domingo, 25 de mayo de 2008

Relaciones carnales (II)



- ¿Cuántas Argentinas hay?

- Una. Y varias.

- ¿Y eso?


Claro. Por ejemplo, uno mira el reclame de Cervecina y se acuerda de que es de 1945 y piensa en todo lo que sabe sobre los 'argentinismos' y sobre la Argentina. Y sobre las Argentinas.

Sin ir muy lejos, en estos días en que los asuntos de la calle y del foro nos retienen móviles, volvió a aparecer la cuestión de la Unión Democrática, que era una marca política agonal que se usaba en aquellos mismos años.

Lo que ahora se quiere decir al mentar a la UD es que, en esta confrontación de hoy, el gobierno es a Juan Domingo Perón lo que el campo es a Spuille Braden y la UD.

Que el gobierno es lo que quiere decir ser Perón en 1945 y que el campo es lo que quiere decir ser la UD en esos años.

(Podrá resultar sorprendente la oportunidad que eligió el gobierno para mentar a la UD. Claro que, si fuera ellos –los que lo dicen, que no lo soy...- no lo hubiera dicho. Una de las razones de ser de la UD y del 'garrote' de Braden y de su 'Libro Azul', y de la oposición de los EE. UU. contra Perón, era, por ejemplo, que le atribuían a Perón ser nazi, filonazi, nazófilo, con lo que eso significaba por entonces. En definitiva, lo acusaban como si dijéramos de nacionalsindicalista, de nacionalsocialista, de nacionaljusticialista, a él y a los que lo apoyaban, buena parte del ejército incluso...)

Por su parte, y aunque en la UD de entonces estaban juntos la Sociedad Rural y el Partido Comunista, el campo contesta hoy que no es la UD y que tampoco el gobierno es Perón.

Qué quiere que le diga: secundum quid, como dicen los muchachos del café de acá la vuelta. Son todas verdades oportunas, verdades a medias. De ambas partes. Cosas del momento. Cada cual tira con lo que puede o tiene a mano.

Un lío fenomenal, al fin de cuentas. Bien confuso y cada vez más.

Lo cierto es que hay más de una Argentina. Y hay una sola.

Y ahí está el problema. Y no de ahora.

Porque hace siglos que hay más de una voluntad pujando en estas cuestiones. Y cada voluntad es una voluntad de que la Argentina sea a imagen y semejanza de esa voluntad, sin mezcla de ninguna otra cosa.

Pero las cosas son lo que son. Y la Argentina es una cosa. Y entonces también ella es lo que es. Puede, bien entendido, llegar a ser lo que hagamos de ella, porque es un ser en el tiempo. Y entonces puede consumar lo que es o prostituirse. Pero se consumará o se prostituirá. O quedará a mitad camino. O se consumirá: puede que se termine alguna vez, claro, como se terminó el imperio persa.

Pero en eso estamos todavía. Entre Gauchola y Cervecina, quieras que no.

El asunto sigue. Seguimos discutiendo y forcejeando y tironeando del cuerpo –por ahora, todavía vivo- de la Argentina.

Como en los días de la Primera Junta, como en los días de la Campaña a Chile y Perú o como en los días de Belgrano, o en los de Güemes o como en el congreso de 1816 o como en los días de Rivadavia, o en 1828 o como en los días de Rosas, como en 1853, o en 1862 o en 1868, o en 1880, o en 1905, o en 1912, o en 1916, y en 1922 y en 1930 y en 1943 y en 1945 o en 1951 y en 1955 y en 1958 y en 1962 y en 1966 o en 1973 y en 1976 y en 1983 o en 1989 y en 2000 y en 2001 o en 2003 y en 2007.

Y todavía.

Tal vez, lo realmente nuevo es que esas reyertas, que nos llevan ya unos 200 años, han agregado algún elemento distinto, que aunque está menos expuesto y a la vista, igual suma más confusión.

Creo que lo nuevo es aquello de lo que he venido hablando: una doctrina global para enfrentar una versión de la globalidad que por ahora es la dominante.

De modo que, aquí donde estamos, tenemos dos cosas que ahora caminan juntas: por una parte, una y varias Argentinas, todavía superpuestas y en pugna a muerte; por otra parte, dos concepciones de cómo va a ser el mundo y el papel que la Argentina tiene que tener en el mundo que viene.

Y si al hablar de oposiciones hablo de dos y no más, es porque en esta polaridad las cosas se resumen a dos. No que sean dos en la realidad. Por ejemplo, yo mismo, aquí donde me ven, tengo otra visión de lo que está pasando que no coincide ni con la del campo ni con la del gobierno. Y sé de otros igual.

Pero los conflictos políticos en estado masivo –que es donde se vuelven rentables para cualquiera de los bandos- son de tal naturaleza que no admiten más que dos.

Si impugno al gobierno, estoy -por lo mismo y con ese mismo acto- del lado del campo. Si impugno al campo, quedo automáticamente del lado del gobierno. Parecería no haber lugar para más. Tertium non datur. Le echan la culpa de esa obligada bipolaridad al propio estatuto de la acción y a los mecanismos de la política-política, y lo que se quiere decir con eso es que si uno empieza a abrir ventanas y puertas, a la gente se le hace un lío bárbaro y que las distinciones son difíciles de explicar en política-política y que hay que buscar ideas-fuerza, fáciles de seguir, convocantes, aglutinantes, consensuables. Y que primero vamos al bulto por esta cosa y después hacemos trampolín en aquello otro para saltar más allá. Y así.

Ya entendí. Y hasta cierto punto entiendo que toda acción prudencial -y la política es la reina de las acciones sujetas a la prudencia- requiere de adecuar medios a fines.

Pero eso es una cosa y lo demás es pura mierda. Esa lógica bipolar como método es perversa y pervertidora. Es la que se usa (no solamente en la política), claro, y contra ella es muy difícil y fatigoso argumentar, aunque haya que insistir en desmontarla. Porque, además, no es solamente cuestión de que sea bipolar por conveniencia: está el asunto de catar el contenido honesto de verdad –incluso de verdad práctica- que contenga cada opción de las que plantea y entre las que obliga a optar.

Una sociedad vive y se alimenta del bien, de la virtud, de la verdad y de la justicia que sea capaz de contener y generar. Y la relación es de proporción directa, siempre: menos de todo eso es siempre peor, más de todo eso es siempre mejor.

Por esa razón no me canso de pensar y de decir que sin discernimientos estamos fritos. La dinámica de esa tensión bipolar, interesada y activista desdibuja, malversa la realidad. Y pa’ pior, y como es comprensible además (tan humanos somos los hombres...), a esa polarización cada cual va incluso con sus propia carga, de modo que elige el bando no necesariamente porque crea que ese bando tiene razón en todo o en parte, sino porque es el bando en el que lo que él siente y piensa, o no disuena del todo o suena mejor. O simplemente porque es el bando que está en contra de lo que a uno no le gusta.

Podrá resultar ingrato e incómodo decir lo que uno piensa realmente, y hasta pensar verdaderamente lo que uno verdaderamente piensa.

Puede ser.

Podría ser que saberse huérfano de turbas y masas que lo escuchen y lo sigan, haga que algunos se sientan derrotados cuando querían ganar, abandonados, a la intemperie, temerosos, tristes, aislados, frustrados, resentidos. Pero no será llevando su soledad mascullante a juntarse con otras soledades murmuradoras como ayudará a rectificar lo que cree que anda mal en el mundo.

También pasa que hay quienes se montan en la más mínima verdad, o en una inequívoca reivindicación, aunque más o menos formulada sin matices, para poder traficar otras viandas. Para hacer pasar gato por liebre.

Yo sé -y sé por qué digo que lo sé- que no todo en los muchos que conforman el gobierno es pasión por el bienestar de los más postergados, ni pasión por la equidad, ni amor al bien común. Yo sé -y también sé por qué digo que lo sé- que entre los que le van a la divisa del campo no todo es dar la vida por el trabajo honesto, no todo es amor a la patria y a su tierra y a sus hombres y mujeres.

Y por eso mismo sé que, visto de otro modo no menos real, hasta podría decir que las razones últimas y de fondo, de un lado y del otro, llegan a ser mucho menos gloriosas y generosas que lo que dicen ser cuando se las oye en esas voces de ambas partes tan enamoradas del bien común. Que esas razones son en realidad más frías, más cínicas, más feas.

Pero por lo mismo creo que una y otra vez es necesario insistir, hacer el esfuerzo para tener las mejores razones para decir y hacer las cosas que hay que decir y hacer.

Es a propósito de esta tensión puramente dialéctica y bipolar que me acuerdo otra vez ahora de aquello que he citado ya. Aquello que decía Chesterton, consciente de que su forma de ver las cuestiones políticas y económicas representaba, más allá de los conservadores y liberales de su país y su tiempo, y por fuerza de su convicción y de toda la honestidad intelectual de la que era capaz, una minoría entre dos mayorías, más bien artificiales:
Es en el desierto donde se tiene la visión; siendo una minoría, debemos ser todos filósofos, debemos pensar por ambos partidos del Estado. No sirve de nada que nos dediquemos a las flores de la oratoria para las turbas, sin ninguna turba a la que dirigirlas. Debemos, como los librecambistas, por ejemplo, tener descubrimientos, verdades concretas e infinita paciencia para explicarlas.

Debemos ser más que un partido político o dejaremos de serlo.

Más de una vez en la historia la victoria ha sido obtenida por un pequeño partido con grandes ideas. Pero, ¿puede alguien concebir algo que lleve más marcado en la frente el signo de la muerte, que un pequeño partido con pequeñas ideas?