 feet tall.
William: Yes, I've heard. Kills men by the hundreds,and if he were here he'd consume the English with fireballs from his eyes and bolts of lightning from his ass. I am William Wallace, and I see before me an army of my countrymen here in defiance of tyranny. You have come to fight as free men, and free men you are. What would you do without freedom? Will you fight?
Tall soldier: Fight against that? No, we will run, and we will live.
William: Ay, fight and you may die, run and you'll live. At least a while.
And dying in your beds many years from now, would you be willing to trade all the days from this day to that for one chance, just one chance to come back here and tell our enemies that they may take our lives, but they'll never take our
freedom.

Y en castellano, más o menos lo mismo:
William: Hijos de Escocia, soy William Wallace.
Soldado joven: William mide más de dos metros
William: Si, eso oí. Y mata hombres de a cientos. Y si estuviese aquí, acabaría con los ingleses echando fuego por los ojos... y también rayos por el culo. Yo soy William Wallace. Y estoy viendo a un ejército de compatriotas míos, aquí, desafiando a la tiranía. Han venido a luchar como hombres libres. Y hombres libres sois. ¿Qué harían sin libertad? ¿Lucharán?
Multitud: No, no.
Soldado mayor: ¿Contra eso? No. Huiremos y viviremos.
William: Sí. Luchen y puede que mueran. Huyan y vivirán. Un tiempo al menos. Y al morir en su lecho, dentro de muchos años, ¿no estarían dispuestos a cambiar todos los días desde hoy hasta entonces, por una oportunidad, sólo una oportunidad de volver aquí a matar a nuestros enemigos que pueden quitarnos la vida, pero jamás nos quitarán la libertad?


Por supuesto que Shakespeare ronda por aquí (dicho sea de paso: cómo le gustaban los discursos...)

Porque inmediatamente se da cuenta cualquiera que conozca la famosa arenga de Enrique V a su menguado ejército antes de la batalla de Agincourt, que hay más de una deuda a pagar en Stratford on Avon: parecidas palabras y tonos en aquello que dice en la película de Mel Gibson y que parece que nunca pronunció Wallace, pese a ser hombre alto (1,90 y algo) y culto además.

No me quejo del préstamo, como hacen otros, tal vez con purismos algo tilingos. Queda bien el discurso allí y es consistente con el carácter del personaje y consistente con el momento épico que pide la acción dramática. No hace falta mucho más.

Busqué y encontré dos discursos de Enrique. Uno en la versión de 1944 que protagoniza Lawrence Olivier, sin música, a palabra pelada y creo que teatralmente más contundente, aunque cinematográficamente menos, según nuestro gusto habituado a la música como energizante. El otro en la versión más conocida y reciente de Kenneth Branagh, de 1989.

ver

Estos son los versos que dice Enrique, según William Shakespeare (Henry V, IV, III), y que, reducido, cité alguna vez -en castellano, sí...-, por otras batallas no menos importantes:
What's he that wishes so?
My cousin Warwick? No, my fair cousin.
If we are marked to die, we are enough
To do our country loss; and if to live,
The fewer men, the greater share of honor.
God's will, I pray thee wish not one man more.
(By Jove, I am not covetous for gold,
Nor care I who doth feed upon my cost;
It ernes me not if men my garments wear;
Such outward things dwell not in my desires.
But if it be a sin to covet honor
I am the most offending soul alive.
No, faith, my coz, wish not a man from England.
God's peace, I would not lose so great an honor
As one man more methinks would share from me
For the best hope I have. O do not wish one more.)
Rather proclaim it presently through my host
That he which hath no stomach to this fight,
Let him depart. His passport shall be made
And crowns for convoy put into his purse.
We would not die in that man's company
That fears his fellowship to die with us.
This day is called the Feast of Crispian.
He that outlives this day and comes safe home
Will stand a-tiptoe when this day is named
And rouse him at the name of Crispian.
He that shall see this day and live t'old age
Will yearly on the vigil feast his neighbors
And say, "Tomorrow is Saint Crispian."
Then will he strip his sleeve and show his scars
And say, "These wounds I had on Crispin's day."
Old men forget; yet all shall be forgot,
But he'll remember, with advantages,
What feats he did that day. Then shall our names,
Familiar in his mouth as household words
-Harry the King, Bedford and Exeter,
Warwick and Talbot, Salisbury and Gloucester-
Be in their flowing cups freshly remembered.
This story shall the good man teach his son,
And Crispin Crispian shall ne'er go by
From this day to the ending of the world
But we in it shall be rememberèd,
We few, we happy few, we band of brothers.
For he today that sheds his blood with me
Shall be my brother; be he ne'er so vile,
This day shall gentle his condition.
And gentlemen in England now abed
Shall think themselves accursed they were not
here, And hold their manhoods cheap whiles any speaks
That fought with us upon Saint Crispin's day.


Ahora bien.

Como la batalla empezó en la madrugada del 25 de octubre, en 1415, Enrique Shakespeare menciona a los hermanos Crispín y Crispiniano, a la vieja usanza de marcar los tiempos por las fiestas, en buena medida, de los santos.

Ambos fueron mártires de la décima persecución, la de Diocleciano, en 285. Eran romanos, nobles, y eran cristianos en tiempos en que se venía una maroma, cosa peliaguda. Se fueron a las Galias y se asentaron en una aldea pequeña, junto al río Aisne, Soissons, al norte, en la Picardía.

Pero.

Aquí me detengo ahora, por curiosa, ilustrativa y aplicable que me parezca la suerte de estos dos buenos hermanos y las rarezas que les deparó la vida.

Ya se vino largo para cuento todo este asunto y lo que haya de venir, tendrá que ser después, me parece.

¿Por qué no? ¿Qué apuro hay?

domingo, 13 de abril de 2008

¿Migas de pan?

Tengo que festejar este frío, cómo no.

Se quejan en casa porque miro por las ventanas que dan al jardín y disfruto el otoño ya un poco envalentonado con sus hojas volanderas, desparramando lloviznas y lluvias, apurando nubes. Y entonces dicen que me envalentono yo.

No es verdad.

Celebro el frío, el fresco, el de estos días de ahora hasta fines de agosto, y los fuegos que vendrán -y quién dice si no habrá más nieve de invierno, si es que ya tenemos un nuevo invierno 'global'-, y nada más. Y yo sé por qué.

Mientras miro y respiro el día y la tarde que promete más frío y hasta las primeras heladas, veo a la gente menuda y no tanto de la casa jugar con Chango, bajo el sol fugitivo que entra y sale del día.

Porque resulta que súbitamente apareció en la casa una especie de renegrido border collie, perro de unos dos años, brioso pero gentil, garboso pero discreto, exiliado aquí de un country o barrio cerrado, donde dicen que vivía desde hace un tiempo enclaustrado, porque parece que no se permiten los animales allí.

Ni los mendigos, pensé.

'Felices' de ellos, pobres, confieso que también pensé.

Parece mentira, hablé hace poco de aquella dupla desdichada y, a la vuelta de unos días, aquí está el perro, ahora.

Éste perro, porque el otro perro se mudó extramuros. Sí, aquel hermanastro semigato, el de las migas de pan, trampa de los alados, ya es historia (como la trampa, al menos por ahora...)

Y la primera secuela del asunto es que el felino semiperro tiene problemas. Porque no para de correr y dolerse de su suerte, y a la fuerza retomó, incontinente, hábitos que había olvidado por el desuso: subirse a un árbol en un tris, equilibrarse vigilante sobre filos de paredes, fatigar tejas en fuga, mirar dos veces antes de salir a campo abierto. Ahora, también es verdad, haciéndose el pobrecito busca compasión y refugio, la mirada suplicante, mordiéndose el orgullo por debajo del bigote tieso. Le adivino un rencor y lo imagino mascullando la nostalgia y la venganza.

Los chicos, que se ve son de buen natural o al menos de buenos sentimientos, tratan de ser ecuánimes. Mientras miman hasta el empalago al peludo y vivaz recién llegado, protegen cuanto pueden al desdichado huérfano de perrastro.

Hasta he visto que le intentan con Chango una convivencia pacífica, siquiera un ecumenismo de tolerancia a plazo fijo, con admitido derecho módico a que la naturaleza haga su trabajo y que, de tanto en tanto, el gato tenga que recordar quién es, por si lo hubiera olvidado en la paz armada en la que puede ser que tenga que vivir de ahora en adelante con su nuevo prójimo. De chichoneo gatiperruno y abuso de confianza, claro, ni hablar.

Y así estaba, al atardecer, antes de que soplara un ventarrón lluvioso, mirándolos.

De pronto, tal vez como un augurio de lo que pueda ser que vuelva, apareció una música.

En la radio, un potente y afinado coro de jóvenes argentinos cantaba versos de Rafael Alberti, Se equivocó la paloma, con la partitura -un arreglo para dos pianos- que les puso Carlos Guastavino (aunque en la radio se la atribuyeron a su contemporáneo y adversario musical, Alberto Ginastera...)

Como me llamó la atención la gaffe de la emisora 'clásica', siempre un poco afectada, me puse a ver para confirmar mi escasa ciencia musical. Y me hizo gracia uno de los trabajos de Guastavino. En una obra que se llama Mis Amigos y que es de 1966, el santafesino tituló con diez amigos otras tantas piezas: Luisito de la calle Concordia; Nelly de la calle Río Cuarto; Ismael de la calle Teodoro García; Pablo de Aeroparque; Fermina de la calle Aranguren; Gabriel de la calle Andonaegui; Alberto de la calle Posadas; Casandra de la calle Galileo; Damián de la calle Malabia; Alina de la calle Lacroze. Me gustaría oírlas porque no las conozco, pero también saber más de estas historias que merecieron música.

Mientras tanto, recuerdo que el poema de Alberti, con su música, lo cantó todo el mundo: desde Teresa Berganza, José Carreras o Kiri te Kanawa hasta Ana Belén y J. M. Serrat, lo que son las cosas...

Se equivocó la paloma
De Entre el clavel y la espada (1941)

Se equivocó la paloma.
Se equivocaba.

Por ir al norte, fue al sur.
Creyó que el trigo era agua.
Se equivocaba.

Creyó que el mar era el cielo;
que la noche, la mañana.
Se equivocaba.

Que las estrellas, rocío;
que la calor; la nevada.
Se equivocaba.

Que tu falda era tu blusa;
que tu corazón, su casa.
Se equivocaba.

(Ella se durmió en la orilla.
Tú, en la cumbre de una rama.)


Oía la canción a modo de augurio y pensaba si acaso querrá decir que volverán ahora los tiempos de las migas de pan.

Si será posible darle de comer a los pájaros -y a las palomas-, ahora que llega otra vez el frío y es más difícil para ellos conseguir alimento. O si, a pesar de nuevos personajes con nuevas acciones, no tendré que ingeniármelas para ver de qué modo los que buscan comida, coman efectivamente, y eso les haga bien. Y no se equivoquen al comer, ni yo al hacer que coman. Y cómo hacer para que eso no sea al final dolor y muerte.

Porque estaba viendo también que, efectivamente y más allá de los artilugios de la gramática, no hay adjetivos en el poema. Ni uno. Y que aparte de los verbos, todo es más bien pura cuestión sustantiva. Y sin embargo la paloma se equivocaba; sustantiva y todo como aparece la cuestión, la paloma se equivocaba lo mismo.

Y me pregunto -ya anocheciendo, debe entenderse- si no pasa a veces otro tanto con otras cosas, donde se hace un esfuerzo -o parece que se hace un esfuerzo- por lo sustantivo, por dejar a solas al verbo y lo sustantivo, sin rodeos adjetivos, y, aun acertando acaso, se equivoca uno lo mismo.

Y si tal vez pudiera ser que eso pasara porque no es el qué sino el cómo.

Y si no será que, supuesto que uno ha llegado al verbo y a lo sustantivo, le falta todavía el adverbio, como dicen los que saben.

sábado, 12 de abril de 2008

Jerusalén

Hay que entrarle al asunto de las conversaciones de Roma -y bien específicamente, de Benedicto XVI- con los judíos y con el Islam.

Es a cuento, claro, de lo que dijo hace unos días el rabino jefe de Roma, Riccardo Di Segni, en relación con la oración por los judíos.

Creo sin embargo que, a esta altura, hay que hacer un breve sumario de cuestiones a considerar.

A mi modo de ver el asunto, y así parece que lo refrendan los hechos, deben tenerse en cuenta paralelamente dos "conversaciones". Una de Roma con los musulmanes, que empezó antes, al menos en este pontificado. Otra con los judíos, que surge con fuerza a la luz pública a partir de la reforma introducida a la oración por los judíos en el misal de 1962, sin que haya variado la del misal de 1970, y a cualquier efecto vale aclararlo, porque Roma lo ha aclarado.

Así vista la cuestión, para ambas conversaciones valdría observar las similitudes y diferencias generales del temario planteado por las partes.

Se sabe que la conversación con el Islam se inicia ruidosamente con la lección de Ratisbona y con las consideraciones allí vertidas acerca del papel de la razón y sobre las relaciones entre fe y razón. A ello siguió una catarata de reacciones a favor y en contra desde el mundo cristiano, tanto como, principalmente, desde el mundo musulmán. Este último parece haber consolidado su posición en una carta que fue creciendo en firmantes de todas sus parcialidades y modificando levemente sus contenidos hasta alcanzar la versión actual que parece ser el punto en que han quedado de acuerdo todas las ramas del Islam acerca de lo que hay que conversar con Roma y con el resto de las iglesias denominadas in genere cristianas, desde la ortodoxia hasta los evangélicos de toda suerte. Vale aclarar que esto que pasa hoy (desde 2006) es la más reciente etapa de un proceso, etapa nueva y tal vez distinta de lo que se venía haciendo, por cierto, pero etapa al fin de un planteo ecuménico más viejo.

Por otra parte, el diálogo con el judaísmo tiene sus propios carriles. Aunque vale también aquí lo dicho para el Islam, en cuanto a que no es inédita la conversación con el judaísmo, es verdad sin embargo que con el "gesto" de la reforma al Oremus et pro Judaeis, de la liturgia de Semana Santa, comienza un hilo nuevo de conversación, que también ha despertado reacción diversa no solamente en el mundo judío, sino también en el católico y en el cristiano en general, y también, como en el caso de los musulmanes, a favor y en contra de la nueva perspectiva y de las nuevas bases de conversación.

La cuestión ahora es señalar de qué quiere hablar Roma con musulmanes y judíos.

Y aquí hay que hacer una distinción que me parece al menos curiosa, pero que estoy seguro de que es bastante más que una singularidad o rareza del planteo.

Porque mientras a los musulmanes desde el comienzo de esta etapa se les dice desde Roma que no hay demasiado que hablar sobre las diferencias teológicas de fondo o dogmáticas (tal vez en esa misma línea habría que considerar el "gesto" del bautismo de un musulmán durante las celebraciones del Papa en la última Semana Santa), se les propone, y por lo mismo que no se quiere hablar de teología dogmática así como así con ellos, hablar sobre la incorporación a sus creencias y prácticas de aspectos racionales que se presume o se afirma ausentes o debilitados allí y ya incorporados por Occidente, desde el Iluminismo en adelante. A ello, los musulmanes se resisten y contraofertan proponiendo finalmente -y después de idas y vueltas de cartas y expresiones de ambos de lados más o menos explícitas- centrar la cuestión en los dos grandes mandamientos que, dicen, resumen toda la ley y los Libros (tanto la Biblia como el Corán): el amor a Dios y al prójimo, con todas las implicaciones y hermenéuticas del caso. Roma no ha contestado aún definitivamente a esta "agenda".

Pero muy otro es el caso de la conversación con los judíos. A ellos -e insisto en decir que el diálogo con los judíos no es inédito, aunque parece que las bases actuales son distintas- se les plantea desde el comienzo de esta etapa -implícita y explícitamente- la centralidad de Cristo como el Mesías y el anhelo de que Israel reconozca en Él al Hijo de Dios. Que lo reconozca ya y se convierta -palabra crítica en este asunto, tanto para musulmanes como para judíos- o que lo reconozca cuando la plenitud de los pueblos -gentiles- haya ingresado a la Iglesia, ingesando Israel con ellos en ese momento (como sostiene la oración ahora reformulada para el misal de 1962), es asunto que valdría la pena considerar. No cambia el fondo de la interpelación que el cristianismo de Roma le dirige a Israel: Cristo es el Mesías que Israel esperaba según la Promesa y ahora Él espera que Israel lo reconozca y se reitegre a la fe que Él le dio. No creo que pueda pasarse sin notar el fuerte sabor escatológico (parusíaco, para otros) que tiene el planteo de la oración reformulada, dicho sea como un apunte, para nada marginal. Con todo, a ello los judíos contestan -y dando crédito a lo dicho por el rabino Di Segni- que la judeidad -lo que habría que entender como la fidelidad a lo que consideran su razón de ser como pueblo y como fe religiosa- se perdería irremediablemente de ese modo. Dicen además que un diálogo sobre esa base es inútil. A cambio, contraofertando también ellos, proponen que Roma y los judíos hablen de otras cosas que no supongan tocar el núcleo sólido de su creencia y, lo que es más claro, el centro de su justificación como nación y pueblo elegido.

De modo que, tal y como se ve, se cruzan así las líneas de los temarios (y me pregunto sí son efectivamente dos temarios distintos), porque mientras Roma no quiere hablar de teología dogmática con el Islam, no quiere hablar de otra cosa con Israel. Mientras el Islam no quiere hablar de la razón y de las conquistas de la Ilustración, quiere hablar de teología dogmática con Roma. Mientras, el judaísmo no quiere hablar de teología dogmática con Roma, se aviene a acordar con ella asuntos más, diríamos, mundanos o naturales.

Si alguno dijera que es fatigoso asaz andar siguiendo la pista de lo que dijo el que dijo que no dijo lo que el otro dirá que decía pero no dirá, estoy de acuerdo.

Tanto más aun, porque no se habla en estas cuestiones solamente en lengua teológica -ya difícil para los de mi barrio- sino en lengua política también, y diplomática y aun periodística, pues desde que existe lo que se dice y lo que parece que se dice -es decir, el periodismo- también la retórica y la dialéctica de estos asuntos se acomodan en algo y no poco a ello.

Repasar este complejo tramado es más que lo que podría hacer un servidor desde esta bitácora.

Pero, siquiera a modo de eso mismo, de bitácora, tal vez valdría la pena hacer un esfuerzo y dar un pantallazo breve -y seguramente algo pobre- del statu quo. Y si fuera posible algo más, aunque no mucho más porque teólogos tiene el mundo que saben más que uno.

viernes, 11 de abril de 2008

Uomo di dolori

Pasé una buena parte de la tarde de ayer haciendo unos trabajos para un amigo. Bien por él, al fin y al cabo, porque sin quererlo me obligó a andar por caminos llenos de cosas extrañas y sorpresas diría que sabrosas.

Y bien.

Allí está el Vir dolorum de Bramantino, por ejemplo, fruto impensado de estas andanzas.

Gentes menos ignorantes que un servidor saben detalles innúmeros acerca de Bartolomeo Suardi. Me enteré, por mi parte, que esta obra espléndida fue hecha hacia 1490 y que está en el Museo Thyssen-Bornemisza, en Madrid; que es un óleo sobre panel y que sus medidas son 109 por 75 centímetros.

Me quedé rato largo mirándolo -si se puede ver algo realmente valioso en artes plásticas a través de una pantalla-; pero no solamente porque la factura es impresionante sino porque creo que no podía hacer otra cosa.

Me parece que lo que podría llamar la retórica del cuadro poco menos que obliga al que lo mira a una actitud que si no es tensamente contemplativa diría que es casi hipnótica, mitad ascesis en esa luminosidad increíble del resucitado y mitad encantamiento en el detalle severamente puntilloso del cuerpo glorioso, en contraste con la densidad del fondo, densidad algo tenebrosa, al menos inquietante. Que este cuadro se llame Varón de dolores y muestre una figura tan nítidamente triunfante y resucitante, no me es menos misterioso.

Entre los datos curiosos en la obra, está esa luna blanca en el fondo, sobre el cielo, en medio de un paisaje neblinoso. Parece, en principio y según dicen algunos críticos sin que haya unanimidad, una representación del Viejo Testamento, o lo que es lo mismo, de la sinagoga o Israel. Aparece en otras obras también, como en su famosa Crucifixión, que está en el palazzo milanés de Brera, por ejemplo; pero allí la luna está a la izquierda de Cristo (derecha del que mira) y no como aquí, mientras que allí a la derecha del Señor está el sol (el Nuevo Testamento, la Iglesia) que aquí no figura.

Dicen que es sumamente difícil reconstruir la vida de este lombardo enigmático, y recién a partir de mediados del siglo pasado se lo conoció mejor. Lo cierto es que no sigue del todo los cánones de su tiempo y todos acuerdan en que su originalidad iba pareja con su personalidad extraña.

Por la huella de sus pasos, y cuando vi que había vivido entre 1460 y algo y 1530, y vi otra pintura suya en torno al tema de la Resurrección de Cristo, no sé por qué se me ocurrió cotejar su versión (der.) del Noli me tangere (1507) con la de un contemporáneo suyo (izq.), Antonio Allegri da Corregio (1489-1534), un parmesano más o menos vecino y que anduvo más o menos por los mismos lugares y que en 1518 pintó lo mismo pero distinto respecto de aquel encuentro de Jesús con María Magdalena.

El resultado se me hizo notable.

Más allá del catálogo de técnicas y facturas, más allá de símbolos incluso, me parecen los emblemas de dos espiritualidades, como una bifurcación de un camino no solamente artístico o estético, que podría ser cuestión de escuelas, después de todo, y que creo que trasluce o es aplicable a cuestiones de otro orden.

Sigo mirándolos a ambos. Y no puedo dejar de pensar, de tratar de entender qué puede hacer que resulten tan distintos, de dónde les viene semejante diferencia a 10 años de distancia, 10 años de aquellos años en los que 10 años no eran nada...

Y trato de entender, además, lo opuesto: más allá de las evidentes diferencias, ¿en qué se parecen? El tema era un lugar más o menos común, la resolución no, también por temperamento, escuela, influencias, talento. Pero siendo como son contemporáneos, ¿qué cosa del tiempo, de su tiempo, qué tópico parecido o qué parecido modo de entender las cosas se deja ver a través de las diferencias notorias?

Sí, hay cuestiones espirituales contenidas allí. Difíciles. Delicadas. Fácil equivocarse en cuestiones espirituales, hasta cuando uno quiere ser o dice que quiere ser delicado y prudente.

¿Inútiles estas cosas? Claro. Tal vez.

Pero difícil es. Y delicado habrá de ser uno en los discernimientos y juicios y acciones acerca de las cosas de los hombres. Todas las cosas hombres y más en la que son más.

Porque, puesto a ver, me digo que si es así de difícil y delicado con los cuadros de los hombres, lo difícil que será, por ejemplo, con las instituciones de los hombres.

Y con las almas de los hombres.

miércoles, 9 de abril de 2008

En el cielo, las estrellas

Hay que ver lo que dice el libro II del tratado acerca del Cielo de Aristóteles, ya que -como se ha visto- santo Tomás dice hablando de la ubicación del Paraíso:
Por lo tanto, el Paraíso, tal como escribe Isidoro en el libro Etymol., es un lugar situado en las regiones del Oriente y cuya palabra griega equivale en latín a Huerto. Correctamente es colocado en el oriente, ya que hay que asignarle el lugar más digno de la tierra. Pues, según el Filósofo en II De Caelo, el oriente está a la derecha del cielo, y la derecha tiene más dignidad que la izquierda. Por lo tanto, fue conveniente que el Paraíso terrenal fuera situado por Dios en oriente.
No digo que sea del todo sencillo de entender o de seguir, pero se entiende bien, creo, leyendo con cierta atención. Aunque es verdad que hemos perdido el aprecio por cierta forma 'científica' de hablar que suponía saber cosas que ignoramos y que hoy nos suenan más a literatura que a saber cierto.

De cualquier modo, me parece que hay que notar que, como quien no quiere la cosa, también aquí Aristóteles argumenta a favor de la eternidad del mundo y de la centralidad cósmica de la Tierra.

A la primera ya le contestó el propio santo Tomás en varias partes (incluyendo el propio comentario al opúsculo de Aristóteles), lo que ahora no viene al caso. La segunda es, si se quiere, más interesante y permite mayores especulaciones de todo tipo. Algo que tiene no poca relación por cierto con los ángeles también y que le permitió, por ejemplo, a C. S. Lewis pergeñar el argumento y la trama de su trilogía novelística. Asunto que, no está demás decirlo, también toca a la Encarnación y no lateralmente.

Más allá de que las novelas de la Trilogía de Ransom estén logradas literariamente o no, la obra de Lewis, hay que decirlo, no parece haber sido aceptada tal y como fue concebida. Basta ver qué pasa cuando tratan de decir de qué trata todo el asunto. Digo 'aceptada' y no digo que no haya sido entendida. Porque es frecuente que se la presente como 'ciencia-ficción', aun cuando se entienda que su contenido es teológico substancialmente. Y se ve quizá claramente por qué le retacean su naturaleza a la obra cuando se dicen cosas como que

En la tercera (novela de la Trilogía), "Esa horrible fortaleza", situada toda ella en Gran Bretaña, Ransom encabeza la lucha de un grupo de personas contra unas fuerzas totalitarias que desean dominar la Tierra.
¿Fuerzas totalitarias? ¿De veras? ¿Llamó usted a los enemigos de Ransom "unas fuerzas totalitarias"? Ay, muchacho...

Por esos caminos, pensando y hablando así, se hace más difícil entender la centralidad de la Encarnación, no solamente en relación con el cristianismo, sino en relación con la historia de todas las cosas, desde la creación hasta el final de los tiempos.

Como si no se pudiera hablar de nada sin hablar a la vez de política.

Sí, 'política' dije, así como suena, con minúsculas.

(Ahora que lo pienso: a más de un paspado pudo habérsele ocurrido apurarse a poner en un altarcito -a favor o en contra- la exaltación aristotélico-tomista de la 'derecha'. Y sin embargo, ambos la exaltan, es verdad; y con ello se alegrarán los derechosos, satisfechos; y con ello trinarán los zurdos, confirmados en su más que sospecha de que este par de tíos son nazis... Y sin embargo, es tan otra cosa lo que están diciendo...)

No sé por qué, pero creo que para cuando haga algún comentario sobre los dichos del rabino Riccardo Di Segni sobre Cristo, habrá que volver a recordar algo de todo esto.

martes, 8 de abril de 2008

Seréis, además, como ángeles

Primero, lo primero, en el orden en que se dio, por lo menos.

En la lección segunda de su explicación de la Encarnación, Fray Petit de Murat op, expone sobre sus causas. Al tratar la causa final, y después de hablar de la causa final principal y de la subordinada, habla de las causas finales secundarias o relativas.
Uno de los hechos que prueba que Cristo es Dios, es que supo con una sola acción redentora -que se desenenvuelve en Encarnación, Cruz, Resurrección, Ascensión y Pentecostés- salvar a lo hombres, vencer al demonio, completar las jerarquías angélicas y elevar a las criaturas irracionales a una participación de la gloria de los hijos de Dios.
Hay un desarrollo casí místico del punto cuarto de los que allí enumera, pero me detengo ahora en su punto tercero: Los redimidos completan las jerarquías angélicas.
El inmenso mundo de los ángeles perdió integridad, armonía y plenitud cuando Luzbel y los que le siguieron se precipitaron con su prevaricación en los inútiles abismos del orgullo y el furor sin términos.

Uno de los fines de la Encarnación fue llenar esos vacíos con los hombres redimidos por la Sangre de Cristo. Dios toma a la criatura despreciada por el demonio para remediar con creces la deficiencia producida por la caída de éste, en la plenitud angélica.

Esa verdad es tradición constante dentro de la Iglesia. Santo Tomás de Aquino (I, q. 108, a. 8) trata en la Suma Teológica y se enfrenta con la mayor objeción que se puede oponer: El ángel, por naturaleza, es superior al hombre. Además los géneros son distintos: El ángel es forma intelectual pura, no recepta en la materia. El hombre es forma vegetativo-sensible-racional, recepta en la materia.

Santo Tomás responde: Si bien, el hombre, por naturaleza, es inferior al ángel, la gracia, en cambio, lo hace equivalente.

La solución manifiesta la magnitud de la perfección que añade la gracia a la naturaleza humana. Santo Tomás, en la respuesta, aplicó la verdad revelada por Jesús cuando dice: (San Mateo XI, 11): "El más pequeño en el Reino de los Cielos es más grande que Juan el Bautista". Anteriormente había asegurado que en el orden natural no había otro más grande que Juan el Bautista.

Jesús también declara que la gracia hace al hombre igual al ángel: Cuando preguntado por los Saduceos sobre la resurrección de los muertos, responde que los redimidos "serán como los ángeles de Dios en el Cielo". (San Mateo XXII, 30)
Parecería que tres cuestiones mayores están relacionadas con esto. La primera es acerca de las causas mismas de la Encarnación. La segunda es acerca de la razón por la cual Dios creó al hombre y qué relación tiene la creación del hombre con los ángeles. La tercera es la mirada de santo Tomás (más allá de la exposición de su hermano argentino en religión) acerca de la naturaleza humana y acerca de la mirada de Dios respecto del hombre. Y en cuanto a esto tercero, si santo Tomás no fuera santo Tomás, y se leyera con atención lo que dice respecto del hombre y de lo que Dios 'siente' por esta creatura, no me extrañaría nada que más de uno dijera sin que le temblara la voz que el Angélico era, cuando menos, progresista o algo así.

Por ahora, esto es todo.

Aunque no estaría de más, mientras tanto y para pensarlas, apuntar dos cosas, vistas con atención las cuales parecería que puede decir lo que dice Fray Mario.
ver

La primera es que la cuestión de la Suma Teológica que trae el autor (I, q. 108, a. 8) se refiere más específicamente a si serán elevados los hombres a pertenecer a los coros angélicos (Utrum homines assumantur ad ordines angelorum). Santo Tomás contesta como se ve que sí: los hombres pueden merecer, mediante los dones de la gracia, tanta gloria que lleguen a igualarse con los ángeles en cualquiera de los grados angélicos; y en esto consiste el que los hombres sean elevados a los órdenes de los ángeles.

Por otra parte, en su comentario a las Sentencias del Maestro Pedro Lombardo, tratando la cuestión acerca de si los ángeles podrían haber sido malos desde el principio de su creación, en una de los argumentos a responder santo Tomás trae un texto de san Agustín que sostiene que el hombre fue hecho para reparar la ruina angélica. En la respuesta a la objeción, santo Tomás dice al respecto que no es el fin principal de la creación del hombre la reparación de la ruina angélica, sino otro: utilitas consequens. Pero también en el articulo cuarto de la cuestión disputada De malo, santo Tomás dice lo mismo, tratando un asunto similar acerca de si el Diablo pecó o pudo haber pecado en el instante mismo de su creación (Utrum Diabolus peccaverit vel peccare potuerit in primo instanti suae creationis). Esto es: que el hombre no fue creado, 'simpliciter' dice en este caso, para reparación de la ruina angélica, sino para gozar de Dios y para la perfección del universo, aunque no hubiese habido ruina angélica. (Quia homo non est simpliciter factus propter reparationem ruinae angelicae, sed propter fruitionem Dei et perfectionem universi, etiam si nunquam fuisset ruina angelica.)

Los textos.

2 D3 Q2 a1: Utrum Angelus in principio suae creationis potuerit esse malus.

3 Praeterea, secundum Augustinum, Angelus et homo, ad minus secundum animam, simul creati sunt. Sed homo factus est propter reparationem ruinae angelicae; non autem hoc esset, Angelo adhuc non ruente. Ergo videtur quod Angelus in principio creationis suae malus et ruens fuit.

Ad tertium dicendum, quod etiam supposito quod homo simul cum Angelo creatus sit, non oportet quod Angelo existente malo, creatus sit homo: quia non est principalis finis creationis hominis, reparatio ruinae angelicae, sed quaedam utilitas consequens, ut supra dictum est. Et hanc utilitatem Deus praevidebat, in cujus praescientia eventus omnium rerum erant. (Super Sent., lib. 2 d. 3 q. 2 a. 1 ad 3)

De malo, q. 16 a. 4 arg. 16: Utrum Diabolus peccaverit vel peccare potuerit in primo instanti suae creationis.

Praeterea, homo fuit factus ad reparandam ruinam angelicam, ut sancti dicunt. Ergo non prius homo factus est quam Diabolus peccando cecidit. Sed homo videtur factus fuisse in principio creationis rerum secundum sententiam Augustini, qui ponit omnia simul fuisse creata. Ergo etiam Diabolus in primo instanti suae creationis peccavit.

Ad decimumsextum dicendum, quod illa ratio deficit in tribus. Primo quidem, quia homo non est simpliciter factus propter reparationem ruinae angelicae, sed propter fruitionem Dei et perfectionem universi, etiam si nunquam fuisset ruina angelica. Secundo, quia homo, ad minus secundum corpus, actu non fuit factus in operibus sex dierum, secundum sententiam Augustini; sed solum secundum rationes seminales. Solum autem illa quae non prius poterant esse in rationibus seminalibus quam in seipsis, secundum Augustinum, fuerunt facta in principio creationis rerum. Tertio, quia nihil prohibet aliquid fieri propter finem futurum, quem homo praescit, sicut aliquis praeparat ligna in aestate propter frigus futurum in hieme. (De malo, q. 16 a. 4 ad 16)

Todo, y lo demás...

Demasiada cosa.

Vayamos por partes.

1. Entre los libritos que me regaló mi amigo, el librero, (y que voy leyendo y releyendo, según el caso, por estos meses...), venía uno de Fray Mario José Petit de Murat,op. Es uno que se llama Jesús el Cristo. Hijo de Dios e Hijo del hombre, y que son lecciones que daba en la universidad de los dominicos en Tucumán, en este caso sobre el Tratado de la Encarnación. Mucho para ver hay allí, y no tiene poca importancia el lenguaje inusual para exponer al modo escolástico. Pero me detuve en una parte de la lección segunda -de las tres que da-, que trata sobre las causas de la Encarnación. Y, entre otras cosas, me topé con misteriosos asuntos de ángeles...

2. Pasó que, por una de esas cosas y confrontando citas de estas lecciones, fui a dar a algunas cuestiones de la Suma Teológica. Y como siempre, una cosa lleva a la otra. Así fue que aparecí en el Paraíso. Y vi que el artículo primero de la cuestión 102, de la parte primera (I, q. 102, a. 1) dice cosas notables.

3. Pero, nada es para siempre en este mundo sublunar y como todos los caminos conducen a... Porque del Paraíso fui a parar a Roma y más exactamente a la sinagoga de Roma. El texto que copio abajo, que son palabras del rabino jefe Riccardo Di Segni, me obligó a leer el asunto completo, y más ahora que Benedicto XVI estará el 18 de abril, para la Pascua judía, reunido con los judíos en Nueva York:
En el momento en que reconociéramos a Jesucristo ya no seríamos judíos. Esto ustedes lo consideran de modo diferente, porque, para vosotros, haciendo eso, nosotros judíos coronaríamos, completaríamos, idealizaríamos nuestro recorrido judío. Esta es vuestra visión, pero la nuestra es completamente diferente. Con tales argumentos no hay espacio para la discusión, porque inevitablemente se terminaría en la inutilidad sustancial, al menos según nosotros. Y se alzarían barreras en vez de dialogar. Debemos dialogar, sí, pero por cien motivos diferentes. El discurso que subyace en la plegaria del Viernes Santo no es un tema cualquiera, sino un tipo de sombra, de histórica angustia que los judíos llevamos dentro.

Por supuesto, estoy seguro de que todo esto está relacionado. Y aunque hubiera que ver una cosa por vez, en un lugar fundamental las tres cuestiones se juntan.

sábado, 5 de abril de 2008

La fuente

¿De dónde, sin que sepa, vienen juntas
las palabras que digo? ¿Hay un arquero
que arroja como flecha un verbo entero
al que vuelvo cien voces con cien puntas?
¿Hay un nombre, detrás de mis presuntas
verdades, que es el nombre verdadero?
¿Las palabras son barro y yo alfarero?
¿O soy el barro? Sí, sólo preguntas...
¿Qué fuente mana todos los sentidos?
¿Es ella la que arrea los sonidos?
¿Va la voz a esa fuente o de ella viene?
¿Alguien habló al principio y ese día,
en la luz de palabras que decía,
brotó la fuente que a la voz sostiene?

viernes, 4 de abril de 2008

Migas de pan

En casa hay un perro y un gato.

Simpáticos no son.

El perro es estólido, acomodaticio, rastrero, piccolo, piccolo uomo...

Aunque flaco a lo galgo, no es nada de eso; estatura trunca, tiene ese color indefinido y bayo que habla de una infamia en sus orígenes. Pobre, tal vez no pecaron ni él ni sus padres y sin embargo es un emblema igual de la desdicha mediocre, anodina. Lleva dibujada en la cara la viveza torpe del burgués, del pusilánime. Se salva, tal vez, en su propia inconsciencia, en su alegría módica, pasando la vida de a pasos cortos, sin entusiasmo bastante ni suficiente indiferencia. La comida como sea, un poco de hojas al sol donde echarse las siestas del que nada espera ni nada quiere. No tiene traza de heroico, ni de lírico. Ni de trágico. Porque, se sabe, la tragedia no se regala a cualquiera. Grandes asuntos, grandes hombres. Y al pobre animal la grandeza lo esquiva.

El gato es otra laya de bicho.

Genérica y específicamente taimado, indiferente, y desconfiado (lo que no sé si pega con la indiferencia); aunque con arrestos morrongos de un afecto epitelial, felino, es decir eléctrico: la descarga en el pelo cuando se frota entre las patas de la mesa, las sillas, un arbusto. Cuidadoso, medido, fiando los riesgos a sus habilidades silenciosas, reptantes, que no dejan huellas. Detestables se me hicieron siempre los gatos. No entiendo ese misterio sin sentido, esa cuidadosa preservación de la nada que hacen, creo que nada más que para no salir dañados. Tampoco le creí nunca a sus ruidosos apareamientos, tan ruidosos como desapasionados. Parece que para tener algo de rabia en las venas, tienen que infectarse con un Rhabdovirus. Es una ventaja, creo, que le llevan los perros -no, no el de casa...-, porque son capaces de enojos y puntos de honra y las simétricas manifestaciones de cariño, alegría, nostalgia. El gato de casa, los gatos, no. Los gatos son usureros: reclaman mucho más que lo que han dado.

Estos dos infelices se han criado más o menos juntos y ocurrió una simbiosis perrogatuna-gatoperruna, que le ha dado a cada cual las taras y características del otro. Y como el perro, mal que bien, es más noble y generoso, por naturaleza al menos, tomó él más del felino que lo que el ladino tiene del pobre tonto. Claro, gato usurero...

A los dos les tocó llegar a casa por actos de supuesta misericordia de alguno de los chicos. No por la mía, que no los mimé a ellos sino a los hijos. Estos dos náufragos son nacidos guachos, abandonados, solos, perdidos en la urbe. Allá ellos. O no.

El asunto es que a mí me gustó siempre dejar migas para los pájaros en el jardín.

Muy temprano, la pava sobre la hornalla calentándose para unos mates, salgo al jardín, me voy al fondo y hago migas de las sobras de pan -pocas, muy pocas sobras de pan hay en casa...- y las tiro al pasto. Me siento debajo del laurel, o cerca del limón, ya con el mate y un poco de tabaco, en silencio, apenas falta para que salga el sol, y veo llegar a los capitanes alados que reconocen el terreno para ver si la tropa canora y las familias emplumadas tienen el campo libre, literalmente. Zorzales, horneros, palomas, torcazas, bichofeos, gorriones, cabecitas (pocos), algún carpintero de tanto en tanto. Se paran sobre la mesa que hice con troncos y la tapa de madera de un carretel enorme de cables eléctricos, una que está frente a la cueva, o se cuelan por debajo de la Eugenia, o se paran en árboles o techos de las casa vecinas (verán desde allí, pienso, como desde una atalaya) y se van acercando, saltando cautos por el pasto húmedo hasta las migas.

Puedo estar un rato largo viéndolos hacer, viéndolos comer o llevarse las migas quién sabe dónde. Algunos combinan sólido y líquido y se acercan a la pileta y toman agua, pocos pelean entre sí, aunque también allí hay comandos y jerarquías y hasta patotas, cómo no. Con el tiempo, fui ensayando y perfeccionando prácticas que tomaba de la observación. Hacer más chiquitas las migas, casi polvo de pan; dejar pedazos más grandes; cambiar los comederos, acercarme más, alejarme.

Hasta que un día.

Felices y compinches, los vi a los dos hermanastros bastardos -el perro y el gato- esconder un pájaro casi exánime, arrastrándolo por debajo de las ramas entrelazadas e impenetrables de uno de los jazmineros que cubren una larga pared, hacia el suroeste. Quién sabe por qué no asocié entonces al pájaro moribundo con mis panes matutinos. Esa vez, al menos. No así la siguiente vez.

Me di cuenta de que mi felicidad era la de ellos dos también, pero por motivos tan distintos. Me di cuenta de que yo mismo les servía en la mesa fresca, verde y rociada del jardín de la aurora, los manjares de la caza. Yo atraía los platos voladores vivos, no para la complacencia de mi ojo ni para la de los buches alados, sino para la complacencia de la avidez de esa yunta de cazadores que, para peor de mis pecados, no siempre comían su caza, como tuve más de una ocasión de observar.

Malhaya con los dos malentretenidos...

Remordimiento, perplejidad, sorpresa.

Desde entonces, y hace de esto unos pocos meses, desde que con dolor y furia, con tristeza y desazón, dejé de tirar las migas mañaneras, vengo pensando a qué se me hace semejante todo el sucedido. A qué se parece, signo de qué cosa es.

Siento a veces que los pájaros me miran cuando clarea y me ven pasar a la cueva, juntar cosas en el jardín, juguetes, sillas, papeles de caramelos, hojas de otoño, siento que me miran carpir algo aquí, desmalezar apenas allá. O siento que me miran mientras miro el cielo a ver cómo viene el día. Y la vida.

Pero migas, nones. De eso, nada.

Ahí ando, pues, sin saber bien qué hacer. Porque parece que darles migas es muerte para ellos o dolor. Y no darles, lo es para mí.

Y pienso. Y en eso estoy, porque creo que algo he visto, en todo el asunto, acerca de los hombres y de las cosas de los hombres.

Tantas cosas de los hombres.