domingo, 7 de diciembre de 2008

Fin del juego

Como cada año. Terminaron las justas deportivas de Gregorio el batallador.

Como vi terminar otras justas en estos días: unos campeonatos de pato, por ejemplo. Y alguna vez habrá que hablar de ese deporte.

Pero, así es, como ciclos: entre otras justas que terminan y otras que empiezan. Como ciclos. Líneas helicoidales que pasan por puntos iguales o similares pero no necesariamente por el mismo punto. A la misma altura, pero distinta posición. Y hacia adelante, indefectibles.

Una física humana, como una física histórica. Movimientos de cosas que son las mismas pero no y que parecen repetirse, sin que sea una repetición sin más. Y todo ello con sus respectivos términos simbólicos, claro. Siempre.

¿Qué difícil se le hace al hombre lo que le es propio? ¿Qué difícil ver a través de lo que está mirando? ¿Es posible que nos sea tan opaca la realidad? ¿Es posible que nos sea tan débil la mirada?

Se ve que sí.

Está visto que hay que hacer un esfuerzo especial para ver -en todas las cosas de la historia y de la transhistoria- los signos. Cuáles cosas son signos de qué cosas. Qué significan.

El fin del juego, por ejemplo, y es un caso como cualquier otro.

Salía por la avenida de eucaliptos y después por la de plátanos. Hacía calor. El juego, por este año, había terminado. Nos volvíamos caminando esta vez, como otras veces, solos, sin compañía. Y era igual y ya no. El batallador, claro, siguió su derrota, en los dos sentidos simpáticos de la palabra. Y así terminó. Y el juego terminó. Y no terminó.

El año pasado, a esta altura, caminaba bajo esos mismos árboles. Y yo era el mismo, y no. Y el batallador era el mismo y no. Y también como ahora había perdido, pero no, como ahora también.

Y así.

Un día será el fin del juego. Cara a cara, y no como en un espejo.

Ya será.