sábado, 28 de junio de 2008

Eirene

Hoy es la fiesta de san Ireneo, obispo de Lyon, que fue discípulo de san Policarpo, obispo de Esmirna, y éste a su vez, discípulo de san Juan Evangelista.

(Por las dudas, tal vez convendría aclarar que ese temperamento o posición que se llama ‘irenismo’, no tiene relación con este inmenso teólogo del siglo II, sino con la palabra original que está detrás de su nombre: Eirene.)

Irene es nombre que siempre me gustó. Y es uno de esos raros casos en los que el nombre de varón procede de un femenino. Como se sabe, Eirene es palabra griega que significa ‘paz’, aunque en un sentido determinado que se asocia habitualmente al de Pax, en latín, y que, al decir de casi todos los que saben, no quiere decir lo mismo que Shalom en hebreo.

ver


Es precisamente Juan, el amado, el único evangelista que trae aquel texto conocido (Jn. 14, 27):
Os dejo la paz,
os doy mi paz;
no os la doy como la da el mundo.
No se turbe vuestro corazón ni se acobarde.

Está en “los discursos de despedida” de Jesús, durante la Última Cena, que se extienden a lo largo de cuatro capítulos, entre el 14 y el 17, inclusive.

¿Qué dijo allí Jesús: Eirene o Shalom? ¿Cuál de las dos es “su” paz? El texto griego, que traduce el saludo típico de los judíos (la paz esté contigo o con ustedes, que haya paz en esta casa, etc.), dice Eirene y traduce de este modo el Shalom judío o arameo. Dicen algunos que ambas expresiones, si no son opuestas en cierto sentido, son bastante distintas y que Jesús se refirió primero con “su” paz a Shalom y después, con la paz como la da el mundo, a algo más parecido a Eirene o Pax.

Eso no lo sé, y en parte, creo que no. Pero no por el sentido de Eirene o Pax, que su dignidad tienen, sino en todo caso por el sentido de ‘mundo’ en esa expresión de Jesús.

En cualquier caso, basta fijarse en el Antiguo Testamento para ver la extensa cadena de relaciones que tiene la palabra Shalom y como queda al principio y en el medio y al final de la vida, no solamente de la vida personal, sino también de la vida social.

Ambas “paces” –la personal y la social- tienen su origen –y su fin- en la Paz de Dios, que es algo más que la mera ausencia de conflictos entre los hombres o la sola tranquilidad sin guerras, tal como más bien evocan Eirene y Pax.

Son los distintos modos de estar unidos a Dios, los caminos de la Paz. Salvarse es no solamente descansar en paz, sino descansar en la Paz. Él es el origen de la Paz, de Él procede, y es “su” Paz lo que mueve “paces”: la personal y aun la social. Quien está en Él, está en Paz. Es, finalmente, uno de los nombres de Dios y los nombres de Dios son como aproximaciones a lo que Dios es.

En ese mismo discurso que trae san Juan, apenas antes de darles "su" paz, Jesús les dice a los apóstoles:
Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará,
y vendremos a él, y haremos morada en él.
El que no me ama no guarda mis palabras. Y la palabra que escucháis no es mía, sino del Padre que me ha enviado.
Os he dicho estas cosas estando entre vosotros.
Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho.
La Paz está asociada a los Mandatos del Señor y a su cumplimiento, a la Sabiduría divina y a su conocimiento, al Amor y a la Misericordia divinos y a su práctica. Conformarse a esa Paz es hacerse uno con esos mandatos, sabiduría y amor y misericordia divinos. La Paz se asocia a la justicia, a la verdad, entendidas ambas como consonancia con las cosas y con los otros, no en los sonidos del mundo, sino en los sonidos que suenan por debajo, por encima y por dentro mismo de los ruidos y que son los que verdaderamente producen consonancia y consenso y concordia. Y nada de eso por mérito propio del hombre, se entiende, ni siquiera la docilidad humana para conformarse a todo ello.


Ahora bien.

Hay asuntos importantes en torno a la vida y la obra de san Ireneo, como por ejemplo su combate contra los gnósticos, que no es poca cosa ni baladí, todavía hoy. De hecho, la obra principal suya que nos ha llegado es a propósito de este asunto de la extensión de los gnósticos en la Galia.

Pero el caso es que estaba viendo más bien los textos que trae la liturgia para su fiesta y me llamó la atención la yunta y el guión que veo se sigue de ella.

Primero, hablan las Lamentaciones de Jeremías profeta (2: 2, 10-14, 18-19):
El Señor ha destruido sin piedad todas las moradas de Jacob; ha derruido, en su furor, las fortalezas de la hija de Judá; por tierra ha echado, ha profanado al reino y a sus príncipes.

En tierra están sentados, en silencio, los ancianos de la hija de Sión; se han echado polvo en su cabeza, se han ceñido de sayal. Inclinan su cabeza hasta la tierra las vírgenes de Jerusalén.
Se agotan de lágrimas mis ojos, las entrañas me hierven, mi hígado por tierra se derrama, por el desastre de la hija de mi pueblo, mientras desfallecen niños y lactantes en las plazas de la ciudad.
Dicen ellos a sus madres: «¿Dónde hay pan?», mientras caen desfallecidos, como víctimas, en las plazas de la ciudad, mientras exhalan el espíritu en el regazo de sus madres.
¿A quién te compararé? ¿A quién te asemejaré, hija de Jerusalén? ¿Quién te podrá salvar y consolar, virgen, hija de Sión? Grande como el mar es tu quebranto: ¿quién te podrá curar?
Tus profetas vieron para ti visiones de falsedad e insipidez. No revelaron tu culpa, para cambiar tu suerte. Oráculos tuvieron para ti de falacia e ilusión.

¡Clama, pues, al Señor, muralla de la hija de Sión; deja correr a torrentes tus lágrimas, durante día y noche; no te concedas tregua, no cese la niña de tu ojo!
¡En pie, lanza un grito en la noche, cuando comienza la ronda; como agua tu corazón derrama ante el rostro del Señor, alza tus manos hacia él por la vida de tus pequeñuelos (que de hambre desfallecen por las esquinas de todas las calles)!


Después, se lee parte del Salmo 74 (1-7, 20-21):
¿Por qué has de rechazar, oh Dios, por siempre, por qué humear de cólera contra el rebaño de tu pasto?
Acuérdate de la comunidad que de antiguo adquiriste,la que tú rescataste,
tribu de tu heredad, y del monte Sión donde pusiste tu morada.
Guía tus pasos a estas ruinas sin fin: todo en el santuario lo ha devastado el enemigo.
En el lugar de tus reuniones rugieron tus adversarios,
pusieron sus enseñas, enseñas que no se conocían, en el frontón de la entrada. Machetes en bosque espeso, a una cercenaban sus jambas, y con hacha y martillo desgajaban.
Prendieron fuego a tu santuario, por tierra profanaron la mansión de tu nombre.

Piensa en la alianza, que están llenos los rincones del país de guaridas de violencia.
¡No vuelva cubierto de vergüenza el oprimido; el humilde y el pobre puedan loar tu nombre!
Y finalmente, el evangelio del día trae el episodio de la cura del siervo de un centurión romano (Mt. 8, 5-17)

Al entrar en Cafarnaúm, se le acercó un centurión y le rogó diciendo:
«Señor, mi criado yace en casa paralítico con terribles sufrimientos.»
Le dice Jesús: «Yo iré a curarle.»
Replicó el centurión: «Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; basta que lo digas de palabra y mi criado quedará sano.
Porque también yo, que soy un subalterno, tengo soldados a mis órdenes, y digo a éste: "Vete", y va; y a otro: "Ven", y viene; y a mi siervo: "Haz esto", y lo hace.»
Al oír esto Jesús quedó admirado y dijo a los que le seguían: «Os aseguro que en Israel no he encontrado en nadie una fe tan grande.
Y os digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se pondrán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los Cielos,
mientras que los hijos del Reino serán echados a las tinieblas de fuera; allí será el llanto y el rechinar de dientes.»
Y dijo Jesús al centurión: «Anda; que te suceda como has creído.» Y en aquella hora sanó el criado. Al llegar Jesús a casa de Pedro, vio a la suegra de éste en cama, con fiebre. Le tocó la mano y la fiebre la dejó; y se levantó y se puso a servirle.
Al atardecer, le trajeron muchos endemoniados; él expulsó a los espíritus con una palabra, y curó a todos los enfermos, para que se cumpliera el oráculo del profeta Isaías: Él tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades.

De modo que, primero, están las dos quejas y lástimas por la forma en que Dios trata a su heredad, dos lamentaciones por la forma en que la hija de Judá, de Sión, de Jerusalén, sufre la cólera y el reproche divinos, llorando la destrucción de las murallas y los hijos de Israel, la profanación del Templo y su gloria, con el memento angustioso de la Alianza de Dios con su pueblo, que Dios parece haber olvidado.

Después, el relato de la fe del centurión y esa exclamación que es (o a mí me parece que es) como la respuesta a los dos textos anteriores, en las propias palabras de Jesús:
Os aseguro que en Israel no he encontrado en nadie una fe tan grande.
Y os digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se pondrán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los Cielos, mientras que los hijos del Reino serán echados a las tinieblas de fuera; allí será el llanto y el rechinar de dientes.

Me parece ver aquí una razón por la cual se lamenta Jeremías y llora el Salmista: no hay Shalom. No hay consonancia con Dios, ni con sus mandatos, ni con su sabiduría, ni con su misericordia, poco o nada se hace obedeciendo a su justicia y a su verdad. Luego, entonces, no habrá Shalom. Pero, digo yo ahora, tampoco habrá Eirene ni Pax. No habrá la Paz de Dios, ni tampoco la frágil que el hombre pueda acordar, pero tampoco siquiera habrá la paz del mundo.

Y así es también como, el que cree que tiene alianza con Dios, cree que tiene, por decirlo a lo campo, la vaca atada. Y resulta que no. Y de pronto descubre que no tiene Shalom, y ni siquiera Eirene o Pax. Y ni siquiera, insisto, la paz que el mundo da. Y más bien todo lo contrario. Y llora y se angustia y se lamenta e impreca al cielo buscando esa Paz.

La palabra Shalom deriva de pagar, restituir, recompensar. Y se entiende que es a la vez recompensa, y que es saldo, cosa saldada: una vez que uno haya saldado esa deuda que tiene con el Autor de esa Paz, Él recompensa con la Paz. ¿Como se salda esa deuda? ¿Como obtenemos la recompensa de la Paz? Cosa nada sencilla, se ve. Pero, por lo que dice hoy san Mateo, hasta de eso se encarga Él mismo: Él tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades. Y tal vez por eso mismo dice Jesús, cuando anuncia que Él da una paz que no es la del mundo: No se turbe vuestro corazón ni se acobarde.

Son muchas las veces en que uno no goza de la paz que da el mundo y hasta se inquieta por ello. Y el mundo no recompensa nada de nada, aunque uno le pague creyendo que tiene deudas con él. Y se turba el corazón y se acobarda uno.

Pero muchas veces se cree uno que está cumpliendo, no ya con el mundo sino con el mismo Príncipe de la Paz, como llama Isaías al que ha de venir. Y resulta que lo mismo siente uno que no obtiene recompensa alguna, que no es otra cosa sino decir que no tiene ni paz ni Paz. Y se turba el corazón y se acobarda uno.

Lo cual querría decir que no toda turbación del corazón y toda cobardía significan lo mismo y vienen de lo mismo.

Porque una inquietud y pusilanimidad pueden venir de servir al mundo y de que el servicio al mundo no alcance para calmar esa inquietud, ni nos haga más fuertes. Más bien todo lo contrario.

Y otra inquietud y pusilanimidad pueden venir de no servir a Dios. O de no estar sirviéndolo del modo debido. Porque ocurre que uno se inscribe entre los servidores de Dios e inmediatamente pasa a cobrar la recompensa por esa obediencia y pretende que le sea pagada en Paz inmediata y automática.

Y esto, muy probablemente, porque -personal o socialmente- llamamos obediencia y fe a lo que habitualmente no es más que una tibia negociación, un regateo de tendero, cuando no un reclamo insolente de derechos supuestamente adquiridos.

Y lo que Él dice es: "Si alguno me ama... le dejo mi Paz".

Claro.

lunes, 23 de junio de 2008

Castellano de 2º

Vino hace unos días mezclado en una parva de libros, de los que mi madre y mis hermanas se deshacen de tanto en tanto. Algunos viejos, otros no.

Éste no era nuevo. Castellano de 2º, hay que decir. Editorial Codex, 1962. Tapas duras color verde seco, letras negras y un grabado del Quijote. Un clásico. Héctor Luis Arena es el autor. Pocas ilustraciones, salvo unos retratos de autores, como plumas o tintas, de Raúl Veroni. Unas 235 páginas.

Lo encontré hoy y me lo leí de una sentada. O mejor dicho, seguramente, lo releí.

Lindo libro, bien impreso, sencillo, letras grandes, buenos 'blancos', aunque con sus más y sus menos. ¡Quién sabe las veces que lo habré leído!

Veo que en la falsa portada anoté "4to. grado". ¿Cuándo? Y sí, puede ser. A esa altura de mis años -cuando estaba en 4to.- leía de más, porque inauguraba la renguera.

Veo también -ahora veo, no creo que antes- que tiene un cierto equilibro elegante entre gramática y literatura. En general, los textos son bastante buenos, aunque varios autores son de los que figuran en el panteón normalista. Y así se rastrea fácil por dónde viene tanta zoncera.

Me hizo gracia leer una nota que hay debajo del seudónimo Jerónimo del Rey, que firma Zorzalito, una de sus fábulas camperas, incluida allí:

Jerónimo del Rey es el seudónimo de un escritor argentino contemporáneo, profesor de filosofía y ensayista. Los personajes de sus fábulas en prosa de su libro "Camperas" son animalitos de nuestra América.
Es raro en eso el libro: al lado de los que tienen que estar hay unos cuantos que no deberían estar. Y tal vez lo sabía el autor.

Tiene muchos versos y algo de poesía. Por ejemplo, siembra refranes y coplas en los finales de los ejercicios o lecciones:

Lo que me pasa contigo
no lo puedo comprender;
pues yo me veo en tus ojos
¡y tú no me puedes ver!

(...)

No pienses que yo te quiero
porque te miro a la cara;
que muchos van a la feria
por ver, y no compran nada.
O ésta, que me gusta mucho más:

Es piedra que se echa a un río
el querer que puse en ti:
que llega al fondo, se clava
y ya no vuelve a salir.
O este gracioso epigrama de Quevedo, conocido:

Doctor Don Juan Pérez de Montalbán

El doctor tú te lo pones;
el Montalbán no lo tienes;
con que, quitándote el Don,
vienes a quedar Juan Pérez.

Como ejemplo del uso de que como conjunción copulativa, el autor copia este fragmento del poeta y revolucionario cubano José Martí, que si lo hubiera leído a tiempo el Che, se (nos) ahorraba una ponchada de cosas...

¿Quién es el ignorante que mantiene que la poesía no es indispensable a los pueblos? Hay gentes de tan corta vista mental, que creen que toda la fruta se acaba en la cáscara. La poesía que congrega o disgrega, que fortifica o angustia, que apuntala o derriba las almas, que da o quita a los hombres la fe y el aliento, es más necesaria a los pueblos que la industria misma, pues ésta les proporciona el modo de subsistir, mientras que aquélla les da el deseo y la fuerza de la vida.
Aunque, pensándolo bien, tal vez sí lo leyó y la ponchada de cosas que hubo, vienen de eso mismo, precisamente. Lo que debe ser cierto es que yo debo haberlo visto por entonces: y de ahí me viene, seguro, el que no me haya hecho industrial o ministro de Industria. Seguro.

Hay otras cuantas cosas.

Pero hay una que se me apareció de pronto -tan luego ahora...- en las páginas 65 y 66, y que de veras me dejó pensando.
Mi patria la del trigal

Estoy mirando tus trigos
desde que aprendí a mirar.
Ya las niñas de mis ojos
son pura lumbre trigal,
mi lirismo es trigo alado
que emana harina lunar,
y el trigo nombro si quiero
nombrar mi argentinidad.
¡Soy casi una espiga tuya,
tierra mía del trigal!
Por eso en los simples surcos
de un romance mi cantar
brota sencillo en tu elogio,
casi trigo y casi pan.
Tu trigo, detrás del hambre,
tu trigo va por el mar;
va hacia los hombres sin trigo
y va en el nombre del pan.
Tu trigo va por la tierra;
detrás de tu trigo, el pan.
¡Qué Dios tu suerte proteja
y la conserve trigal,
oh constelada de espigas
que al mundo dorando estás!
¡Que Dios tu harina prefiera
para su blanco sayal!
¡Que Dios en tu mies ensaye
su gran silencio de pan!

Ana María del Pinar

Varias cosas podrán decirse de estos versos, que son buenos versos, a mi gusto. Cosas de historia del país, cosas de políticas y sociologías, incluso.

Pero hay que recordar ahora mismo aquello que ya dije: en la bifurcación entre industria y poesía, seguí de largo.

Porque, leyendo el poema, me quedé pensando en cómo se las van arreglar los verseadores para rimar soja, poroto, yuyo, colza, Chicago, jojoba, 4x4, siembra directa, glifosato, Aduana, D'Elía, pool, Nidera, Cargill, Randazzo, De Angeli...

Un lío lírico, mire lo que le digo.

Otro más.

domingo, 22 de junio de 2008

Lianas (XI)

Tal vez dije alguna vez al pasar que, hace unos cuantos años, tuve una conversación con un yanqui.

El quídam –financista él mismo- era algo así como miembro de una especie de fideicomiso, formado por exalumnos universitarios que se habían reunido para aportar dinerillos personales que permitieran sostener iniciativas culturales y ofrecérselas a su alma mater, una universidad católica de los States. Era un católico de origen irlandés, residente en Nueva York: “No somos intelectuales, somos todos profesionales, hombres de negocios. Pero creemos que de este modo, le devolvemos algo de los que nos dio...”

Alguien me había pedido que me viera con este sujeto porque, entre otras cosas, buscaba gentes que enseñaran –allá, eso sí...- cosas literarias de Hispanoamérica. Acepté a regañadientes, un poco bastante por curiosidad, otro poco porque la negativa era un desaire innecesario al tercero en cuestión.
ver


El caso es que el viajero venía de una gira por toda la espina de los Andes, por donde había estado comprando todo lo que pudiera -y no debía- de arte barroco americano: se lo llevaba para allá, claro. En la Argentina, por ejemplo, quería comprar –además de gente- recervorios literarios de Borges, Lugones y otros.

Ni que pintado, me hizo acordar a lo de Chesterton, cuando decía en “What’s Wrong with the World”:
Me doy cuenta de que la palabra “propiedad” ha sido contaminada en nuestro tiempo, por la corrupción de los grandes capitalistas. Si escucharan lo que se dice, resultaría que los Rothschild y los Rockefeller son partidarios de la propiedad. Pero es obvio que son sus enemigos, porque son enemigos de sus limitaciones. No desean su propia tierra, sino la ajena... El hombre que siente la verdadera poesía de la posesión, desea ver la pared donde su jardín se encuentra con el de Smith, el cerco donde su granja se encuentra con la de Brown. No podría ver la forma de su propia tierra hasta que no vea la de su
vecino. Resulta la negación de la propiedad que el duque de Sutherland tenga todas las granjas de su condado, como sería la negación del matrimonio que tuviera todas nuestras esposas en un harén.

Hablamos poco tiempo del motivo oficial del encuentro. Contó con muy cuidados e inocuos pormenores su periplo y las intenciones de su periplo y los planes culturales que tenían “para Latinoamérica”. El motivo fundamental de semejante barrida continental, según sostuvo con pena globalizada y condescendencia paternal, era que nosotros no podíamos y no sabíamos cuidar las cosas valiosas que teníamos y por eso mismo no las merecíamos. Y ellos sí, claro. Después de todo, allá iban a estar seguras y bien mantenidas, y si alguno quería aprovechar esas riquezas, que fuera allá, y las aprovechara allá, qué joder...

No sé por qué me recuerda esto ahora algo que suele decir un viejo compañón y que traduzco así: “Hay decadencias y decadencias y no todas las decadencias son iguales y dan lo mismo. Decadencia por decadencia, preferiría pasarla donde siquiera haya alguna ventaja. Acá, tenemos las desventajas dobles: además de decadencia, hay mediocridad y malaria...”

Qué sé yo, mire. Podrá ser una ocurrencia relativamente graciosa, y hasta puedo entender qué quiere decir. Incluso hasta puedo conceder que decadencia con tren bala y con confort y con las cosas que anden bien y a horario, suena en principio mejor y más cómoda que una decadencia miserable con cartoneros, baches, piquetes, fritangas y todo mal alrededor. Sí, entiendo. Pero me parece que eso no está del todo bien. Y hasta medio tilingo, y sin medio, al final de cuentas. Me suena a cipayismo literal. Y me recuerda ahora (de liana en liana) aquella novela (después película también) sobre un tal Mister Johnson, un joven nativo nigeriano enamorado del imperio británico, a comienzos de los años ’20.

El imperio iba perdiendo ya sus luces, es verdad. Pero el pobre negro –que era apenas un poco más instruido que sus vecinos de choza- no se había enterado de eso y quería igual ser inglés a toda costa, y más inglés que los ingleses que ya estaban un poco cansados de hacerse los ingleses; y tanto quería eso el pobre tipo que llegó hasta el ridículo de hacer lo imposible por comprarse y lucir, con sombrero de corcho y todo, un terno de hilo blanco so british, claro. Cosa que logró al fin, para su felicidad y gastando lo que no tenía. Eso sí, lo usaba descalzo, claro...

Entonces, ¿qué? ¿A lo propio, sin mezcla de extranjis? ¿Abrazarnos a nuestras miserias y bellaquerías porque son ‘nuestras’? ¿Culto supersticioso a nuestras tipicidades? ¿Sacar a relucir, con orgullo fingido de falsos descendientes de los originarios, el taparrabos y la lanza? ¿O encorvar jinetescamente las piernas y cubrirlas orondos con unas bombachas de campo (de marca y con guarda pampa, mejor, pero las Pampero, sirven también...), para sacar pecho patotero de gauchidad?

No creo, mire. Tampoco eso. No hace falta ponerlo todo en clave de oposición dialéctica. Por otra parte, ¿de qué valdría un disfraz si es un disfraz? El pobre Johnson no fue un gramo más inglés que lo que nunca fue, por más que se cubriera la cabeza con su bonito y blanco corcho colonial. Y un argentino bien puede disfrazarse de gaucho.

No, mi amigo. Pero además, y como dijo no recuerdo quién, no es de bien nacido dejar tirada a la madre porque se ha vuelto decadente y pa’ pior fea, pobre hasta la miseria y vieja, borracha y derrengada de fracasos, rodeada de vivillos con inmejorables intenciones y caras de tiburón, o asaltada por malandras y manipulada por horteras y hasta corrompida por sus propios vicios.

En fin, sigo.

La conversación con el yanqui fue larga. Me quedó la impresión de que la mayor parte del tiempo se jugó un juego muy civilizado de guerra a muerte. Quedó claro también, más o menos a los diez minutos de empezar, que no nos pondríamos de acuerdo en casi nada, ni siquiera en el motivo inicial de la conversa.

Hacia el final de todo, que duró unas dos horas, el sujeto sentenció con frialdad algo fingida: “... Sí, entiendo lo que usted dice: pero también nosotros tenemos 'allá' algunos radicales que dicen algo parecido a lo que usted dice...”

¿"Radicales"? No me imagino que para él hubiera algo más peligroso y deleznable que eso, y supongo que a la palabra habría que entenderla en su sentido original, más que en su sentido ideológico y agonal, que es más escandaloso, pero menos interesante. Como si el tipo hubiera dicho: “hay en lo que usted dice una 'raíz' que no me gusta ni medio...”

¿Qué fue lo que lo obligó a irse a la banquina y a salirse del medido y cortés pas de deux que veníamos bailando?

Vaya a saber. En realidad, me parece que fueron dos cosas.

La primera vino al final de una retahíla optimista de nuestro expedicionario cultural. Era el mito del progreso pero proclamado con jugosos ejemplos internacionales desde Panamá a Singapur, con entusiasmo de ciudadano del cosmos, productor de riquezas sin cuenta, organizador del trabajo y de la felicidad en el entero mundo, todo con displicencia y patronizing, valga la redundancia.

Optimista y amenazante, digámoslo así, según su advertencia acerca del futuro obligatoriamente dorado: “Ustedes (estábamos al final de los ’90 y se refería a los argentinos, en general, y a los argentinos reticentes, en particular) no saben lo que se está armando en el mundo, no se dan una idea del mundo maravilloso y de oportunidades que se viene y lo espantoso que será quedar afuera de ese mundo...”

“Sí, realmente espantoso va a ser estar afuera de lo que se viene...”, dije con una leve ironía que no entendió, creo, porque era fogoso su arrebato místico, con la visión de la cornucopia del presente ya casi desbordando hacia mañana.

Cuando me tocó otra vez el turno, conmovido por lo que su discurso tenía de amenazante y optimista, solamente se me ocurrió decirle que, pese a todo lo que había augurado, algo muy importante, y que podríamos llamar ñoñamente espiritual, andaba mal en medio de todo lo que profetizaba, porque no era un secreto que el status spiritualis de semejantes sociedades desarrolladas tenía un déficit notable, y no hay que decir en primer lugar que de religiosidad pero sí de sentido, de alegría. Que el progreso de la ciencia y la técnica no iba parejo al mejoramiento de cosas más humanas que la ciencia y la técnica. Y que había un superávit no menos notable de decepción y de non sense. De indiferencia y de crueldad. De confort y angustia. Y de una cosa por la otra. Todo organizado y pulcro, todo previsible y bonito, la gente paga impuestos y no cruza la calle sin el permiso del semáforo. Tienen sus cosas, claro, como todo el mundo, pero se respetan las reglas de juego. Y las cosas allá ‘funcionan’. Claro.

Aun todo esto estaba dicho con la salvedad de que no era excluyente que eso pasara en sociedades desarrolladas según el molde capitalista, pero era claro que en las sociedades capitalistas finalmente todo funciona bien menos una cosa, incluso aunque esa cosa no falta en el menú, incluso aunque sobra variedad y calidad de esa misma cosa en el menú.

“Efectivamente, eso es así...”, concedió en un español pulcro y tajante, porque según recuerdo no se preocupaba en lo más mínimo por disimular el acento de origen: hablaba español con suma corrección, pero se me ocurrió pensar que lo hacía por razones prácticas.

“Tenemos un déficit en ese rubro, pero ya lo vamos a resolver...”, liquidó la cuestión como quien estudia un balance y detecta una pérdida algo crónica ya, pero que no afecta el superávit de la compañía, porque el resto de los rubros dan una ganancia tal que o hace olvidar la pérdida o permite ponerse a ver con cierta comodidad si acaso se podría hacer algo para mejorar ese ‘departamento’ algo díscolo, que todavía no está dando resultados.

La segunda cosa vino casi inmediatamente después y apuntaba a su optimismo progresista respecto del futuro. Con un poco de insolencia lo desafié a que recordara literatura o cine de anticipación o futurista, fantaciencia, ciencia ficción o como quiera llamársele, que tuviera el talante gozoso y optimista, la bonanza y el glamour, que él profesaba con fe inarrugable.

De dónde les viene a los escritores y guionistas esa sensación de amenaza y de catástrofe y de descalabro futuros. No importa si el autor es progresista o no, el producto siempre tiene características similares: desastre apocalíptico. Falta de combustibles, ciudades semihabitadas o asediadas por bandas de mutantes hijos de los toqueteos genéticos o dominadas por mafias que acaparan alimentos o energía, un mar de enfermedades cósmicas hijas de la perversidad de los científicos que experimentan con armas nuevas o con remedios nuevos, paisajes lunares secuela de incendios nucleares, perversidades, manipulaciones, deformaciones, implacabilidades, escombros, vilezas.

Seguramente, con el impulso de un entusiasmo descomedido, el relato que hice tiene que haber sido un poco espantoso y exageradamente sazonado de ejemplos, saltando desde Mary Shelley, Stevenson y Wells a la fecha: toda suerte de autores, editados por toda clase de editoriales o promovidos por cualquier clase de estudios cinematográficos, habitantes todos del glorioso mundo que él anunciaba, vecinos suyos, digamos. Tiene que haber sido molesto oír enumerar títulos de novelas, cuentos, películas, series, comics, sin encontrar ni una sola obra que imaginara lo que el progreso promete u obliga a creer que pasará, sino que todas hablan en el mejor de los casos de lo mismo pero en sentido contrario.

¿Por qué esa percepción de que lo tan bueno se vuelve tan perverso? ¿Por qué resulta que la imaginación del arte, o de lo que haya de arte en esas imaginaciones, no dice lo mismo que dicen los sacerdotes de las maravillosas oportunidades? Y tanto más habría que preguntar por qué cuando los que imaginan tales cosas no son los que están afuera de ese mundo pingüe, sino precisamente los que viven en él y ‘gozan’ de él. ¿Se quejan de llenos y aburridos?

Si acaso la técnica o los negocios globales crean un mundo bruñido y fabulosamente automático, con la fascinación que les causa a los modernos la robótica, y que los edificios sean inteligentes o que los ascensores te llamen por tu nombre o que las cafeteras te traigan el café a la cama, ese mundo sin embargo se vuelve en los relatos que hay disponibles algo no importa si ascéptico y reglado o sucio y caótico, pero siempre esclavizante o cruel, inhumano. Y como tales obras suelen transitar más bien la épica, siempre aparece algún héroe (o antihéroe), alguna resistencia individual o colectiva, al servicio de una causa: terminar con semejante pesadilla.

Recuerdo que hice incluso la salvedad de que lo que en general se postula en esas obras para que ocupe el lugar de lo que se combate con esas cruzadas antifuturo y antiprogreso, no me gustaba demasiado tampoco.

Dio igual.

Al final de la exposición –y con ella, casi el final del apaciblemente belicoso encuentro- fue que el tipo me llamó zurdo.

Y ahora que lo pienso, me parece que eso pasó porque, casas más o menos, lo único que le dije o quise decirle desmañadamente, fue que en este valle las cosas eran de tal modo que, para que la vida del hombre fuera vivible buenamente, tenía que haber sal y calor en el mar.

jueves, 19 de junio de 2008

Lianas (X)

- Se me ocurrió una especie de tipología. Y a ver qué le parece, porque creo que además no está del todo mal para recordar una cosa que no debería olvidarse.

- ¿¡....!?

- Lo que quiero decir es que tal vez podría ser útil prestarle alguna atención a la circulación termohalina en los mares del mundo.

- ¡Zápate! Ya sabía..., ¿no te digo? Es lo que llaman ‘fatiga de combate’ o 'estrés de lectoescritor'... Le venía viendo ya que algunos caramelos le faltaban al frasco y ya me parecía a mí que al tipo se le venían soltando algunas tejas en el techo...

- No, mi amigo, no... Al menos, no por eso que digo ahora. Un poco de paciencia, viejo, que ya va a ver lo que quiero decir...

¿Se acuerda de la película "El día después de mañana"? Fue uno de esos inventos ‘apocalípticos’ que cada tanto larga el cine. Hizo bastante ruido en 2004 cuando apareció, con su tremendismo y sus efectos especiales.

El asunto era éste: uno de estos típicos científicos antisistema descubre que la cantidad de calor y sal en las corrientes marinas está enfriando súbitamente el planeta, cosa que al fin ocurre mucho más rápidamente que lo previsto y desencadena una catástrofe climática con sus consecuencias impresionantes.

Dejemos de lado todo lo demás que dice el filme –que no es gran cosa- y vayamos a la circulación termohalina, que es el hilito que me sirve como si dijera de tipo para hablar sobre su antitipo, o sus antitipos, porque podrían ser varios.

ver


La circulación termohalina, entonces, como figura y emblema material y ocasión para aplicarla a otros asuntos no tan materiales.

Y para empezar le digo que ‘termohalina’ es una palabra compuesta de otras dos de origen griego que significan calor y sal: thérmee y hals.

Resulta que aquella película tomaba un punto verdadero y con eso montaba un espectáculo que obviamente no pocos científicos impugnaron por estrambótico y a la vez simplista o porque, según otros dicen, no es así como pasarán las cosas llegado el caso.

En fin, tanto me da a mí, porque no estoy hablando de oceanografía física.

- ¿Y para qué lo menta entonces...?

- Es que, precisamente, en lo que sí acuerdan todos es en un punto (científico, digamos) que es lo que da ocasión para que la imaginación del argumentista, guionista y director dispare todo el espectáculo hollywoodense. Y a mí me da ocasión para este comento.

Porque, efectivamente, la presencia de calor y sal en el mar influye en la circulación de las corrientes marinas todo alrededor del planeta. Y lo que es más importante todavía: esta misma circulación del mar a su vez influye, junto con otros factores terreno-astrales –como las mareas, los vientos, la humedad de la superficie, la radiación solar-, para hacer del clima terrestre algo vivible para el hombre.

Muy bien.

En las corrientes marinas, la combinación de agua salada y dulce con sus correspondencias de agua fría y cálida, debe ser tal y en tales condiciones que, circulando por los mares de este mundo, esas corrientes ayuden a evitar y a moderar tanto los rigores gélidos de edades glaciales, como las angustias sofocantes de desertificaciones tórridas.

Todo el impresionante asunto real entonces, simplificando pero no mucho, depende de cuánta sal y calor haya en el agua del mar.

Ahora bien.

A partir de aquí, tiene el soberano derecho a tacharme de lo que más le guste. Que para eso sirven también tiempos como éstos: para sacarse las ganas.

Pero, la verdad es que, con sólo esos tres elementos relacionados, tal y como lo están en la pura y dura realidad, se me hace que ya tendría para un festín simbólico o tipológico y no para hablar de simbología sino de política, por ejemplo.

Bastaría con asignarle a cada uno de estos tres elementos el significado más frecuente que les asigna la Escritura a la sal, al calor y al mar.

Con sólo eso se podría decir, ahora tipológicamente, que sin la sal y el calor que debe tener, y en la medida y calidad que le es menester, el mar se vuelve o puede volverse, por decirlo así, inhumano y entonces enemigo de la vida humana; como podría decir incluso que sin esa presencia de sal y calor en el mar, la vida del hombre se hace penosa y hasta invivible sobre la propia tierra, asignándole ahora también a tierra el significado que habitualmente le asignan las Escrituras.

Y se vuelve más rica todavía esta tipología ad hoc si se suman algunos elementos muy importantes y que de veras intervienen en todo el asunto: los astros o los vientos. Porque allí está la luna con su influjo por ejemplo sobre las mareas, como allí está principalmente el sol con su incidencia capital sobre la vida, con sus radiaciones y su calor y la respectiva incidencia de ambas cosas sobre el mar y sobre la vida tanto en el mar como en la tierra.

Sol y luna, sal, calor, mar, viento y tierra. Ni más ni menos.

Creo que bien se entiende, pero tengo que repetirlo hasta el cansancio: no estoy hablando de oceanografía o astrofísica.

- Eso lo entendí más o menos y lo demás, también, más o menos. Ahora, y para empezar, ¿dónde está eso en la Escritura, que usted dice?

- En muchas partes, si se fija. Pero, por lo pronto, las dos cosas principales están en dos lugares que me parece que aplican en este asunto sin demasiado esfuerzo. Por ejemplo, en aquello de que "vosotros sois la sal de la tierra", que está en el capítulo 5 de san Mateo. O en aquello otro que dice: "he venido a traer fuego a la tierra y ¿qué quiero sino que arda?", que está en un pasaje de san Lucas, capítulo 12, versículo 49.

- Hasta ahora, y supongamos que se lo concedo, tenemos la sal y el calor, que viene a ser el fuego ése que dice ahí. Pero, ¿y el mar?

- En ‘la tierra’, fíjese. Porque esa ‘tierra’ es ‘el mar’.

- Ah..., bueno. Y entonces el cielo es la tierra, y así... No, mi cuate, así no vale...

- Espere, don, espere, que algo de razón tiene. Porque fíjese que, habitualmente, cuando las Escrituras hablan de ‘mar’ simbólicamente, se refieren a este mundo o al tiempo de la historia en este mundo. De allí, por ejemplo, que la Iglesia sea una ‘barca’ y los apóstoles ‘pescadores... de hombres’, en el ‘mar’, precisamente.

En los dos textos que le mencioné, ‘tierra’ no está dicha figurada sino veramente: lo terreno, el hombre aquí en la tierra; es decir lo mismo que se quiere decir cuando se dice ‘mar’ en sentido figurado. Como si hubieran dicho los textos: "sois la sal del ‘mar’" o "he venido a traer fuego al ‘mar’".

Ahora bien, por otra parte, cuando en las Escrituras se dice simbólicamente la tierra, o la Ciudad, o la Patria o el Reino, se hace referencia figurada al mundo espiritual, y aun a la eternidad o al Reino de los Cielos o al mismo Cielo.

- Muy interesante, vea, y bastante complicado, para qué lo voy a engañar... Pero, digo yo, ¿cómo hace para calzar todo ese asunto con las cosas que vienen pasando o con esa cuestión de la derecha e izquierda, entreveradas en estos balurdos de hoy día?

- Y, sí. Reconozco que quizás haya que armarse de un poco paciencia, o someterse a cierta disciplina y entornar tantico los ojos para seguirle el hilo a esas cosas. O no someterse a nada, claro. Ni falta que hace.

Pero me parece que, puestos a ver, son varios los modos de relacionar estas cuestiones.

Por ahora sólo le digo el primero y más general, y casi obvio.

Creo que no hay duda de que asuntos más inmediatos y próximos, dependen de asuntos más alejados y menos conocidos o, al menos, poco advertidos o menos considerados. Como algunas cosas que nos son bien inmediatas dependen de la remota presencia de sal y calor en el agua del mar.

Y tengo que repetirlo: no me interesa en absoluto ahora la cuestión natural o ecológica en cuanto tal, que por el momento me sirve solamente de ejemplo u ocasión.

Veamos, por caso: la cantidad de agua dulce de un pedazote de hielo desprendido de Groenlandia o del casquete ártico o de la Antártida, que salga a navegar y se disuelva en la Corriente del Golfo, por ejemplo, termina o puede terminar haciéndole la vida más difícil a un peón de chacra en Monte Maíz. Dicen los que saben que una descompensación en la cantidad de sal y calor podría detener la corriente que sirve para templar el mundo y de ese modo ocurriría que el propio mundo se volviera más áspero y hostil para la vida del hombre.

Claro que ese pedazote de hielo podría desprenderse y causar descalabros cósmicos por razones naturales, en las que el hombre no haya incidido en absoluto, como dizque ocurrió miles de años ha y tantas veces. De hecho, el planeta vivió épocas glaciales y desérticas sin que tuvieran la culpa de eso los gases y humos de las chimeneas o los glifosatos.

El asunto se pone de veras bien interesante cuando es el hombre el que incide en los descalabros y más interesante todavía cuando se miran con atención las razones por las cuales obra como obra, incidiendo a conciencia en los descalabros. Y no se habla aquí -¿ya se lo dije, no?- ni sola ni principalmente de los descalabros climáticos en cuanto tales.

Podría ser el hombre el que hiciera, por acción u omisión, que faltara sal y calor en el mar.

Y entonces, ahora hablando tipológicamente, podría decirse que la falta de sal y de calor en el mar, también produce descalabros y que estos descalabros son más graves, hondos y serios que los que podrían despepitar por ejemplo a los salvadores de ballenas, a los adoradores de la Pachamama o a los guerreros del Arco Iris.

Y le digo más: ni la derecha ni la izquierda están libres de ese peligro, por ser derecha o izquierda. Y más todavía: hasta cierto punto le diría que por motivos peculiares de cada una, la izquierda y la derecha son bien capaces de producir en el mundo sus peculiares descalabros, haciendo que la sal pierda su salazón o que el fuego no arda en el mar de este mundo. Ninguna de las dos se salva de eso. Cada una por lo suyo.

Básicamente, todo esto quiere decir que también -insisto: también- hay que mirar lo más alto –o lo más hondo- para entender el sentido de lo más bajo –o de lo emergente-; y hasta hay que mirar de ese modo para darle remedio - o tratar de dárselo, cuando menos- a las cosas de este mundo que están a nuestro alcance o dependen de nosotros.

Pienso que desarrollando un poco este modo de entender las cosas, podría entenderse tal vez un poco mejor qué está pasando y por qué, tanto como podría entenderse qué es lo que queda representado en eso que llamamos izquierda y derecha. Porque, dicho sea de paso, creo que cualquiera sabe que lo que se llama derecha o izquierda es bastante más que elegir un color o una cantidad de consignas o gestos.

Hace unos años, empecé esta bitácora dedicándole algunas penosamente extensas páginas al asunto de la naturaleza tanto de la izquierda como de la derecha. Estoy seguro de que aquello era –como no podría ser de otro modo- una aproximación. Y se ve que así lo entendí, porque en los años siguientes seguí hablando de esas cuestiones de una manera u otra, abordándolas de modos distintos y en ocasión de cosas muy distintas.

Todos estos asuntos de estos últimos tiempos dan ocasión para seguir mirando la misma cuestión, siempre pensando que, aunque las palabras inmediatas sean derecha e izquierda, las cosas últimas son las que importan; como estoy seguro además de que, respecto de esas cosas últimas, izquierda y derecha no son ni el objeto último a contemplar ni el punto final del análisis, sino apenas un comienzo.

Tan ‘endemoniadamente’ confuso y vertiginoso está el mundo, hoy por hoy, que este intento de ver estas cosas con cierto detenimiento y algo de paciencia se hace difícil; y produce una fatiga inmensa no solamente en el que trate de hacer el esfuerzo, sino en el que, con paciencia y lo que tenga de buena voluntad, quiera seguirle el tranco.

- Pero, dígame la verdad: ¿hay que dar toda esa vuelta para hablar del asunto o para entender las cosas?

- No, al menos no necesariamente. Pero en parte conviene, me parece.

Además, ¡qué remedio!

Si tuviera otra cosa que hacer y si supiera otra forma de hacerlo, eso haría.

Mientras tanto, me ocupo de ver la sal, el fuego y el mar, y el viento y la tierra y la luna y el sol.

Y eso también para ver si así entiendo mejor los discursos, los decretos, el lock out, y a la izquierda y a la derecha. Y a la Argentina. Y todo lo demás.

Porque, finalmente, mi amigo, no se olvide: los símbolos no suben sino que bajan.

sábado, 14 de junio de 2008

Gilbert

Este fragmento del Salmo 16 -aunque algo distinto al original, porque está adaptado a la liturgia- es el que corresponde a las lecturas de este sábado.
Guárdame, oh Dios, en Ti está mi refugio.
Yo digo a Yahveh: "Tú eres mi Señor, mi bien, nada hay fuera de Ti";
Yahveh, la parte de mi herencia y de mi copa, tú mi suerte aseguras;
Bendigo a Yahveh que me aconseja; aun de noche mi conciencia me instruye;
pongo a Yahveh ante mí sin cesar; porque Él está a mi diestra, no vacilo.
Por eso se me alegra el corazón, mis entrañas retozan, y hasta mi carne en seguro descansa;
pues no has de abandonar mi alma al šeol, ni dejarás a tu amigo ver la fosa.
Y termina diciendo:
Me enseñarás el camino de la vida,
hartura de goces, delante de tu rostro,
a tu derecha, delicias para siempre.
Se me hace que bien pudo haberlo proclamado a media voz Don Gilberto, un poco antes de presentarse ante su Refugio, un día como hoy, cuando en este valle corría el año de 1936.

Sé que ahora él ya sabe, además.

Y me alegra pensar que él sabe ahora lo que nosotros esperamos saber un día.

Mientras, me parece, nos acompaña con estos versos, que prueban que él sabe.
A Hymn

O God of earth and altar,
Bow down and hear our cry,
Our earthly rulers falter,
Our people drift and die;
The walls of gold entomb us,
The swords of scorn divide,
Take not thy thunder from us,
But take away our pride.

From all that terror teaches,
From lies of tongue and pen,
From all the easy speeches
That comfort cruel men,
For sale and profanation
Of honour and the sword,
From sleep and from damnation,
Deliver us, good Lord.

Tie in a living tether
The prince and priest and thrall,
Bind all our lives together,
Smite us and save us all;
In ire and exultation
Aflame with faith, and free,
Lift up a living nation,
A single sword to thee.

Gilbert Keith Chesterton

jueves, 12 de junio de 2008

Lianas (IX)

Tengo dos noticias.

Como manda el canon, una es buena y la otra no tanto.

La buena es que el síndrome del exilio me hace extrañar la patria a más no poder y las tripas me piden dar la vuelta.

Hace tres meses largos que –autoincriminado y será que pagando quién sabe cuáles deudas- me condené a tratar asuntos de la polis por tiempo indeterminado, con accesoria y costas, lejos de casa.

Y lo cierto es que ya tengo ganas de ir rumbeando de nuevo pa’l pago, con la sentencia mal que mal cumplida, se me hace.

No creo que sea verdad aquello de que uno se va para poder volver. Pero es verdad que con gusto se vuelve al pago, vea usted.

¿Y por qué volver al pago? Pues porque hay cierta política-política, en un sentido muy claro y preciso, que no es mi hogar del todo, y menos lo es –espero tremante- la política de mierda. Y no que le haga asquillos a mancharme los zapatitos blancos que no tengo, porque ha de saber usted que profeso una religión que dice que lo que mancha es en todo caso lo que sale y no tanto lo que entra.

Lo que pasa, al fin de cuentas y puesto a ver y releer, es que creo que, en primero, casi todo lo que tenía para decir, fue dicho. Y en segundo, querría hablar de otras cosas. O tal vez de las mismas, pero de otra suerte.

Después de todo, mi estimado, ¿cuándo no estamos hablando de política o de religión? ¿O cuándo es tan política la política o tan religión la religión que no tengan, por ejemplo, una habitación para la belleza y viceversa? El día que sea así, habrá que sospechar de la política o de la religión. Y hasta de la belleza. El día que el bien se divorcie de tal manera de lo bello y viceversa, el día que a lo verdadero tengan que amputarle tanto del bien o de la belleza y así, algo monstruoso habrá pasado y como a un monstruo habrá que considerar lo que de ello resulte. Y aún así con misericordia habrá que tratarlo, sí. Pero será con toda la misericordia con la que se trata a un monstruo por ser tal; sin olvidar que algo así no es conforme a su naturaleza, que es lo que ‘monstruo’ significa. Y por lo mismo y en lo que se pueda habrá que ver de volverlo o ayudar a volverlo a su natura, claro.

Y pueden volverse así de monstruosas la política y la religión: con el bien, lo bello y lo verdadero guerreándose en sus entrañas, en guerra a muerte tantas veces.

No se olvide, señor mío, que para que esas tres cosas estén unidas todo lo que pudieren estarlo y para que en ellas se unan los que son muchos, es que existe la polis. Y la política.

Y por supuesto que se entiende que sea tan pero tan difícil realizarlo en este mundo sublunar, donde todo tiene esa injertada simiente centrífuga que se empeña en dividir lo que en un principio -y en la raíz- está unido (aunque aquí y ahora tan tironeado y tan doliente), tanto como se empeña esa mala semilla en dividir ahora aquello que al final estará de nuevo pacíficamente íntegro, mal que le pese.

Comentar un poema puede ser tan político o religioso como se quiera, visto de este modo. Y debería serlo, fíjese. Como tampoco se puede comentar del todo bien un discurso o una medida de gobierno sin atender a cuánto de bien y verdad -y hasta de belleza, sí- llevan.

Así como todo lleva por origen un germen de unidad amorosa, así también las cosas, mi amigo, llevan por origen un germen de esa trinidad, y de unidad en esa trinidad, un germen del que no pueden deshacerse tan fácilmente, y acaso no pueden nunca del todo. Todas las cosas son hechura trinitaria y es huella de esa trinidad el bien, la verdad y la belleza que llevan y que sean capaces de multiplicar.

Por otra parte, a qué engañarse, estoy seguro de que si se me da por volver -como si dijera en una semana o en un año- a tratar asuntos del foro, habrá poco más o menos lo mismo en las góndolas: de estas cosas tratadas en estos días nunca hay desabastecimiento y raramente salen productos tan novedosos, además. Bien mirado el asunto, son ventajas que tiene el curso espiraloide de la historia, ventajas de la carrera helicoidal que permite viajar por el tiempo con lo mismo pero distinto, de principio a fin.

Me alienta, claro, otra cosa.

Oigo un no audible -pero, en mi perspicacia, sonoro- '¡por fin, viejo...!', un '¡ya ahueque, caballero...!', un '¡finishela, che...!', un '¡terminála, macho...!', todo a coro, mudo, multilingüe y en alborozo, que me les está diciendo al corazón y a los dedos que pulsan esta bitácora, que mejor soltar velas y teclas con otros rumbos. Y es el caso que el corazón y los dedos de un servidor dicen con júbilo unánime: '¡Amén, amén!'. Lo que no es garantía ninguna de que tecleando sobre otras cosas mejore lo presente.

Ahora bien.

La noticia no tan buena es que, antes de abandonar la polis, me queda por pulsar una prometida cuerda más.

Pero aquí el fatigado leedor puede descansar, bien merecidamente, antes de la última estación.

Porque se me hace que lo que falta, en el mejor de los casos, puede ser tan tedioso como lo que ya fue.

Aunque nos alivia a todos saber que con ello se cierra la serie.

miércoles, 11 de junio de 2008

Lianas (VIII)

¿Cómo se puede reclamar la nacionalización del petróleo cuando la lucha que se despliega es contra una medida progresiva de índole impositiva? ¿Cómo se puede llamar a la lucha contra la pobreza con aliados que expresan las capas más tradicionales de las clases dominantes? Algo ha sucedido en los vínculos entre las palabras y los hechos: un disloque. Los símbolos han quedado librados a nuevas capturas, a articulaciones contradictorias, a emergencias inadecuadas. Ningún actor político puede declararse eximido de haber contribuido a esa separación. Las situaciones críticas obligan a preguntarse qué palabras les corresponden a los nuevos hechos. Entre las batallas pendientes en la cultura y la política argentina, está la de nombrar lo que ocurre con actos fundados en una lengua crítica y sustentable. Sin embargo, hoy las palabras heredadas suelen pronunciarse como un acto de confiscación. Cualquier cosa que ahora se diga vacila en aportar pruebas de su enraizamiento en expectativas sociales reales. Parece haber triunfado la “operación” sobre la obra, el parloteo sobre el lenguaje.
Son 7 páginas a cuerpo 12 y doble espacio. Obra de intelectuales, claro. Un "colectivo", dicen.

Insufrible: jerga y jerga y más jerga, argot para iniciados. ¡Y qué mal se sienten los progresistas si no hablan en su dialecto! ¡Y ni siquiera son originales en eso! ¡Hay otros que también tienen sus santo y seña para identificarse e identificar a primera vista a sus pares y si no dicen las palabras mágicas no se sienten seguros!

Pero, está bueno. Hay que leerlo (no, m'hijo, no: usted no..., usted deje, usted está para otra cosa...) y darse cuenta qué significa que la revolución empieza por el lenguaje.

Nada nuevo.

¿Leyeron los Diálogos de Platón? ¿Se acuerdan del esfuerzo de Sócrates por alumbrar el sentido de las palabras, arrancando de las palabras para llegar a las cosas pasando por la concepción intelectual de las cosas? ¿Se acuerdan de l'Encyclopedie como prolegómeno (linda palabra, justa...) de la Revolución Francesa y su esfuerzo por redefinir los términos? ¿Y hasta de los esfuerzos de Lunacharski avalados por Vladimir Illich para cambiar incluso el propio alfabeto ruso y su caligrafía, además del diccionario?

Por eso: no es una novedad ni una excentricidad genial de la izquierda o el progresismo o de los 'modernos'.

Las palabras son signos de los conceptos y los conceptos son signos de las cosas: esa es la antiquísima matriz de todo el asunto, que ahora les lleva 7 insoportables páginas a los 1.500 señores del 'colectivo' en esta carta fundacional.

Y al revés vale también: hay que hacer palabras tales que lleven a pensar tales ideas que representen tales cosas. De modo que cuando se digan determinadas palabras sólo se piense en tales cosas y se represente uno tales cosas. Y ésas, y sólo ésas, sean las palabras para ésas cosas.

¿Y de qué se quejan esta vez, lloriqueando como hacen habitualmente? De que una 'nueva derecha' se les está quedando con las 'palabras talismán' y las usa desaprensivamente.

Algo de razón tienen. Y no hace falta ser progre para darse cuenta de eso. Y de eso que llaman convenientemente nueva derecha hay que ocuparse. Aunque parecería que no se dan cuenta de que si hasta esa 'nueva derecha' 'tiene que' usar 'sus palabras' progresistas, el round lo gana el dueño de las palabras...

Pero lo que ahora me interesa es ver qué desnuda queda la visión y la estrategia de estos aprendices de magos en estas indigeribles 7 páginas A4.

¡Queremos las palabras que tanto nos costó 'construir'!, aúllan. ¡Nos están robando las palabras!, ululan.

No sé si el 9.000% de los lectores sabe exactamente lo que significa que
entre las batallas pendientes en la cultura y la política argentina, está la de nombrar lo que ocurre con actos fundados en una lengua crítica y sustentable. Sin embargo, hoy las palabras heredadas suelen pronunciarse como un acto de confiscación. Cualquier cosa que ahora se diga vacila en aportar pruebas de su enraizamiento en expectativas sociales reales.
¡Carajo! ¡Qué boquita!

Pero lo que quieren decir importa más.

¿Ve, cumpa? ¿Ve que hay que mirar con atención y oír con atención?

Porque el aire es gratis y respirar todo el mundo respira. Y así, las 'palabras' , que son de aire, entran como envaselinadas, sin que se dé cuenta, y le preñan la mente y el 'imaginario', y se hacen aire de nuevo y usted lo expira y lo respira y ni cuenta se da. Y después le queda el aliento ése a esas 'palabras', y digiere esas mismas 'palabras' -previa asimiliación de sus jugos y proteínas ideológicas- y al final cuando excreta, excreta otro tanto.

¿Entendió lo que le dijeron, pipistrilo? Existe una cosa que se llama 'guerra cultural'. Y en la guerra cultural, gilún, hay batallas y
entre las batallas pendientes en la cultura y la política argentina, está la de nombrar lo que ocurre con actos fundados en una lengua crítica y sustentable. Sin embargo, hoy las palabras heredadas suelen pronunciarse como un acto de confiscación. Cualquier cosa que ahora se diga vacila en aportar pruebas de su enraizamiento en expectativas sociales reales.
¿Se lo repito? ¿O prefiere leer los 17.000 caracteres -con espacios- de la carta del 'colectivo'?

Mejor así.

Una cosa más.

Precisamente, Sócrates decía que la verdad sobre las cosas había que buscarlas en las cosas mismas, más que en las palabras, porque éstas apenas son signos de lo que es.

¿Entonces por qué tanto lío? ¿Se volvieron devotos del Verbo Encarnado los muchachos del 'colectivo'?

No, no es eso. Pero algo parecido: un nuevo Verbo Encarnado.

Michel Foucault decía que fuera del discurso no hay nada, ni siquiera referencias para las palabras que se usan en el discurso. Las palabras hacen la realidad, eso decía. Y eso es lo que están diciendo. Y se lo están diciendo a usted.

Claro, parece que hablaran del campo, de la redistribución de las riquezas, de la solidaridad, del estado, de la sociedad. Pero están hablando en ocasión de todo eso, no de eso.

Y cuando lo del campo pase, como ya le dije, todavía seguirán hablando de lo que hablan y de lo que quieren y de lo que están haciendo en realidad.

lunes, 9 de junio de 2008

Lianas (VII)

Hoy a las tres de la tarde tomé un taxi.

(Y aquí podría salir de la entrada, sin decir más. Y calculo que con ese dato autobiográfico podría, me imagino, hacer las delicias de la angurria existencial de unos cuantos recolectores de las residuales desprolijidades de la vida, roedores de datos de inventario, embolsadores de experiencias ajenas. O tal vez ilustrar con episodios desopilantes de mi vida diaria -como tomar un automóvil de alquiler- a honestos buscadores de signos biográficos, que serán los menos. Mejor, sigo viaje...)

El chofer dijo tener unos creíbles 35 años. No se lo veía de mal humor. No se lo notaba alicaído, ni triste.

¿Y a que no adivinan, señores míos, el tema de la conversa de 15 minutos y 25 cuadras céntricas?

Exacto.

Apenas dije ‘qué se dice’ me contestó con un chiste contra CFK que anda corriendo por mensajes de texto, según me anotició con feliz displicencia y gracejo.

Le pregunté, entonces y ya que habíamos caído en el punto primero y único del orden del día, qué decían los que se sentaban atrás.

Me dijo que uno le había dicho que con el IVA que había recaudado el gobierno en estos meses de carestía (vaya palabra, ¿no?) debe haber hecho casi tanta ‘caja’ como lo que podía cobrarle al campo con las retenciones ésas.
- Y las cosas no van a bajar, se da cuenta...

- No sé, soy malo para las cuentas, pero puede ser.

- Yo tampoco sé pero un poco verdad debe ser: el otro día unos amigos pagaron a pesos 18 el kilo de asado... Un asadito con los amigos, ¿se da cuenta? Y eso lo paga la gilada que es la mayoría, jefe...

Me dijo también que otro le había dicho que se sentía un chico viendo a los padres pelearse por la plata. Y otras cosas así, me decía.

Le pregunté, al fin, qué pensaba él. Le pregunté junto si él entendía de qué se trataba, y si no lo cansaba la cuestión, tan larga, tan sin saber bien, tan crispado todo. Le pregunté, de revés, cómo era la cuestión: por qué ‘la gente’ no se cansaba de todo esto y la carestía y todo eso, sin entender nada de casi todo, sin saber qué están diciendo, quién tiene razón, y los gritos y los pitos y las flautas y por qué la gente no pegaba un portazo y pateaba el tablero y mandaba todo al diablo...

- Mire, jefe. Le voy a decir una cosa. Yo tengo 35. A los 15 tuve que dejar el colegio porque mi viejo no tenía plata para ‘bancarme’ y me dijo: “flaco, se terminó lo que se daba..., tenés que laburar...” Era la época de Alfonsín, ¿me entiende? Las cosas valían 100 y al rato, 500. Dura la mano... No me quedó otra, tuve que salir a la calle. Después terminé un poco a los ponchazos. Soy enfermero, ¿sabe? Me hice enfermero, porque me gusta estudiar, algo aunque sea. Y hasta ambulancia tuve, ¿se da cuenta?. Pero... Vino el ‘innombrable’ y otra vez a la lona, la de cheques que me quedaron colgados... Perdí todo de nuevo. Y después la crisis de no sé qué y después éste y aquel y así... ¿Me entiende?

- Más o menos...

- Claro... Le explico: los de mi edad, y de mi edad para abajo, somos como de esa clase. Una clase, ¿me entiende? Nosotros nacimos en esto, así como ahora. No conocemos otra cosa. Esto es lo normal para nosotros, no conocemos otra. Siempre fue igual, nunca estuvimos bien. Flotamos un poco, no nadamos del todo ni nos ahogamos del todo... Ahí, siempre al límite. No tenemos mucho para elegir, ni mucho futuro para esperar. Si tenemos como quien dice para el asadito, mejor. Si no, esperamos la próxima, porái tenemos más suerte... Ya aprendimos, bah, digo yo, no es que aprendimos, no nos queda otra porque esto para nosotros es lo normal. Por eso le decía: nosotros nacimos en esto. ¿Me entiende?

- Como sobrevivientes, dice. Sobreviven, van tirando, día a día, ¿eso es?

- Y sí, eso.

- Pero, ¿por qué se conforma con eso?

- No es que uno se conforma; pero ¿qué quiere que hagamos? ¿Qué se puede hacer? De veras, le digo: yo a veces hago la lista, ¿vio? Y, ¿la verdad?: no hay ni uno... Está bien, se va ésta. ¿Quién viene? Da lo mismo, son todos lo mismo. Mucho piripipí, discurso, mucha milonga: esta yegua dice una cosa, la otra gorda le contesta otra: son todos verso, jefe. Todos. Son iguales todos... Ellos hacen la suya. Entonces yo hago la mía. Unos por la guita, otros por otra cosa... Son ellos y te hacen creer que es para vos...

- Hace años, cuando uno tomaba un taxi, todos los taxistas hablaban de política. Y todos decían lo mismo. Si pasaban, por ejemplo, por la casa de gobierno, por el congreso: “Yo a éstos, ¿sabe qué haría?... Los encierro a todos y les prendo fuego”. O decían: ¿Sabe qué haría yo con estos tipos, maestro? Los mando a todos a laburar al campo o a hombrear bolsas, los mando... Sinvergüenzas... El pueblo muriéndose de hambre y estos tipos dándose la gran vida...” Era un clásico...

- Y sí... Mi viejo dice lo mismo, más o menos, pero él se pone más loco que yo. Nosotros no, ¿ve? Los de treinta y pico, digo... Y los pibes, más todavía, los que vienen abajo... Somos así. No conocimos otra. Y sobrevivimos, como usted dice, andamos sobreviviendo...


Por 9 pesos con 30 no estaba mal. Si uno piensa que una encuesta mezzo-mezzo se cotiza 30 mil y no menos...

Me sorprendió, con todo. El escepticismo cálido, casi cordialmente cínico. Nada agresivo, casi diré como sin resentimiento, como sin dolor alguno. Sin felicidad y sin dolor.

No era el simple Juan Pérez. No era el hombre común que quiere una vida de medida humana, sin desmesuras. Ni púsil ni desmadrado. Y que prefiere que los asuntos de mago los arreglen los magos, mientras él se dedica a vivir.

No era el burgués, siquiera, que podrá darse aires de ponderación rastrera, de hombre crítico preocupado, de intelectual oportuno o de emprendedor con aspiraciones ruidosas y vanas, pero que en realidad mide y pesa cada paso, buscando ahorrarse energías o vivir de los demás o hacer girar el cosmos en su provecho, masajeando su ego de tipo inquieto y solidario y suspicaz.

Pero tampoco era un derrotado. No está peleando nada, entonces no puede ser derrotado. No puede ser del todo llevado, ni del todo empujado. No está del todo de pie ni vencido del todo. No opone resistencia. No quiere lío. No quiere más lola.

Él nació en esto. Él no conoce otra cosa. Para él esto es lo normal.

Y eso es parte de lo que queda, de lo que hay que mirar mientras pasa lo pasa. No es todo, pero es parte.

Es ni más ni menos que un aspecto ácido de lo que queda cuando pasa lo que pasa. Así nomás, en traje de paisano. Uno de tantos.

Pasa en la ciudad, es verdad: sitio poco épico, casi nada lírico y deformadamente trágico.

Pero pasa.

Y pasa, por ejemplo, en la piel de nuestro alumno secundario incompleto, enfermero quebrado, taxista escéptico y cordial.

No ahondamos otros tópicos que podrían haber dado más materia y reflexión.

Pero estaba claro.

Podría pasar que con esa mansedumbre pudiera hacerse un energúmeno un día. Podría pasar que con ese escepticismo resultara un día un esclavo.

Cualquier cosa podría pasar con este buen hombre, Dios no lo permita.

No sé si sabe de la cuestión ésa de redistribuir la riqueza.

Pero si un día redistribuyeran almas, seguro le alegraría que le devolvieran la suya.

sábado, 7 de junio de 2008

Lianas (VI)

Créame: hay que tener cuidado cuando uno hace malabares con más de tres pelotas en el aire.

Por ejemplo.

Algún erudito sabrá quién trenzó aquello de que 'los males de la libertad se curan con más libertad'. El formato es aprovechable, se ve, porque después dijeron aquello otro de que 'los males de la democracia se curan con más democracia' .

Está claro que se podría volver peligroso el juego de abalorios si uno entendiera y viera que libertades y democracias tales son cosas no tan buenas.

De modo que si 'esa' libertad era ya maleada, entonces más de lo mismo resultará mal al cuadrado. Y si 'esa' democracia estaba fulera, lo estará por dos si se la adita con dosis doble.

La definición, ch'amigo, la definición.

Hay que ver exactamente de qué se habla cuando se dice libertad, democracia. Como cuando se dice pueblo, patria, Argentina, o cuando se dice campo, justicia, federalismo, riqueza, pobreza y todo ese obeso diccionario otoñal que hemos tenido que ir tragándonos, a cuatro o cinco acepciones por palabra, uf...

Quia parvus error in principio, magnus est in fine, decía Aquino que decía Estagira.

En el De ente et essentia, de santo Tomás, la frase aparece en el primer renglón. Y remite con ello al tratado acerca de los cielos y el mundo de Aristóteles, quien dice allí (en el capítulo 5 del libro I) que "así como una pequeña desviación de la verdad, si se avanza, se convierte en diez mil veces mayor, lo que al principio es pequeño termina por hacerse enorme."

En fin, creo que todo esto es cosa más que sabida.

¿Por qué lo cito, entonces? Primero, porque el opúsculo tomasiano es de mis preferidos y los gustos hay que dárselos en vida. Segundo, porque es verdad.

Y, tercero, porque parece bastante aplicable a lo que se viene hablando en esta temporada otoño-invierno de conflictos, si uno se fija.

Ello así, estimados, por dos razones, cuando menos.

No importa ahora a qué se estén refiriendo Aristóteles ni Tomás de Aquino. La cuestión vale igual.

Y hasta no haría falta explicar demasiado: lo que al principio es una pequeña desviación de la verdad, al final se vuelve diez mil veces mayor.

Diez mil veces más desviada, quiere decir, se entiende, diez mil veces más embrollada y no menos que 10.000 veces más angustiante para el que ya no puede entender de qué va todo el comadreo.

Tal vez haya habido -sus apuestas, caballeros...-, algún 'cálculo' erróneo al principio de este batifondo. Y no me refiero en particular a las fórmulas de alícuotas (pregunta literaria: ¿no podría muy bien ser éste que digo otro nombre más de alguna poetisa griega: Fórmula de Alícuota, dizque oriunda de la villa de Alícuota, en la isla de Lesbos...?)

Pero, al mismo tiempo, me parece que este asunto primero de jugar con las pelotas en el aire (libertades que necesitan más libertades, democracias urgidas de más de lo mismo...), me da pie para una otra aplicación no canónica: los males del peronismo se curan con más peronismo.

Las advertencias aristotélico-tomistas sobre el peronismo, valen también aquí: ¡ojo al piojo con lo qué se quiere decir cuando se dice peronismo!

Porque así como dije que una parte de la izquierda se pregunta más y más si todo el barullo (les) sirve, al fin de cuentas, se me hace un poco de cajón que no sería extraño ver que el propio peronismo (defina, compañero, defina...) quisiera emprolijar este eterno retorno de revolución permanente y asomara de más en más el morro por el foro.

Algunos gestos hacen (¿tímidamente?), orejeando el naipe, creo: rebeldes, históricos, disonantes, gordos.

Con una especie de segunda piel. Con una especie de información genética.

Mezcla de política-politica con política de mierda.

Puede ser, sí. Cómo no.

Y tal vez nos pase algo así.

Tal vez un día de éstos vayamos despertándonos a la mañana y vayamos viendo que un peronista va reemplazando a otro peronista.

Un peronista que no es peronista como el otro peronista que dice que es peronista pero que no es peronista como el peronista que lo reemplaza.

Porque tal vez prospere aquello de que los males del peronismo, secundum quid, se curan con más peronismo, simpliciter.

viernes, 6 de junio de 2008

Lianas (V)

A esta altura, buena parte de la izquierda se pregunta ya desembozadamente si este conflicto sirve o no.

El tira y afloja puede ser corrosivo, está claro.

Si corroe por ejemplo las entrañas y excrecencias del neoliberalismo y sus estructuras de concentración (la terminología no es culpa mía, manito...), puede servir; como puede servir si crea un cierto estado y mecanismo de asamblea popular en el que se fraguen nuevas formas políticas y sociales.

Fantástico.

Ahora bien.

No solamente sería un problema que se fortalezca lo que uno quiere demoler. Un problema es que en medio de la batahola puedan corroerse más cosas que las que uno se propone corroer. Como también es un problema -tal vez mayor aún...- que las asambleas y los mecanismos de movilización no sean corrosivos de una estructura democrática funcional al modelo de concentración (...ya dije que esta jerigonza no es invento mío...), sino que signifiquen -o terminen siendo...- no solamente el fortalecimiento del oponente, sino una demora en la instauración de nuevas modalidades políticas, y que representen así un nefasto retraso de la llegada de una nueva sociedad, si acaso no significan su aborto.

Entonces, así sí que no.

Esa preocupación es, precisamente, la que aparece en estos comentarios que reproduzco abajo, cocidos en una semilengua insufrible y pedante, lo que prueba que la primera revolución se puede hacer perfectamente en el lenguaje.

Pero, es lo que hay...
Nosotros, en cambio, percibimos una impasse, a partir del atascamiento de las dos dinámicas más novedosas que pusieron en crisis la legitimidad del neoliberalismo puro y duro. Nos referimos, por un lado, a las nuevas experiencias colectivas surgidas en torno de los movimientos sociales (desde fines de los ’90 al estallido del 2001) y, por otro (a partir del 2003), a la tentativa del gobierno nacional de interpretar algunos de los núcleos instalados por estos movimientos.

El efecto más visible de esta impasse es que la participación callejera, el recurso a la asamblea y el cuestionamiento a la mediación política hoy no vienen de parte de quienes pugnan por crear modos de reapropiación de los bienes comunes, sino de quienes defienden (por acción u omisión) la captura privada de la renta global. Y que en esta coyuntura intervienen directamente en la definición de una nueva gobernabilidad pensada menos como la disputa del aparato del Estado y más como el gobierno de los procesos concretos (ya sea a través del control de los circuitos económicos como de la gestión de las subjetividades).

En el fondo está en juego el modo mismo de plantear la cuestión democrática, más allá de los términos economicistas (que hacen del aumento del consumo el único indicador de su contenido), pero también de su reducción institucionalista. Todas estas variantes excluyen la perspectiva de la reapropiación social de lo común surgida de la agenda de los movimientos a nivel regional.

Constatamos así la paradoja de una “vuelta de la política” junto a una despolitización de lo social: en el mismo momento en que se evocan referentes éticos de las luchas transformadoras como parte de un movimiento mayor de legitimación estatal, se devalúan los diagnósticos que estas experiencias pueden ofrecer como perspectiva de comprensión de la “situación actual”.

En estas semanas vimos aparecer públicamente la cuestión de la soberanía alimentaria que los movimientos campesinos vienen desarrollando desde hace años, lo que da cuenta de la existencia de un acumulado de saberes y experiencias como virtualidad posible de ser convocada y aprovechada. Pero, al mismo tiempo, se advierte la dificultad de traducir estas iniciativas en políticas concretas.

(...)

La sobreactuación de la “vuelta del Estado” como sinónimo de la vuelta de la política transformadora conlleva una renegación de la experiencia de los movimientos y se muestra completamente insuficiente a la hora de comprender y enfrentar los fenómenos de degradación actual de lo social. La verdad de esta “vuelta” del Estado ha quedado a la vista: un gesto que se presenta como voluntad redistributiva abre un conflicto que pone en tela de juicio la propia autoridad estatal.

(...)

No hay sitio para la nostalgia. Nuestra imagen de la recomposición de lo social no puede quedar “fijada” a las formas que cobraron visibilidad durante diciembre de 2001. Del mismo modo que los discursos y estilos de los movimientos revolucionarios de los años setenta no deberían inhibir el surgimiento de nuevas maneras de comprender lo político.

Entonces: ¿cómo atravesar un momento de impasse sin recurrir a falsas (y fáciles) polarizaciones ni a imágenes nostálgicas? ¿Cómo discernir en este estado de suspensión la disposición silenciosa del pensamiento y las luchas como signos de politicidad?

El movimiento de reapropiación de lo común existe en las prácticas colectivas de enunciación capaces de retomar, de una manera nueva, las preguntas referidas al trabajo (y a la explotación social: precarización y condición salarial), la gestión urbana (ghetificación y privatización) y la representación política (en base a la gestión de los miedos y las angustias productoras de nuevas jerarquías). Estos interrogantes se traman hoy en la coexistencia problemática de una retórica pro-estatal y una persistente normatividad neoliberal capaz de reglar los procesos productivos(mundo laboral, usufructo de los recursos naturales, privatización de los espacios públicos). En el reverso de esta trama se constituye el territorio conflictivo de elaboración (efectiva y potencial) de nuevos sujetos políticos.

Estos muchachos, una de las tantas capillas de una de las tantas parroquias de una de las tantas diócesis de la izquierda, y que dicen no conformarse con los cosméticos espumarajos y gruñidos de perro atado, están mirando con preocupación y refunfuños, según parece, la torpeza "arquitectónica" del gobierno para ejecutar una verdadera revoluta.