miércoles, 22 de octubre de 2008

Negocios (IV): Un disparate (I)

Expliquemos –un poco disparatadamente– el disparate ése de que si yo fuera capitalista eliminaría el metálico.

Todo el mundo sabe que el dinero en cualquiera de sus formas es un signo de algo, habitualmente de bienes materiales o alguna riqueza, incluso, si me apuran, de algún poder. En principio, y habitualmente, se establece el valor del dinero en relación con esa riqueza o esos bienes o el valor que ellos tengan. O en relación con ese poder.

Como signo de estas realidades, no importa cuál de ellas, se lo entiende más o menos fácil. Uno no puede andar llevando a todas partes los bienes y riquezas -incluso el poder- que haría menester para cambiar, comprar o vender cosas. Así se entiende que uno lleve consigo algún signo que signifique esas cosas o que signifique algo equivalente a esas cosas. En ese sentido, y perdón por el salto, el dinero sería como la palabra, secundum quid.

No puedo llevar diez mil elefantes cada vez que voy a referirme a ellos. Llevo en su lugar el signo que los significa: la expresión diez mil elefantes. En la medida en que la palabra los signifique realmente, y más ajustadamente, se fortalece –digámoslo así- el valor de la palabra, más que el valor de los elefantes, y es perfectamente razonable que así sea. Y digo más ajustadamente porque, en el caso de la palabra, también podría decir diez mil paquidermos o diez mil mamíferos o diez mil animales. Pero, y aunque un elefante es todas esas cosas a la vez y cada palabra de ésas lo designa de algún modo, lo más ajustado parece, en términos corrientes, decir elefante que efectivamente es a la vez animal mamífero y paquidermo.

En cuanto al dinero, el asunto se complica si las condiciones en que adquiere su valor se vuelven mucho más complejas que medirlo o establecerlo en relación con algo material, más o menos tasable y valuable con cierta objetividad, como podría ser en relación con metales preciosos o bienes escasos, cuya escasez los hace valiosos: alimentos, combustibles, minerales, agua. O espacio, como tierra, por ejemplo. Y aun cuando representara algún poder.

Esa complicación puede volverse mayor aún en la medida en que el dinero, según el uso que se le dé, tienda a salirse del ámbito simbólico y se vuelva un objeto por sí mismo valioso, por cierto que independientemente del valor que tenga materialmente el signo (como si dijéramos si la moneda de $1 vale $1 peso o no en metal, por ejemplo).

De modo que, de esa suerte, podría ser que se invirtiera la relación en la que tener mucho dinero significaba tener muchos signos de riqueza o bienes reales y se volviera la cuestión de tal modo que tener mucho dinero permite el acceso a muchos bienes y riquezas, o mejor (o peor) aún, a más dinero.

Pasa también que la pérdida de riquezas y respaldos deprecia el circulante. Muchas veces se ha visto que si un país encuentra petróleo su moneda se hace más fuerte, como que al perderse sus cosechas su moneda se hace más débil. También pasa que su moneda sufre o goza cuando gana o pierde una guerra, por ejemplo, lo que muestra que algún poder está significado en el signo que es el dinero.
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Ahora bien, el dinero puede convertirse en sí mismo en una mercancía y un producto y de ese modo admitir nuevos signos de sí mismo: un cheque, por ejemplo; de modo que en vez de llevar ahora 10.000 pesos (en vez de diez mil elefantes, claro...) llevo un papel que dice que llevo diez mil pesos.

Una cuestión para nada despreciable aquí, a propósito de esta segunda significación sobre lo que ya es un signo, es que, mientras el metálico (billete o moneda) goza de una considerable libertad de ejercicio de su significación –libertad que se extiende a su portador, ya que todo circulante es un signo que beneficia per se a su portador–, no ocurre lo mismo con los signos del dinero o con otros signos de bienes, que no dan el mismo acceso inmediato a un valor, a un bien o a una riqueza determinada. Ni siquiera a un poder. esto es que en principio, es más fácil comprar con dinero contante y sonante, que con un papel que diga que tengo dinero contante y sonante. Más fácil para el que compra, por ejemplo y en principio.

Complicando hasta el infinito estas relaciones de los signos de signos en el sistema, pueden ir apareciendo signos de signos que finalmente se transforman en un sistema cuyos elementos están lejos de aquella primera significación y referencia que el dinero tenía. Y que giran separados de las cosas con una sintaxis propia, con una morfología compleja propia y con una semántica no menos compleja y propia.

El hecho de que el capitalismo no pueda existir sin crédito o sin actividad financiera, hace que uno de los ejes de su funcionamiento sea precisamente el dinero. O, si se prefiere, cualquier sistema de signos que signifique finalmente crédito.

En los extremos, el capitalismo es concebido por algunos como una modalidad de generación de riqueza financiera, por así decirlo brutamente, pasando por encima de su pilar casi religioso de la propiedad privada sin matices, del impulso al interés individual por la (buena) suerte (individual) de los emprendimientos (individuales), el circuito infinito de producción y consumo como generador de riqueza y bienestar (en ese orden, por favor...). Es decir, y en ese caso, una especie de capitalismo de negocios que genera riquezas como si dijéramos en algún sentido virtuales, comprando y vendiendo signos de lo que no tiene, realizado por un trabajo que no realiza, sobre materias primas que no posee. O con signos lejanos de todas esas realidades, tan lejanos que ni se relacionan.

Y no digo que no exista lo que se compra y vende, que nadie trabaje para producirlo y que las materias primas con las que se lo produce no existan, como que no existan quienes usan y consumen los productos producidos. Digo que el negocio así concebido no se preocupa mayormente de esos detalles.

Ahora bien.

En principio, eso parece que es de algún modo posible por la relación perversa entre signos y significados, donde el significante no guarda relación mayor o no tiene como referencia obligada a los significados (en este caso, los bienes que supuestamente fundan su significación o en relación con los cuales se supone que vale más o menos). En todo caso, en ese circuitos, los signos de signos se comen casi toda la energía del sistema y su intercambio llega a justificarse por sí mismo y puede generar una sensación de riqueza, que si se quiere podría llamarse virtual, aunque es un modo de riqueza que entra y sale yendo y viniendo del sistema de signos a la realidad, aunque produciendo de esa manera más y más ficciones de equivalencias y correspondencias.

Hasta que la ficción endógena deja de sostenerse –y no importa ahora decir por cuáles razones– y todos los reyes aparecen de pronto desnudos, sin que siquiera un mozo de cuadra que no tiene nada que perder, lo diga en voz alta.

Entonces –apretando la síntesis del disparate disparatadamente explicado–, todo el mundo advierte de pronto que el sistema de signos era perverso y corrosivo, tóxico y demoledor. Por no decir avaricioso, codiciador e injusto.

No la producción de bienes concebida como se la concibe, no el consumo de bienes concebido como se lo concibe, no la finalidad de la sociedad y de la vida del hombre, aunque no se la concibiera de ningún modo. Ni siquiera la economía, que concebida como se la concibiere, es insoslayable porque los hombres necesitamos subsistir y los bienes son limitados y requieren de administración. No, y por curioso que resulte, nada de ello.

Lo que me parece que al final de un día tan agitado está sentado en el banquillo de los acusados, con potentes faros y fulminantes iluminando su rostro macilento o abotagado, es ni más ni menos que un sistema de signos.

Porque parece que fue él -el sistema de signos y los signos que contiene- quien ha jugado torpemente con el mantel de la mesa opípara y ha terminado por hacer volar los platos con sus sabrosas viandas, los botellones de vinos olorosos, destrozando el mantel, rompiendo mesas y sillas, haciendo trizas la lujosa vajilla, estallando los cristales de las copas, con todo lo cual ha terminado por cortar con los filos de las cosas rotas a los mismos comensales, sangrantes y magullados ahora, antes ávidos del festín que pensaban darse.

El aire se pone de pronto a la vez gélido de terror y caliginoso de furia y por el mismo aire vagan el espíritu de la confusión y el del alelamiento.

Vayamos pues a por el signo y su sistema, porque tocándolo todo un poco por allí y por aquí, poniendo nuevas reglas y correspondencias y equivalencias, haremos un sistema nuevo, un nuevo paradigma.

Y salvaremos de este modo al capitalismo, sea lo que carajo fuere el capitalismo, dicho sea de paso, que al cabo eso no le importa demasiado a nadie.

Salvo a sus enemigos, claro. Y no: no me refería a la izquierda en ninguna de sus versiones; salvo en una, que jamás adivinaría usted cuál es, mi buen amigo.

Pero hasta aquí llego por ahora, que para disparate y explicación disparatada del disparate, ya está bueno.