jueves, 7 de agosto de 2008

Contraseñas (I)

Y, claro, está el asunto aquel de las contraseñas que mentaba días atrás.

Todo un asunto. Asunto enorme. Y hay tantas cosas a su alrededor, viera usted...

Por ejemplo: el club de los que no tienen club, la secta de los asectantes, la congregación de los disgregados.

¿Cómo? ¿Por qué empezar por ahí? ¿No es mejor ir por orden y atacar con la denuncia y pormenor de las sectas y capillas y congregaciones?

Qué sé yo. Me parece que no, fíjese usted.

Me parece que el fraude mayor es la libertad fingida, una que a veces se arroga los beneficios de la 'libertad de espíritu'; pero una tal que si se la llama libertad de espíritu, significa habitualmente libertad de quien la blande y esclavitud de quienes deben lamerla. Todo discretamente, por cierto, que para matones ya tenemos el cupo lleno...

Y es el fraude mayor, me parece, porque es la tentación mayor. Y por razones paradójicas, si vamos a ver.

Porque, creo que dos potentes motores de aquella supuesta libertad de la que hablo son, precisamente, una cierta y reptante voluntad de dominio y una como desesperada necesidad de pertenencia con su contracara: una angustiante necesidad de aceptación o reconocimiento. De ese matrimonio, suele salir una prole regular.

Por ejemplo, no vendría mal leer y releer The Inner Ring, de C. S. Lewis.

Pero, tal vez habría que ir por partes, que es asunto delicado por los matices.

Todo esto que digo y algunas cosas más que me quedan, se entiende, es asunto general que por supuesto pende de la necesidad social del hombre, necesidad que es tal porque lo social le es natural al hombre. Pero una cosa es que lo social esté inscripto en la imagen y semejanza que el hombre es, y otra cosa es que el hombre genere modos de sociabilidad a imagen y semejanza de sus infantiles modos de entenderse a sí mismo y entender su juntura con otros.

Por eso.

No hay apuro.