martes, 9 de junio de 2009

Afinación

Mis conocimientos del arte musical –pese a mis antecedentes familiares- son nulos. Cantante líricos, pianistas, violinistas inmediatos en mi sangre, no lograron dejar la huella suficiente. Una larga tradición itálica de melómanos y músicos solamente dejó en mí el placer del oído; poco de la voz y nada de las manos. Tal vez se deba en parte –estoy inventando- a mi lejanía de la matemática, una señora de gran predicamento, pero que, a mi sabor, vive en otro barrio.

Otra cosa, claro, es que a uno le guste la música. Oírla con encantamiento y paladear lo que se alcance. Y me ilusiono a veces pensando que si santo Tomás entendía a Aristóteles y a Platón sin saber griego, bien podría serme propicia Euterpe, la de genio amable, y permitirme saborear la carne sin tener que masticar los huesos. Tonteras del iluso, me digo; pero sigo oyendo, mientras aparto con displicencia cordial notas, partituras y otros ilustres andamios necesarios.

En estos días, sin ir más lejos -y es la razón en parte de esta entrada-, estuve frecuentando por casualidad a Heinrich Ignaz Franz von Biber, un austro-bohemio del siglo XVII, de quien había oído incompleta una obra suya, unas sonatas que portan el bonito y musicalísimo nombre de Harmonia artificioso-ariosa: diversi mode accordata.

Entre otras ventajas, lo que oí resulta una compañía de lo más adecuada para andar por los trabajos que me trae el problema del bien, ese mosto que todavía no da del todo vino, sino una vinasa (decían mis ancestros), que apenas es bebida para chicos.

Me puse a ver algo sobre el austro-bohemio y entendí que el ejecutante y compositor era un virtuoso del violín, que tiene características distintas del barroco típico (allí entramos en especificidades técnicas que son prendas ajenas para mí...), cosa que en cierto sentido agradecí. Vi también que en estos últimos tiempos le han atribuido una obra que consideran descomunal: una misa para 53 voces e instrumentos (Missa Salisburgensis, de 1682), que dicen ser la mayor obra contrapuntística anterior al siglo XX, dato que no deja de impresionarme, al tiempo que me deja completamente frío, mal de mis pecados artísticos.

Y hay algunas otras cuestiones del estilo con las que, y más aún dichas por la boca de un ignaro, no conviene seguir aburriendo al amable lector.

Pero entre los datos, figuraba un asunto sabroso, creo.
La música de Biber ha experimentado un redescubrimiento, debido en parte a sus sonatas del Santísimo Rosario. Esta notable serie de 15 sonatas también se conoce como Sonatas del misterio (refiriéndose a sucesos importantes en la vida de la Virgen María y Cristo, y también como sonatas de los grabados de cobre (por los grabados que encabezan cada una de ellas). Cada sonata emplea una afinación distinta del violín. Este uso de la scordatura hace que el violín vaya del placer de los cinco misterios gozosos (la Anunciación, etc.) al trauma de los cinco misterios dolorosos (la Crucifixión, etc.), pasando por lo etéreo de los cinco misterios gloriosos (la Resurrección, etc.). También es simbólica la reconfiguración del violín: por ejemplo, las dos cuerdas centrales del violín están intercambiadas en la sonata de la Resurrección.
Dejo piadosamente de lado la fuente de este párrafo y más aún paso por alto la dicción de los asuntos a los que alude.

La cuestión de afinar distinto (scordatura) según los Misterios de los que se trata, es ya de por sí un asunto que me tienta considerar aplicándolo a otros tópicos, así como ese intercambio de las cuerdas centrales del violín en la sonata de la Resurrección.

Tal vez haya más música en las cosas que la que estamos acostumbrados a ver. U oír.

Pero pienso también que tal vez haya más música en la música que la que los músicos (honestamente técnicos, alegremente aficionados, gloriosos sedicentes, vanidosamente pretendidos) sepan.

Hay que tener cuidado con las cosas grandes y graves. Hay que tener cuidado con todo, en realidad.
Hay más cosas entre el cielo y la tierra, Horacio, de las que sueña tu filosofía.
Sí, Hamlet, sí. Y eso porque a Horacio ya le parecía extraño todo aquello de la Sombra, que era bastante extraño, hay que decirlo.

Pero creo que también hay más cosas en la filosofía que las que sueña la filosofía. De Horacio o de cualquiera.

La scordatura es un ejemplo apenas, pero tan bueno como cualquiera.

No es cosa de afinar las cuerdas entre sí y listo. A veces -¿a veces nada más?- las cuerdas tienen que afinar con algo que no son las cuerdas. A veces, incluso, hay que cambiar las cuerdas de lugar para hablar de ciertas cosas.