martes, 9 de septiembre de 2008

Clase única

No tengo que dar clases de teología ni de nada parecido.

Pero si tuviera, me imagino que repartiría por ejemplo este soneto de Luis de Góngora.

(Lo recordé a la fuerza hoy: eso pasa cuando hay letrólogos bisoños en la casa....)

Veamos.

Claro que habría que analizarlo primero, conocer -enseñando, supongo- también algo de preceptiva lírica en general y de las características del barroco en particular, del barroco en España, del barroco en poesía, de lo que se decía y se pensaba (y de lo que se pensaba y no se decía y viceversa) en el XVI, en el XVII. Habría que hablar de Góngora también, y de sus cosas y su tiempo y sus temas y qué significan los poemas de asunto religioso o teológico en su obra, y así. Eso ya llevaría su tiempo y no creo que fuera tiempo perdido.

El asunto mismo importa, líricamente hablando, cómo que no. No es un mero agregado, no es secundario.

Pero, recién después de habernos asegurado de que entendemos y gustamos el soneto, no como una excusa para hablar de aquello de lo que trata el soneto, sino para saber y saborear de él todo lo que se pudiere, recién después, digo, habría que pasar al asunto teológico, al tema del soneto. Y allí, creo, haría todavía una pequeña excursión por el tema apenas enunciado, pero ahora a través de otras artes. Tal vez otros poemas de otros autores (si acaso el mismo autor no hubiera dicho cosa diversa en otra parte), tal vez la pintura de esa época o de otras, la música acaso, y así. Como si dijéramos, las percpeciones que las artes tuvieron de esta misma cuestión.

Y ya estaríamos listos para el asunto teológico propiamente dicho.

Me imagino que habría que ver, a la vez, lo general y lo particular. La cuestión misma, en primer término, y las cuestiones implicadas, la historia de tales cuestiones, las posiciones teológicas, los representantes de escuelas, los corolarios, las secuelas teológicas, culturales, hasta morales.

Creo que al final, claro, volveríamos al soneto, para entenderlo de nuevo.
Al nacimiento de Christo Nuestro Señor

Pender de un leño, traspasado el pecho
y de espinas clavadas ambas sienes,
dar tus mortales penas en rehenes
de nuestra gloria, bien fue heroico hecho;
pero más fue nacer en tanto estrecho
donde, para mostrar en nuestros bienes
a dónde bajas y de dónde vienes,
no quiere un portalillo tener techo.
No fue esta más hazaña, oh gran Dios mío,
del tiempo, por haber la helada ofensa
vencido en flaca edad con pecho fuerte
(que más fue sudar sangre que haber frío),
sino porque hay distancia más inmensa
de Dios a hombre, que de hombre a muerte.
Me pregunto cuánto tiempo habría que dedicarle al asunto.

Quién sabe.

Tal vez una clase o un semestre. O un año. ¿Qué apuro hay?