lunes, 15 de septiembre de 2008

Indigencia contingente (III)

La única palabra que hace ser a los seres, es la Palabra: por el Verbo fueron hechas todas las cosas, dice san Juan.

In principio erat Verbum (v. 1)

Omnia per impsum facta sunt:
Et sine ipso factum est nihil, quod factum est (v. 3)

Et mundus per ipsum factus est (v. 10)
No hay modo en que el hombre, por sí, y con sus palabras, haga ser algo que sea de ese modo un ser sin más. Salvo -se dirá- en el sacramento y aunque allí son palabras que él dice, no son suyas en realidad; y aunque dice palabras que hacen lo que dicen –y en la Eucaristía, por ejemplo, hacen ser algo- no son stricto sensu las palabras solas en cuanto palabras materiales las que hacen ser.

Si lo pienso un poco, tal vez de allí nos venga a los hombres ese apetito creador, esa fascinación por hacer que las cosas puedan ser reales por el sólo hecho de pensarlas o decirlas. Tal vez nos venga del hecho mismo de que, en la estructura profunda de la realidad haya una Palabra que haga ser, que haga existir. Del hecho de que las cosas que existen, y no por sí mismas, han venido a la existencia convocadas por una Palabra. Y del hecho, finalmente, de que estamos hechos a imagen y semejanza de esa Palabra que crea.

Pero.

Trato ahora de rescatar un sentido en el que los sofistas y Hermógenes, Barbara Cassin y el propio Sócrates pudieran estar de acuerdo respecto de aquello de que el ser es un efecto del decir.

Y creo que el único modo de entender esto benévolamente es admitiendo con el propio Sócrates aquello de que las acciones son unas especies de seres. Tal vez incluso esto mismo solamente pueda ser aplicable aquí secundum quid y no simpliciter. Aunque aun eso es cosa de ver.

Quizá pueda entenderse que nuestras palabras -y hasta cierto punto- producen acciones. Mueven la voluntad de otros, mueven sus afectos, mueven sus ideas, las dirigen: persuaden, disuaden, hacen dudar, suspenden juicios; los alegran, los desesperan, los enamoran, los entristecen. Incluso nuestras palabras ponen de algún modo ciertas realidades en la mente de otros. Cada una de tales cosas es una acción humana, y entonces cada una de ellas en una especie de ser. No un ser sin más. Una especie de ser.

También hay un modo ‘mágico’ de entender la cuestión: producir algo, hacer aparecer algo siendo, poner algo en la existencia, obrar un ser que no era y ahora es, convocarlo a la existencia desde la nada, diríamos, con el conjuro, con la palabra, incluso con la palabra interior de la mente. Donde no había tal cosa, la palabra la puso en existencia: per ipsa facta est, como si dijéramos. Al hombre siempre le ha fascinado ese poder de hacer que las cosas sean o dejen de ser y que sea con su pensamiento y su palabra; y que sea así, más que con las manos o con un misil nuclear, tanto mejor: si pudiera hacer que algo dejara de ser con sólo pensarlo o decirlo, seguramente tendría más poder que si eso mismo lo tuviera que hacer con una bomba atómica o con un esfuerzo físico. Y tantísimo más en el caso positivo de hacer que algo sea o empiece a existir, sólo con pensarlo o decirlo. Y aún más precisamente: la fascinación por el conocimiento arcano de aquellas palabras que hacen ser.

Pero, de cualquier modo, para entender esto enteramente habría que entender qué quiere decir existencia en esos términos.

Supongamos que alguien hipnotizara a otro y lo hiciera caminar sobre brasas ardientes diciéndole que es un campo de flores mullidas y frescas y supongamos incluso que el hipnotizado no se quemara al pisar las brasas, ¿cuán flores que no son serían las brasas que siguen siendo? Supongamos que les dijera que soy marqués o bailarina de Sumatra y que ustedes, que no saben si esto es así o no, lo creyeran, ¿cuán marqués o bailarina de Sumatra habría llegado a ser realmente por el hecho de haberlo dicho o por el hecho de que me lo hayan creído? Supongamos que las palabras de la ley dijeran que un pigmeo o un tarado no son seres humanos, supongamos que dijeran que un anencefálico o un comatoso irreversible no son un ser vivo. Supongamos que alguien dijera que Dios no existe. Supongamos cosas así, interminablemente. ¿Qué significa allí existir, qué significa que las cosas dichas o pensadas llegan a ser o dejan de ser pues han sido dichas o pensadas como existentes o inexistentes?

Aristóteles decía que no es el mismo ser el que tienen las cosas en el lenguaje, en el entendimiento y en la realidad. Y que, por ello mismo, de un modo son las cosas en la realidad, de otro modo son en el intelecto y de otro modo son en el lenguaje.

Es el mismo verbo ser, pero no dice lo mismo en cada caso, incluso cuando se tratare de la misma cosa existente, pensada o dicha. Ella es la misma, en todo caso, no su modo de existir o su modo de ser en la realidad, en el entendimiento o en las palabras. Y esto es así en el curso normal del conocimiento humano, cuando hay algo extramental que tiene existencia independiente de mi discurso racional o verbal.

Sin embargo, y en un sentido diríamos sofístico como es aquel que se viene comentando, es claro que puede hacerse que las cosas sean de un modo en las palabras, en el lenguaje, y hacerlas ser con las palabras, como es claro que pueda hacerse que sean de un cierto modo en la mente.

Es claro que puedo decir que me ha hablado una piedra a través de una médium de Saturno y me ha dicho que el hombre-no hombre, sin cabeza ni corazón, sin manos y con veinte piernas, ha estado almorzando mañana con ella y que han comido en el planeta Venus que queda en Tilcara.

Y es claro que puedo concebir en mi inteligencia todo lo dicho, pero a la vez juzgar que la piedra miente porque mañana no es ayer ni hoy sino nunca pues el tiempo no existe pues no se ve, de modo que lo único que existe es nada y nunca, salvo en Tilcara.

Muy bien.

Sonará a disparate, pero tales cosas dichas de algún modo son y son por efecto de haber sido dichas. Como que tales cosas concebidas de alguna manera son en la mente tal y como son concebidas.

Y es por esto mismo que debe ser definido y explicado que significa ser y existir. Pues el hecho de que de algún modo existan en la palabra o en la idea no quiere decir que existan sin más en la realidad.

Entonces está claro también que otra cosa muy distinta es postular que puede hacerse que las cosas en la realidad sean sin más como efecto de las palabras, de tal modo que pudiera sostenerse sin más que el ser es un efecto del decir.

Con todo y eso, todavía queda por ponerle la lupa un poco más a esta cuestión de que hay un modo en el que con las palabras podemos hacer que algo sea. Estoy seguro de que entender bien todo este asunto no solamente es un asunto importante en filosofía o en teología. Todo depende de esto, en muy gran medida. El arte, la política, la psicología, la liturgia.

Todo.

Como que todo es por una Palabra.