viernes, 8 de agosto de 2008

Contraseñas (III)

Claro.

Si uno se pone a ver, ¿no hay claves y contraseñas en tantas cosas? ¿No hay llaves?

Claro que hay. Una clave es simplemente una llave. Y en un sentido importante, creo -y que no hay que olvidar, aunque es una cuestión que hay que tratar por eso mismo con sumo cuidado-, toda cosa tiene una llave que la abre, toda cosa puede sernos algo cerrado sin cierta llave. En los asuntos de este mundo y en lo que nos es connatural como, y con tanta mayor razón, en otras cosas que no alcanzaríamos en modo alguno por nosotros mismos sin una llave, precisamente.

Claro. Y con estos mismos datos podrían decirse hartos disparates. Y de hecho se han dicho y se dicen. Y se hacen.

Lo que no se mueve, sin embargo, es que el hombre tal, y como es, necesita mediaciones, intermediaciones. Algo, alguien que lleve y traiga; algo, alguien que abra y cierre, que nos permita entrarle a las cosas de la tierra. Y el cielo. Y aun algo, alguien que abra y cierre y de ese modo las mantenga fuera de nuestro alcance, llegado el caso.

Asunto delicado, por cierto.

El trato con cualquiera de esos mediadores, a su vez, no es fácil ni inmediato, si hay que decirlo así.

Por ejemplo.

Conocer es algo que el hombre hace a través de mediaciones. No ya que otro le enseñe algo, que ese otro es evidentemente un mediador. Aun conociendo solo y por sí, los hombres tenemos que recurrir a mediaciones, todas ellas especies de llaves que nos van abriendo, desvelando lo que queremos conocer.

Otro tanto con las palabras. Mediaciones también ellas, llaves también ellas y en un sentido bastante más preciso, contraseñas también ellas. Y cuánto se puede abrir o cerrar con ellas. Y hasta abrir para algunos y al mismo tiempo cerrar para otros.

El detalle y la enumeración serían tediosos ahora, creo.

No menos se ve el asunto, me parece, en el texto que cité en la entrada anterior. Aunque allí con una advertencia fuerte por lo que tiene de paradojal la juntura de llaves y portazos en el mismo pasaje.

Allí tenemos: un nuevo nombre para Simón bar Jonás: Pedro, y ambos nombres dichos uno al lado del otro, con toda intención por Jesús. Y más todavía: a Pedro, las llaves nada menos que para atar y desatar en tierra y Cielo. Nada menos.

Pero.

Inmediatamente, al mismo Pedro, al mismo nuevo Pedro, a la piedra fundante y sostenedora, al de las llaves, al que abre y cierra, al que ata y desata, a ese mismo Pedro, para inaugurar su mediación con llaves que abren y cierran puertas, que atan y desatan: un portazo en las narices.

Pedro, dice el texto, tomó aparte a Jesús y se puso a reprenderlo: ¿así nomás? ¿ya usando una contraseña?, ¿un poco de Inner Ring, para empezar, ya con sus llaves en la mano, y todavía sin estrenar? ¿Así que lo tomó aparte? ¿Y entonces se puso a reprender a Jesús?

Ah, sí.

Déle usted una llave a un hombre, mi amigo. Enséñele una contraseña. Y no estoy diciendo esto de Pedro. No solamente, no principalmente. Pedro, en este caso, significa ahora para mí un hombre, cualquier hombre acaso, ante las contraseñas y las llaves.
¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Escándalo eres para mí, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres!
Y, sí.

Contraseñas, llaves, claves. Hay en toda cosa, se ve.

Pero usarlas es otra historia. Y saber usarlas es muy otra historia.