miércoles, 2 de diciembre de 2009

La luz de esta luna llena

Aceite gris está el cielo;
bonita la luna llena
que con su tiza ha trazado
rondas de alegre tristeza
por el cielo gris de aceite,
espeso de luz. La pena
de ver que pasa la luna
llena, sola, suave y queda,
tirita lágrimas dulces,
pero no porque le duela
el aceite gris del cielo
ni la traza que la esfera
deja sutil en el aire
cuando va al oeste. Sueña,
la pena que llora alegre,
con esa luz de belleza
que una mano azul y mansa
parece que retuviera
para que los ojos giman
felices de ver la plena
plenitud de luz luciente
que, como la luna, es llena
y le da luz a las cosas
aunque sólo se las presta,
para que vean las cosas
esos ojos que las vean.
Manantiales de silencio
del cielo abajo ya ruedan;
vienen celestes de luna,
y hacen noche en las veredas
que las manos de los hombres
trazan cada vez que rezan.
Silencios que suenan voces.
Voces de luz tenue y quieta
que en estallidos de luna
son música, son la fiesta,
son corazones de noche
que sin embargo alborean
transidos de paz y luna
y son flor de una verbena
que en una danza de gloria
ya sube desde la tierra
para brindar en el aire
con un amor que se empeña.
Camina el hombre en lo oscuro
de la noche de esta tierra.
Sabe que un sol que no ha visto
ha vuelto a la luna bella
en el aceite del cielo
que está cubriendo sus huellas.
Por eso no teme y anda.
Por eso, aunque teme, arriesga.
Por eso, aunque sufre, ríe.
Por eso, aunque duele, espera.
Mira la luna y confía.
Y en la luz que la hermosea
ve una Hermosura que brilla,
ve una Hermosura que llega,
ve una Hermosura que ha hecho
la luz de esta luna llena.