miércoles, 20 de mayo de 2009

Niebla (III)

El problema del bien, eso es.

¡Qué asunto descomunal!

El problema del mal tal vez lo resuelva cualquiera, si tiene ciencia, virtud, coraje. Y Gracia.

Pero el problema del bien es otra cosa.

Más lo miro, más me parece que Tolkien -un poco a oscuras, me parece- entrevió en las historias de los grandes y de los buenos el problema del bien, o entrevió que había allí un problema que siempre parece quedar sin resolver enteramente. No digo que esté mal, digo por lo pronto que los asuntos de los buenos son más difíciles de resolver que los asuntos de los malos.

Gandalf, Arwen, los altos elfos, los señores de Gondor, el propio Frodo si uno lo mira fijamente, son más complejos en sus negocios con el bien que con el mal. Y Galadriel también.

¿Qué querrá decir esto, si esto es así como creo?

Los viajeros están a punto de dejar Lothlórien, ese fragmento de tierra bendecida, tan inquietante como nimbada de grandeza y belleza. La Dama Galadriel los despide y le da a cada quien un regalo a propósito de quién es cada uno. Los diálogos en torno a cada presente están sembrados de filosos contrapuntos. Imperdibles, matizados.

Se embarcan, navegan ya por el río y Galadriel -apenas una luz a la distancia ya, apenas "un cristal caído en el regazo de la tierra" a la vista de los viajeros- canta su Namárië a tantas cosas y, en los versos del final, a Frodo, quien, tras una curva del río Grande, deja de ver la luz de Lórien, aquel hermoso país que ya no verá más. Todos lloran.

De todos los viajeros, el enano Gimli es el único a quien la Dama le dio a elegir su regalo: un cabello, pidió él. Ella le regaló tres.

Sobre la barca, sollozando, es precisamente Gimli quien tiene allí algunas de las palabras tolkienianas sobre un aspecto notable del 'problema del bien'. No tiene todas las palabras. Y no es el único que tiene palabras para eso. Pero al salir de Lórien, al menos advierte una parte del asunto. A lo enano, claro.

-Mi última mirada ha sido para aquello que era más hermoso -le dijo a su compañero Legolas-. De aquí en adelante a nada llamaré hermoso si no es un regalo de ella.
Se llevó la mano al pecho.
-Dime, Legolas - continuó-, ¿cómo me he incorporado a esta Misión? ¡Yo ni siquiera sabía dónde estaba el peligro mayor! Elrond decía la verdad cuando anunciaba que no podíamos prever lo que encontraríamos en el camino. El peligro que yo temía era el tormento en la oscuridad, y eso no me retuvo. Pero si hubiese conocido el peligro de la luz y de la alegría, no hubiese venido. Mi peor herida la he recibido en esta separación, aunque cayera hoy mismo en manos del Señor Oscuro. ¡Ay de Gimli hijo de Glóin!
-¡No! -dijo Legolas-. ¡Ay de todos nosotros! Y de todos aquellos que recorran el mundo en los días próximos. Pues tal es el orden de las cosas: encontrar y perder, como le parece a aquel que navega siguiendo el curso de las aguas. Pero te considero una criatura feliz, Gimli hijo de Glóin, pues tú mismo has decidido sufrir esa pérdida, ya que hubieras podido elegir de otro modo. Pero no has olvidado a tus compañeros, y como última recompensa el recuerdo de Lothlórien no se te borrará del corazón, y será siempre claro y sin mancha, y nunca empalidecerá ni se echará a perder.
-Quizá -dijo Gimli-, y gracias por tus palabras. Palabras verdaderas sin duda, pero esos consuelos no me reconfortan. Lo que el corazón desea no son recuerdos. Eso es sólo un espejo, aunque sea tan claro como Kheled-zâram. O al menos eso es lo que dice el corazón de Gimli el Enano. Quizá los Elfos vean las cosas de otro modo. En verdad he oído que para ellos la memoria se parece al mundo de la vigilia más que al de los sueños. No es así para los Enanos.


Pobre Gimli.

Tal vez, si supieras lo que has visto te consolarías algo más y algo mejor. Y no fue ni la Dama Galadriel ni sus cabellos de oro. Al menos has visto que las palabras de Legolas son verdaderas, pero las palabras verdaderas de Legolas no te reconfortan.

Lo que el corazón desea no son recuerdos. Claro. Y es precisamente uno de los problemas del bien en este valle, querido y valiente enano. Tal vez, si no estuvieras tan hecho una sola cosa con las cosas de Arda, no tener las cosas de Arda te sería más feliz y te reconfortaría. Y aun no tener las cosas que aquí ves y no son de aquí, querido Gimli hijo de Glóin. Aun eso te daría más alegría.

Ah, Gimli, si pudieras entender qué alegría hay en el dolor por la luz y la alegría.


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No, de ningún modo. No puedo decir en absoluto que esto lo diga el bueno de Zander, hablando sobre el problema del bien en Dostoievsky. No puedo decir en absoluto nada sobre lo que Zander dice allí. Todavía ni abrí el libro. Esto que digo corre por mi mismísima cuenta. No hay que castigar al ruso. Es cosa mía.