miércoles, 10 de junio de 2009

Niebla (XII)

Hay dos cosas en relación con Galadriel.

Tal vez las dos se resuman en una sola pregunta: ¿Cómo es Galadriel?

Por supuesto que estoy perfectamente de acuerdo con cualquiera que dijere que se trata de un personaje literario en medio de una composición literaria, con todas las limitaciones que esto supone para el análisis o la interpretación del asunto. Cuidado, sin embargo, con establecer lo literario como un ámbito tan cerrado y concluso, con reglas y códigos tan propios que no admitan más claves que las internas a la obra. Cuidado también, hay que advertirlo, con pretender una coherencia tal que nada se escape a la creatividad del autor, a su sintaxis cósmica subcreada, al orden que le ha dado a los asuntos y a las gentes en medio de tales asuntos. Es claro que solamente hay un autor capaz de lograr una obra tal en la que hasta las imperfecciones y contingencias estén ante su vista siempre. Una sola obra podría preciarse de no tener inconsistencia alguna en ningún sentido. Y por cierto que no es la de Tolkien, como no lo es ninguna de las hechas por mano de hombre. Pero cuidado también con desdeñar la potencia de lo literario en orden a la verdad y al bien, no sólo a la belleza. Ya hace milenio y algo más que un hereje donatista acusó a san Agustín de falsear la verdad y creyó que probaba su acusación imputándole el hablar con figuras. Y ya hace la misma cantidad de tiempo que san Agustín le contestó.

Voy, con esta advertencia dicha, a las dos cosas.

Para mirar una de ellas, no se puede sino con la asistencia de lo que el autor del personaje dijo, sugirió o esbozó respecto de ella.

Por una parte, sabemos que Galadriel pertenece a un linaje augusto de elfos primigenios, pero al mismo tiempo al más problemático de los tres linajes de aquellos que son llamados los primeros nacidos como hijos de Eru. Sabemos también que en determinado momento toma su camino hacia la Tierra Media –camino personal, si se quiere, pero no solamente personal-, y que tomarlo supone eo ipso una desobediencia a los poderes angélicos que inmediatamente gobiernan Arda. Sabemos que todos los que tomaron ese camino desobedecieron formalmente, sabemos que algunos siguieron a Fëanor de buen grado, y otros –ella, por caso y algunos de su casa- marcharon primero con él, no exacta y completamente por él; y que después incluso fueron en su, digamos así, persecución; pero –y en su caso explícitamente- sabemos que algunos fueron a la Tierra Media también por motivos propios que no eran enteramente los de Fëanor. Sabemos positivamente que no formuló aquel terrible juramento impío que pronunciara Fëanor en el colmo de su rebelión y fatuidad y otros con él; como sabemos que no participó de las matanzas de los Teleri y que, más tarde, ella y otros elfos de su propio linaje sufrieron una traición por parte del mismo Fëanor. Sabemos que, pese a esto último, la maldición de Mandos, y de los Valar de Valinor, pesa también sobre ella, como sobre todos los que, cuando fue proferida, no aceptaron volver a Valinor ante el indulto que en esa misma ocasión ofrecieron los Valar a los desobedientes, y después asesinos de los Teleri. Sabemos que de todas las veces que pudo haber aceptado o pedido perdón y haber vuelto a los Valar a lo largo de milenios, sólo aceptó en la última oportunidad. Sabemos, además, que precisamente recién estuvo en condiciones de volver al Reino Bendecido, al haber pasado la prueba a la que se enfrentó cuando Frodo le ofrece el Anillo Único, que ella rechaza. Por último, sabemos que está en la Tierra Media porque “anhelaba ver las amplias tierras sin custodia y gobernar allí un reino a su propia voluntad” y que había dejado atrás las terribles penas de ese pasado anterior a su llegada a la Tierra Media y que aceptaba de buen grado cualquier alegría que hubiera en esa tierra, sin recuerdos que la perturbaran, al menos visiblemente, y al menos hasta que estuvo por terminar la Tercera Edad y fue la Guerra del Anillo; porque, para entonces, Galadriel tenía una nostalgia explícita del Reino Bendecido de los Valar (un lugar ya fuera de este mundo), todo lo cual sabemos por su propia declaración. Sabemos que pasó la prueba, que irá empequeñeciéndose, y que marchará al Oeste. Y que entonces, al final, seguirá siendo Galadriel. Sabemos además que Lothlórien es un lugar separado, por su propia presencia y acción (y la de Celeborn, su esposo), y que es aquel reino que ella quería gobernar a su propia voluntad; y que en esa tierra su mano plantó o hizo crecer una belleza inigualable y que es un lugar en el que -como en Galadriel-, al decir de Aragorn “no hay ningún mal”, a no ser que un hombre lo lleve allí él mismo.

Por otra parte, la segunda cuestión sobre Galadriel tampoco puede ser vista enteramente sin el concurso de su autor.

Además de lo que el autor dice respecto de ella en la ficción, nos dice que es una penitente y que es inmaculada. Bien que dice estas cosas no a la vez sino en dos momentos distintos de su vida, respecto de una materia que de suyo es dinámica, porque la composición de un personaje –más en el caso del que se trata y por el tipo de composición que Tolkien encaró- no se inmoviliza ni se petrifica en el tiempo, o una vez que ha sido volcada en el papel.

Aun siendo así –y es natural y razonable que así sea-, Tolkien nos exige con ello hacer algún análisis.

Sabemos que Galadriel es alta y grande, en sentido ontológico, espiritual y moral. Es un personaje de tragedia, no de comedia, dicho en términos clásicos. Sabemos que es un ser alto y bello, tanto que su asociación con rasgos de la Virgen María no es caprichosa ni forzada. Sabemos por supuesto a la vez que alta y buena no se oponen en contradicción, como tampoco stricto sensu se oponen de ese modo alta y penitente, ni siquiera penitente y buena. No hay contradicción en esos términos y bien puede ser Galadriel al mismo tiempo algunos de esos pares. También y con más razón parece posible que Galadriel fuera alta e inmaculada, que es parecido a decir que es alta y buena, aunque parecido y no idéntico, porque propiamente hablando no todo bueno es inmaculado. Sabemos a este respecto lo que ya se ha dicho en cuanto a que en ella no hay mal alguno, según Aragorn, que se parece mucho a decir que es inmaculada o a decir que es buena. Pero se parece, otra vez; no es propiamente idéntico.

Con todo y eso, está claro entonces que Galadriel no puede ser penitente e inmaculada a la vez. Porque eso sí – simpliciter y aun secundum quid, como dirían los filósofos- es una contradicción.

Si Tolkien hacia el fin de sus días pensó distinto respecto de Galadriel, como aparece en su correspondencia, algo tendrá –o tendría- que modificarse en la historia de Galadriel. O habrá que mirar con mucha atención si hay o no una razón consistente y real para que, en sus milenios, la Dama se haya vuelto una penitente. Ocurre que en la historia parecería que sí hay motivos suficientes para que tenga algo de lo que arrepentirse, algún perdón que pedir, alguna penitencia que cumplir, y parece haberlo no solamente en los actos exteriores, no solamente en la desobediencia, ni en la renuencia al perdón, sino tal vez –y aquí hay que caminar con temor y temblor...- en esos actos interiores que parecen traslucirse en motivos como aquel anhelo de llegar a ver aquellas amplias tierras sin custodia y gobernar allí un reino a su propia voluntad.

Sin embargo, sigue allí el trazo algo grueso con el que Tolkien trata de esbozar, al final de sus días, una razón distinta para el camino –con la intención y los actos que suponen ese camino- de Galadriel hacia la Tierra Media.

Ahora bien, creo que si Tolkien pudiera incluir eso en la historia, debería cambiar también partes de ella y partes importantes no sólo al comienzo, sino también al final, incluyendo en particular un cambio notable en los motivos de aquel discurso ante Frodo y aún más en los de los dos bellos cantos de despedida que canta frente a él partiendo de Lórien.

No encuentro objeción para que Tolkien hubiera cambiado eso, si así le parecía. Incluso para que le hubiera dado a esos cantos de Lórien motivos distintos de los que aparecen en la historia tal y como está actualmente.

Diría, eso sí, que si hubiera habido tales cambios, habrían sido grandes cambios. Y cambios más que necesarios, de algún modo, porque no puede sostenerse con la historia tal y como está, en sus partes y en el todo, que Galadriel sea inmaculada y no tenga razones para arrepentirse; ni puede sostenerse, sin violentar algo importante en el relato, que su salida de Valinor la enhebra en una fatalidad frente a la que –precisamente por lo que tiene de involuntario- ella nada puede, salvo sufrir las consecuencias.

Y hasta aquí llego.

Con toda esta larga relación, sin embargo, creo que por ahora parecería que apenas si llegamos a una conclusión provisional: o Tolkien pretendió deshacer desde la raíz lo dicho respecto de Galadriel en sus obras o esa carta contiene algún tipo de desacierto, lo que no tendría por qué escandalizar a nadie, dicho sea de paso. Hay una tercera posibilidad, tal vez, que no voy a exponer ahora.

En todo caso, una vez presentadas así las cosas, me queda todavía tratar de ver cuánto en este personaje alto y bueno (y penitente) dice algo respecto de eso que viene llamándose aquí el problema del bien.