viernes, 30 de octubre de 2009

Como un río

Y así se va octubre. Y hay que dejarlo ir, nomás. Como un río, manso y poderoso, así pasa con octubre.

Octubre es un mes difícil, me parece. En medio de la segunda mitad del año, puede parecer que no es ni una cosa ni la otra. Acá en el sur del sur, al menos.

No es tiempo de empezar, pero todavía no termina. Es un mes como cansado, diría.

(En el norte es otra cosa, claro. Pero quién está pensando en el norte.)

Vamos a dejarlo ir, entonces. Como un río manso y poderoso, marrón plateado como algunos de esos ríos de por acá, con ese calor de agua que tienen los ríos de por acá, los ríos del nordeste nuestro.

Las imágenes me vienen prestadas, en realidad. Estaba oyendo al Chango Spasiuk y esa música que hace, que tiene tanto de otras partes como del litoral nuestro. Difícil que alguien pueda recoger siglos de música y hacer algo nuevo; y, sin embargo, a él me parece que le sale.

Allí van dos de las cosas que oía. Una se llama Tristeza y la otra Doña Fidencia-Apóstoles.

Y esa música se me figura octubre. Como uno de los ríos grandes nuestros, mansos y lentos, pero poderosos.

Y, ahora que pienso (Spasiuk tal vez no tiene la culpa...), me pregunto si a veces la grandeza no se nos hace un poco como si dijera triste; si la altura y la majestad no tienen para nosotros un aire melancólico.

Será, quizá, que lo alto y lo hondo son lo mismo en cierto sentido. Y que a veces llamamos tristeza a lo que es misterio.

Una idea lleva a la otra. Tal vez estamos demasiado acostumbrados a pensar, parafraseo a Chesterton, en la frivolidad como en un asunto de jocosidad.

Es verdad que ser frívolos en cuestiones de alegría es asunto gravísimo. Pero pienso que no lo es menos ser frívolos en asuntos de tristeza.

Porque si es terrible usar la alegría como un subterfugio de la desesperación y de la vacuidad, es terrible también usar la tristeza como un subterfugio de la vanidad y como una pose de altas -y hondas- preocupaciones.