jueves, 17 de septiembre de 2009

A ver las aves

Dicen, con razón, que la calandria imita el canto de otros pájaros. Que varía, que va de trino en trino, incluso de sonido en sonido y que llega a imitar hasta el silbido humano.

Por eso la llaman Mimus saturninus. Los anglófonos -especialmente en los States- les dicen mockingbirds. Imitadores –mimus-, burladores. Tanto da. Son compositoras las calandrias. Hasta combinan sonidos distintos de varias aves o no y componen con varios de ellos una melodía propia.

El oído del ignaro tanto como los ornitófilos, coinciden, sin embargo, en que su canto tiene una nota melancólica, probablemente propia, dicen los que oyen con grabador en mano, no imitada. Como si dijera uno que cuando canta ella, aparece la melancolía.

Pero a mí, qué quieren que les diga, me traspasa el zorzal. Su canto es lo opuesto al de la calandria: monótono para los entendidos; tiene aunque distinta una nota de melancolía, mucho más nítida e indiscutida. Pero tiene a su vez una consistencia que no le hallo a la calandria, si me disculpan los del otro bando. Porque, claro, allí también hay bandos, ¡cómo no! Calandrias versus zorzales.

Debo decir que no cualquier zorzal, sino el Turdus rufiventris que le dicen, el zorzal de vientre colorado, o chalchalero, para algunos, pero eso no sé yo si es así.

Tengo en mi memoria atardeceres de toda laya, transidos ellos y yo con ese canto. Tengo la memoria física de haber estado viendo clarear -tantas veces- con el pregón casi mañanero del zorzal.

Monótono, todo lo que quieran, pero me produce una alegría sin tasa. Y cuando calla, cuando las horas lo hacen callar, siento que se apaga el mundo. En estos tiempos, cuando amainan los fríos, reaparece, especialmente, al caer el sol y antes de salir. Y es un cierre glorioso de días. Y de noches.

La esperanza que me da ese canto al alba, viera usted. La placidez que me produce ver morir el día con la despedida del zorzal. Algunas tardes de lluvia, como la de hoy, por ejemplo. Apenas cesa la lluvia fuerte, en cuanto escampa apenas o parece va a, la nota penetrante, levemente ronca. Contraltada, atenorada. A veces contratenorada.

No voy a dar una batalla por las preferencias paseriformes. Pero denme a elegir, díganme “puede llevarse de este mundo un solo canto de pájaro...”, y me llevo el del zorzal.

Magnífica creatura. Puede hacer a la vez un homenaje a la belleza de este mundo y ponerle una nota suave de sic transit gloria mundi, y ser ella misma una gloria mundi, en un muy otro sentido, claro.

Y pienso ahora que lo digo que bien puede ser verdad eso de que la creativa calandria multiforme y el monótono zorzal sean ambos melancólicos y nostálgicos, tal vez mejor.

Eso que llaman la monotonía del zorzal, es la nota de eternidad que suena en su canto punzante y reiterado. Y cada frase es a la vez única. Y plena. Como pleno suele ser lo único. Y lo eterno. Y por esa nota de eternidad clama el zorzal, mientras va en el tiempo. Con nostalgia, claro, que suena a melancolía.

Y otro tanto con la calandria versátil, que quién sabe cómo sabe que el todo es mucho más que la suma de las partes, por variadas y muchas que fueren las partes. Y extraña el todo, aunque tenga a placer las partes y nada le cueste tenerlas.

Y me pregunto qué habrá querido significar Dios con esos cantos y esas notas. De qué cosas altas serán signos el zorzal y la calandria.

Pero, no me haga mucho caso.

El canto del zorzal puede hacer eso.

No sólo de vino se emborracha un hombre.