miércoles, 20 de mayo de 2009

Niebla (II)

Se pasó la noche. Se me dio por quedarme esperando ver si veía la niebla. Verla no sé si crecer, bajar, subir. ¿Qué hace la niebla?

Pero, nada de nada. Típico. Casi ni frío hizo.

Entre la ventana y yo, incólume, silencioso, paciente, estaba mirándome el Dostoïevsky. Le problème du bien, de Zander; en medio de otros papeles, se apilaban unos apuntes para ver más de cerca la cuestión Galadriel que toma cuerpo y se desvanece. Asunto un poco inasible, qué puedo decir. Hay algo en el modo que tiene Tolkien de pensar, de ver, de elaborar las historias con lo que ya me he topado alguna vez y siempre me deja un poco inquieto.

Cada vez que levantaba la vista hacia il buio della notte tenía que cruzarme con Dostoïevsky. Le problème du bien. Hasta que advertí que no era casual, ni holístico. Escrutaba un punto determinado: eso de Le problème du bien.

¿El bien, un problema?

Si dijera Le problème du mal uno tal vez reposara más tranquilo, es más natural.

Decepcionado con la no niebla, tuve que admitir al fin que la cuestión Galadriel y Le problème du bien eran como dos caras de la misma cosa, sin saber del todo cómo.

A esa altura ya me hacía gracia el que ni siquiera hubiera abierto el libro y que dialogara con él como si nos conociéramos desde chicos.

Pero sí. Cuando la niebla ya daba ausente sin aviso, me pareció entender que ese dolor de bien que rodea a la Dama de Lórien, y que hay que ver todavía de qué se trata, es un problema y que en parte es un problema del bien.

Es difícil entender eso en alpargatas, por más mate y tabaco negro que acompañe a uno. Pero hay que ver lo difícil que puede llegar a ser mezclado con sagas nórdicas, elfos rebeldes y runas y ortodoxos rusos pensando en ruso, cosas más o menos rusas al modo ruso.

Es verdad también que a las 03:30 casi todo es, para mí al menos, como si fuera ruso.

De modo que, después de todo, algo de niebla hubo.