sábado, 27 de septiembre de 2008

Lagarto, caimán o tiburón (II)

En algún sentido podría importar si el dragón es un animal existido (o existente...); pero me parece que, a cualquier efecto dentro de los límites que me impuse, bien podría darlo por existido o por no.

No estoy detrás del catálogo erudito del paleontólogo, ni de la erudición siquier mística, con las que se podría enumerar características biológicas o hacer una panopsis de las simbologías del dragón desde los celtas a los chinos, de los Nibelungos a los capadocios. Eso es harina de otro molino, creo. Como tampoco tiene sentido aquí tratar de dirimir la contradicción real o aparente de que para algunos sea el epítome de la maldad -como en general ocurre en occidente- y para otros -como en extremo oriente- el numen de todos los bienes.

De hecho, tal vez basta decir que es simplemente un dragón, con lo que eso significa para nuestra imaginación aquí y ahora. Y no sé tampoco si tan actual, porque parece que durante siglos los dragones consiguieron una fama que no consiguieron otros bichos, tal vez asociada a su naturaleza reptil. ¿Qué logró eso? ¿La rareza -y naturaleza- de un semejante animal existido? ¿Los símbolos que carga, si existió sólo como símbolo? ¿Un poco de las dos cosas y por alguna causa que se nos ha perdido? Me parece que se puede admitir provisoriamente que tanto da. Un dragón es más o menos un dragón, si se entiende lo que digo. Y, real o simbólico, es lo suficientemente singular, al punto de que no pocos lo consideran la criatura (real o imaginativa) más bella que existe, y en la que tierra, fuego, aire y agua se armonizan, y todo eso, incluso haciendo abstracción de su carácter moral.
ver


Ahora bien, y precisamente por eso mismo tal vez, ¿sería san Jorge quien es si en vez de un dragón hubiese matado un caimán o un tiburón, por no decir una corzuela o un buitre? ¿Es un matador de animales más o menos pestilentes, más o menos voladores, más o menos pirógenos? Incluso las razones por las cuales los reptiles 'gozan' de la prensa que tienen serán importantes en alguna clase de estudio. Será lo que tengan en su legajo existencial o lo que haya en las raíces de su cualidad simbólica: no estoy investigando directamente ese punto.

Solamente pensaba por qué parece que es más difícil, menos decente, menos razonable, negarle la existencia al dragón que al santo. Por qué -como ya dije- parece que si digo "san Jorge existió..." casi necesariamente tengo que dar explicaciones infinitas y recibo una cierta sonrisa, explicaciones que nadie me pide demasiado y sonrisa que más bien no recibo si digo "...y mató al dragón..."

Tal vez la razón sea casi cínica: nadie se molestaría en discutir la existencia real de un dragón "seriamente", y cuando se usa el término se lo asocia automáticamente a un símbolo, complejo, rico, oscuro: pero un símbolo, y nada más y nada menos. Si fuera así, bastaría entonces una especie de acuerdo tácito, una concesión léxica, para decir "mató al dragón..."

Y parece claro que, si así va la cuestión, en nuestro caso el dragón resulta subsidiario respecto de san Jorge, que sería lo principal. Y si san Jorge está nimbado de leyenda, parte de ésta es haber matado a un ser inexistente.

Pero hay dos cosas ciertas. Es cierto que hay dragones por afuera del episodio de san Jorge en todas partes y en todo tiempo. Y es cierto también que todavía hoy el mundo busca dragones, como busca rastros de otras criaturas. Y -aunque acá estoy aventurando demasiado- creo que casi a condición de que no tenga que corroborarse con un presunto hallazgo del bicho en cuestión, alguna asociación -salvo literaria- con un santo.

En ese caso, ocurriría entonces que la expresión "san Jorge mató un dragón" solamente comienza a ponerse peligrosa si Jorge existió como una persona real, histórica. Incluso diría que se vuelve específicamente grave si ese hombre que existió fue un santo. Porque es bien probable que si se tratara de un cazador de la alta edad media, o más antiguo, aficionado a las emociones fuertes, o como líder heroico aun destinado a librar a una comunidad de un flagelo cruel y carnívoro, habría quienes estarían dispuestos -con una pizca de adrenalina como si dijera científica- a afirmar aunque más no fuera hipotéticamente la existencia de un dragón, incluso de uno comm'il faut, con todo y fuego y alas. Sin ir muy lejos, recuerdo ahora un documental al respecto... de la BBC, buscando reconstruir las bases biológico-históricas de unos huesos hallados en una caverna de alta montaña, atribuidos precisamente a un dizque dragón y a sus presuntos matadores. Por cierto que nadie habló allí de un santo.

Pero peor se pone la cuestión todavía si la oposición entre el santo y el dragón es en razón de que cada cual es lo que es y cada cual representa lo que representa. Como si dijera que uno podría llegar muy cerca de sufrir el colmo del desprecio si sostuviera que san Jorge mató al dragón 'porque' era un santo. Y al parecer, esa actitud escandalizada es más común en nuestros días, en razón de que los dragones parecen haber vuelto a la tapa de las revistas, a las historias para chicos (cuesta un poco llamarlas cuentos de hadas) y, por supuesto, a Hollywood.

Sin embargo, aun en este caso, creo que habría quienes no se preocuparían tanto por lo que se dijera del dragón, como por ejemplo que debía morir en razón de su condensada maldad, de su crueldad insaciable y creciente, de su avidez, de su astucia maligna, de la opresión que ejercía sobre los que lo rodeaban, y cosas así. Puestos a ver, es más o menos lo que se podría esperar de un dragón, de este lado del Cáucaso, al menos.

Y hasta aquí llegamos, por el momento. No sé si podré resolver mi preocupación -ciertamente algo inútil- pero me interesa el asunto. Además estuve viendo algunas cosas en Tolkien y, sobre todo, releyendo lo de Chesterton, que dice más que lo que había visto al principio.