sábado, 10 de enero de 2009

Día 10

“Día 10. Dar a cada uno lo que le es propio; pero no a modo de propina.”

Por supuesto que sí: eso es justicia. Una de las especies de la justicia. Y un modo de lo más exigente, viera usted. Precisamente: viera usted, porque en primer lugar se trata de ver, y eso tiene de exigente. ¿Cómo haría uno para hacerle justicia a quien es menester sin saber lo que le es propio? No se puede. Pero ese empeño de la cabeza y del corazón, es labor ímproba.

Una forma de glosar esta Florecilla es atender al remate. Y en ese sentido, habría que hablar tanto de justicia, como de soberbia. Y de política, si vamos al caso. Porque más allá de la moral monástica para la que esta Florecilla podría tener en un sentido lato alguna aplicación, está la de la polis en la que no puede no tener aplicación, porque donde hay justicia, hay otro. Y más propiamente aún: es porque hay otro que es necesaria la justicia.

La proposición, con todo, apunta al remate, me parece, y al efecto del juego de palabras, como derivadas u afines en su fonética (aunque, dicho sea de paso, no se tocan demasiado en sus raíces...), y así subraya que no está bien anular el debido acto de justicia, como si en vez de un deber de darle o restituirle a alguno lo que le es propio, el gesto fuera el de conceder más o menos a regañadientes un regalo inmerecido. Y, pa’ pior, un regalo-migaja, de aquellos que uno desecha o de aquellos que caen de la mesa en un movimiento casual del brazo o la mano, o de la servilleta. Porque, está claro que propina no está dicho aquí en su acepción prístina, sino en la más oblicua y asociada en todo caso a un “ma’ sí, tomá...”

Sin embargo, me interesa lo consabido, esta vez, más que lo gracioso.

Dar a cada uno lo que le es propio es todo un problema. Para ambas puntas. Para el que da como para el que recibe. Para empezar, nada más, habría que detenerse en esto de que alguien recibe lo que le es propio. Como hay que detenerse todavía más en su contracara necesaria: el hecho de que alguien le dé a otro algo que no es del dador, sino del que recibe. ¿Qué quiere decir dar a cada quien lo suyo? ¿Qué significa que lo da? Si es suyo, ¿por qué tendría yo que dárselo? ¿Por qué tengo algo que no es mío sino suyo de él, pues para darlo, de algún modo tengo que tenerlo?

Todas estas preguntas y precisiones respecto de la justicia están desgranadas suficientemente en otras partes mejores que esta bitácora.

Solamente me detengo aquí en esta cuestión que parece de léxico y no lo es.

Para entender la justicia hay que entender, creo, que tenemos algo de los otros o de otro. De diversos modos lo tenemos y de diversos modos se lo debemos o tiene derecho a tenerlo de nosotros, derecho a que se lo demos, ya sea dándoselo ya sea restituyéndoselo, según el caso. Pero ciertamente que hay una relación entre lo que otro tiene, tuvo o tiene derecho a tener y yo, y uso el verbo tener en sentido amplio, no sólo referido a bienes materiales.

Es por eso que me interesa ese punto de la Florecilla. Porque fijándose en eso, queda de manifiesto que nuestra perfección no está clausurada en nuestros actos propios e íntimos, en el gobierno de nuestras pasiones.

Es sabido que mientras otras virtudes se dirigen a los actos interiores, la justicia apunta a las cosas exteriores y en relación con otro u otros.

Peroa, por sabido que sea, no está demás recordar que, de un modo u otro, tenemos –siempre– algo de los demás. Que les debemos algo, siempre, de un modo u otro, una cosa u otra. Y a cada quien, por ser quien es o por el modo como nos relacionamos con él, ya le debemos una cosa, ya otra. Siempre.

Parece que aquí no es del caso pensar que, eventualmente, llegado el caso, si acaso pasara, si me encuentro en esa situación, entonces le daré a cada quien lo suyo en buena justicia.

Por el contrario, lo que parece decir claramente esta definición de justicia es que siempre hay algo que debemos a alguien, siempre hay algo que tenemos y es de otro, nada más que por el hecho de que estamos relacionados con él, o con ellos, de un modo u otro, más próximo o más lejano. En la ciudad, como en la casa. Y eso es siempre, tanto por quién es él o quiénes son ellos como por quién soy yo. Y lo que tenemos y le es propio podrá ser el sueldo que no le hemos pagado en forma todavía, la cortadora de pasto que no le hemos devuelto todavía, o el reconocimiento, la atención o la honra a la que tiene derecho y no le hemos dado todavía. Y más y más cosas que son de cada segundo de cada minuto de cada hora de cada día.

Dar a cada quien lo que le es propio es el nombre mismo del hombre, si uno no olvida que el hombre es por naturaleza un animal político, un ser social, uno que, por naturaleza, intercambia bienes con otros para su bien y para el de los otros.

Será por eso, tal vez, que el remate -aunque suene gracioso, aunque se parezca mucho a un juego de palabras- es tan grave.