martes, 26 de mayo de 2009

Niebla (IX)

Veamos, entonces, algunas cuestiones que nos presentan los textos. Que sea en dos partes, y he aquí la primera.

Dice Tolkien hablando de dos de los linajes primeros de los Elfos, los Vanyar de Ingwë y los Noldor de Finwë:
Manwë y Varda amaban sobre todo a los Vanyar, los Hermosos Elfos; pero los Noldor eran los amados de Aulë, y él y los suyos los visitaban con frecuencia. Grandes fueron los conocimientos y habilidades que mostraron, pero más grande aún era la necesidad que tenían de más conocimientos, y en muchas cosas pronto sobrepasaron a los maestros. Hablaban un lenguaje que no dejaba de cambiar, porque sentían un gran amor por las palabras y siempre querían encontrar nombres más precisos para las cosas que conocían o imaginaban. Y sucedió que los albañiles de la casa de Finwë, que excavaban en las colinas en busca de piedra (pues se deleitaban en la construcción de altas torres), descubrieron por primera vez las gemas de la tierra, y las extrajeron en incontables miríadas; e inventaron herramientas para cortar las gemas y darles forma y las tallaron de múltiples maneras. No las atesoraron, sino que las repartieron libremente, y con este trabajo enriquecieron a toda Valinor.
Respecto del linaje que inicia en Finwë, gran rey de los Noldor, el pueblo del que Galadriel era princesa, dice Tolkien:
Finwë era Rey de los Noldor. Los hijos de Finwë fueron Fëanor y Fingolfin y Finarfin; pero la madre de Fëanor fue Míriel Serindë, mientras que Indis, de los Vanyar, fue la madre de Fingolfin y Finarfin. Fëanor era el más poderoso en habilidades de manos y de palabra, y más instruido que sus hermanos; su espíritu ardía como una llama. Fingolfin era el más fuerte, el más firme y el más valiente. Finarfin era el más hermoso y el más sabio de corazón; y más tarde fue amigo de los hijos de Olwë, Señor de los Teleri, y tuvo por esposa a Eärwen, la doncella—cisne de Alqualondë, hija de Olwë.

Los hijos de Finarfin fueron Finrod el Fiel (que recibió más adelante el nombre de Felagund, Señor de las Cavernas), Orodreth, Angrod y Aegnor; los cuatro tan amigos de los hijos de Fingolfin como si todos hubieran sido hermanos. La hermana de ellos, Galadriel, era la más hermosa de la casa de Finwë; tenía los cabellos iluminados de oro, como si hubiera atrapado en una red el resplandor de Laurelin.
Melkor odiaba a los Elfos, entre otras razones porque por defenderlos los Valar habían ido contra él. Los Vanyar, dice Tolkien, eran felices a la vera de Manwë y Melkor tenía poco acceso a ellos; a los marinos Teleri, los despreciaba y los creía débiles. De modo que era a los Noldor a quienes dirigió Melkor su ambición y su mayor dedicación.
Pero los Noldor se complacían en el conocimiento oculto que podía revelarles (Melkor); y algunos escuchaban palabras que mejor les hubiera valido no haber oído nunca. Melkor en verdad declaró después que Fëanor había aprendido mucho de él en secreto, y que él lo había instruido en la más grande de todas sus obras; pero mentía por envidia y codicia, pues ninguno de los Eldalië odió nunca tanto a Melkor como Fëanor hijo de Finwë, quien por primera vez le dio el nombre de Morgoth; y aunque atrapado en las redes de la malicia de Melkor contra los Valar, no habló con él, ni buscó su consejo. Porque sólo el fuego de su propio corazón impulsaba a Fëanor, que trabajaba siempre de prisa y solo; y nunca pidió la ayuda ni buscó el consejo de nadie que habitara en Aman, fuera grande o pequeño, excepto sólo y por un corto tiempo los de su esposa, Nerdanel la Sabia.
De Fëanor hijo de Finwë, se dice allí con claridad que ninguno de los Eldalië odió tanto a Melkor como él. Pero de Fëanor se cuenta también otra cosa que importa.
En ese tiempo se hizo la que luego tuvo más renombre entre las obras de los Elfos. Porque Fëanor, llegado a la plenitud de su capacidad, había concebido un nuevo pensamiento, o quizás ocurrió que una sombra de presciencia le había llegado del destino que se acercaba; y se preguntaba cómo la luz de los Árboles, la gloria del Reino Bendecido, podría preservarse de un modo imperecedero. Entonces inició una faena larga y secreta, recurriendo a toda la ciencia y el poder que poseía y sus sutiles habilidades; y al cabo hizo los Silmarils. Los Silmarils tenían la forma de tres grandes joyas. Pero no hasta el Fin, cuando regrese Fëanor, que pereció antes de que el Sol apareciese, y que se sienta ahora en las Estancias de Espera y no vuelve entre los suyos; no hasta que el Sol transcurra y caiga la Luna, se conocerá la sustancia de que fueron hechos. Tenía la apariencia del cristal de diamante, y sin embargo era más inquebrantable todavía, de modo que ninguna violencia podía dañarla o romperla en el Reino de Arda. No obstante, ese cristal era a los Silmarils lo que es el cuerpo a los Hijos de Ilúvatar: la casa del fuego interior, que está dentro de él y sin embargo también en todas sus partes, y que le da vida. Y el fuego interior de los Silmarils lo hizo Fëanor con la luz mezclada de los Árboles de Valinor, que vive todavía en ellos, aunque los Árboles hace ya mucho que se han marchitado y ya no brillan. Por tanto, aun en la oscuridad de las más profundas arcas los Silmarils resplandecían con luz propia, como las estrellas de Varda; y sin embargo, como si fueran en verdad criaturas vivientes, se regocijaban en la luz y la recibían y la devolvían con matices aún más maravillosos.

Todos los que vivían en Aman sintieron asombro deleite ante la obra de Fëanor. Y Varda consagró los Silmarils, de modo que en adelante ninguna carne mortal, ni manos maculadas, ni nada maligno podría tocarlos sin quemarse y marchitarse; y Mandos predijo que ellos guardaban dentro los destinos de Arda, la tierra, el mar y el aire. El corazón de Fëanor estaba estrechamente apegado a esas cosas que él mismo había hecho.
Tanto así que más y más se apegaba a ellos, los ocultaba y los idolatraba. A la vez, Melkor -como un dragón que se relame por el brillo del oro, aunque no lo ame- ansiaba la luz de los Silmarils, tanto como odiaba a los Valar y a sus Árboles. Melkor entonces maquinó crear enemistad entre los Noldor y los Valar, diciéndoles a éstos, por ejemplo, que los Valar ocultaban un plan: suplantar a los Elfos con los Hombres cuando éstos aparecieran en Arda, porque eran un linaje más débil y dominable que los Elfos. Con éstas y otras argucias, que hicieron habitación en el ánimo de ese pueblo, fue creciendo la rebelión entre los Noldor, envenenados por las mentiras de Melkor. Para cuando la codicia de Melkor arrebató los Silmarils y los robó, yéndose con ellos a Tierra Media, el furor natural de Fëanor se hizo un incendio de ira. En su corazón, además, como en el de muchos de los Noldor, ya estaba sembrada la semilla de la rebelión y el desprecio a los Valar, de modo que cuando éstos prohibieron perseguir a Melkor, a Fëanor y a muchos de ellos les fue fácil la desobediencia.

Así llegamos al terrible juramento y a la partida de Fëanor y de buena parte de su pueblo y algunas gentes de otros linajes élficos hacia la Tierra Media. No todos, hay que insistir en ello, amaban y seguían a Fëanor de buen grado. En aquella oportunidad, Galadriel como princesa de los Noldor, estaba entre ellos mientras se discutía violentamente qué hacer.
Entonces pronunció Fëanor un terrible juramento. Los siete hijos se acercaron a él de un salto y juntos hicieron el mismo voto, y rojas como la sangre brillaron las espadas al resplandor de las antorchas. Era un juramento que nadie puede quebrantar ni nadie ha de pronunciar, aun en nombre de Ilúvatar, y pidieron para ellos la Oscuridad Sempiterna si no lo cumplían; y a Manwë nombraron como testigo, y a Varda, y a la montaña sagrada de Taniquetil, prometiendo perseguir con odio y venganza hasta el fin del Mundo a Vala, Demonio, Elfo u Hombre aún no nacidos, o a cualquier otra criatura, grande o pequeña, buena o mala, a la que el tiempo diese origen desde ahora hasta la consumación de los días, que guardara, tomara o arrebatara uno de los Silmarils de Fëanor.

Así hablaron Maedhros y Maglor y Celegorm, Curufin y Caranthir, Amrod y Amras, príncipes de los Noldor; y muchos se descorazonaron al oír las terribles palabras. Porque así dicho, un juramento, malo o bueno, no puede quebrantarse, y perseguirá tanto al que lo cumple como al que lo quebranta hasta el fin del mundo. Fingolfin y su hijo Turgon hablaron por tanto en contra de Fëanor, y despertaron palabras fieras, de modo que una vez más la ira estuvo cerca del filo de las espadas. Pero Finarfin habló dulcemente, como le era habitual, e intentó apaciguar a los Noldor, pidiéndoles que se detuvieran y meditaran antes que se hiciera algo que no pudiera deshacerse; y Orodreth, solo entre sus hijos, habló de igual manera; pero Galadriel, la única mujer de los Noldor que se mantuvo erguida y valerosa entre los príncipes contendientes, estaba ansiosa por partir. No pronunció ningún juramento, pero las palabras de Fëanor sobre la Tierra Media le habían ardido en el corazón, y anhelaba ver las amplias tierras sin custodia y gobernar allí un reino a su propia voluntad. Lo mismo que Galadriel pensaba Fingon hijo de Fingolfin, también movido por las palabras de Fëanor, aunque poco lo amaba; y con Fingon estuvieron, como siempre, Angrod y Aegnor, hijos de Finarfin. Pero éstos mantuvieron la calma y no hablaron contra sus padres.
La sucesión de hechos violentos y crueles, de traiciones y orgullos desmedidos, de odios y ambiciones, fue rápida. En su afán por alcanzar a Melkor tanto como por desafiar a los Valar, Fëanor no dudó en cometer crímenes entre los Elfos que se le oponían, así como traicionar a sus propios aliados. Fue así, finalmente, que el Valar extendió una maldición sobre los Noldor.
Así por último los Teleri fueron vencidos, y gran parte de los marineros que vivían en Alqualondë fueron muertos vilmente. Porque la desesperación había vuelto feroces a los Noldor, y los Teleri contaban con menos gente y casi no tenían otras armas que unos arcos delgados. Entonces los Noldor se apoderaron de los navíos blancos y cada remo fue manejado por el mejor tripulante con que pudieron contar, y se alejaron hacia el norte a lo largo de la costa. Y Olwë llamó a Ossë, pero éste no acudió, porque no permitían los Valar que la huida de los Noldor fuera impedida por la fuerza. Pero Uinen lloró por los marineros de los Teleri; y el mar se levantó airado en contra de los asesinos, de modo que muchos barcos naufragaron y quienes iban en ellos murieron ahogados. De la Matanza de los Hermanos de Alqualondë se dice algo más en el lamento llamado Noldolante, la Caída de los Noldor, que Maglor compuso antes de perderse.

No obstante, la mayor parte de los Noldor logró escapar, y cuando cesó la tormenta, mantuvieron el rumbo, algunos en barco y otros por tierra; pero el camino era largo y a medida que avanzaban sobrevenían nuevos males. Después de haber marchado largo tiempo en la inmensa noche, llegaron por fin a los confines septentrionales del Reino Guardado, en los bordes del desierto baldío de Araman, que eran montañosos y fríos. Allí vieron de pronto una figura oscura, de pie sobre una roca, que contemplaba la costa desde lo alto. Dicen algunos que era el mismo Mandos, y no un heraldo de Manwë de menor cuantía. Y oyeron una voz alta, solemne y terrible que les ordenó detenerse y prestar oídos. Todos se detuvieron entonces y permanecieron inmóviles, y de extremo a extremo de las huestes de los Noldor se escuchó la voz que pronunciaba la maldición y la profecía denominada la Profecía del Norte y el Hado de los Noldor. Mucho se predijo en palabras oscuras que los Noldor sólo comprendieron cuando sobrevinieron los males; pero todos oyeron la maldición pronunciada contra los que no quisieran quedarse ni solicitar el juicio y el perdón de los Valar.

—Lágrimas innumerables derramaréis; y los Valar cercaran Valinor contra vosotros, y os dejarán fuera, de modo que ni siquiera el eco de vuestro lamento pasará por sobre las montañas. Sobre la Casa de Fëanor la cólera de los Valar cae desde el Occidente hasta el extremo Oriente, y sobre todos los que los sigan caerá del mismo modo. El juramento los impulsará, pero también los traicionará, y aun llegará a arrebatarles los mismos tesoros que han jurado perseguir. A mal fin llegará todo lo que empiecen bien; y esto acontecerá por la traición del hermano al hermano, y por el temor a la traición. Serán para siempre los Desposeídos.
"Habéis vertido la sangre de vuestros parientes con injusticia y habéis manchado la tierra de Aman. Por la sangre devolveréis sangre y más allá de Aman moraréis a la sombra de la Muerte. Porque aunque Eru os destinó a no morir en Eä, y ninguna enfermedad puede alcanzaros, podéis ser asesinados, y asesinados seréis: por espada y por tormento y por dolor; y vuestro espíritu sin morada se presentará entonces ante Mandos. Allí moraréis durante un tiempo muy largo, y añoraréis vuestro cuerpo, y encontraréis escasa piedad, aunque todos los que habéis asesinado nieguen por vosotros. Y a aquellos que resistan en la Tierra Media y no comparezcan ante Mandos, el mundo los fatigará como si los agobiara un gran peso, y serán como sombras de arrepentimiento antes que aparezca la raza más joven. Los Valar han hablado.
Los que acompañaron a Fëanor -de buena gana o no por sus motivos propios o por lealtad- tuvieron varias ocasiones de volverse atrás, pues los Valar sucesivamente fueron perdonando y recibiendo a los que se arrepentían, a medida que los hechos de Fëanor se volvían más desatinados o feroces. Sin embargo, hubo grandes príncipes que no amaban a Fëanor y que, a pesar de todo y eso, no volvieron atrás, ni aceptaron ni pidieron el perdón de los Valar.

Galadriel, entre ellos.
Entonces muchos se lamentaron; pero Fëanor endureció su corazón y dijo: —Hemos hecho un juramento y no a la ligera. Lo mantendremos. Se nos amenaza con muchos males y no es el menor de ellos la cobardía: pero hay algo que no se dijo: que padezcamos hoy de cobardía, de pusilanimidad o de miedo a la pusilanimidad. Por tanto os digo que seguiremos adelante, y este destino pronostico: que los hechos que hagamos serán temas de muchas canciones hasta los últimos días de Arda. Pero a esa hora Finarfin abandonó la marcha, y se volvió con pena y amargura contra la Casa de Fëanor, y esto por causa del parentesco que lo unía a Olwë de Alqualondë; y muchos de los suyos fueron con él entristecidos, y tomaron el camino de vuelta, hasta que contemplaron una vez más el rayo distante de la Mindon sobre Tuna, que aún brillaba en la noche; y así llegaron por último a Valinor. Allí recibieron el perdón de los Valar y se le dio a Finarfin el gobierno del resto de los Noldor en el Reino Bendecido. Pero los hijos de Finarfin no estaban con él, pues no quisieron abandonar a los hijos de Fingolfin; y todo el pueblo de Fingolfin siguió adelante, aun sintiéndose empujado por la gente de su propio linaje y por la voluntad de Fëanor, y temiendo enfrentar el juicio de los Valar, pues no todos eran inocentes de la Matanza de Alqualondë. Además Fingon y Turgon eran audaces y de fiero corazón y detestaban 'abandonar cualquier tarea iniciada por ellos mismos antes del amargo final, si amargo había de ser. De modo que la mayor parte de la hueste siguió adelante, y pronto el mal que había sido predicho empezó a operar.
Tampoco volvieron atrás cuando la traición de Fëanor fue a sus propios aliados.
Entonces Fingolfin, al ver que Fëanor lo abandonaba, para que pereciese en Araman o regresara avergonzado a Valinor, se llenó de amargura; pero ahora deseaba como nunca llegar de algún modo a la Tierra Media y volver a encontrarse con Fëanor. Y él y sus huestes erraron afligidos mucho tiempo, pero sintiendo que el valor y la resistencia se les acrecentaban con las penurias; porque eran un pueblo poderoso, los primeros hijos inmortales de Eru Ilúvatar, aunque recién llegados del Reino Bendecido y no sujetos todavía a las fatigas de la Tierra. El fuego de la juventud ardía en ellos, y conducidos por Fingolfin y sus hijos, y por Finrod y Galadriel, se atrevieron a penetrar en lo más crudo del norte; y al no hallar otro camino enfrentaron por fin el terror del Helcaraxë y las crueles montañas de hielo. Pocas de las hazañas que con posterioridad llevaron a cabo los Noldor superaron en penuria o dolor esa desesperada travesía.


Y así fue como llegó Galadriel a la Tierra Media, finalmente.