miércoles, 7 de enero de 2009

Día 7

“Día 7. Si hemos de pecar, pequemos con un cierto sentido de la responsabilidad.”

Y así es, don Braulio. Y así es siempre.

A quién se le ocurre que usted no sabe que no hay otro modo de pecar que con cierto sentido de la responsabilidad. Porque de otro modo, no hay pecado. Si no hay modo de que sea responsable por esa falta, no hay pecado. Responsable de lo que pienso, de lo que digo, de lo que hago u omito, según la vieja usanza: pensamiento, palabra, obra u omisión.

Hace bien recordarlo, con todo. Por las dos puntas. Para el que crea que está obligado a pecar como quien cumple un mandamiento, como para el que crea que no tiene importancia si uno peca o no, incluso si hay pecado o no.

Sin embargo, de esta Florecilla, me quedo con el “Si...”, porque es donde hallo alguna miga para un comentario. Lo demás, creo que se ve, no tiene mayor dificultad, siempre y cuando se admita que el hombre puede pecar y de hecho peca, como hay que dar por sentado que es libre y por lo mismo responsable.

Podría uno rebuscarle a Freud, y hasta a la psicología in genere, las quisicosas que podrían haber movido esta Florecilla. Y no estaría de más, claro que no, porque en algo a eso se refiere. Pero está suficientemente y bien dicho ya que al quitarle responsabilidad al hombre o al cargarlo con tantas condiciones-ocasiones que hagan impunes sus decisiones y actos, el pecado mismo se diluye en una serie de explicaciones o subterfugios, de modo que “...son cosas de la vida, qué se le va a hacer...”, termina siendo la última –y así vista la única– ratio.

Tal vez, y precisamente porque son cosas de la vida, el “si...” tenga alguna importancia, asociado al resto de la propuesta.

Ese “si...” podría sonar fatal, en algún sentido. Fatalista, dirían algunos. Se puede entender también que algo del famoso fomes peccati está detrás del condicional. Como diciendo: “ya que concupiscentemente habremos de pecar...”

Pero creo que da para algo más. Creo que con ese sólo memento no alcanza para que tenga fuerza suficiente. Doy por entendido que Braulio no quiere ser tanto inédito como chispeante, a veces jacarandoso, a veces sutil, hábil con la verba. Pero eso no le impide llegar con el estilete un poco más allá de lo consabido.

Creo que detrás de ese “si...”, esta Florecilla nos recuerda algo de nuestra natura. Nos advierte, por ejemplo, lo fácilmente que nos engañamos o intentamos pasar gato por liebre. Así como no hay pecado si no hay responsable, tampoco –como ya se ha visto por aquí– hay pecado sin que nos hagamos los burros en algo, sin que miremos de alguna manera para otro lado, como quien no quiere la cosa, porque algo nos está diciendo que si vamos a hacer eso, nosotros, nosotros mismos, no otro, no un robot o un autómata, no un vegetal o un cangrejo, nosotros (que sabemos que somos nosotros, y mal que bien y bien que mal, sabemos cómo somos nosotros), debemos prestar siquiera un mínimo de atención. Y hasta nos dice que debemos ser dóciles a nuestra propia voz interior que habitualmente sentencia de alguna manera un más o menos claro “yo sé que vos sabés que yo sé que vos sabés...”

A mí se me hace que ese “si...” es tanto modal como temporal, por ejemplo. Porque en la deliberación que nos lleva del primer movimiento al acto realizado, ya sabemos y vamos sabiendo algo que sabemos que sabemos y que vamos sabiendo que vamos sabiendo. Oscuramente, tal vez. Pero al mismo tiempo lo sabemos como si siempre lo hubiésemos sabido, sin que nos lo tuviera que decir algún otro. Podremos atropellarnos, podremos tropezar, amagar, opacarnos, enceguecernos. La pasión, los razonamientos rengos o aquellos en seco que decía, los malos consejos espumando en una olla llena de palabras propias y ajenas, las imágenes de la loca de la casa. Y quién sabe cuántas cosas más nos cercan por dentro, viendo si aceptamos el gato aliebrado finalmente y soslayamos para otra vuelta la sabrosa liebre escabechada.

Pero en algún momento, por un instante, tenemos siquiera un modo de enterarnos de que eso que estamos pensando y queriendo y procurando hacer (o pensar, o decir, o no hacer) no es del todo bueno. Y digo exactamente que no es del todo bueno porque es de la siquiera ínfima fibra buena que le vemos o le queremos ver, de donde nos asimos, como Tarzán se ase a una liana al paso, para salir del asunto, para salir del paso. Y, en este caso, para salirnos con la nuestra.

Allí es donde creo que el condicional que abre esta Florecilla está llamado a enfrentarse cara a cara con el asunto del pecado y la responsabilidad.

No es fatal el sentido de ese “si...”. Creo que más bien dice “llegado el caso...”.

Y “llegado el caso” uno debe al menos saber primero que ha mordido la banquina y nunca decirse que no ha mordido la banquina. Porque cuando llega el caso, el caso es que uno ha mordido la banquina. Así las cosas, la primera respuesta que uno debe darse en ese caso –para arrancar responsablemente su pecado– es decirse –a sí mismo en primer lugar, siempre– que efectivamente ha mordido la banquina. Y saber –y no dejar de decirse, como pueda, que efectivamente sabe que sabe– que morder la banquina es lo que es y hace de uno lo que hace.

Pero “llegado el caso” es dinámico y no estático. Porque “llegado el caso” es también cada paso, cada momento, cada instante de ese acto que sabemos es un pecado. Por eso, creo, “llegado el caso”, es decir, “si hemos de pecar”, a cada paso le mirará uno la cara al gato y le dirá “gato”, y le dirá tal vez “gato aliebrado”, “gato símil liebre”, “gato pseudo liebre”, “falsa liebre”, o lo que prefiera o pueda, que no todos tenemos la misma penetración –y el mismo coraje– para discernir la exacta especie de gato que estamos haciendo pasar por liebre.

Muchos creen que la responsabilidad llega como en el medio de la cosa, y algunos otros creen o prefieren pensar que la responsabilidad es el oporto y los cigarros de esa comida. Al final, cuando llega el momento de arrepentirse, se abre una caja y saca uno de ella con toda unción la mismísima responsabilidad por sus pecados.

En el juicio será así, suponemos y por lo que nos han enseñado. Nosotros mismos hablaremos de nosotros mismos con nuestros gatos a la vista irrefutables. Y diremos, se supone, que siempre le vimos cara de gato a esas liebres, y tanto que sabemos que son gatos y no liebres.

Pero no sólo en el juicio, porque creo que, antes de llegar al juicio, precisamente por allí arranca la responsabilidad, que es a la vez lo primero y ciertamente será lo último.

Porque “llegado el caso”, pero ahora llegado el caso de volver la vista atrás, de dar vuelta y cambiar de dirección, en fin, cuando llega, Dios mediante, el momento del arrepentimiento (no en el juicio, sino en cualquier momento, aquí en este valle), vemos a nuestro condicional darse vuelta como se da vuelta un guante. Y entonces nos veremos sacar de lo primero, lo último: “yo sé que, llegado el caso, he estado tratando de hacer pasar gato por liebre, siempre lo supe o lo barrunté y más que eso, creo, y sé también que, llegado el caso, siempre me hice medio el tonto...; pero ya no más: y te ruego que no me lo tengas en cuenta, por favor...”