domingo, 21 de septiembre de 2008

Ladrillo

El momento laberíntico que vive la sociedad argentina también se verificaba en pensamientos que se revestían de argumentaciones populistas o antiimperialistas, aunque para ofrecerse directamente como guardia de corps de la alianza de los agronegociantes. Véase la galería de fotos correspondientes. No era una defección episódica. Era un trastocamiento general de los significados. No se esperaba semejante inversión de los trazos habituales que unían las palabras con las cosas. Acciones que con otra ambientación eran declaradas ilegales por los labradores agromediáticos y los nuevos movilizados, ahora parecían el non plus ultra del republicanismo ilustrado. En cambio, medidas de gobierno avaladas por la Constitución se presentaban como ilegítimas o arbitrarias.

Un estallido interno de magnitud inesperada y difícil mensura recorre ahora la vida política argentina. Pero un laberinto es también un jeroglífico en donde es menester encontrar los nuevos hilos constitutivos de una verdad histórico-social. Estamos en un momento donde se lucha por la verdad –la verdad en el lenguaje, en las cifras, en los significados, en las biografías– pero se ha extraviado lo que aun en épocas tan convulsas como éstas era la relación entre los signos y las cosas, las representaciones y las motivaciones básicas de la sociedad. Se pelea por la verdad sin que importe la verdad. Vivimos un momento faccioso. ¿Cómo tratar la dislocación ocurrida entre hechos y símbolos? ¿Cómo considerar la relación entre la serie de la justicia frente a los hechos del pasado y la de los hechos inequitativos del presente? ¿Cómo se ligan los lenguajes de la escisión y el conflicto social con composiciones heterogéneas de fuerzas? En general, estas diferencias se tramitan con la velocidad de una vida social condicionada por la acción de los medios comunicacionales y su fuerte capacidad de articular la escena y los tiempos. Pero si el set y la agenda son constituidos por actores definidos de gran poder, eso no exime al resto de los actores de pensar en otra temporalidad que necesariamente supone una crítica a esa veloz adecuación de trincheras y paso por el guardarropas de las luchas pasadas.

¿Y yo qué tengo que ver?

Por supuesto que puedo escribir peor y cosas peores que este ladrillo. Cualquiera puede. Pero. No. No fui yo. Ni sé de quién fueron los dedos, aunque supongo que un ‘colectivo’ no tiene manos. No dos, al menos...

Lo que sí hay que tener es mucha paciencia para leer esto. Mucha de veras. Mucha, mucha.

Y aunque podría ser gracioso el experimento, ni siquiera se tienta uno viendo a ver si le puede correr un programita que inventaron en algún lugar de extranjis para ver cómo se hace para saber que se dice una cosa cuando se quiere decir otra. Qué sé yo. Hay quienes necesitan medir esas cosas. Y si no las ven en fórmulas no las ven.

Creo más bien que si uno lee con un poco de atención el ladrillo del colectivo (¿se imagina usted? ¡es el cuarto ladrillo ya!) se ahorra un montón de tiempo que del otro modo tendría que ocupar haciendo cuentas y tablitas con la computadora...

Pero no lo va a hacer la derecha (ninguna derecha...), porque es vagoneta. Ni lo va a hacer la izquierda (ninguna...), porque debe estar de lo más orgullosa de sus ladrillos. (Quizá tenga razón nomás el Foucault y el discurso se basta a sí mismo...)

No, y a mí no me miren porque no tengo tiempo y el poco que tengo lo estoy dedicando a cuestiones de palabras y lenguajes.